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Música

Un día en el festival NRMAL

Al final, ni me acordé de la pastilla que se me había atorado ni de los militares.

Antes de salir de mi casa me tomé una pastilla para el dolor de estómago. Ésta se me atoró en el esófago y me provocó náuseas, pero no logré vomitar; más bien, me hizo quedarme tirado en el piso esperando que la sensación de asco disminuyera y la pastilla se deslizara a mi estómago. Disculpen si por un momento pensaron que hablaría de drogas recreativas.

Así comenzó mi NRMAL.

En Constituyentes, vi un letrero que decía Deportivo EMP y pensé: ¿será? Después de todo, no hay una zona de deportivos así en el DF que le di chance. Mi sospecha se cumplió, era el Deportivo del Estado Mayor Presidencial, por lo que pensé que de ninguna manera el NRMAL sería aquí. Me sorprendí por segunda ocasión en menos de cinco minutos cuando los soldados de la entrada me dijeron que sí, que ahí era el festival. Sigo sin saber qué pensar de un festival, con todo lo que sucede dentro de éstos (no nos hagamos pendejos) ocurriera en instalaciones federales. Lo bueno es que no hubo incidentes, o por lo menos no vi en persona ni reportados desde entonces.

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Llegué cuando Rancho Shampoo estaban haciendo su onda nativo-americano y vi las primeras coronas de florecitas, estampas indelebles ya de estos eventos (nada más falta que así vayan al Aural…) En ciertos aspectos, todos los festivales son iguales o muy parecidos; son su propia especie y cada quién los toma como cuál. Mientras, Rancho Shampoo terminaron su set y di gracias al Gran Búfalo en el cielo porque cinco minutos más y seguro invocaban una lluvia.

Destroyer no tuvo grandes adornos, sólo Dan Bejar, su guitarra acústica y su catálogo de ya casi 20 años. El sentimiento llevó todo a través del campo y sus canciones se supieron parar al lado de cada uno de los espectadores; no faltó nada. En algún punto, Dan preguntó que cómo podían hacer un rave a las cuatro de la tarde (refiriéndose a System Error que se escuchaban desde el otro escenario) y él mismo concluyó que al parecer era posible. Terminando su set, en el escenario de al lado (nunca distinguí entre el escenario rojo y el azul… o ¿era negro?), se subieron los de No Zu que estaban vestidos como si fueran a hacer un tributo a Technotronic.

Me dirigí al escenario de NOISEY (shout out!) para ver a Trillones, representando a Static Discos y la avanzada de Mexicali que anda con todo. Su set manejaba muchos tipos de beats con capas de sintes muy chingonas, en un punto sonando como un chillwave reggaeton. Sentí que pudo soltar la rima a capella de “Juicy” de Notorious B.I.G. en un momento clave y hubiera encajado perfecto.

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Los Monjo cancelaron de último momento lo cual fue de las decepciones más grandes que tuve el fin de semana, y los reemplazaron Pumuky. No me acerqué al escenario por estar cotorreando con algunos cuates pero desde donde estaba el audio estaba muy mal. Por fortuna, lo corrigieron más adelante.

Al lado tocaron Merchandise los cuales ya había visto pero este día se me hicieron como una banda que pudo estar en The O.C., en una escena en el antro este The Bait Shop que manejaba el personaje de Olivia Wilde, todo indie buenaonda de esa época. Me desafané para ver a Bonequi en la “Carpa literaria” o como se llamara, que estaba al fondo de donde estaban los foodtrucks. Bonequi toca un set pequeño de batería, micrófonos de contacto y hace vocalizaciones, improvisa en espasmos que van desde atmósferas de ritmo y voz a explosiones sónicas de diferentes tamaños y densidades. Le pegó fuerte.

Acompañaba a unos compas camino a los baños que estaban cerca del escenario NOISEY, cuando pude escuchar un poco del set de Paul Marmota que en un punto me sonó como el beat de “Formas de amor” de Caló pero no me quedé a escuchar más.

Después de comprar unas sweet potato fries, fui a ver la lectura musicalizada de Yo Soy Constantinopla de Julio Martínez Ríos con la ayuda de Andrés Vargas “Ruzo” en la guitarra. Sin duda, el set más rocanrolero del fest; sacaron un cover (el poema “Esto y esto y esto” de Octavio Paz con el riff de “Paranoid Android”) y, para el final, tuvieron “cuetazos” para darle más énfasis a su última lectura. Lo que Julio leía sumado a lo teatral de la presentación y la intensidad de lo que se dio me marcó muy cabrón y se convirtió en uno de los highlights del fest para mí, algo que para nada esperaba. Cosas de festival…

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Escuchar drone en un escenario principal es una experiencia bien rara porque no hay una melodía ni ritmo que la gente diga: “¡No mames, qué verga es esta rola!”; son sonidos que se van desenvolviendo poco a poco y que generalmente experimentas en tus audífonos, y eso que algunos de mis amigos son los peores snobs de música que compran discos de Coil en eBay como la gente normal compra cigarros; nunca ponen un disco de drone en una fiesta. Pero allí están los Barn Owl y un puñado generoso de gente dejándose llevar por la masa continua de sonidos que van conjurando. Suave.

Si escuchar drone en un festival es raro, no se compara al espectáculo de ver a Wolf Eyes, la banda de noise más famosa del mundo, en la misma situación. Con los sonidos de Barn Owl te podías dejar ir, pero Wolf Eyes demandaban toda tu atención, su sonido aprovechando los poderosos subwoofers delante del escenario. Los tres integrantes se la pasaron alzando los puños, mateando y posando con toda la actitud. Con sus chalecos de mezclilla adornados con parches, Wolf Eyes fueron la banda más metalera del show, mientras el público se la pasó headbanguendo y gritando en éxtasis con su sludge de camión de basura a medio descomponer. Minutos después, vi a John Olson con una patineta, listo para subirse al halfpipe.

Durante el set de Wolf Eyes me di una escapada para ver a Extraños en el Tren quienes traen un concepto visual y sonoro interesante. El grupo improvisó algunos grooves mientras que cuatro proyectores de cintas de carrete se encargaban de dar atmósfera a la Carpa Literaria. De vuelta al escenario grande, Anika se dispuso a darnos una muestra de su onda post Nico con influencia de krautrock, acompañada por miembros de los Fancy Free y Robota, que gustó bastante al público. El baterista Bona, al terminar su set, preguntó al público si querían escuchar más y, con su aprobación, tocaron otra canción aunque al lado, Hidrogenesse se notaban bastante molestos por el gesto.

Kelela era de mis cartas fuertes y mostró por qué tiene todo para ser una estrella. Con ayuda de Total Freedom, ella le dio vida a temas de su mixtape Cut 4 Me que dejaron a todos los que la estábamos escuchando en la completa pendeja. Algunos bailaban pero la mayoría miraba al escenario con una sonrisota. Puntos extras por no ser diva y empujar sus propios monitores aunque se la mamaron los del staffal no ayudarla. Salí antes de que terminara porque quería ver lo último de Hidrogenesse pero habían terminado mucho antes que Kelela, así que regresé a presenciar el resto de su set.

Simeon Coxe es una leyenda y el anuncio de Silver Apples en nuestro país era un suceso grande para los fans de la música. La mayor parte de su setse escuchaba casi idéntico a sus dos discos clásicos de estudio. La gente se dejaba atrapar por los ritmos y algunos de plano bailaron en un rave primitive en el que los sintes no estaban hechos en una fábrica y menos salían de una computadora, pero lo mejor quedó para el final cuando soltó “Oscillations” en una versión emocionante, llena de picos y valles que reventó al final. Me hizo pensar que Daft Punk debieron llamar a Simeon para que se juntara con Nile Rodgers y Giorgio Moroder e hicieran algo chingón, pero mejor no.

Al final, ni me acordé de la pastilla que se me había atorado ni de los militares.