Los delirios de Asad

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Viajes

Los delirios de Asad

En septiembre estuve cinco días en Damasco documentando a los defensores del régimen. Era mi segundo viaje al país.

Una Hummer decorada con banderas de apoyo al gobierno, estacionada en una de las calles principales de Damasco. El dueño cambió la pintura poco después de que empezara la rebelión y desfilaba casi todos los días por las calles, con música patriótica a todo volumen y chicas guapas en las ventanas. En los últimos meses, se ha vuelto demasiado peligroso, así que ahora el vehículo está permanentemente estacionado aquí, vigilado por un equipo de hombres armados con cuernos de chivo.

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Dos veces he recibido visas para fotografiar los distritos que apoyan al régimen de Bashar al-Asad en Damasco. Muchos periodistas no reciben permisos para entrar; nunca reciben una explicación. En septiembre estuve cinco días en Damasco documentando a los defensores del régimen. Era mi segundo viaje al país. No tuve acompañantes del gobierno mientras trabajaba en Damasco ni en los pueblos rurales de Ma’loula y Douma, pero hubo muchos otros obstáculos que tuve que superar para conseguir el material que quería: retenes que me negaran la entrada a zonas rebeldes (logré pasar desapercibido por algunos), restricciones excesivas y conversaciones que chocaban contra paredes impenetrables de ideologías sin lógica.

Muchos sirios pro-Asad manejan alguna variante del mismo discurso: el Ejército Libre de Siria está compuesto de terroristas extranjeros determinados a desestabilizar a Siria, y está al servicio de Arabia Saudí, Israel y Estados Unidos; Asad se ha visto obligado a tomar medidas violentas para acabar con ellos, y es el baluarte que mantiene a Siria a salvo de una fragmentación en una sangrienta guerra sectaria; muchas de las atrocidades que los periodistas occidentales adjudican al ejército de Asad y a los shabiha (grupos de matones contratados por Asad que se visten de civiles y atacan a los manifestantes) son en realidad actos realizados por los rebeldes y los criminales que los rodean.

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En mi experiencia, cuando los defensores de Asad son cuestionados sobre los reportes de que los oficiales del estado están torturando activistas o sobre el uso excesivo de fuerza contra civiles, siempre responden que estas son exageraciones, incluso mentiras, o que la violencia es necesaria. Un periodista sirio dijo que si Estados Unidos puede hacer uso de arrestos extrajudiciales y tortura para acabar con “terroristas”, entonces el gobierno de Asad también.

Los retratos y símbolos familiares de un hombre que vive en Ma’loula y que se negó a dar su nombre.

Las historias de los rebeldes y los partidarios del régimen están en constante competencia dentro de los medios árabes. Las estaciones de televisión satelitales como Al Jazeera y Al Arabiya, cadenas que se ganaron su reputación por coberturas imparciales, han mostrado una clara inclinación a favor de los rebeldes. Dentro de Siria, los canales de televisión estatales transmitidos desde Damasco y Addounia TV (una estación privada considerada por muchos como el canal de Asad) trasmiten la línea del gobierno. Estos canales oficialistas han sido bloqueados por servicios de televisión satelital en Egipto y muchos países del Golfo.

La única vez que me encontré con una reportera de la televisión estatal siria en el centro de Damasco, estaba realizando entrevistas sobre un problema apremiante: “¿Qué frutas y verduras congela usted para poder comerlas fuera de temporada?” Eso hizo que el humo que subía en el horizonte pareciera aún más surreal.

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Ese día más temprano, había estado sentado en una cafetería en las faldas del monte Qasioun, apreciando la increíble vista de Damasco. También en ese momento había visto el humo que se elevaba desde el suburbio de Qadam, al sur. Un hombre caminó hasta mí y se identificó como un agente de seguridad del estado. Me dijo que no podía fotografiar nada, y me explicó que el humo en la distancia era negro, lo que, según él, significaba que los rebeldes estaban quemando llantas para hacer quedar mal al gobierno. Sin embargo, no pudo explicar los disparos de artillería que se podían escuchar desde el amanecer.

Rama Hamdi intenta convencer a su hijo, Hadi Shaban, de ir a su primer día de clases en Damasco. Incluso en las zonas pacíficas de la ciudad, la rutina diaria se ha visto interrumpida: los estudiantes van a escuelas más cerca de casa, pues las calles ya no son seguras de noche. Incluso en el suburbio de Mezzeh, un lugar supuestamente seguro, el sonido de la artillería es constante.

El rugido de los disparos a veces se escucha de fondo en todo Damasco, pero nunca desaparece. El primer día de clases en el suburbio adinerado de Mezzeh, el sonido se colaba hasta un salón con las ventanas cerradas en el que me estaba fotografiando a los estudiantes. Una madre intentó consolar a su hijo diciendo que eran truenos. Después de un rato, el niño dejó de creer en su historia y le preguntó: “¿Cuándo lloverá?” Un par de jóvenes estilistas de pelo en Mezzeh bromeaban que era “el sonido del romance”.

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El único lugar en la ciudad donde no se escuchaba el fuego de artillería era en el karaoke de un lugar llamado Mood Lounge. Ahí vi cómo una buen grupo de personas ricas y con conexiones importantes hacían bromas y cantaban canciones patrióticas, clásicos franceses y Amy Winehouse.

Sólo dos días antes de la visita al Mood Lounge, un escritor, un traductor y yo íbamos camino a Zabadani, uno de los pueblos rebeldes en la frontera con Líbano, por un camino de terracería.

Nos detuvieron en un retén afuera del pueblo y nos escoltaron a una casa que había sido transformada en un puesto de comando improvisado. Adentro, un oficial militar nos dijo que, por nuestra propia seguridad, no podríamos entrar a la ciudad. Nos confirmó que la artillería que escuchábamos constantemente en la distancia estaba dirigida contra Zabadani.

Clientes disfrutan de una noche de karaoke en el Mood Lounge, un bar muy popular entre la élite de Damasco. Las noches de fiesta terminan más temprano de lo normal para aquellos que tienen que manejar por caminos peligrosos de regreso a casa, pero el resto de las personas se queda a cantar canciones patrióticas y Amy Winehouse.

Paradójicamente, mientras el oficial nos ordenaba que no entráramos a su jurisdicción, también exigió que nosotros, como periodistas, dijéramos “la verdad”. Nos dijo que Asad preferiría ver a cien de sus soldados muertos que permitir la muerte de un solo civil inocente. Al día siguiente, un activista sirio tuiteó que unas 20 personas habían muerto a manos del ejército sirio en Zabadani.

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El oficial especuló que la guerra civil que había estallado en su país era sólo el comienzo de la Tercera Guerra Mundial: “tras un ataque israelí —me dijo— Siria se vería obligada a defenderse con la invasión, y eventual liberación, de Jerusalén”. Y con eso nos ordenaron que diéramos media vuelta y nos uniéramos a la fila de autos que estaban evacuando la zona. Los otros vehículos eran en su mayoría civiles con sus familias.

En Ma’loula, un pequeño pueblo cristiano en el suroeste, bebí unos tragos en casa de un soldado que había luchado en la guerra de 1973 contra Israel. Me dijo que era un ex miembro del Partido Social Nacionalista Sirio, y que mientras luchó en el Sinaí, él y un grupo de soldados, querían demostrarle a sus contrapartes egipcias, sus aliados en ese trágico asalto contra Israel, que eran mas bravos que ellos, así que rostizaron a un soldado Israel en una fogata y pretendieron comerse su carne. En realidad estaban comiendo carne de un cordero que habían cocinado cerca de ahí. ¿Su explicación para este acto de barbarie? “Eran tiempos de guerra”.

Después el soldado señaló mi quijada, un mechón blanco en mi barba café, y me dijo que el terror es suficiente para hacer que algo así aparezca instantáneamente. Probablemente tenía razón; noté la decoloración después de mi primer viaje a la zona de combate en Homs, una ciudad que ha quedado devastada por la guerra. La cura, me dijo, es frotarla con un estropajo de acero hasta que sangre, durante tres días seguidos. Después hay que dejar que cicatrice.

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Un mercado en el barrio de Al-Salihiyá en Damasco, donde se importan frutas y verduras del campo. Los precios han aumentado porque el transporte se ha visto interrumpido.

Una mezquita en la antigua ciudad de Damasco.

Un hombre mayor camina entre las piedras junto al Monasterio de Santa Tecla. La leyenda local dice que la montaña se partió milagrosamente en este punto para proteger a Tecla —una santa cristiana— de sus acosadores ateos.

Una de las monjas del Monasterio Santa Tecla en Ma’loula (un pueblo cristiano antiguo, construido en las montañas y uno de los últimos lugares en el mundo donde se habla arameo) sale del santuario durante las oraciones para contestar el teléfono.

Un sastre en Al-Salihiyá cose los pantalones de uniformes escolares. Con el aumento de la violencia, muchas escuelas se han vuelto más laxas con su código de vestimenta.

Los borregos son una de las pocas poblaciones que se han beneficiado de la guerra: las frutas y verduras que no se pueden transportar a la ciudad se usan para alimentar al ganado.

Un corresponsal de la televisión estatal siria entrevista a una mujer en las calles de Damasco. Los canales de televisión estatal han sido bloqueados por dos de las más importantes cadenas satelitales en Medio Oriente, Arabsat y Nilesat.

La mudanza de una familia. La ciudad que dejan atrás, Zabadani, está siendo bombardeada; sin embargo, dijeron que no se mudan por el peligro, sino por un matrimonio reciente.

Estudiantes en Bunat al-Ajial, una escuela privada en Damasco, durante una clase de matemáticas.

Un mural del padre de Bashar al-Asad, Hafez, en las colinas afuera de Damasco.