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Cultură

Por qué ‘Stranger Things’ es nostalgia ochentera de la buena

La serie toma influencias de la cultura de los años 80, donde abundaba la música de sintetizador, Calabozos y Dragones y películas que ahora son íconos.

Todas las fotos cortesía de Netflix.

Advertencia: Este artículo contiene spoilers moderados.

Los seres humanos habitan al menos tres mundos paralelos en el curso de su vida. Está la infancia, la adolescencia infernal y el territorio confuso de la edad adulta. El niño posee un sentido único de su entorno, y recibe señales de las películas y la televisión; los adolescentes imitan a sus semejantes; y el adulto improvisa con lo que queda de ambos, que es lo que llamamos nostalgia.

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A principios de la década de 1980, época en la que se sitúa la excelente y desesperadamente nostálgica serie de Netflix Stranger Things, los niños veían E.T. El extraterrestre; los adolescentes iban a ver La clave del éxito de Tom Cruise; y los adultos tenían la divertida película de terror Poltergeist. Todos vieron El retorno del Jedi. Estas influencias están plasmadas firmemente en la serie, en la cual habita un mundo de sombras en el que los personajes se pierden ocasionalmente, al igual que el Mundo de las Tinieblas de Zelda: A Link to the Past, o el Universo Espejo de Star Trek. Lo más importante es que la serie está llena de reconocibles tropos de los 80, como la música de sintetizador, Calabozos y Dragones, Winona Ryder, y ese zumbido que oculta un miedo latente, que parece algo salido de H. P. Lovecraft.

Siguiendo la gran tradición de Twin Peaks, Stranger Things utiliza un trauma central —en este caso la desaparición de Will Byers, de 12 años— para llegar al corazón de un barrio parroquial (un municipio ficticio en Indiana que, de manera intencional por parte de los directores/escritores, los hermanos Duffer, es la viva imagen de la ciudad natal paradisiaca de Jean Shepard en Historias de Navidad). Los niños, Mike, Dustin, y Lucas, está ansiosos de resolver el misterio, luego de vencer a los trogloditas y al temible príncipe de los demonios Demogorgon en su juego de rol, además de que poseen un vocabulario salido de Tolkien. En un inicio, los adolescentes forman parte del sistema habitual de castas de El club de los cinco (El extraño hermano de Will, amante de The Clash, Jonathan, como el rebelde/paria; la hermana de Mike, Nancy, como la ambiciosa estudiante; su novio/bully Steve como el icónico atleta y la torpe protohipster Barb, cuyo personaje ya ha creado una industria artesanal de devotos en internet).

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La nostalgia televisada es el futuro, y los años 80 son el blanco perfecto.

Mientras tanto, los adultos son un conjunto sombrío de crisis de la mediana edad. Ryder tiene un tono estridente permanente como la madre de Will, Joyce; un sheriff alcohólico llamado Jim Hopper encarna su papel de héroe de acción; el divertido profesor de ciencias, el señor Clarke, le enseña a los niños un curso intensivo sobre física teórica; y los actores Cara Buono y Ross Partridge sirven de relevo como la madre incondicional de tres hijos y el bastardo ex-esposo de Joyce, respectivamente. Los comodines incluyen a Eleven, una preadolescente psíquica que los niños encuentran en el bosque, un científico malvado interpretado por Matthew Modine (que interpreta al soldado raso Joker en Cara de guerra), y un monstruo horrible, con un cuerpo salido de la imaginación de H. R. Giger y un rostro de flor carnívora. Pero la verdadera estrella es la atmósfera, el follaje brumoso, las habitaciones con paneles de madera, y los cuartos de juegos, cariñosamente acentuados con canciones de la talla de The Bangles, Echo and the Bunnymen, Joy Division, Corey Hart, y un horroroso, pero perfectamente sincronizado cover de "Heroes", de Peter Gabriel.


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Los tropos de la época logran hacernos sentir cómodos, pero los detalles únicos de la serie son sublimes: Joyce construye una intrincada ouija hecha de luces de Navidad para comunicarse con Will —principalmente a través de la letra de "Should I Stay or Should I Go"— mientras está perdido en el universo de sombras; Steve y Nancy beben cervezas y consuman su amor mientras el monstruo arrastra a Barb hacia una alberca salida del catálogo de una tienda departamental; y Mike le muestra sus figuras de Star Wars a Eleven (Esa es la forma de impresionar a una chica, ¿cierto?).

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Los niños se llevan la serie prácticamente, lo cual es digno de destacar porque los niños de los años 80 son molestos, por regla general, pero los sabios nerdos de Stranger Things siguen el caso de la desaparición de Will, especialmente Dustin, cuya pubertad parece transcurrir ante nuestros ojos. Dustin llama al señor Clarke a las 10 PM de un sábado, cuando todos los profesores de ciencias están disfrutando La cosa de John Carpenter, para hacerle la pregunta inmortal "¿Por qué tienes cerrada esta puerta curiosa?"

Hay una buena razón para estar más del lado de los niños que de los adultos incrédulos en este caso: Reconocen el terreno sobrenatural porque han sido entrenados para ello, y nosotros también. Cuando Eleven se hace un cambio de imagen para aparentar que es una estudiante de secundaria, sabemos que ocurre porque E. T. lo hizo primero; cuando Nancy se enseña a sí misma a usar un bate de beisbol antes de una travesía para vencer a un monstruo en el universo paralelo, está relevando a otra Nancy, la arquetípica sobreviviente de Pesadilla en la calle del Infierno; y cuando Eleven usa su telequinesis para hacer que un bully se orine en sus pantalones, es la satisfacción de un deseo cumplido que hemos heredado de muchas películas, desde Lobo adolescente hasta Una pandilla alucinante: el sueño de tener un monstruo como amigo. La sorpresa más grande es la facilidad con que la ciudad se convence de existe una conspiración: el jefe Hopper retoma su jocosa pasión, como si estuviera esperando una razón para pegarle en la cara a los siniestros espías del gobierno, y sólo se necesita de una marca de nacimiento faltante para convencer a Joyce que el cadáver de su hijo Will es una farsa.

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En general, los héroes de la serie hacen lo que nosotros imaginamos que haríamos en las mismas circunstancias, y es difícil saber dónde está el atractivo de Stranger Things. ¿Son lecciones que hemos aprendido de nuestra propia década de 1980, o sólo la representación de dicha década? Probablemente no existe una sola persona que no haya visto al menos algunas de las películas —pienso en Alien (El regreso) o Volver al futuro— de las que toma prestado, y las piezas nostálgicas como American Psycho, Donnie Darko, o la más reciente Midnight Special han suplantado aún más nuestra memoria con una ficción consensuada que confirma nuestra idea de cómo lucía y sonaba aquella época.

La buena noticia es, entonces, que los fans de Stranger Things (y es casi imposible no convertirse en uno) pueden esperar más de lo mismo. La nostalgia televisada es el futuro, lo ha sido por lo menos desde que Mad Men mostrara que las caminatas enérgicas y fumar en interiores es algo fascinante, y los años 80 son el blanco perfecto. Los dramas de la Guerra Fría, como The Americans, y Halt and Catch Fire (sólo he visto los créditos de inicio, pero creo que sé de que va) son sólo la punta del iceberg. Pronto veremos temas como los videojuegos de 8 bits, el Reaganismo, las mujeres ejecutivas con hombreras, y la génesis de los videos musicales. En un momento crucial en el quinto episodio de Stranger Things, Steve invita a Nancy a ver una película, sólo para "fingir que todo es normal durante un par de horas". El presente es poco atractivo, por lo que el pasado de repente parece algo fácil de contemplar en comparación. El placer de disfrutar la serie viene con un cierto peligro, ya que nuestro paso hacia la nostalgia aún no concluye. La idea de un arte que aborda, incluso nominalmente, lo nocivo y lo inmediato, se convierte en algo casi impensable. Ahora todos usamos lentes oscuros en la noche.