FYI.

This story is over 5 years old.

Así es como el mundo se acaba, no con una explosión

Una microcasa propia

Renté una minúscula casa de 1 x 2 metros cuadrados, localizada detrás de un bosque, sin internet, cobertura de celular, teléfono fijo ni agua.

Ilustración por Heather Benjamin.

¿Qué tienen las microcasas que son tan llamativas? ¿Será que se ven muy monas ordenaditas, que son muy manejables? ¿Que a veces parecen cubos de Rubik resueltos, donde todo está en su lugar? Para mí son como la versión arquitectónica de un suspiro, signo de que todo está bajo control. Además fomentan la fantasía, al menos desde lejos, de que mi entorno al fin podrá ser pacífico y comprensible tan sólo por haber sido recortado. La visión es romántica, pero está castrada, es como si se tratara de un adulto responsable o una casa de muñecas viviente.

Publicidad

Así que después de años de leer historias y ver programas sobre microcasas —casas de árbol, casas prefabricadas, de interés social, en contenedores de envío, basureros, de lámina, de cartón, rodantes, microcabinas… todas ellas generalmente de menos de 50 metros cuadrados y a veces, incluso, de menos de diez —renté una minúscula casa independiente en el oeste de Massachusetts—. La cabina de madera de 1 x 2 metros cuadrados, localizada detrás de un bosque, era como sacada del sueño de una niña del campo: tenía ventanitas a los costados, un pequeño porche, un techo puntiagudo y una hermosa chimenea. Los dueños habían colocado la casa (tenía llantitas) a cientos de metros de la casa principal, que estaba en una brecha a una media hora del pueblo más cercano.

La casa no tenía internet, cobertura de celular, teléfono fijo ni agua. (Durante los meses más cálidos, un sistema de aguas negras que se origina en la casa principal filtra el agua a las plantas, jardines y bosques de los alrededores). También había una letrina de hoyo seco. Una estufita de madera brindaba la calefacción. Aún así, la casa tenía electricidad, lo que tal vez hacía que siguiera conectada al mundo.

Para mi estadía de tres días me dieron 20 litros de agua en tres contenedores diferentes, aunque no la usé toda, en parte debido a que mi limpieza no iba más allá de lavarme las manos y los dientes. La "habitación" estaba en el tapanco sobre la cocina y accedías a ella por medio de una escalera. Ésta tenía un futón de buen tamaño. Había espacio a ambos lados para algunos libros y tazas, pero eso era todo. Había una pequeña lámpara de lectura montada sobre una ventanita que daba a los árboles. Había suficiente espacio para que una persona de menos de 1.80 metros se sentara en medio de la cama, que era donde el techo estaba más alto. El futón tenía un cómodo edredón y sábanas de franela. Era maravilloso y dormí mucho mejor de lo que había dormido en meses.

Publicidad

En su libro The Small House (La pequeña casa), el constructor de microcasas, residente y pionero Jay Shafer presenta a la microcasa como un antídoto a las "McMansiones" —aquellos "almacenes hinchados de juguetes, muebles y decoraciones"— y una solución parcial al sobreconsumo energético. "Mi decisión de habitar sólo ocho metros cuadrados", escribió, "surgió de algunas preocupaciones del impacto que una casa grande tendría en el ambiente y porque simplemente no quería tener mucho espacio inutilizable".

Es cierto que yo no estoy más preocupada por el impacto ambiental de las casas grandes que por mi propio deseo de sentirme más en control de mis cosas. Aunque mi departamento en Brooklyn no es exactamente una McMansión, nunca he tenido contacto con los procesos que hacen que sea más fácil vivir en un lugar. Y por tanto, en lugar de ver cómo funciona el agua, la calefacción y la electricidad, intenté vivir en una microcasa, porque pensé que esto prometía un grado implícito de control y entendimiento. Pensaba que al vivir en un espacio tan pequeño me transformaría en alguien que entendiera cómo funciona una casa; que, debido a la menor escala, mágicamente entendería lo básico. Esto era en parte porque las letrinas de hoyo seco y las fogatas parecían más fáciles de descifrar que la plomería y los radiadores, pero también porque esperaba que una microcasa automáticamente me hiciera sentir más acorde con mi entorno. Un pensamiento que tenía antes de llegar, por ejemplo, era que si el techo de la microcasa tenía una gotera, yo podría arreglarla, no porque supiera hacerlo, sino porque estaría lo suficientemente cerca como para alcanzarla con una escalera y que podría improvisar algo hasta que supiera qué hacer.

Publicidad

Relacionado: Cómo sobrevivir con tu sueldo de mierda


Creo que hay un poco de verdad en esto. Si la casa es lo suficientemente pequeña, yo bien podría ir allá arriba en una escalera normal y cubrir el hoyo con cinta de aislar, algo que no podría hacer en una casa de tamaño normal. Pero sobre todo creo que estaba canalizando la diversión que tenía cuando jugaba con casas de muñecas. Específicamente, la satisfacción de estar a cargo: de verlo todo, de dominarlo todo.

Éste fue el caso hasta cierto punto. Por ejemplo, se sentía increíble manipular el fuego. Era gratificante ayudar a crear calor; no era como que hubiera construido una estufa o algo así, sino que el sólo poner leña en una caja de metal y ser capaz de crear el suficiente calor en un clima bajo cero para no morir y, de hecho, estar cómoda durante varios días, se sentía increíble. Y el baño de composta fue una agradable y conveniente sorpresa.

Pero también me di cuenta, casi desde que llegué, de lo absurdo y ridículo que era haber fantaseado con que simplemente por estar en un lugar más pequeño mágicamente tendría una probada de cómo funcionan las cosas en la vida real.

Aunque esperaba que vivir sin servicio de agua me transformara en una amazona, simplemente terminé usando muchas botellas de plástico y llevándomelas de regreso a Brooklyn, ya que estaba demasiado apenada como para dejarlas en el reciclaje de allá y que los dueños las vieran.

Además, la vida en un lugar tan aerodinámico es solitaria. Aun cuando la casa había sido construida para dos personas (tenía una cama doble y una amplia banca), era difícil imaginarse a más de una persona caminando por la casa sin chocar a cada rato. Y eso sin mencionar la privacidad del baño o el cuarto para la intimidad. (Ésta es la tercera vez que hablo de mi curiosidad por cómo la gente tiene sexo y/o va al baño en casas diminutas, así que supongo que tal vez mi interés principal radica en estos temas y no en la plomería y electricidad. Quizá yo quería "mejorarme a mí misma" al tratar de entender. Aunque sigo sin entenderlo del todo).

En el libro de Shafer, que era el único libro dentro de la casa —como una Biblia en un cuarto de motel— el autor escribe: "Si quieres hacer algo para transformar tu casa en un espacio más ecológico, hazla pequeña". Esto es algo que, si alguna vez me encuentro en esa posición, tendré en mente. Llevar a cabo esta idea parece ser más fácil que construir una casa diminuta.