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Te presento al nuevo presidente, el mismo de la vez pasada

Obama es sólo otro tipo como tantos otros que han pasado por la Casa Blanca, nadie que se acerque a Martin Luther King.

Hace cuatro años, si eras un columnista sentimental con una fecha de entrega, quizá te habrías visto tentado a mencionar la simetría entre lo cerca que estaba el Día de Martin Luther King de toma de poder de Obama. “El Sueño de King no se ha cumplido del todo, pero definitivamente estamos más cerca gracias a la imagen de Obama, un hombre negro, hijo de una mujer blanca, parado en el corazón de la capital estadunidense, tomando protesta como presidente de Estados Unidos”, podrías haber escrito, y más cosas sobre la misma línea hasta tener 750 palabras para poder tomarte el resto de la tarde libre.

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Y hace cuatro años, probablemente estaba bien sentirse conmovido por Obama. Pero resultó que no trajo con él una nueva época de liberalismo, tolerancia y bipartidismo a Estados Unidos (en retrospectiva, fue muy estúpido creer que lo haría), pero sus acciones como presidente no deberían restar fuerza al acto simbólico de un hombre negro llegando a la presidencia. Recuerdo la noche de la elección, cuando las calles de Brooklyn estaban inundadas de personas que gritaban, se abrazaban y chocaban sus manos, y por primera vez se sentía bien no pensar en el futuro con cinismo. Si no te prendía escuchar a Young Jeezy cantar: “Mi presidente es negro”, seguro eras una de esas personas que escribía en un blog: “¿Obama es el Nuevo Hitler? ¡No al control de armas socialista keniano de Obama, no en mi nombre!”

Si todavía sientes cariño y felicidad por nuestro presidente cuatro años después, entonces vives en un mundo muy diferente al mío. Obama estuvo políticamente restringido por todo tipo de circunstancias más allá de su control, y no estuvo particularmente determinado para cambiar a Estados Unidos de manera fundamental; en otras palabras, fue como todo presidente que ha llegado a la Casa Blanca. No puedes manejar un país tan grande, complicado y militarizado como Estados Unidos sin romper algunas barreras éticas y morales. Creo que vale la pena preguntarnos si se puede ser presidente de Estados Unidos en 2013 sin hacer al menos un par de cosas que podrían ser calificadas como malas, o al menos tener que elegir entre el menor de dos males. (¿Obama debe bombardear Siria y matar a miles de personas, o vivir sabiendo que las personas allá mueren todos los días y el tiene el poder para intervenir?) Es decir, alguien como Martin Luther King, Jr. nunca podría ser presidente.

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Cuando estaba en la escuela, estudiamos a MLK en los términos más ambiguos posibles. “I Have a Dream”, el boicot de los autobuses de Montgomery, su negativa a adoptar las estrategias violentas de Malcolm X y otros; era un santo con un enfoque suave, uno de esos Chicos Buenos de los que nos cuentan, como Abraham Lincoln o George Washington. Espero que eso cambie un poco, porque resumir a King como el güey de “I Have a Dream”, es ignorar su radicalismo, el cual lo habría metido en problemas incluso hoy. En algunos de sus últimos discursos es evidente que su visión iba más allá de acabar con la segregación. En “Más allá de Vietnam”, 4 de abril de 1967, habla en contra de la guerra más importante de su época, y cuando lees ese discurso hoy en día te preguntas qué habría pensado de la invasión a Afganistán, o de los ataques con drones que Obama ordena todo el tiempo, o de la prisión en Guantánamo que todavía no ha cerrado:

"Aquí está el verdadero sentido y valor de la compasión y la no violencia cuando nos ayuda a ver el punto de vista del enemigo, para escuchar sus preguntas, para conocer su valoración de nosotros mismos. Desde su punto de vista podemos ver las debilidades básicas de nuestra propia condición, y si estamos maduros, podemos aprender y crecer y beneficiarnos de la sabiduría de los hermanos llamado la oposición”.

Para un mejor ejemplo de las opiniones que serían denunciadas por muchos comentaristas hoy en día, hace falta leer “Hacia dónde vamos ahora”, un discurso que King dio el 16 de agosto de 1967, siete meses antes de su muerte. Ahí habla no sobre las formas más abiertas de discriminación, sino de la desigualdad económica:

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“La mitad de todos los negros viven en viviendas precarias. Y los negros tienen la mitad de los ingresos que los blancos… Hay dos veces más desempleados… En las escuelas primarias, lo negros van de uno a tres años más atrás que los blancos, y sus escuelas segregadas reciben mucho menos dinero por estudiante que las escuelas blancas. Un vigésima parte de los negros van a la universidad, en comparación con los blancos. De los negros con empleo, 75 por ciento tienen trabajos de poca importancia”.

Esos números han cambiado, pero el problema sigue igual: los negros, en promedio, siguen siendo más pobres y menos educados que los blancos. Y la solución propuesta por MLK también es conocida: “Debemos desarrollar un programa que lleve a la nación a un ingreso anual garantizado”. Entonces, igual que ahora, esa era una idea alarmante para muchas personas; a nadie sorprende que el FBI chantajeara y persiguiera a King hasta el día de su muerte.

Quizá no estés de acuerdo con el socialismo de King, pero su diagnóstico de la desigualdad económica y la guerra como los principales males que aquejan a Estados Unidos es innegable, así como su continua existencia. Que el presidente sea negro (mujer, homosexual, o incluso ateo) no revierte las injusticias contra las que King hablaba.

No escribo esto para reprocharle a Obama por no estar a la altura de los estándares de MLK, ya que alguien que siguiera las enseñanzas de King al pie de la letra nunca podría ser electo. Pero recordemos que Obama estuvo ayer en el escenario tomando protesta no sólo por los logros de aquellos idealistas que lucharon por lo derechos civiles en los sesenta, sino porque estuvo dispuesto a cambiar su idealismo por una política práctica y su elegibilidad. King tenía un sueño; Obama y el resto de nosotros estamos atrapados en la realidad.

@HCheadle