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21 días de terror en México

La editora de VICE Rumania entrevistó a Mircea Topoleanu, el fotógrafo encarcelado injustamente el 1º de diciembre en la Ciudad de México, durante la toma de poder de Peña Nieto.
Ioana Moldoveanu
Bucharest, RO

Mircea celebra su libertad en Bucarest (foto por Ana Libra).

_Seguramente recuerdan a Mircea Topoleanu, el fotógrafo rumano que colaboraba con nosotros y que fue _arrestado en la Ciudad de México, cuando 15 mil personas protestaban por la toma de poder de Peña Nieto. Ahora está de regreso en casa, más alegre que nunca. La editora de Vice Rumania se lo encontró en la víspera de año nuevo en un bar de Bucarest y luego lo entrevistó.

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VICE: Hola, Mircea, me da gusto que estés de regreso. ¿Qué rayos hacías en las protestas?

Después de desperdiciar mi tiempo trabajando en intervalos cortos por mucho dinero y pasar el resto de mi tiempo en la playa, conseguí un nuevo trabajo haciendo las ilustraciones de un libro para niños con un tipo que trabajaba en Reforma. Así fue como me llegó la idea de ir a las protestas y tomar fotos para el periódico. Cuando me arrestaron, me ayudaron, pero no podían decir toda la verdad: que la policía me había robado la cámara. Dijeron que había sido confiscada. Un chavo que trabajaba ahí me dijo: “Quiero decir que te la robaron, pero el dueño del periódico me dijo que si lo hago, me va a despedir y se va a encargar de que no vuelva a trabajar en la prensa mexicana”. Todo era político.

¿Cómo era el clima político cuando te arrestaron?
Los manifestantes creían que las elecciones habían estado arregladas, así que enviaron a la policía para detenerlos. Pero el tipo compró los malditos votos; le dio a la gente tarjetas especiales con mil pesos, una cuarta parte del salario de un mexicano, que podían usar para ir al supermercado. La ley no lo prohíbe.

Arrestaron a unas 80 personas. Muchos no habían hecho nada más que salir de sus casas para hacer algo. ¿Cómo te levantaron a ti?
Al principio sólo arrestaban a los fotógrafos y la gente con cámaras. Me di cuenta de que había algo mal cuando, después de dos horas de ver a la policía sentada sin hacer nada a 200 metros de distancia, comenzaron acercarse. Una mujer trató de impedirles el paso. Un güey fue por ella con su cámara de video y la policía comenzó a golpearlo. Después me acerqué yo, para decirle a la chica que se fuera de ahí. Mientras ella se alejaba un grupo de policías me levantó del piso, otro tomó mi cámara y salió corriendo, y el resto comenzaron a golpearme como salvajes. Tenía la cabeza y la espalda llena de heridas y moretones. Me metieron en una camioneta con otros dos policías y dos güeyes a los que torturaron durante 20 minutos con choques eléctricos junto a mí. Les decían: “Agacha la cabeza, ¡quién chingados te crees que eres para verme!” Me cagué pensando que me iban a torturar también, pero sólo me golpearon en el riñón, para no dejar marcas. Creo que me salvó el hecho de ser rumano. Se reían de mí: “¿Qué chingados haces aquí? No te preocupes, te vamos a mandar a tu casa”.

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¿Qué pasó cuando llegaste a la estación?
Catearon a los manifestantes detenidos, 60 hombres y 20 mujeres: sacaron la película de nuestras cámaras y confiscaron todos los teléfonos con cámara. Nos metieron a todos en una habitación de un metro cuadrado con un hoyo en el piso para hacer del baño. Nos daban dos sándwiches de carne procesada y un litro de agua al día. Dormíamos en el piso, unos encima de otros, sin cobijas. Había chavos asustados que no tenían idea por qué estaban ahí, estudiantes, músicos, un maestro de gimnasio y un chavo que se excedió un poco, porque estaba un poco loco. Nuestros parientes fueron a visitarnos, pero no les permitían vernos. Seguíamos dando declaraciones, esperando que nos soltaran. Estábamos en shock. Se negaban a llamar a un intérprete y yo me negaba a firmar un papel. Decían que habían contactado a la embajada de Rumania, pero lo único que yo veía era un fax del embajador Ana Voicu que decía que, en efecto, yo era un ciudadano rumano.

Una carta contrabandeada fuera de la prisión a través del programa de visitas.

Dos días después, en lugar de soltarte, te llevaron a prisión.
Sin decirnos a dónde nos llevaban, unos hombres encapuchados llegaron, nos formaron y nos subieron a unas camionetas. Terminamos frente a una pared de 50 metros; hicieron que nos desvistiéramos y nos sentáramos con las manos contra la pared. Los hombres enmascarados no dejaban de gritar: “¡Dejen de temblar, putas!”, “¿Tienen frío? ¡Pronto van a temblar de miedo!”, “Sin dolor no hay prisión, ¿cierto?” y no dejaban de golpearnos. Uno de los prisioneros dijo: “Mierda, es el Reclusorio Norte, estamos jodidos”. Es una de las peores prisiones en México, con 20 mil reos. Después de diez minutos nos llevaron ropa nueva, sólo nos dejaron conservar nuestros zapatos, se llevaron nuestras agujetas y calcetines para que no nos colgáramos.

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¿Cómo era ahí adentro?
En los primeros diez minutos me pegó, estaba en una prisión sangrienta y esto iba a ser horrible. Después de eso todo era miedo, miedo y miedo. Es horrible ver esa mirada en los ojos de un prisionero cuando te dice: “Dios, cómo te cogería”. O cuando otro te dice: “Cuando estés listo, voy a tomar tus zapatos, tengo algo lindo que darte por ellos”. Había ocho de nosotros en una celda de tres metros cuadrados. Sólo había dos cobijas por persona, a pesar de que estábamos a cinco grados por las noches y la celda tenía una pared de barrotes que daba al patio interior. Era como estar sentado afuera. Nos daban frijoles y arroz dos veces al día y teníamos una regadera de agua fría y un escusado, esta vez con asiento, pero todo mundo te podía ver.

¿Había alguna manera de hacer tu vida ahí más fácil?
Junto a nosotros había un edificio con dealers que traían jeans y ropa normal y tenían unos mariachis que les cantaban. La prisión era como un negocio. Podías comprar pistolas, drogas, carne, comida, agua, cigarros. El agua del lavabo sabía horrible. Era un poco más caro que en el exterior, pero no mucho. Un guardia nos preguntó: “¿Quieren rentar una tele para ver la pelea?” Era como un supermercado, sólo que estabas encerrado.

¿Los guardias siempre eran violentos?
Después de dos días algunos senadores del nuevo gobierno pidieron que se nos tratara como prisioneros políticos y que fuéramos separados de los criminales de verdad. Esto hizo que los guardias nos trataran como prisioneros, pero ya no nos golpeaban, dejaron de decirnos putas y nos dejaban salir al patio de la prisión durante 40 minutos al día. En teoría teníamos derecho a tener visitantes, pero en mi caso fueron a verme cuatro veces y sólo los dejaron entrar una. Una vez cada tres horas, ya fuera de noche o de día, hacían rondas, tenías que saltar de la cama y pararte derecho. Esto y la paranoia nos tenían jodidos todos los días: nos daba miedo que nos encerraran para siempre, que nos metieran con los otros reos, que hubiera micrófonos en los focos.

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¿Quiénes eran tus compañeros de celda?
Un pianista al que arrestaron saliendo de una tienda después de comprar una cuerdas. Un maestro de un gimnasio y un hombre que vendía cigarros sueltos, chicles y chocolates en un semáforo. Un chiapaneco. Un grafitero que también bailaba hip-hop freestyle, tenía un hijo, nos cantaba. Logramos sacar sus letras y dibujos de la prisión con las personas que nos visitaban.

¿Cómo estuvieron los juicios?
Todo ocurrió en prisión. Una vez cada dos días nos llevaban al sótano, donde nos formaban contra la pared, dábamos declaraciones o sólo esperábamos 12 horas sin poder ir al baño. Meábamos en las esquinas de la habitación y dormíamos en el piso sin cobijas. Sólo había 90 abogados y tenías cinco minutos para hablar con el tuyo. Hubo un momento lindo en el que los hombres le echaban porras a las mujeres detenidas, a las que sólo veíamos en el sótano. Lloraban como locas. El juicio era en otra habitación, a la que no teníamos acceso. Sólo entrábamos a una habitación con una ventana a través de la cual le respondíamos al juez o nuestro abogado.

El documento oficial que dice que Mircea es inocente.

¿No han escuchado de “inocente hasta que se demuestre lo contrario”?
No, en ese país tienes que demostrar tu inocencia. Es un país donde la ley está hecha por aquellos que trabajan con ella. Por ejemplo, la juez se molestó cuando le dije que era ateo. Tenía que ser cristiano. Había una chica ahí de la que leí en un periódico: ella era la líder ideológica de todo el movimiento de protesta, porque había hecho un documental sobre el partido en el gobierno. Me quedaba claro que todos los arrestos habían sido políticos, que lo que yo hacía ahí no importaba y que todos estábamos ahí para demostrar un punto. Eventualmente, sólo 14 chavos y el director de cine permanecieron encerrados. Los soltaron dos semanas después con multas tan grandes que no podrían pagarlas.

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Aunque la ley establece que después de tu liberación puedes permanecer en México tras pagar tu multa, a ti te enviaron a un centro de migración.
Me pude haber quedado, pero tenía que permanecer en el centro durante 90 días. No quería. Estaba encadenado y me llevaron en auto en completa oscuridad. Casi me cago del miedo una vez más. Había muchas pandillas: africanos, chinos, indios, nepalíes, venezolanos, guatemaltecos y hondureños. Podía sentir las tensiones entre las pandillas, todos eran mafiosos haciendo negocios y jugando dados y póker por dinero. Me daba miedo estar demasiado expuesto y que cualquiera me pudiera hacer algo.

¿Qué hiciste?
Era el único hombre blanco y alto, así que fui a hablar con el único estadunidense que estaba leyendo un libro y que estaba completamente loco. Me gritó: “¿Sabes por qué estoy aquí? ¡Porque ya no tengo mis lentes!” Después apuñalaron a un güey con un cepillo de dientes afilado por violar a una niña de 13 años. Viví ahí durante once días con un cubano y un colombiano que me dieron ropa, me dijeron con quién no meterme y dónde dormir. También leí muchas malas novelas de misterio.

¿Cómo se involucraron las autoridades rumanas?
Nadie me contactó durante 20 días en detención. La embajada de Rumania en México sólo tiene tres empleados: la embajadora, su hermano y el cónsul, que era su esposo. Este último vino unas cuatro veces, sin autoridad alguna y con una humilde actitud rumana, cómo: “¿Cuándo estarán listos para dejarlo ir? …si es que lo pueden dejar ir claro”. Después del segundo día en el centro de migración lo busqué y le pedí que contactara a mi hermana y le dijera que me consiguiera un pasaporte para poder comprar un boleto de avión. Me dijo: “La llamaremos esta tarde”. “Creo que deberían contactarla ahora, estoy detenido en un centro de migración, no en un restaurante”, le dije. Me respondió: “¿Ah, sí, y qué más se te ofrece? Acabamos de tener elecciones y tenemos que sellar un sobre y enviarlo a Rumania”.

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¿Por qué te fuiste?
Me dejaron ir el día que mi hermana se casaba. La vi en la oficina del encargado durante cinco minutos, tres de los cuales los pasamos llorando y el resto reconfortándonos. De regreso en Rumania me recibieron mis amigos, porque mis padres estaban en la boda. Visité a unos parientes, comí platillos tradicionales y tomé brandy, estaba en shock por lo temprano que se metía el sol y lo elevado de los precios.

¿Cómo te sientes ahora?
Lo peor de todo era el miedo. Lo sentía en mis huesos. Después estaba la manera en la que sentía que pasaba el tiempo. Cada segundo era como un minuto. Fue terrible. Me parece un poco extraño no tener traumas. En este momento estoy extasiado de optimismo y libertad. No quiero regresar a México, quizá sólo para visitar de vez en cuando, pero no pronto.

Ve más de lo que pasó el primero de diciembre de 2012:

La primera mañana del presidente Enrique Peña Nieto

Nos disparaban por la espalda mientras cargábamos a un herido