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Viajes

El mundo en autoestop: De Pekín a Hong Kong

500 km. recorridos en la parte de atrás de una lechera de la policía china.

Los chinos son un poco racistas. Dependiendo de en qué lugar de la escala de grises caigas te pueden mirar con un desprecio nada disimulado o con la fascinación de una groupie. Pude experimentar el racismo más benévolo haciendo autoestop en cochazos mientras cruzaba China de Pekín a Hong Kong.

Me lancé al experimento sin idea alguna del éxito que tendría. “Autoestop en China” es una incógnita que devuelve 46 resultados en Google (“Quiero tener SIDA” da 630.000 páginas). No hablo mandarín, hay nula tradición de autoestop y no entienden el pulgar alzado. Si fuese negro o chino habría fracasado.

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Costó bastante salir de Pekín. Normal, ahí hay muchos laowai (extranjeros) y el kilo de solomillo de lechal cotiza a la baja. Por eso acabé atascado en un área de servicio durante la noche. La última vez que hice autoestop me partieron la cara, así que esta vez dormí en la garita del vigilante de seguridad. Me levanté delante de un desayuno enorme (grasientos churros chinos incluidos).

En Europa, Hitchwiki te dice dónde tienes que alzar el pulgar. En China tienes que sacar la cartografía para navegar 3 horas por infinitos suburbios hasta llegar al mejor enclave: el peaje que emboca con la autopista. El cerebro de los empleados hace explosión al ver a un guiri arrastrando una maleta por un polígono industrial. Luego se desviven por ayudar haciendo de embajadores.

A las afueras de Wuhan, alguien de mi cuerpo diplomático se acercó a un furgón de policía. Yo tenía nula fe, así que me mantuve al margen. La negociación fue larga. Los policías aceptaron, pero tan a regañadientes que me encerraron en la celda. Intenté todos mis trucos para trabar conversación, pero eran inmunes a mis encantos de blanco. Por lo menos ocupaba un furgón en el que habían metido tríadas enteras, no un vulgar coche patrulla para borrachos pesados.

Ver el mundo a través de unos barrotes me hizo pensar un poco como un criminal. Sentí el impulso de preparar mi defensa jurídica, de forzar la cerradura de mi celda, de intentar robar las llaves con mis cordones… Me conformé con sacarle una foto a un policía que se quedó dormido.

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Cinco horas de cautiverio me hicieron dudar de que me fuesen a liberar, pero después de 514 km. me soltaron.

Mi siguiente brote con las autoridades llegó en la región de picos brumosos que decora todos los restaurantes chinos. Los jefes del Departamento de Bomberos habían solicitado ‘extranjeros de compañía’ para una cena de postín. Querían reclutar guiris para “darle caché al departamento y hacerlo más internacional”. Contactaron con una amiga bien surtida de laowais y pasó a buscarnos un chófer. Le hice gracia al jefazo y me convertí en su “hermano pequeño”. Prometió encontrarme una esposa china y me alcoholizó sin límite (haciendo que brindase con cada uno de los 30 asistentes). La cena sólo sirvió para que todos fuésemos ebrios cómplices de una flagrante malversación de fondos públicos. Algo que me dicen que es lo más en China hoy en día.

Tras dos semanas, este sucio autoestopista llegó a Hong Kong habiendo pisado casi exclusivamente todoterrenos de lujo. A cambio de ser un escort extranjero, me invitaron a una docena de cenas, me lanzaron billetes para que me quedase en buenos hoteles, viajé 2.300 km. completamente gratis… Bendito racismo.

Fernando Souza dejó su trabajo en la tele para dar la vuelta al mundo haciendo autoestop. Más historias de la carretera en su blog (www.wondrlust.org). También nos explicó su experiencia haciendo autoestop en Rusia: El típico souvenir ruso.