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Gracias por su preferencia sexual

Petroleros fogosos o el oscuro pozo del deseo

Una amiga me platicó historias de orgías con petroleros y demás movidas de sábanas y billetes.

Obra de Tom Sanford.

Hace poco recordé mi visita a Cadereyta Jiménez, Nuevo León, donde hay una refinería de Petróleos Mexicanos, de la que una amiga me platicó historias de orgías con petroleros y demás movidas de sábanas y billetes (muchos billetes, por cierto), a raíz de que el gobierno mexicano en turno está haciendo una campaña para convencer a la población de la reforma energética. México se encuentra entre los 10 mayores productores de petróleo en el mundo, y es el tercero en América después de Estados Unidos y Brasil. Según la campaña del gobierno, con ayuda de algunos cambios en la Constitución, Pemex seguirá siendo “todavía” un organismo paraestatal aunque “modernizado y bien administrado” y “permitirán crear 500 mil empleos”. No hablaré de tal reforma, sino de los empleados movidos de sus casas y confinados al claustro laboral. La cultura popular dice que donde hay dinero, habrá sexo. Quizá la búsqueda de plenitud sexual seguirá insatisfecha en el deseo del pueblo trabajador.

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La refinería de Cadereyta está a 50 kilómetros de Monterrey. En aquel momento, un viaje de 45 minutos podía durar dos horas debido a que en el camino había de tres a cinco retenes. Cadereyta está en el mapa mental nacional con varios casos pero basta recordar: la explosión de la misma en 2010 con el saldo de un muerto y diez heridos, y el hallazgo de 49 cuerpos mutilados en la orilla de la autopista a Reynosa, Tamaulipas, que precisamente cruza este municipio. También, hay que decirlo, por la leyenda de que “Cadereyta es tierra de locos”. Y hay que agregar: tierra para la demanda de sexo servicio.

Mi visita sucedió cuando comenzaba la época más violenta entre narcos y soldados en las calles del estado. Debido a esto, el organismo cultural me ofreció una habitación de hotel por la semana que duraba el taller en la Casa de la Cultura de Cadereyta. Como sólo trabajaba por las mañanas, tuve las tardes y las noches para escribir. Aunque confieso que escribí poco. En realidad me movía más la curiosidad de saber qué sería ser alguien con preferencias sexuales distintas entre los habitantes que comúnmente llenaban la plaza principal al atardecer. No pensaba que los que se las veían difíciles eran los hombres empleados de Pemex.

Quizá los trabajadores de Pemex se cansan de jalársela y se han olvidado que “la gasolina es como sexo, el autoservicio es siempre más rápido, más fácil y más barato”.

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Desde tiempo atrás había escuchado las historias de encuentros en matorrales y descampados entre apuestos forajidos y locas busconas enamoradizas (trátese de hombres o de mujeres). De película, pensé antes de mi llegada. Sin embargo no siempre las fantasías sexuales pueden ser como se sueñan. Me hospedé en dos hoteles. El primero fue un motel ubicado lejos de la Casa de la Cultura pero que tenía el atractivo de estar rodeado de esa escenografía marciana donde en mis fantasías las locas del pueblo y los machos se daban amor. Pero no fue así. La primera noche, todavía muy temprano, escuché una serie de balazos y gritos. Se me bajó la calentura y me metí a la cama aterrorizado. Como un gatito que escucha quemar llanta a un automóvil.

Mi amiga estaba enterada de las orgías con petroleros porque ella, siendo una niña nice, había jugado a ser prostituta de altos vuelos. Cumplía con el perfil que en aquel momento se manejaba en Monterrey (desconozco si ahora sea el mismo, aunque supongo que nunca pasará de moda): estudiante de una universidad privada, foránea (lo cual habilitaba que estuviera disponible para laburar a cualquier hora), figura deseable (sobre todo si era completamente natural, sin cirugías) y políglota (ya que los clientes sobre todo eran extranjeros). No sé qué ha sido de ella, pero en aquel tiempo era una bomba porque hacía lo que fuera con tal de no aburrirse. Incluso irse a meter con petroleros a Cadereyta.

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El segundo lugar donde me hospedé fue un hotel de cadena en el que servían desayuno continental. Ahí, por las mañanas, conviví con los empleados foráneos de la refinería. Puros saludos cordiales, como burócrata. Yo era el único que desentonaba en aquel registro de uniformes de color caqui y cascos amarillos. Es sabido que los establecimientos de Pemex cuentan con una gran cantidad de empleados inmigrantes o foráneos. Muchos de éstos pasan temporadas de 15 días en altamar y cuentan con descansos cortos en tierra. Cadereyta ofrece una población de trabajadores a la refinería. Desde empleados de obra hasta ayudantes de limpieza. Así como otras fuentes de empleo que no podríamos encontrar en las nóminas de Pemex.

Supuestas imágenes de un video de fiesta de trabajadores de Pemex que contrataron una bailarina exótica.

La economía es un tema de análisis sexopolítico. Así como se decía que los marineros tienen un amor en cada puerto: los trabajadores que permanecen en un exilio temporal debido a su situación laboral, buscan el goce inmediato. En las noticias conocidas podemos encontrar desde las piezas absurdas hasta las terroríficas, como que mujeres intercambian sexo por gasolina, o mujeres que llegan con la idea de ser contratadas por Pemex pero que se vuelven prostitutas, o las casas de las muñecas del sexo en Salina Cruz, Oaxaca, o la incidencia de casos de VIH en las islas petroleras que existen en Campeche. En Cadereyta hay muchos moteles y hay gran contacto con Monterrey, donde la trata de blancas es cosa conocida en cantinas, tabledances y casas de citas, mejor conocidas como “salas de masajes”.

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Durante mi semana en Cadereyta tuve encuentros con dos hombres. En ninguno hubo contacto sexual. Ambos eran ingenieros de la refinería, estaban afincados en la ciudad, uno tenía esposa y se consideraba bisexual, y el otro era gay de clóset. Ninguno conocía las zonas de cruising pero sabían que sobre la carretera o la autopista siempre se podía conseguir algo: sordeado, sin pandereta. Ambos eran mayores de cuarenta y me habían mentido respecto a su edad. Nos conocimos por internet y yo buscaba contactar a alguien menor de veinticinco. Les pregunté sobre las fiestas orgiásticas y dijeron que no habían participado, tampoco haber escuchado antes sobre el tema. Aunque no eran feos, eran aburridos. Y, por dentro, sí le menté la madre a mi amiga por alimentar en mí falsas esperanzas de encuentros locos.

Como conté, era la época en que comenzaban los retenes sorprendentemente uno atrás de otro. Las calles se llenaban de soldados. Muchas veces uno sospechaba que eran zetas o sicarios, pero mejor se callaba el hocico y dejaba que lo revisaran. Cadereyta, como muchos municipios de México, se vio golpeado por el miedo. La señora de la limpieza en la Casa de la cultura me contó que se había quedado viuda y que al no poder mantener a sus hijos, a veces había recurrido a trabajos especiales. No indagué qué, pero por la forma en que lo dijo supongo que hablaba de intercambio de favores sexuales por dinero. Hay una máxima que dice que la “gasolina es como sexo”. ¿Qué pasará cuando haya 500 mil hombres más encerrados en refinerías e islas de petróleo por todo México? ¿Se seguirá despreciando la profesión más antigua del mundo, sin darle las prestaciones que se merecen? ¿La trata de personas seguirá impune? ¿No habrá que exigir una reforma sexopolítica a la moralina y las “buenas costumbres”?

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Porque los petroleros no sólo piensan en sexo, también escriben poemas que enloquecen

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@OscarDavidLopez

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