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Cultură

Lo mío es perseguir gorditos

Un hombre con el doble de cuerpo para amar, en general, tendrá el doble de amor para dar.

Foto por Justin Baeder, vía Flickr.

A veces me acuesto con un güey delgado y después de que lo hacemos, me quedan estos moretones en los muslos, justo donde sus caderas se estrellaban contra mí. Me encantan las heridas sexuales menores. Deslizo mis dedos suavemente sobre las contusiones moradas que rodean mi entrepierna, y me recuerdan lo que era ser adolescente y cargar con esos chupetones y las rodillas irritadas como marcas de honor; prueba de que era una adulta de verdad. A pesar de este amor por mis moretones, acostarme con güeyes delgados no es mi cosa favorita.

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No quiero hablar mal de nadie aquí. Mi intención, en lugar de quejarme de las maravillas de ese cuerpo masculino huesudo y angular, es celebrar su antítesis: el hombre regordete. Porque resulta que lo mío es perseguir gorditos. También me gusta motivar la alimentación de mi pareja, pero creo que eso se debe más a mi ascendencia griega.

Me interesa un tipo muy particular de redondo: una redondez gruesa más que gordura sin chiste. Alguien con piernas enormes, capaz de andar en bici, pero a quien evidentemente le encanta la cerveza. Quiero un hombre que sea un tronco, pero un tronco en el agua. Un hombre al que mi madre describiría como “saludable” (recuerda, madre griega) y “apachurrable”, pero que mi maestro de educación física apedrearía con comentarios como: “¡Vamos, no estás aquí por tu buen look!” mientras intenta mantener el ritmo de la clase. Un hombre cuya panza no sea una masa aguada, sino una redondez de embarazada; dura pero prominente.

Una vez salí con un hombre con una panza bastante redonda, y recuerdo que moría de ganas por envolverla en mis brazos. Estábamos acostados en la cama una noche, viendo un película proyectada sobre la pared, cuando me jaló hacia él. Sentí mi cabeza sobre su hombro, y rodeé su centro con mi brazo, pero no pude rodearlo por completo. No podía ver toda la imagen en la pared, pero no importaba; estaba sumergida en los movimientos hacia arriba y hacia abajo de mi brazo con su respiración. Me excitaba la inmensidad de este hombre al que no podía sostener en mis brazos por completo.

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Si tuviera que examinar mi preferencia con detenimiento, diría que disfruto ser una pequeñez asfixiada por un gigantesco pedazo de virilidad. Es mi cavernícola interior, o la esposa heteronormativa de comedia gringa que llevo dentro. Mientras crecía en Australia, la cultura televisiva me enseñó algo diferente: que los únicos hombres sensuales son aquellos con bronceados permanentes, abdomen de fregadero, pelo güero, y nombres como Shane y Robbo. La cultura televisiva gringa es Homero y Marge Simpson, Ralph y Alice Kramden. Así que en lugar de ser la conejita de un surfer, mi fantasía siempre ha sido ser esta diminuta esposa mediterránea con una bocota y un esposo regordete amante de la cerveza barata y que trabaja fuera de una oficina. Siempre he querido ser una de esas esposas apretadas y súper adorables que tienen el control, y cuyo esposo sabe que se sacó la lotería. Lo sé: Qué rayos me pasa, ¿cierto?

Más allá de las normas de la cultura pop, a un nivel más básico creo que un hombre grande tiene algo súper sensual. Abarca mucho espacio, pero estás invitada a habitar ese espacio con él. Me siento completamente consumida. Cabe resaltar que yo no soy particularmente flaca (digamos que el trasero no miente), y se siente muy femenino estar con alguien que tenga más carne que yo. Ahora que lo pienso, si alguna vez estuviera en una situación de vida o muerte, tipo una avalancha o accidente aéreo, y me tuviera que comer a alguien, tener a un güey grande conmigo lo convertiría en la opción lógica para morir primero.

Además, los güeyes delgados simplemente no tienen la fuerza. Los hombres grandes suelen ser hombres fuertes, y me gusta la idea de un hombre con un pecho amplio que me puede levantar con un brazo y girarme para posarse sobre mí sin que yo tenga la posibilidad de huir. Eso es sexo de verdad, no importa que se quede sin aliento en el proceso y tenga que descansar después de hacerlo.

Como ya dije, muchas de mis amigas tienen algo por los güeyes delgados, y eso no tiene nada de malo, pero a veces cuando me atrae un hombre más grande mis amigas se convierten en unas perras superficiales y dicen cosas como: “Dios, qué asco”, lo cual me parece un comentario ignorante (claro, los hombres grandes suelen sudar más, lo cual sí es asqueroso, pero que me encanta cuando cojo). Mi respuesta siempre es: chicas, salgan de ese culo en el que viven y absorban ese dulce olor a Cheetos y cerveza que hay en el aire. Un hombre con el doble de cuerpo para amar, en general, tendrá el doble de amor para dar.

@Kat_George