La pura puntita: Esquirlas

FYI.

This story is over 5 years old.

La pura puntita

La pura puntita: Esquirlas

Una entrevista con Luis Panini.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades.

Luis Panini nació en Monterrey donde hizo una licenciatura en arquitectura. Emprendió su carrera literaria al emigrar a Estados Unidos desde donde publicó dos libros de cuentos en México: Terrible anatómica (2009) y Mala fe sensacional (2010). Recientemente acaba de lanzar Esquirlas (2014), su primera novela, editada por el sello independiente 27 Editores. Platicamos un poco sobre este nuevo libro.

Publicidad

VICE: ¿En tu opinión, Esquirlas es una novela autobiográfica?
Luis Panini: Esquirlas es un texto de corte autobiográfico, aunque yo no soy el protagonista, sino una mujer que está a punto de morir. El libro toma como punto de partida una llamada telefónica que me perturbó y fue el detonante principal que un año más tarde me obligaría a escribir este libro. En realidad, se trata de una memoria, pero este género en Latinoamérica no cuenta con el mismo poder de seducción que en Estados Unidos o muchas naciones europeas. La mayor parte de los sellos editoriales se espantan al escucharlo porque inmediatamente presuponen una difícil comercialización (no fue el caso con 27 Editores). Ahora, desde un marco teórico posmoderno, Esquirlas es una novela. Todo cabe en ese baúl. La posmodernidad casi nunca discrimina.

¿La escritura es una forma de cruzar el duelo?
Hasta hace algunos años me parecía ridículo pensar que la escritura podía ser un vehículo catártico para sacudirte emociones incómodas. Sin embargo, mi opinión es muy distinta el día de hoy. La muerte de la protagonista se convirtió en una especie de piedra anquilosante que me acompañaba a todos lados. Su peso se volvió insoportable. No fue sino hasta que terminé de escribir el libro cuando comencé a sentirme mejor. Es algo tan cursi, pero tan real.

Me gusta la inclusión de diversos documentos en la novela, como son correos electrónicos, actas médicas, una nota de despedida, entre otros. ¿Cómo hiciste para que el tono del libro se mantuviera a pesar de esas voces que venían desde fuera del texto, de la voz narradora?
Supongo que esa homogeneidad se deriva de mi propia voz narrativa y no de una cuya confección tenga un propósito literario evidente. En mi escritura tiendo a evitar expresiones idiomáticas que pudieran estar vinculadas con una especificidad geográfica, es decir, no favorezco el uso de una lengua vernácula, plagada de regionalismos, a menos que lo considere imprescindible para el desarrollo de un personaje. En el caso de Esquirlas, por tratarse de un texto de corte autobiográfico, la voz es fiel a mi manera cotidiana de hablar (por lo menos cuando estoy de visita en el país). Quizá esta neutralidad encuentra origen en el hecho de que llevo más de 15 años fuera de México y no cuento con acceso inmediato a esa riqueza lingüística tan característica de una región.

Publicidad

Comparando Esquirlas, tu primera novela, con tus anteriores trabajos que son dos libros de historias cortas, ¿cómo fue el proceso de escritura? ¿Más agotador, con mayor amplitud de profundizar en personajes o situaciones en relación a lo acotado de una narrativa breve?
Siempre me he referido a Esquirlas como un "libro que se me cruzó" porque no tenía planeado escribirlo, ni siquiera después de esa llamada telefónica que mencioné. No fue sino hasta un año después cuando comencé a escribir algunos fragmentos. A los pocos días sospeché que el material podía extenderse si conseguía, hasta cierto punto, orientar el cauce de un manojo de recuerdos que no obedecían un orden cronológico. La intención fue crear un texto que no sólo tuviera sentido para el lector, sino la capacidad de contar un historia de principio a fin, a pesar de tratarse de una tan fragmentada. Este es un paralelismo que Esquirlas mantiene con mis dos libros anteriores, la brevedad. Pero la novela, a pesar de ser corta, me tomó más tiempo porque es el resultado de un proceso agotador. Cada que vez que me sentaba frente a la pantalla era como encender otro cartucho de dinamita emocional. Más de una vez llegué a resentir su escritura porque me dejaba vacío y avivaba esa depresión que siempre trato de mantener en estado latente. Además, la figura del escritor torturado que sufre por su oficio, salvo contadísimas ocasiones, siempre me ha parecido digna de escarnio. Es una pose demasiado romántico-humanista, el producto de cientos de obras plásticas inoculado en la psique colectiva. Escribo porque escribir me da placer.

Publicidad

También en relación con tus dos libros anteriores que presentan situaciones más violentas en sus anécdotas, ¿crees que el tema de Esquirlas, vinculado fuertemente a tu biografía, hizo que tu voz sonara más vulnerable?
Esquirlas muestra mi lado vulnerable, sí, pero lo hace por su naturaleza autobiográfica. Y disfruté mucho el proceso, a pesar de que fue uno tan difícil. Además de ese libro, en los últimos años he trabajado en una especie de tríptico autobiográfico de tono confesional en torno a mis años de infancia, pubertad y adolescencia. La mayor parte de lo que hasta el día de hoy he publicado está escrito en tercera persona. He reservado la primera persona porque es la que encapsula esta vulnerabilidad que mencionas y eso, a partes iguales, me emociona y hace que me sienta muy nervioso. Mostrar tu verdadera naturaleza, aunque sea grotesca o risible, es un placer muy subestimado en la literatura mexicana.

¡Gracias, Luis!

Aquí te dejamos un fragmento de Esquirlas:

Merodean en los pasillos de hospitales. Estacionan sus autos frente a funerarias. Frecuentan vestíbulos de aeropuertos para mirar el cielo. Abrazan osos de felpa en las habitaciones oscuras de sus vástagos. Desempolvan álbumes fotográficos hasta que- darse dormidos frente a la página que incluye su imagen favorita. Buscan con desesperación cajas olvidadas en áticos y sótanos. Detienen la grabación justo en el cuadro en que el objetivo mira hacia el lente de la cámara, sorprendido, y una sonrisa comienza a insinuarse. Olfatean las prendas que aún conservan dentro de los armarios. Reducen la velocidad del auto donde aún no ha desaparecido la mancha sobre el asfalto de la carretera, a pesar de los meses y las lluvias. Escriben libros que agudizan sus desvelos. Se les anega la mirada cuando reconocen el aroma de un perfume. Acuden a restaurantes para sentarse frente a una silla desocupada. Dejan alimentos sobre el guión cincelado en el mármol que separa a dos fechas. De muerte los muertos nada saben. Sólo los vivos.

Publicidad

1. Oncología, mon amour

_Dit is het antwoordapparaat van Janine Cremers. Momenteel kan ik de telefoon niet beantwoorden, maar als je jouw naam en telefoonnummer inspreekt na de bieptoon dan bel ik je zo spoedig mogelijk terug. Bedankt. Éste es el mensaje que una contestadora automática reprodujo cuando pulsé el número telefónico de una casa ubicada en los Países Bajos. La voz digitalizada era la de una mujer muerta, pidiéndome que le dejara mi nombre y número después del tono para devolverme la llamada tan pronto como le fuera posible._

Que se sentía muy débil, muy cansada, todo el tiempo. Eso me dijo. Que hasta los roces más gentiles con las aristas del mobiliario le provocaban hematomas difíciles de disimular. Incluso las caricias, por más delicadas que fueran, le reventaban los vasos sanguíneos subcutáneos para anunciarse como telarañas de color púrpura bajo su pálida piel caucásica. Sobre esto me habló justo antes de conducir al consultorio de su médico de cabecera, porque se sentía muy débil, muy cansada, todo el tiempo. Era de día en Arnhem. De noche en Los Ángeles. Finales de octubre. Su voz cruzó la vastedad del océano con la velocidad propia de los tsunamis, empujada al ras del oleaje por el combustible que genera la adversidad.

Regresó del consultorio apenas concluyeron los exámenes médicos de rutina. Mencionó que el semblante de la enfermera se descompuso al ver el color de su sangre mientras llenaba varios tubos de ensayo. "Su matiz era muy pálido. Supongo que se trata de algo serio". Este autodiagnóstico fue una premonición que un grupo de especialistas confirmaría más tarde. Esa misma noche recibió una llamada de parte de su médico para ordenarle que acudiera de inmediato a un hospital. Los laboratoristas detectaron ciertas anomalías en la composición de su sangre y necesitaba someterse a una nueva serie de estudios, más específicos, para corroborar algunas sospechas. "Seguro es leucemia", me dijo al despedirse.

Publicidad

"Padeces de Leucemia mieloide", le informó un médico el día siguiente. "Lamentablemente no es crónica, sino aguda. Requieres de atención inmediata. Quimioterapia en extremo agresiva. Índice bajo de sobrevivencia. Si no, semanas. Quizá un par de meses".

En más de una ocasión varios médicos expresaron su descreimiento mientras examinaban frente a ella los resultados de laboratorio. No lograban comprender cómo le era posible realizar las tareas más simples del día —cepillarse los dientes, sostener una cuchara, subir los peldaños de una escalera— con valores sanguíneos tan devaluados. El desvaído tinte de su sangre se debía a la casi inexistente cantidad de hierro almacenado en su hemoglobina. "Según este documento", le dijeron, "deberías estar postrada en una cama, con apenas suficiente fuerza para levantar los párpados". En su momento todos interpretamos ese comentario como una buena noticia. Su resistencia física denotaba una solidez fuera de serie. Su salud sería restablecida por completo mediante la quimioterapia. Era cuestión de semanas, quizá un par de meses. "No te preocupes", traté de aliviar su desconsuelo con el tono lúdico que nos era habitual, "no vas a morir sino hasta los noventa o cien, cuando pises una cáscara de plátano y se te haga añicos la cadera".

Una célula con una idea distinta a la de sus compañeras inmediatas, capaz de crear múltiples réplicas en apariencia y comportamiento para colaborar en un programa que se anuncia destructivo desde su fase primigenia. Así comienza el cáncer. Una sed de dominio ilimitado estimula la crueldad de su agenda. Abuso de poder biológico que deviene solución final.

Publicidad

Con el océano de por medio y una diferencia de nueve horas entre Los Ángeles y Arnhem me resultó imposible enterarme sobre sus mejoras y decaimientos físicos y emocionales en tiempo real. Tanto las noticias alentadoras —comió muy bien por la mañana, estuvo sentada en el jardín un buen rato— como las fatídicas —según los últimos exámenes de laboratorio su número de leucocitos duplicó, hace un par de horas recibimos la caja que contiene el coctel químico por si decide proceder con la eutanasia— me llegaban a destiempo. Lo anterior me obligó a desarrollar un sistema que carecía de toda lógica. Las condiciones atmosféricas de Arnhem me comunicarían su bienestar o malestar. Comencé a consultar una página electrónica para averiguar el estado del tiempo de aquella ciudad holandesa. Durante meses fue el primer sitio de la red que visité al despertar, varias veces al día y el último antes de dormir. Si el cielo se encontraba parcialmente nublado la suponía sufriendo de alguna dolencia menor en dicho momento. Cuando llovía la imaginaba recostada en su cama, deprimida. La presencia de relámpagos significaba que su médula ósea había entrado en un periodo de mayor actividad y por consiguiente generaría más leucocitos. Los frentes fríos presagiaban dolor en su forma más pura e intensa. Cuando nevaba la creía dormida. Lo único que me devolvía la calma eran los cielos despejados, aunque en aquella nación de tierras perpetuamente húmedas son una rarísima comodidad.

El implante del catéter para permitirle el paso a la quimioterapia, un procedimiento quirúrgico que los médicos insistieron en clasificar como menor, fue repetido a causa de la ineptitud del primer sujeto que trató de llevarlo a cabo. Ella recordaría aquel episodio como uno de los más agónicos de su enfermedad. Durante el primer intento olvidaron suministrarle Dormicum®, el anestésico utilizado en ese hospital para eliminar, o por lo menos disminuir considerablemente, el dolor mientras la línea intravenosa es empujada a través de la estrecha circunferencia de la vena subclavia. Más de una vez la sorprendí ajustando el cuello de su blusa o suéter para ocultar la cicatriz que el catéter le dejó. Aquello me recordó algunos pasajes del libro La enfermedad y sus metáforas, en los cuales Susan Sontag compara el estigma social impuesto por el cáncer y la tuberculosis, refiriéndose a la primera como a una enfermedad que en el pasado la mayoría prefirió mantener en secreto debido a su efecto desmoralizador, pues las connotaciones negativas acumuladas en décadas recientes consiguieron que fuera asimilada como "un mal obsceno, repugnante y de naturaleza perversa" —entiéndase lo último como castigo divino—, elementos todavía prevalentes en diversos sectores socioeconómicos y dogmáticos, aunque con menor frecuencia, mientras que la tuberculosis fue reconocida desde su identificación, sobre todo dentro de círculos burgueses y numerosas obras literarias, como un padecimiento digno de artistas e intelectuales, el cual llegó a albergar paralelismos líricos por "acelerar la vida, destacarla y espiritualizarla". En este mismo estudio comparativo la autora hace hincapié en el predominante uso de un lenguaje en extremo militarizado para metaforizar el origen y desarrollo del cáncer.

La célula indomable, la aberrante, la rebelde. Así se gesta el cáncer, ese capricho microscópico que pronto deviene mitosis traicionera. En su ensayo La solución final: La clonación más allá de lo humano e inhumano, incluido en el volumen La ilusión vital, el filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard señala a la célula cancerosa primigenia no sólo como una "que olvida morir, sino una que olvida cómo morir". Es justo en el instante en que este excedente biológico pierde la memoria cuando de inmediato emprende una campaña cuyo objetivo es el desmantelamiento total de su huésped, aunque esta actitud kamikaze le garantice la autodestrucción.

Busca la novela en: ​www.​27e​dito​​res.com

Sigue a Óscar David en ​Twitter.