Mauricio Palos

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Viajes

Mauricio Palos

My Perro Rano, serie documental sobre la migración y la vida en Centroamérica.

Personas. Muchas. Tantas y tan cercanas que si alguien se lastima, lastima a otros. Así es Centroamérica en la mirada del fotógrafo mexicano Mauricio Palos. En su libro My Perro Rano (RM, 2010), Palos da testimonio de quienes son expulsados de sus países por la catapulta de la pobreza, violencia y marginación.

Etiquetas de deportación, historietas para prevenir de los peligros del viaje, manuales de inglés y cartas de amor, son los documentos de los que se ayuda Palos para dar voz e identidad a quienes sufren esas convulsivas circunstancias de tener que abandonar todo para encontrarse en un nuevo abandono, ahora en Estados Unidos. Sus historias parten de Honduras, Guatemala y El Salvador, pero aquí en México nos pasan –al igual que el tren– justo por en medio.

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Hablamos con Palos un día que estábamos malitos de nuestros migrantes que a cada rato encuentran en fosas comunes y demás atrocidades, y esto fue lo que nos dijo:

Vice: ¿Cuándo empezó el proyecto?
Mauricio Palos: Oficialmente el proceso empezó entre 2004 y 2005. Tiene que ver con el tiempo en el que empecé a fotografiar en San Luis, cuando vi al chavo que se había caído el tren y que estuve un año con él. Ya después me fui a Honduras y ahí empezó formalmente. En 2010 ya fue proceso de edición del libro. Pero el proceso del fotografía terminó en 2009, cuando pasó lo del golpe de Estado en Honduras.

La portada, el título tiene que ver con imágenes de identidad [My Perro Rano es un tatuaje y la portada son identificadores de equipaje con nombres]. ¿Por qué elegiste esto para título e imagen de portada?
Los signos de identidad se van recorriendo a lo largo del libro, siento que a lo largo del proyecto siempre estuve interesado en la influencia que tiene Estados Unidos en la región. Cuando veía banderas o algo que me remitiera a EU, inmediatamente volteaba la cámara porque era la manera en la que las mismas personas que viven en Centroamérica estaban representando su interés y cariño no correspondido que tienen por EU. Es como nosotros en México: sí, nos caga Estados Unidos pero en la cultura y en la mente, en lo que vemos y lo que comemos, muchas cosas están relacionadas con eso. Siempre fue muy obvio que la cámara enfocaba a esos puntos.
El tatuaje representa a su pandilla [de quien lo trae] de Los Ángeles, de My Perro Rano Longero, porque es de Long Beach, California. El título se dio de forma casual. El trabajo de edición fue una chamba que nos aventamos Pablo Ortiz Monasterio, Ramón Reverté y yo. Lo que sabíamos los tres desde el principio, era que no queríamos un título aburrido, como los títulos de migración. Entonces Pablo sugirió experimentar con algo más, como con el tatuaje.
Es lo mismo con las etiquetas, yo recolecto objetos cuando trabajo. A lo largo del libro hay muchos escaneados… Eso pasó con las etiquetas, un día las acomodamos y ya estaba. Tiene mucho que ver con las deportaciones, porque esas etiquetas son las contraseñas que los deportados en Guatemala agarran cuando los echan. Traen eso para decir: “ésta es mi maleta”. Y para la contraportada, en agarré la imagen del deportado [que se cubre la cara con su ropa].

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¿Hubo algún momento de quiebre durante el proyecto, donde te confrontaste de alguna forma muy ruda con la realidad?
Hubo varios. Cuando trabajaba con Égdar, el chavo de San Luis, cuando lo deportan a Honduras, de pronto ya estaba en su casa… Y en ese viaje salió el documental En algún lugar (que es un complemento del libro) y de pronto me sentí muy cercano a mi personaje. Llegas a involucrarte tanto con lo que le está pasando a él: una deportación, perdió las piernas; que de pronto es muy riesgoso porque te llegas a confundir sobre el papel que juegas. Intentaba responder a situaciones que no me correspondían como observador o fotógrafo. De pronto te sientes confrontado con los problemas de los demás.
Pero eso fue una primera etapa del proyecto. Lo que hacía yo era pasar tiempo en el pueblo con Édgar, y dar el rol en un canal de televisión que era Notisiete, que se enfoca a la nota roja. También cotorreaba con un periodista que se llama Edgardo Castro, y bueno, allá todos los periodistas tienen armas, este güey tuvo intentos de asesinato. Yo dormía en el canal. Era como: “hey, vengo a ver qué está pasando aquí”. Porque una de las inquietudes principales del proyecto era entender por qué todas estas personas se están yendo. En lugar de hacerlo como todo el mundo lo hace, que fotografían el tren y se van a EU y a la Frontera, pensé que lo mejor era ir a Honduras y ver qué estaba pasando.
Ahí me encontré con la historia de las guerrillas de los ochenta y vi que la violencia no sólo era en Honduras sino en todo Centroamérica. Guatemala, El Salvador, Nicaragua… Y ahora con el golpe de Estado en Honduras (2009), estamos frente a todo un retroceso.

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Además de los problemas, ¿qué otros rasgos te identifican con tus personajes?
Creo que todo parte de ciertas experiencias de ser fotógrafo. Como a los 18 años, yo quise salir de mi casa y tengo familia en McAllen, Texas, así que desde muy pequeño he estado cruzando una frontera. Quería irme a Londres, me fui a Texas y fui a chambas muy sencillas: cortar pasto, lavar coches… Fue mi primer contacto directo con algo que no era legal. Ahorré algo de baro, me fui a Londres y no me dejaron entrar, me deportaron. Fue un golpe muy frontal. Luego trabajas con estos temas y te das cuenta de por qué lo estás haciendo.

El libro está increíble pero es muy angustiante. ¿Hay por lo menos alguna anécdota del proyecto que te dé risa?
Pues de pronto hacía cosas bien chistosas. Como una vez, un taxista que me iba a llevar a un canal de televisión, en Honduras; y empezamos a platicar. Yo iba con un amigo de Édgar. El taxista me dijo que él era pollero y saqué mi cámara y que empiezo a grabar; no me dijo nada. Me dijo cómo bisnean, cuánto pagan así le pedí su teléfono para que me llevara de regreso una vez que saliera del canal, y para seguir cotorreando. Le echo un grito, y le dice a mi amigo: dile que tengo cosas bien interesantes que le quiero enseñar. Llega, me subo adelante, saca la guantera y saca unas visas y me empieza a contar cómo se las compra a la embajada de México en Brasil. Me empieza a platicar todo, y yo grabando y tomando fotos… Yo no sabía por qué me dejaba grabar todo eso. Ya cuando me fui, me dijo: “bueno, que te vaya bien, seguramente te van a poner diez en el trabajo de la escuela” [risas].

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