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Acampé con los defensores del humedal La Conejera (y nos corrieron a bolillo)

A pesar de haber sido agredidos por la policía, los ambientalistas que acampan en La Conejera no han sido desalojados. Este fue apenas el primero de varios rounds.

"Estamos aquí para defender La Conejera. ¡La madre! Nosotros aquí no vamos a dejar construir nada. Yo no voy a perder los seis meses de mi vida que he dedicado a defender este humedal", me dijo Sergio, uno de los jóvenes que andan acampando en el Humedal La Conejera, en el noroccidente de Bogotá, para impedir que se construya la octava etapa de la Hacienda El Fontanar, un proyecto de vivienda de interés social compuesto por 94 apartamentos repartidos en 5 torres que se adelanta en todo el límite sur oriental del humedal.

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Este martes 14 de abril, algunos representantes del campamento se vieron las caras por primera vez con los abogados de la Constructora Praga, la empresa que adelanta el proyecto. Se encontraron en una audiencia judicial en la que los ambientalistas rechazaron la propuesta de reubicar el 4% del proyecto que, según ha admitido la constructora, estaría ocupando el territorio del humedal. El pasado miércoles, el grupo, compuesto por unos 30 hombres y mujeres, tuvo su primer enfrentamiento con el Escuadrón Móvil Antidisturbios, tras el cual tres hombres del campamento fueron retenidos por la policía y dos mujeres quedaron heridas.

Todas las fotos por Andy VC

La pelea por urbanizar o conservar lo que queda del humedal La Conejera parece haber comenzado.

Conocí a Andrés y sus compañeros el día de la audiencia frente al Tribunal Superior de Cundinamarca. Cuando llegué, ya estaban todos reunidos frente al edificio. Eran unos diez y los acompañaba el profe Mauro, el único canoso del grupo. A cuentagotas, y en bicicleta, iban llegando más para unirse al plantón que habían citado frente al tribunal.

"¿Viene del campamento?", le pregunté a uno de los recién llegados.

"Claro papá, por eso el pelo me huele a leña".

Varios de los jóvenes ingresaron a la sala 13 del tribunal para presenciar la audiencia, mientras el resto esperaba afuera tocando tambores y elevando sus pancartas.

Los que entraron se veían confundidos, ansiosos e incómodos durante casi toda la audiencia. Soltaron una carcajada cuando Reinaldo Chavarro (quien es el abogado de la constructora y también de la Empresa de Acueducto de Bogotá) le pidió al magistrado encargado del caso que tuviera consideración "por los derechos de gente trabajadora como usted y como yo". Y resoplaron cuando Chavarro los acusó de estar recibiendo dinero a cambio de acampar frente al lugar de la obra.

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Esa misma noche fuimos con el fotógrafo Andy VC a visitar el campamento que desde hace seis meses ha impedido que se adelante el proyecto Hacienda Fontanar, que ha resonado por estos meses no solo por cuestiones ecológicas, sino porque entre los dueños del proyecto se encuentran familiares políticos del alcalde Gustavo Petro.

El campamento está ubicado en el Parque Hato Chico de la localidad de Suba justo frente a la sala de ventas del proyecto. Allí conocimos la huerta en la que los miembros del campamento han plantado acelga, papa criolla, cilantro, tabaco y lechuga, entre otras. Alrededor de la huerta, están las 12 carpas en las que duermen los manifestantes y frente a ellas una maloka improvisada con palos y plástico en la que se encuentran varios sofás viejos que algunos vecinos les han regalado.

"Esto comenzó a finales de septiembre del año pasado, cuando me vine para acá con mi carpa un domingo. Me puse frente a la entrada de la sala de ventas y ahí me quedaba hasta las 11 o 12 de la noche. En esa época sólo me acompañaban mi mamá y mi hermana". Me dijo Álvaro, un hombre de unos 30 años quien fue el pionero del campamento.

"Como yo nunca he sido muy amiguero, no sabía a quién más llamar entonces empecé a invitar a los muchachos que veía por ahí en el parque, pero los chinos no copiaban mucho. Hasta que un día le conté a Pablo qué era lo que estaba pasando, que querían construir aquí y que eso se iba a tirar el humedal. El man se fue y a las dos horas volvió con una carpa. El 4 de octubre instalamos el campamento como tal".

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"Uff yo acá he aprendido muchísimo", me dijo Pablo, quien es casi 10 años más joven que Álvaro, "Yo antes era barrista de Millos o, mejor dicho, soy, porque esa es una pasión que no muere. Lo que pasa es que estar aquí me ha hecho pensar que hay cosas mucho más importantes. Yo no quiero pasarme la vida celebrando los triunfos de los demás", me dijo Pablo, mientras preparaba un agua de panela para mantenerse caliente durante la guardia de esa noche, que en realidad no era su responsabilidad, pero la asumió porque los demás se habían hecho los locos con el turno.

Yo antes era barrista de Millos o, mejor dicho, soy, porque es una pasión que no muere. Pero estar aquí me ha hecho pensar que hay cosas mucho más importantes. Yo no quiero pasarme la vida celebrando los triunfos de los demás. -Pablo, activista ambiental

Álvaro es consciente de que de si no hubiera sido por una columna publicada a mediados de noviembre, en la que Daniel Coronel ponía en evidencia la presencia de familiares políticos del Alcalde Gustavo Petro en la junta directiva de la Constructora Praga, la defensa del humedal no sería una causa tan mediática:

"Acá estuvimos más de un mes sin que nadie nos parara bolas. Nosotros llamamos a todos los medios y ninguno vino. Solo un amigo que trabajaba en Javeriana Estéreo me hizo el favor de mencionarnos en un programa. Cuando salió lo de Petro, al otro día estaban acá los periodistas de todos los medios", me dijo Álvaro, quien en un momento se sintió desconcertado por el hecho de que un familiar de un alcalde que se dice "progresista" se lucrara de una obra que amenaza con afectar un humedal.

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A pesar de que Petro se ha declarado impedido en este caso, las actuaciones de sus funcionarios dejan mucho que pensar. El 24 de noviembre del año pasado, la Secretaria de Ambiente de la alcaldía afirmó: "Estamos 100% seguros de que la licencia para esta obra no invade la zanja del humedal". Sin embargo, hace un par de semanas, un juez determinó que el proyecto de la Constructora Praga sí invadía un 4% del humedal.

Óscar también tiene unos 30 años y vive en Suba desde 1992: "Yo todavía me acuerdo de venir acá de chino. Cuando uno salía de Suba uno tenía que caminar unos 30 minutos antes de llegar al humedal; aquí solo había un montón de árboles caídos y luego potreros y más potreros y después sí el humedal".

Hoy en día, basta con caminar unos diez metros para llegar de la urbanización Hato Chico, la más cercana al humedal (hasta ahora) al espejo de agua, que es el corazón ambiental de la Conejera. Esto a pesar de que el artículo 78 del decreto distrital 190 de 2004 consagró una franja de 30 metros alrededor del punto máximo de inundación del humedal, marcado con un jarillón o muro de contención de aguas, que debía ser "destinada principalmente al manejo hidráulico y la restauración ecológica".

El decreto también dice que después de los 30 metros de ronda hidráulica existe una segunda franja de terreno que debería ser "destinada principalmente a propiciar la adecuada transición de la ciudad construida a la estructura ecológica".

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Sin embargo, la licencia urbanística que autorizó a la Constructora Praga a edificar en este lote (que se encuentra menos de dos metros del punto máximo de inundación) fue otorgada a manera de regalo de navidad adelantado el 23 de diciembre de 2003, poco tiempo antes de expedirse el decreto que protegió la zona donde hoy se quiere construir (¿por qué será que las decisiones políticamente incorrectas abundan en Nochebuena?).

El abogado Camilo Araque, encargado por la Personería para emprender la acción popular contra la Constructora Praga, afirma que más allá del debate acerca de la legalidad de las licencias, éstas son ilegítimas pues van en contra del interés general de la comunidad. Eso es lo que busca demostrar en el proceso jurídico que acaba de comenzar y del cual la audiencia de este martes fue solo un pequeño abrebocas.

En la noche que pasamos en el campamento, todos hablaban acerca de la inspección ocular que la Alcaldía Local de Suba tenía programada para la mañana siguiente. La inspección era la respuesta a una querella interpuesta por la constructora, ya que, según ellos, el campamento está instalado en terrenos de su propiedad. "Mañana hay que levantarse temprano para que cuando lleguen a mirar esto esté todo limpiecito", decía Mónica una mujer de 20 años que lleva acampando el tiempo suficiente para haber sobrevivido varios aguaceros en su carpa. Otros se programaban para madrugar a cultivar papa en la huerta y otros para arreglar los huecos en el techo de la Maloka. Cuando llegó la medianoche, Pablo quién ese día usaba un saco y pantalones cortos nos dijo: "Están de buenas porque hoy está haciendo calorcito".

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Andrés (otro de los miembros del campamento) nos llevó a dar una vuelta por el humedal. "Podemos entrar hasta cierto punto porque más allá no conozco ni me conocen. Aquí adentro hay muchos cambuches que arman los chirretes". Caminamos unos diez minutos por un sendero, a nuestra derecha podíamos escuchar el canto de mil ranas, a la izquierda el flujo de un canal de aguas lluvias que atraviesa al humedal paralelo al espejo de agua.

De vuelta al campamento, Nahuel, un argentino barbado que viene viajando por tierra desde Buenos Aires y lleva aquí acampando varios meses, nos contó que un día llegaron al campamento varios tipos de pelo largo y vestidos negros. "Los tipos se acercaron y nos dijeron: este es un bosque maldito y está muy bueno que alguien lo esté defendiendo". "Aquí hemos escuchado muchas voces en la noche, a veces una risa de pura bruja que viene del humedal", complementó una de las mujeres del campamento mientras nos ofrecía una totumada de guarapo que ellos mismos preparan con cascaras de piña fermentadas. Nos quedamos un rato más en la Maloka, fumando porros y oyendo cha cha cha en un parlante alimentado con la batería de un celular. En esas nos dieron las tres de la madrugada.

El frío me despertó en la mañana de este miércoles 15 de abril, a las 7:00 a.m. Salí de la carpa y encontré a Mónica limpiando la Maloka. Poco a poco los miembros del campamento iban saliendo de sus carpas. Elías David, un costeño que había tenido que convencer a su madre de no comprar un apartamento en el proyecto contra el cual su hijo se estaba manifestando, caminaba por ahí en pantaloneta y ruana.

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Le pedimos a Mauro que nos acompañara a dar una vuelta por el humedal. Mauricio Castrillón Quiroga nació en la hacienda que ocupaba estos terrenos hace 60 años y probablemente sea una de las personas que mejor lo conoce. Primero nos llevó hasta un árbol desde el cual podíamos ver la obra y lo ridículamente cerca que está al jarillón que marca el punto máximo de inundación. Luego buscamos un sendero para entrar al humedal y conocer el espejo de agua.

Apenas habíamos dado un par de pasos por el sendero cuando escuchamos a los demás miembros del campamento gritando. En un momento de distracción, un camión ingresó a toda velocidad por una trocha que pasa al lado de las carpas, donde el ingeniero residente y sus obreros los esperaban con el cerramiento abierto. Rápidamente, los trabajadores volvieron a cerrar la polisombra tras el camión y se alistaban a descargar los materiales cuando varios de los activistas ingresaron a la obra por otro punto del cerramiento. Se dirigieron directo al camión y se montaron en la parte trasera para impedir la descarga de materiales. Eran las 8:50 y faltaban 10 minutos para que empezara la inspección ocular en el campamento.

Durante esos diez minutos, los miembros del campamento le reclamaron al ingeniero residente por tratar de ingresar materiales a una obra cuya licencia se encuentra suspendida, al menos de manera parcial y temporal. El ingeniero no prestó mayor cuidado a los reclamos y, en su lugar, se concentró en su celular por completo

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Luego apareció un funcionario de la Alcaldía Local de Suba vestido con una chaqueta blanca de Bogotá Humana… y detrás de él unos 20 miembros del ESMAD. Era hora de comenzar la inspección ocular.

También llegó al lugar de los hechos una mujer cincuentona quien actuaba como representante legal de la constructora para la diligencia. Los ánimos estaban calientes y las posiciones eran irreconciliables. Los del campamento exigían a la policía retirar el camión dado que la licencia de construcción se encontraba suspendida. La representante de la constructora le exigía a la autoridad retirar a los jóvenes que impedían la descarga camión, pues estaban invadiendo una construcción cuya licencia estaba suspendida parcialmente.

Según la constructora, la decisión del juez corresponde únicamente al 4% de la obra que se estaba desarrollando sobre el terreno del humedal. Ese 4% corresponde a cinco parqueaderos, un salón comunal y un BBQ que la constructora se ha comprometido con reubicar. Entre tanto, ellos afirman tener el derecho a adelantar obras en el otro 96% del lote.

Según Camilo Araque, el abogado de la Personería que representa a los ciudadanos, solo el hecho de tener que reubicar estos 238 metros cuadrados de instalaciones ya implica un nuevo diseño del proyecto y una nueva licencia que debe tramitarse desde ceros.

La calentura pudo más que la razón. Los del campamento accedieron a pedirle a sus compañeros que se bajaran del camión a cambio de que el ESMAD no interviniera en la diligencia. Al mismo tiempo la representante de la constructora llamó al comandante del escuadrón antimotines y conversaron un minuto apartados del tumulto. Al terminar la conversación, el policía se comunicó a través de un radio con sus hombres, que que lo esperaban a unos cinco metros de la entrada de la obra: "Que ingresen".

El escuadrón antimotines (que no incluía una sola mujer) entró a la obra y, por la fuerza, bajó a los tres hombres y dos mujeres que estaban en el camión. Todos recibieron golpes, descargas eléctricas y gases lacrimógenos. Los hombres fueron esposados y retenidos. A punta de escudo, balas de goma, patadas y bolillo los miembros del ESMAD fueron sacando a los del campamento de la construcción y los devolvieron hasta la Maloka.

Varios vecinos salieron a la calle para ver el enfrentamiento. "A mí me da como nervios ver eso, pero también me gustan los nervios", decía una señora que salió a vender empanadas. "¿Es que ustedes no tienen mamá? ¡Infelices!", le gritaba otra vecina a los miembros del ESMAD. "A esos chinos les están pagando por quedarse ahí", dijo un señor de bigote. Otra señora simplemente se colgó del codo de un policía mientras le imploraba: ¿Hasta cuando tendremos que aguantarnos a un grupo de muchachos todos enmarihuanados ensuciando el parque?

Tras la confrontación, todos volvimos al campamento (excepto los tres detenidos, quienes fueron liberados más tarde), los demás se sentaron en un círculo a tocar sus tambores y sus flautas. No han sido desalojados y el campamento permanece en su sitio. Parecen listos para quedarse acampando toda una vida, pero éste es el primero de muchos rounds. Ahora los abogados tienen 20 días para reunir sus pruebas y armar un caso. Araque tendrá que probar que la obra tiene un impacto ambiental negativo y Chavarro deberá desmentirlo. Contrario a lo que se decía hace unas semanas, cuando todo parecía solucionado y el proyecto Hacienda Fontanar un hecho, todo está por verse en el Humedal La Conejera.