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Historias Nocturnas

¡Qué chichotas!

Hay un dealer en una esquina y una prostituta en la otra. Ignoro al dealer y le hago una señal a la prostituta. Los dos se me acercan. La prostituta llega a mí primero y le ofrezco 15 dólares por unas fotos cerca de aquí.

Scot Sothern es un fotógrafo de Los Ángeles y un gran admirador de prostitutas. En las últimas dos décadas, Scot se ha acostado y/o fotografiado a una gran cantidad de sexo  servidoras. Sus fotos han estado exhibiéndose en galerías en Estados Unidos, Canadá y Europa. Las imágenes de Scot generan escandalo y te hacen querer saber más. Así que decidimos darle una columna a Scot para que nos explicara más acerca de sus fotos. La idea es simple: Elegimos una foto de los archivos de Scot y él nos explica exactamente qué chingados ocurrió cuando tomó la foto.  Bienvenido a “Historias nocturnas".

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En la esquina de la calle 6 y Gladys en el centro de Los Ángeles, hay un pequeño parque rodeado de una reja verde, que está cerrada a esta hora de la noche. Lo he visto de día y se ve bien. Está limpio y callado, con sombrillas, manteles de picnic y un arenero. Puedo ver las sombras de los vagabundos que se brincaron la reja por unas horas de descanso hasta que llegue el sol y lo arruine todo. Hay un dealer en una esquina y una prostituta en la otra. Ignoro al dealer y le hago una señal a la prostituta. Los dos se me acercan. La prostituta llega a mí primero y le ofrezco 15 dólares por unas fotos, cerca de aquí.

"Chichis", dice. "¿Quieres tomar fotos de mis pinches chichis?"

Le digo que sí, que es buena idea. “Súbete”, le digo y abro la puerta del copiloto. Camina por enfrente del coche para subirse y pasa a lado del dealer mientras éste se acerca hacia mí.

Me pregunta qué quiero, y se porta como si no necesitara una excusa para sacarme por la ventana y golpearme.

Le digo que ya tengo lo que quiero, que tenga buena noche y no pierda la fe. Endurezco la cara y hago una mueca, haciendo como si pudiera agarrarlo de las orejas y meterlo, para tumbarle los tres dientes que le quedan.

No se intimida. "¿Qué quieres?", me vuelve a preguntar. "No te hagas pendejo", el volumen de su voz aumentaba.

La puta se abrió paso hacia el asiento del pasajero. "Me quiere a mí, pinche pendejo", le dice. Y lo entiende, pero no creo que entienda cómo alguien puede pagar por ella y no por un buen pase. Se encoje de hombros y se regresa a su esquina. Subo el vidrio y giro a la derecha.

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Le pregunto a mi compañera si sabe de algún lugar privado para hacer nuestro arte. Me dijo que me fuera para allá. Apuntó con el dedo.

"Tengo unas pinches chichotas", me dijo. "Ahí, ahí, párate aquí".

No es un buen lugar; no era más privado que la esquina en la que empezamos y menos pintoresco.

"Sólo es una pared blanca", le dije. "Me gustaría un mejor fondo. Vamos a buscar un poco más. Conozco un lugar cerca de aquí".

Era demasiado tarde; ya había abierto su puerta y sus pies estaban en el pavimento. "Dame el dinero", me dice. "Órale, dame el dinero".

"Relájate, dame un minuto". Apago las luces y el coche, pongo el freno de mano y salgo del auto, con las llaves en el bolsillo. Hay un borracho muriéndose a tres postes de luz de donde estamos. Trato de de no verlo. Tengo 60 dólares en billetes de diez y de cinco enrollados en mi bolsillo. Intento, como acostumbro, a sacar tres billetes de cinco sin que parezca que traigo más. Ve el fajo y me dice que le dé otros cinco para dejarlo en 20 porque mira sus pinches chichotas. Me convence y le doy el dinero.

Se levanta la playera y me enseña sus senos. "Vamos, toma la pinche foto. Apúrate, no quiero estar aquí".

Tengo mi cámara, mi flash y mi bastón de acrílico que también sirve como el arma que espero nunca usar. La tengo que mover unos cuantos metros hacia un fondo más colorido.

"No, claro que no", me dice. "Toma tus pinches fotos aquí".

Trato de darle un empujoncito pero me acerco demasiado y me lanza una cachetada. "Está bien, está bien", le digo. "Sólo párate aquí". Logro colocarla junto a un poste. Me alejo, enfoco y le digo que me mire mientras tomo la foto. Me dice que ya estuvo y le digo que una más, pensando que tal vez debí quedarme con los últimos cinco dólares como incentivo. Se inclina, mira hacia ambos lados de la calle y tomo otra foto. Me imagino que el dinero en su bolsillo la está quemando y lo quiere usar para drogarse lo más rápido posible, pero de todas maneras me sorprende cuando se baja la playera y sale corriendo. La veo correr y presiono el botón de atrás de mi Nikon y veo las imágenes.