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Cultură

Trabajé en un reality en la tele y casi perdí mi alma

Todos los extraños y sórdidos secretos que aprendí en tres días trabajando como productor asociado en un reality sobre el despiadado y empelucado mundo del patinaje artístico.

Hace años trabajé en un reality show sobre un grupo de muchachas de pelo cardado que regentaban una escuela de patinaje. Todas tenían problemas con el alcohol, desórdenes mentales y novios en un grupo blanco de rap. Imagínate a tres Tonyas Harding en una misma habitación y te harás una idea. Para ti quizá suene como dulce y bella telebasura, pero para mí fue un trabajo que me permitió adentrarme en el estrafalario gulag que es la producción de realities. Rodamos el programa piloto en el transcurso de tres días infernales durante los que manipulamos a las protagonistas hasta que alcanzaron extremos cada vez más dramáticos. Lo que sigue es un relato del rodaje de ese programa piloto y del precio sorprendentemente elevado que hay que pagar por ser un famoso de tercera fila.

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Preproducción

"Tenemos que romperla", dijo Sarah* al pequeño ejército de productores que estábamos en formación frente a ella.

"Romper", en el lenguaje de nuestra showrunner, significaba manipular a uno de los protagonistas de un reality para que nos contara sus secretos más oscuros y así crear un vínculo artificial de confianza que más tarde podríamos explotar para sacar dichos oscuros secretos ante la cámara. Faltaban tres días para empezar a rodar y todavía teníamos que "romper" a nuestra estrella.

"Si no conseguimos a Stacy* no tendremos programa, esta chica es carne de reality".

Sarah no se equivocaba. Stacy era maravillosa, propensa a tener arranques violentos y tenía una agudeza mental que complementaba sus uñas de manicura francesa. También era una patinadora que casi llegó a competir en las Olimpiadas, pero su estilo musculoso y agresivo le impidió que el equipo estadounidense se fijara en ella. Seguir una carrera de atleta profesional siempre es una lotería, y el sueño olímpico de Stacy acabó siendo un billete de lotería sin premio. Pero años más tarde ahí estaba otra vez, con un boleto de rasca y gana en sus manos de manicura: un reality show. No había podido cumplir su sueño anterior, pero Stacy iba a hacer lo que fuera para asegurarse de que no pasaba lo mismo con este. Era infinitamente moldeable, sorprendentemente volátil y jodidamente divertida. En poco tiempo, Stacy se convirtió en una estrella: era nuestra propia Snooki sobre hielo.

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La línea argumental principal del piloto trataba sobre un conflicto entre Stacy y el padre de su hija de 2 años por algo relacionado con el bebé. Stacy se partía el culo para mantener a toda la familia regentando una escuela de patinaje sobre hielo con sus dos amigas, mientras que su marido Mark* trataba de hacer carrera como líder de una banda blanca de rap cuyo hype man era un tío disfrazado de gallina. No hace falta decir que el grupo de rap no había logrado ningún éxito hasta entonces, por lo que la responsabilidad de pagar las facturas recaía sobre los muy tonificados hombros de Stacy. Estaba agotada, quemada y harta de la situación.

A la cadena le pareció adecuado que este fuera el hilo argumental básico del programa piloto, pero creían que el equipo de producción debía "definir explícitamente las apuestas". Los ejecutivos de las cadenas de televisión tienden a suponer erróneamente que todo el mundo en Estados Unidos es tonto de baba y, con esto en mente, nuestros ejecutivos escribieron en el guión un "ultimátum" muy conciso que Stacy debía dar a su novio: "Tienes un año para conseguir triunfar como rapero o me largo y me llevo a nuestra hija conmigo".

Cuando repasamos lo grabado con Stacy, estuvo de acuerdo con todas las escenas excepto con esta; irónicamente, le parecía que la frase guionizada era demasiado real. Pero Sarah no aceptaba un "demasiado real" por respuesta.

Nuestros ejecutivos escribieron en el guión un 'ultimátum' muy conciso que Stacy debía dar a su novio: Tienes un año para conseguir triunfar como rapero o me largo y me llevo a nuestra hija conmigo.

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"Jonathan, me gustaría que hablaras tú con ella. Es posible que una voz nueva al teléfono sea de ayuda".

Sarah, por cierto, no era una persona malvada. De hecho era increíblemente amable, generosa y empática. Pero esta personalidad empática es lo que, paradójicamente, hacía que fuera tan buena manipulando a la gente, como requería su trabajo. Yo también soy extremadamente empático, de modo que pronto me convertí en confidente de nuestras protagonistas. Pero, a pesar de nuestras similitudes, Sarah y yo nos diferenciábamos en algo fundamental: ella era una showrunner de éxito, condicionada por las demandas de la industria y yo, por mi parte, era un productor asociado novato que todavía debía ajustar mi brújula ética al modus operandi de aquella escena tan nueva para mí. Pero tenía un trabajo que hacer y no disponía de tiempo para meditar sobre lo que era necesario hacer para conseguirlo.

Tras una hora al teléfono, conseguí que Stacy aceptara la escena. A aquello le siguió una pequeña celebración, pero todo lo que yo podía sentir era culpa. Con Stacy "rota", ya estábamos listos para ponernos a rodar.

Día Uno

El pelo era algo de vital importancia para aquellas mujeres, de modo que grabamos la primera escena en su terreno: la peluquería. Dado que los "personajes" de los realities con frecuencia se reducen a un rasgo particular, el objetivo aquí era simplificar las identidades de nuestras tres estrellas. Stacy era como nuestra Carrie Bradshaw de extrarradio, una mujer norteamericana del montón, salada y simpática. Monica* se describía a sí misma como una "puta", que llevaba pieles auténticas y joyas todos los días porque, "¿qué hay mejor que brillar y estar calentita?". Finalmente estaba Elena*, cuya inteligencia por debajo del nivel del mar generaba frases espantosas.

"¿Sabías que el zumo de piña te puede dar SIDA?", dijo Elena aquel día con auténtico miedo en la voz. "Yo he dejado de tomar vodka con piña".

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Aparte de la impactante ignorancia de Elena en materia de frutas tropicales y el sistema inmunitario humano, la escena de la peluquería resultó amena y divertida. Recogimos rápidamente y nos fuimos al abrevadero habitual de aquellas mujeres a rodar una escena en la que pelearían con sus novios raperos blancos.

"Tenemos programa" es una frase de celebración que se pronuncia después de haber rodado una toma salvaje y turbulenta que pueda servir como núcleo dramático de un episodio de reality. Aquella noche, mientras veíamos a nuestras estrellas estrechar lazos en su bar favorito, una cosa se hizo meridianamente clara: todavía no podíamos decir "tenemos programa".

"Que venga Monica", susurró Sarah en sus auriculares.

'Tenemos programa' es una frase de celebración que se pronuncia después de haber rodado una toma salvaje y turbulenta que pueda servir como núcleo dramático de un episodio.

Dejamos de rodar mientras Sarah llevaba a nuestra "puta" Monica aparte y le daba una charla de emergencia del rollo discurso para remover la mierda. Necesitábamos que Monica aguara la fiesta del rap y dijera a los chicos que su banda estaba destinada al fracaso. Monica se echó para atrás e insistió en que eso no es lo que ella pensaba en realidad. Su reticencia fue recibida con una sonrisa por parte de Sarah. Por supuesto que las amigas de Monica comprenderían que no era más que un poco de drama fingido para el programa.

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Con todas las protagonistas descendiendo a base de alcohol hacia el desmayo colectivo, Monica lanzó su ataque: "Ya han pasado diez años y no habéis conseguido nada. Dejadlo estar. Habéis perdido en el juego del rap".

Entonces se desató un infierno estimulado por el vodka con Red Bull. Los chicos empezaron a gritar a Monica, provocando estridentes respuestas por parte de Stacy y Elena. Mark empujó a Monica contra la maltrecha jukebox del bar. Miré hacia los encargados del local, estaba seguro de que alguien pararía aquello, pero en lugar de eso, la pelea se desplazó a la calle y las cámaras fueron detrás. Monica estalló en lágrimas cuando Mark empezó a escupirle insultos a la cara manchada de rímel. Como última defensa desesperada, Monica lanzó a Sarah a los leones.

"¡Yo ni siquiera quería decir toda esa mierda! ¡Sarah me obligó! ¡Es todo por el programa!", le gritaba Monica a Mark mientras este se marchaba cabreado.

Pero Mark siguió caminando. Daba igual quién lo hubiera dicho, lo que importaba es que era cierto: la banda probablemente jamás alcanzaría el éxito. Sarah conocía a los protagonistas como la palma de su mano y sabía qué desataría un arrebato de violencia. Habíamos conseguido lo que habíamos ido a buscar. La pelea se conservó en el montaje final, pero el momento en que Monica echaba la culpa a Sarah quedó en el suelo de la sala de montaje.

¡Yo ni siquiera quería decir toda esa mierda! ¡Sarah me obligó! ¡Es todo por el programa!

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Odiaba cada aspecto de este circo mierdoso de bajo presupuesto, pero cuando miraba alrededor y escudriñaba las mustias caras del resto del equipo me daba cuenta de que no estaba solo. Los realities son un lugar donde la gente hace escala en su camino hacia otro lugar. En este aspecto, el equipo de producción teníamos más en común con los protagonistas del programa de lo que nos habría gustado admitir: íbamos arrastrándonos juntos por las arenas movedizas de nuestras carreras, haciendo tiempo mientras nuestros sueños se hacían realidad. Muy pocos lo lograban, pero aquella noche me prometí a mí mismo que yo sería uno de ellos.

Mientras Monica lloriqueaba sentada en los escalones de cemento del bar, nuestro director se giró hacia mí con una sonrisa impregnada de cansancio y me dijo:

"Tenemos programa".

Día Dos

El apartamento de Stacy era claustrofóbico: solo tenía un dormitorio, que compartía con su marido, su hija de 2 años y un maléfico ser mitad perro mitad rata que no paraba de ladrar cuando llegaba el equipo. Stacy, que normalmente era insolente y echada para adelante, se mostró callada y compungida aquella mañana; parecía avergonzada de que fuéramos a rodar allí. El apartamento era una lupa que permitía ver la estresante dinámica de aquella familia. Stacy trabajaba sin cesar para financiar los sueños de rapero de su hombre, y aquel deprimente apartamento era la prueba de los apuros económicos que atravesaban como resultado de eso.

"Estoy harta de mantenerte. Tienes un año más para conseguir triunfar como rapero o me largo y me llevo a nuestra hija conmigo".

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Nuestro director indicaba esta línea a Stacy una y otra vez mientras ella y su marido ensayaban una pelea que habían tenido muchas veces antes. Dado que esta escena era tan importante para establecer "las apuestas", tal y como mantenía la cadena, nuestra showrunner obligó a la pareja a hacer numerosas tomas. Al principio, Stacy y Mark estaban de muy buen talante "actuando" para las cámaras, e incluso bromeaban entre las tomas Pero conforme nos adentramos en la segunda agotadora hora de rodaje, la energía cambió. Stacy y Mark ya no tenían que fingir. Después de todo, estaban peleando por problemas reales de su relación, así que no tardaron en cabrearse de verdad. Cuanto más enfadados estaban, más les apretábamos las tuercas. Era un extraño simulacro, en el que la situación ficticia que nosotros habíamos creado como productores se había vuelto real.

Cuanto más enfadados estaban, más les apretábamos las tuercas. Era un extraño simulacro, en el que la situación ficticia que nosotros habíamos creado como productores se había vuelto real.

"Entonces, ¿crees que tenemos alguna posibilidad de que nos den luz verde y rodemos más capítulos?".

Aquella fue la pregunta que me hizo Stacy con ojos somnolientos, su hija sobre el regazo, mientras recogíamos el equipo para marcharnos. Bajo toda aquella laca y ese falso bronceado, era una chica lista. Stacy sabía que este programa era una forma de escapar de su enmoquetado y opresivo apartamento de una habitación y de los problemas de la existencia de choni que llevaba. Haría lo que fuera, incluso si eso significaba explotar los momentos más dolorosos de su vida. Y yo no la culpaba, simplemente deseaba que encontrara una vía de escape más segura.

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"Creo que tenemos un metraje bastante bueno", le dije a pesar de que secretamente deseaba, por su bien, que no fuera cierto.

Día Tres

Nuestro último día de rodaje empezó con un viaje a la pista de hielo, donde nuestras tres estrellas realizaron un ejercicio coreografiado por Monica para un acto benéfico contra el cáncer de mama. Elena había diseñado los trajes: vestidos de mariposas y arcoíris que aleteaban de forma llamativa mientras patinaban al ritmo de Wind Beneath My Wings, de Bette Midler. Era un despliegue divino de basura y talento que capturaba la trágica ironía de sus carreras: las chicas tenían "algo", pero no lo suficiente.

Después de patinar, nos desplazamos hasta una sala de conciertos alquilada por producción para rodar la última escena. El plan era que el grupo de rap de los novios ofreciera un show increíble que recordara a las chicas el motivo por el que se rompían el culo por esos tíos. Con ayuda de algunos extras —no remunerados— y algunos ángulos de cámara bastante creativos, pudimos crear la ilusión de una multitud. El sonido de la banda era como si Eminem y los Beastie Boys hubieran montado una furiosa orgía a cuatro y después hubieran dado a luz a un hijo tonto.

Mientras observaba a las chicas emocionadas en primera fila, de pronto todo cobró sentido: todo el equipo existía justo al borde de un sueño hecho realidad. Todos estaban convencidos de que el programa les ayudaría a "tener éxito" en cada uno de sus campos particulares pero, en realidad, todo lo que podía hacer el programa por ellos era crear una falsa imagen de "éxito", el equivalente en pantalla plana a una fiesta en la que distorsionas la verdad para impresionar al tío que te quieres follar. No iban a conseguir "vivir el sueño", sino que se limitarían a proyectar la imagen de ese sueño. Desde luego, había una pequeña posibilidad de que los protagonistas alcanzaran cotas similares a los de Jersey Shore, pero incluso así, su éxito no se basaría en su talento para el patinaje sobre hielo o el rap, sino en su capacidad para ingerir alcohol y pelearse.

Todo el equipo existía justo al borde de un sueño hecho realidad. Estaban convencidos de que el programa les ayudaría a 'tener éxito'.

Sin embargo, nuestros protagonistas nunca experimentaron este dudoso éxito porque la cadena finalmente pasó del piloto. Yo en secreto estaba encantado y lo celebré dejando aquel puto trabajo.

Durante mi última semana en la oficina, Stacy se pasó a decir hola. Los productores más veteranos trataban desesperadamente de evitarla, así que se me asignó la tarea de entretener a nuestra estrella caída. Pero al final resultó que a Stacy no le iban mal las cosas. Su marido había empezado a trabajar como bombero, lo que permitió a la familia mudarse de aquella caja de cerillas que antes habían llamado hogar. Con los ingresos extra de Mark, Stacy pudo dejar de trabajar veinticuatro horas al día y empezar a pasar más tiempo con su hija. Parecía equilibrada, incluso feliz.

Después de ponerme al día, Stacy me reveló la auténtica razón de su visita: "¿Crees que hay alguna posibilidad de que el programa todavía salga en antena?"

"Lo siento, pero no", le dije.

Me dio las gracias por mi tiempo y la acompañé al ascensor. Cuando se cerraron las puertas, Stacy suspiró. No puedo estar seguro, pero me gustaría pensar que fue un suspiro de alivio. Al final, en su fracaso a la hora de encontrar el sueño americano, Stacy se había salvado de una pesadilla americana.

*Nota: los nombres son falsos