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Ojalá no te fueras, Zaratustra

A nombre de quienes iniciamos la aventura de Vice México y de quienes la continúan hasta hoy, todo nuestro respeto y admiración, y la promesa de que jamás te olvidaremos, querido Zaratustra Vázquez, nuestro primer editor.

Foto por Gustavo Mauricio Hernández Dávila.

Las calles duermen,
uno las despierta.
Un tercero
le pide a uno que no las bese,
que no las acaricie
porque todavía están medio dormidas.
Y en un ligero abuso
uno incluso se acuesta al lado de ellas.
Esas calles también despiertan en la mañana.
Y quizá en el calambre
que esa hora regala a los afortunados
le dicen a uno:
Ojalá no te fueras.

Zaratustra Vázquez

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Al principio, no podía imaginar de dónde lo habían sacado. Era un tipo menudo y greñudo al que, por su aspecto físico, uno no le echaba más de treinta años, pero que al hablar con él daba la impresión de tener siglos y siglos de kilometraje recorridos. Muy a menudo usaba chaleco, una corbata angosta y sombrero de bombín, lo mismo que unos jeans desgastados que no alcanzaba a llenar. Era así. Esa dualidad entre la formalidad y la insolencia también marcaban su conversación: elegía a conciencia, con amor, cada una de las palabras que habría de pronunciar y las depositaba luego en oraciones elegantemente construidas; sin embargo, al dejar salir todo aquello por la boca, lo hacía con tal desparpajo que yo solía preguntarme cómo podía darle un tono tan fresco a palabras que habían dejado de utilizarse en el siglo XV. Era así, y de verdad que yo no podía imaginar de dónde habían sacado a un bicho tan raro. Sólo recuerdo que un día, de buenas a primeras, Eduardo Valenzuela, director de lo que entonces apenas era el sueño de una revista que se llamaría Vice México, me dijo: “Éste será tu jefe: Zaratustra Vázquez", a quien yo después comencé a llamar, con cariño, Zarita. ¡Y Zarita era todo un personaje!

Más temprano que tarde, este dandy cumbianchero —le digo así por su proyecto de Sonido Changorama— y yo empezamos a agarrarnos de las greñas. La verdad es que, por aquellos días, Vice México era una familia disfuncional cuyos miembros, aunque desearan con locura sacarse las tripas los unos a los otros, en el fondo se adoraban y estaban dispuestos a defenderse entre sí de cualquier enemigo externo. Lalo le gritaba a Zarita, Zarita me acusaba a mí y yo, entonces corrector de estilo, apuntaba con un dedo flamígero hacia el escritorio de Marco Tulio Valencia, quien traducía la revista, pero al final del día todos sabíamos, aun sin decirlo abiertamente, que nos queríamos. Por eso, aunque la vida nos llevó por otros caminos —Mr. Z abrazó definitivamente su destino: la cumbia y la poesía; Tulio se convirtió en notario público, creo, y yo me encerré, de día y de noche, en la redacción de un periódico—, nunca dejamos de recordarnos con cariño. Uno difícilmente se olvida de la familia.

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Nunca te había contado esto, Zarita, pero ¿recuerdas cuando hicimos aquellas fotografías donde me vestí como Gloria Trevi para la edición especial de aniversario de la revista? Yo jamás me había vestido de mujer, ¿sabes? A lo sumo, alguna vez llegué a ponerme las zapatillas de mamá y a modelarlas frente al espejo, o quizás hasta me atreví a pintarme los labios y las uñas. Pero nada más. Nunca el paquete completo. Y aquella mañana, la única vez que me vestí de mujer de pe a pa, tú estabas ahí. Y nunca había querido confesártelo —no habría sabido cómo hacerlo ni para qué—, pero tu forma de tratarme hizo que la experiencia fuera completa. Me dijiste qué guapa, y yo me sentí como en el baile de graduación de la secundaria. Me trataste como a una niña que se sabe, por primera vez, mujer. Sé que es una tontería, Zarita, pero creo que aquella mañana, con sólo decirme eso y verme con aquella mirada, una mezcla de cariño y orgullo de hermano mayor, algo dentro de mí, un anhelo que ni siquiera conocía, se cumplió. Así eras tú: el caballero más caballero del mundo, Z.

No voy a reproducir aquí las notas policiacas. Sólo diré que la tarde-noche del 29 de diciembre, una fuga de gas te entregó a un sueño tan profundo que jamás regresaste de él. Pero yo quiero pensar, Zetazeta, que un día después, el penúltimo del año, te levantaste tal como lo vaticinaras algún tiempo atrás en tu blog: Esa mañana desperté como siempre/ pero, aunque cantaban,/ eran los pájaros los que me estaban escuchando.

Quiero creer que los poetas, poetas ciertos, palpables, poetas amigos, compañeros de tripulación, camaradas, cómplices, como tú, aunque la gente nos diga que se fueron, y hagan de ello eco los medios de comunicación, las redes sociales, algún sentido pésame en la radio, lo cierto es que jamás se van. Eso quiero pensar, Zeta. En ello deposito mi fe y me vale madre lo demás.

A nombre de quienes iniciamos la aventura de Vice México y de quienes la continúan hasta hoy, todo nuestro respeto y admiración, y la promesa de que jamás te olvidaremos, querido Zaratustra Vázquez, nuestro primer editor.

Zaratustra Vázquez. Poeta y músico. Editor de Vice México entre 2008 y 2009.

Iván Sierra. Escritor de ficción. Primero corrector de estilo y luego coeditor de Vice México entre 2008 y 2011. Lee más de él en su página web, www.ivansierra.me