Reverenda Rhina Ramos foto de Cayce Clifford
Identidad

Estas pastoras están abriendo espacios para que los cristianos queer expresen su fe

Una nueva vanguardia de pastoras está luchando por la igualdad de la comunidad LGBTQ, haciendo frente a una iglesia que le ha restado poder a las mujeres y las personas queer por igual.

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

En una habitación con luz tenue y paneles de madera en la Iglesia Unida de Cristo de Plymouth en Oakland, California, la reverenda Rhina Ramos pide a todos los presentes en el Ministerio Latino, un ministerio hispanohablante incluyente con la comunidad LGBTQ, que se presenten y que especifiquen los pronombres de su preferencia. Junto a ella está sentada Charlotte, una mujer trans de voz suave originaria de Honduras que llegó en una caravana migrante a la frontera entre Estados Unidos y México la primavera pasada, y quien fue invitada a dar el sermón de la noche.

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Los asistentes se sientan en círculo, meditan y cantan himnos. Después de leer en voz alta un pasaje del Evangelio sobre la crucifixión, Ramos enfatiza la importancia de entenderla como un castigo por el mensaje de libertad y dignidad para todos que daba Jesús, el cual los líderes religiosos consideraban una amenaza. Ramos dice que la muerte de Jesús fue un acto subversivo, no de sumisión. Esto es crucial en el contexto de los derechos LGBTQ, ya que se ha apelado a una narrativa similar de sumisión para oprimir a estos grupos.

Charlotte da luego un sermón sobre la lectura. Jesús "nos muestra cómo se siente el amor que no tiene precio… que no discrimina", dice en español. “Dios no tiene género. Ve a la persona por la persona en sí, no por su identidad".

Ramos, la pastora fundadora del Ministerio Latino, es parte de una nueva vanguardia de pastoras que luchan por la igualdad de la comunidad LGBTQ en las principales iglesias protestantes. Muchos expertos en estudios religiosos dicen que tiene sentido que las mujeres emerjan como la vanguardia de este movimiento. De hecho, de cierta manera están combatiendo a las instituciones de la iglesia que históricamente le han otorgado el poder a los hombres heterosexuales, cisgénero y blancos, restándole poder a todos los demás (no solo a las mujeres, sino también a las personas de la comunidad LGBTQ).

Las mujeres, y especialmente las mujeres de color, en el liderazgo de la iglesia probablemente estén más atentas a la discriminación que enfrentan las personas de la comunidad LGBTQ y a los vínculos teológicos entre esta comunidad y la igualdad de género, dice Brandy Daniels, profesora de estudios religiosos en la Universidad de Virginia. Estos vínculos tienen sus raíces en un concepto conocido como complementariedad. Según esta visión, compartida por muchas denominaciones cristianas, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres son prueba de que Dios les ha asignado roles diferentes y complementarios: para que los hombres lideren y las mujeres los apoyen.

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"Las mismas justificaciones teológicas que se han utilizado para excluir a las mujeres son utilizadas para reproducir la heteronormatividad dentro de la iglesia", explica Daniels. La complementariedad es la razón por la que muchas denominaciones cristianas han ordenado históricamente solo a hombres y esperan que las mujeres se sometan a los hombres; también es la razón por la que no ordenan abiertamente a personas de la comunidad LGBTQ y permiten el matrimonio solo entre un hombre y una mujer.

Estas posturas "están arraigadas en la naturaleza de la sexualidad y en lo que debe ser la sexualidad ordenada", dice Elizabeth Bounds, profesora asociada de la Escuela Candler de Teología de la Universidad Emory.

La igualdad de género ha ayudado a pavimentar el camino para la igualdad de la comunidad LGBTQ al incitar a las personas a cuestionar estas normas sexuales, dice Daniels. "La deconstrucción del género amenaza todo el sistema de poder imperante".

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Ramos habla en la reunión del Ministerio Latino en la Iglesia Unida de Cristo de Plymouth en Oakland, California. Foto de Cayce Clifford.

Ramos, de 50 años, usa lentes morados de armazón grueso y tiene una gran sonrisa. Brilla con entusiasmo juvenil y ocasionalmente agita los puños con entusiasmo. Entre bocados de pupusa en un restaurante salvadoreño de Berkeley, me dice que le tomó años aprender a aceptar su identidad cristiana y queer.

Ramos es parte de un grupo creciente de cristianos que rechazan la narrativa dominante y conservadora según la cual deben elegir entre su fe y su sexualidad. Deborah Jian Lee, autora de Rescuing Jesus: How People of Color, Women, and Queer Christians are Reclaiming Evangelicalism, dice que esto ha jugado un papel clave en el surgimiento del liderazgo femenino en la defensa de la comunidad LGBTQ. Al rechazar esta narrativa, Ramos está ayudando a otros cristianos queer a hacer lo mismo.

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Criada como católica, Ramos luchó duro para reprimir su identidad queer. A los 14 años, cuando los coyotes la guiaron a ella, a su hermano y a su tía a través de la frontera entre Estados Unidos y México para que pudieran escapar de la guerra civil en su país natal, El Salvador, llegó a un acuerdo con Dios: "le prometí a Dios que sería más fiel si cruzábamos la frontera a salvo".

Ramos dice que ella y su familia terminaron en un refugio seguro en San Diego antes de reunirse con su madre, quien se había establecido en Long Island unos años antes. Fiel a su promesa, Ramos se reunió con un sacerdote católico local, pero luego comenzó a asistir a una iglesia bautista fundamentalista, pues se sintió atraída por sus enseñanzas más basadas en las Escrituras. Allí conoció a su esposo a los 16 años. Se casaron tres años después, pero Ramos continuó luchando con su sexualidad. Entonces, comenzó a ir donde un psicólogo que también era pastor metodista. Él la ayudó a darse cuenta, lentamente, de que su fe y su sexualidad podían coexistir.

Después de siete años de matrimonio, Ramos pidió el divorcio. Dice que cuando empezaron los rumores de que era queer la congregación empezó a ser distante con ella y que por eso abandonó su iglesia, pero ni una sola vez deseó abandonar su fe. "Crecí con una abuela muy católica y la historia de Jesús siempre me pareció muy hermosa", dice. "No me era posible verlo como algo que simplemente podía dejar atrás".

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Después de desempeñarse en derecho laboral durante cinco años, Ramos decidió volver a estudiar. Obtuvo el grado de maestría en Divinidad de la Escuela de Religión del Pacífico de Berkeley en 2003, y en 2012 fue ordenada como ministra en la Iglesia Unida de Cristo con la misión de iniciar el Ministerio Latino, la comunidad que ella misma necesitaba. Desde entonces, ha apoyado a los cristianos latinxs queer —algunos de los cuales han huido de la violencia anti-LGBTQ y están buscando asilo en Estados Unidos— en sus viajes para vivir su verdad; incluso ha bautizado a personas trans con sus nuevos nombres. También les brinda un espacio para que se recuperen de su agotador trabajo por la justicia social, y para que puedan vivir sus duelos en caso de tragedias como la masacre de Pulse. Recientemente, aceptó un puesto para ayudar a que las Iglesias Unidas de Cristo latinxs en Estados Unidos se abran a la comunidad LGBTQ y les den su apoyo.

Ramos dice que rara vez encuentra resistencia frente a su apoyo a las personas de la comunidad LGBTQ y esto quizás es porque vive cerca de San Francisco. Pero en febrero de este año, después de que un estudiante filmara una entrevista con ella sobre su historia de migración y la publicara en Facebook, un troll se metió a ver su perfil y respondió a sus publicaciones relacionadas con la comunidad LGBTQ con memes antiliberales, incluyendo un GIF de Trump construyendo el muro fronterizo. Después de soportar un día de acoso, lo bloqueó. Estaba "realmente asustada" por ella misma y por su esposa, y se preguntaba a qué otra información personal podría acceder el troll. Más que nada, se sintió frustrada, pero recordó que al final, "el mensaje es más grande que eso".

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Dejando de lado su propia identidad queer, Ramos dice que vivir como mujer en una cultura con roles de género rígidos es lo que pudo haberla hecho más propensa a abogar por las personas de la comunidad LGBTQ, quienes tampoco se ajustan a esos roles.

Las identidades entrelazadas de Ramos ayudan a los latinxs queer del Ministerio a aceptar las suyas propias. Aldo Gallardo, un organizador de la comunidad trans criado por padres evangélicos y católicos, se convirtió en ateo en la universidad al no encontrar la manera de que su cristianismo y su identidad de género pudieran coexistir, hasta que Ramos lo invitó a una reunión del Ministerio en 2014. "Rhina, que encarna diferentes identidades, dio pie a que las personas pudieran explorar su fe", dice.

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El temor de que su identidad queer le generara un sufrimiento eterno llevó a la reverenda Kyndra Frazier casi al suicidio. Ahora es consejera de personas que enfrentan problemas similares. Foto de Elizabeth Renstrom.

Al igual que a Ramos, a la reverenda Kyndra Frazier, de 37 años, le llevó años rechazar la narrativa de que tenía que elegir entre su identidad queer y su fe. A lo largo de su adolescencia, también luchó contra la narrativa que etiqueta a las personas queer como despreciables y malvadas, ya que están fuera de la norma cisgénero y heterosexual de lo que la iglesia considera una sexualidad "ordenada". De hecho, en las comunidades cristianas conservadoras en especial, la sexualidad de las mujeres y las personas de la comunidad LGBTQ "suele ser vista como una amenaza y como algo que debe ser controlado", dice Lee. A los cristianos queer por lo regular se les dice: "Tienes que ser célibe, y si no puedes logarlo, entonces eres malo", explica. "Hay algo dentro de ti que es pecaminoso".

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Frazier se abrió a compartir su lucha para combatir esta narrativa con los congregantes de la Primera Iglesia Bautista Corintia en Harlem cuando les reveló su identidad sexual en 2016, durante su primer sermón. Poco después de subir al púlpito, comenzó a sollozar.

"Es un regalo estar aquí presente con todos ustedes", dijo, entre lágrimas. "Hubo un tiempo en que el suicidio parecía la mejor opción, pues no podía imaginar ser abiertamente homosexual y una pastora religiosa".

Cálida y sincera, Frazier me cuenta sobre cómo fue crecer en la Iglesia de Dios en Carolina del Norte y cómo, cuando tenía 12 años, sus padres escucharon la grabación de la máquina contestadora de una conversación entre ella y una chica con la que estaba saliendo. Le dijeron que lo que estaba haciendo era un pecado.

A inicios de sus veintes, Frazier se mudó a Atlanta, donde comenzó a asistir a otro templo de la Iglesia de Dios. Aun en contra de las enseñanzas de la iglesia, el pastor le dijo que su identidad queer estaba bien siempre y cuando Dios le hubiera dicho que estaba bien. Según Frazier, Dios le dijo que lo estaba: "Fue una experiencia poderosa", dice.

En Atlanta, Frazier estudió teología y fue ordenada en una iglesia bautista cercana. Después de hacer trabajo social en la Universidad de Columbia, el pastor ejecutivo de la Primera Iglesia Bautista Corintia, Michael A. Walrond Jr., le pidió que dirigiera su Centro de Sanación con Propósito y Evolución (HOPE), el cual brinda servicios gratuitos de salud mental adecuados a las necesidades de las comunidades de color. Él y su congregación han acogido a Frazier, y los congregantes queer como Jae, cuyo apellido se ha omitido para proteger su identidad, se reconocen en ella. Ver a una mujer negra abiertamente queer como Frazier parada frente a la congregación, dice Jae, es algo "muy empoderador".

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Los congregantes de la Primera Iglesia Bautista Corintia han acogido felizmente a Frazier, pues muchos de ellos dicen que se identifican con ella. Foto de Elizabeth Renstrom.

Encontrar esa aceptación no ha sido fácil. Después del rechazo inicial de sus propios padres a su identidad, fue expulsada de la casa donde se quedaba mientras hacía su práctica en una iglesia bautista en Brasil. Su tía decidió a última hora que no quería participar en su ordenación, a pesar de haberse comprometido a hacerlo, y su abuela una vez le dijo que "sería lo mismo estar con un perro".

Luchar por la igualdad de la comunidad LGBTQ resuena con las experiencias de Frazier como queer y como negra. En la iglesia predominantemente blanca en el área de Atlanta donde fue ordenada, a veces se sentía invisible. Pero a diferencia de Ramos, rara vez se ha sentido marginada debido a su género. De hecho, creció viendo a mujeres en el púlpito. Ella le da el crédito a Audre Lorde, Nikki Giovanni y otras pioneras del mujerismo (un marco teológico que busca liberar y empoderar a las mujeres negras), por haber creado un espacio para que ella pueda ser una líder.

En el Centro HOPE, Frazier es consejera de las personas que luchan contra el síndrome de trauma religioso, un daño psicológico infligido por las estrictas religiones autoritarias. Al crecer, Frazier experimentó un trauma religioso en la forma de miedo intenso a sufrir la condena eterna por su identidad queer, lo cual casi la lleva al suicidio. De hecho, los estudios muestran que los jóvenes de la comunidad LGBTQ tienen muchas más probabilidades de intentar suicidarse que aquellos que no se identifican con esa comunidad.

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"Quiero que ellos y nosotros sepamos que hay vida más allá de la voz que dice que eres una abominación", dice.

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Los miembros queer de la Iglesia Metodista Unida y sus aliados llevan mucho tiempo luchando por la completa aceptación de la comunidad LGBTQ en la iglesia, la cual prohibe la uniones entre personas del mismo sexo. Foto de Elizabeth Renstrom.

La primera vez que una pareja de la comunidad LGBTQ le pidió a Vicki Flippin que los casara en la Iglesia Metodista Unida, ella dijo que no. La Iglesia Metodista Unida prohíbe las uniones entre personas del mismo sexo y los clérigos no las pueden oficiar. Como muchas denominaciones religiosas, la Iglesia Metodista Unida define el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Afirma "rechazar las normas sociales que suponen estándares diferentes para las mujeres y los hombres dentro del matrimonio"; sin embargo, su definición de matrimonio está profundamente arraigada en la complementariedad. Aunque Flippin estaba en desacuerdo con la postura de la iglesia, como seminarista de primer año en la Escuela de Divinidad de Yale (un programa teológico de posgrado) le habían aconsejado que no hiciera nada para poner en peligro su ordenación.

Pero ella se sentía terrible. "Sabía que no podría ser parte de esta denominación a menos que trabajara activamente para cambiar las leyes y la postura de la iglesia", dice Flippin, de 36 años, quien ahora es pastora en la Iglesia Metodista Unida de First y Summerfield, en New Haven, Connecticut, cerca de donde vive con su esposo e hija.

Criada por una misionera metodista estadounidense blanca y un veterano de guerra chino, Flippin no encaja en el molde de una aguerrida activista. Aya Yabe, líder de un grupo con sede en Nueva York que trabaja con padres de las islas de Asia y el Pacífico con miembros de familia pertenecientes a la comunidad LGBTQ, la compara con "el aire o el agua", pues "ella siempre tiene energía… No solo habla. Hace cosas".

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Flippin predicó con el ejemplo en 2016, cuando la Conferencia General, el máximo órgano de gobierno de la Iglesia Metodista Unida, la invitó, como representante de su comunidad, a dar el discurso de bienvenida en su reunión cuatrienal para establecer las políticas de la iglesia. Como pastora asociada de la Iglesia de West Village en Manhattan, una congregación con un número significativo de miembros queer, quiso incluir una bienvenida explícita a los congregantes de la comunidad LGBTQ. Cuando le dijeron que omitiera esa bienvenida, se negó, lo que llevó a que fuera eliminada del servicio de adoración de apertura. Luego, en febrero de este año, después de que una sesión especial de la Conferencia General ratificara la prohibición de la Iglesia Metodista Unida de las ordenaciones y matrimonios de personas de la comunidad LGBTQ, ella ayudó a abrir las puertas del lugar para permitir la entrada a los que protestaban afuera.

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La reverenda Vicki Flippin, pastora de la Iglesia Metodista Unida de First y Summerfield, en New Haven, Connecticut, se ha opuesto abiertamente y en múltiples ocasiones a la postura anti LGBTQ de los líderes de la iglesia. Foto de Elizabeth Renstrom.

Como pastora multirracial y progresista, Flippin puede empatizar, hasta cierto punto, con el rechazo que la gente abiertamente queer experimenta. "Todos los días tengo que ser valiente y no darle importancia a lo que piensa la gente", dice. "Hasta que la gente se acostumbre a ti y a la idea de ti, solo tienes que avanzar y encontrar tu confianza interior".

Daniels, la profesora de estudios religiosos de la Universidad de Virginia, y sus colegas con ideas afines esperan que estos y otros esfuerzos en defensa de la comunidad LGBTQ liderados por mujeres crezcan, y que esto refleje una creciente aceptación de las personas queer en Estados Unidos, incluso entre los cristianos. Y dado que el número de los adeptos a la iglesia ha caído un 20 por ciento en las últimas dos décadas, es posible que las iglesias necesiten aceptar a la comunidad LGBTQ para sobrevivir. "El cristianismo perderá su relevancia mundial si no reconoce la relación entre el Evangelio y los diversos movimientos sociales", dice Linn Tonstad, profesora asociada de la Escuela de Divinidad de Yale.

La resistencia de la Iglesia Metodista Unida y otras iglesias a aceptar plenamente a las personas de la comunidad LGBTQ también puede reflejar una lucha por reconocer la relación entre el Evangelio y la diversidad de la existencia humana. Los jóvenes de la comunidad LGBTQ a menudo escuchan de sus iglesias: "simplemente no seas gay, y si lo eres, no nos lo cuentes, porque no queremos enfrentarlo", dice Flippin. Sin embargo, según Frazier los millennials anhelan la autenticidad "para explorar toda la gama de posibilidades en su existencia", lo cual podría ayudar a explicar las dificultades que enfrentan las iglesias para atraerlos y retenerlos.

El resultado de la lucha de Frazier y otras pastoras por la igualdad de la comunidad LGBTQ aún está por verse, pero por ahora, ofrece una alternativa al cristianismo que por lo regular ha lastimado a las mujeres, la comunidad LGBTQ y otras personas marginadas; una alternativa que crea un espacio para la difícil complejidad que implica ser uno mismo, en lugar de rechazarla.