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Furia travesti

Una adolescente trans chilena nos da sopa y seco en cuestiones de dignidad

OPINIÓN | Un breve repaso de las formas que usa la sociedad conservadora para silenciar a los activistas LGBTI.
Foto: Soy Homosensual | Vía Facebook

La semana pasada, una adolescente trans chilena nos dio un ejemplo sobre cómo enfrentar las perversas dinámicas políticas que las personas trans estamos enfrentando a nivel global.

Este año, un bus con mensajes mentirosos recorrió diferentes países. Además de pasar por Chile, el bus estuvo en Colombia con el siguiente mensaje: "Los niños nacen siendo niños (XY). Las niñas nacen siendo niñas (XX). Esto es biología, no ideología".

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Carla González Aranda, hija trans de la vocera en Chile del bus del odio, expresó públicamente sus intenciones de cambiar el sexo y el nombre en sus documentos legales, con el apoyo del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (MOVILH), de ese país. Agregó que hace tres años no tenía contacto con su “progenitora”, que se siente muy mal por la forma como ésta se refiere a ella y que se sintió discriminada por el bus. Agregó que: “La vida de los trans no está sola, quiero que la gente como yo busque auxilio, pero que siga firme en su postura sin dejarse pisotear por la presión social”.

Contradecir la familia en público para protegerse a sí misma es un acto revolucionario, difícil e improbable en nuestro contexto. En el lanzamiento del informe “La Guerra Inscrita en el Cuerpo”, del Centro Nacional de Memoria Histórica sobre violencia sexual en el conflicto armado, se explicó que el 36% de las víctimas tenía entre 0 y 14 años y que el 17,4% tenía menos de 18 años en el momento en que fueron víctimas. También se manifestó que muchas veces las víctimas guardaban silencio porque buscaban respetar algún tipo de lealtad familiar. Asimismo, Marie- France Hirigoyen considera que “en la mayoría de los casos, el origen de la tolerancia (a la violencia psicológica) se halla en una lealtad familiar”.

Esto quiere decir que desde pequeños los niños son adoctrinados para no hablar sobre la violencia y se les enseña que existen valores familiares que son más importantes o superiores que su propia integridad. Y así, la violencia se va heredando de generación en generación, y de apellido en apellido, a través del silencio y la tolerancia a la violencia.

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El bus acosa psicológicamente a los niños trans

En su libro “El Acoso Moral”, Marie-France Hirigoy dice que existe violencia psicológica cuando “el comportamiento de un individuo atenta contra la dignidad de otro”. De acuerdo a la autora, los agresores, durante este tipo de violencia, suelen atacar el autoestima, el amor y la confianza que hacia sí misma tiene la víctima. También suelen afectar la percepción que otros tienen sobre la víctima para que sus denuncias no sean creíbles. Muchas veces se hacen pasar por víctimas en contextos donde son agresores, porque son incapaces de cuestionarse sus errores y no soportan la responsabilidad: le endilgan la culpa a otro. Son manipuladores por excelencia.

Suelen utilizar mecanismos de “comunicación perversa”, como la comunicación indirecta: “el perverso no nombra nada, pero lo insinúa todo… El agresor niega la existencia del reproche y la existencia del conflicto. Con ello, paraliza a la víctima, pues sería absurdo que esta se defendiera de algo que no existe.” Este tipo de agresores también suelen deformar el lenguaje, utilizan expresiones vagas e imprecisas y generan confusión: “Al utilizar alusiones, transmite mensajes sin comprometerse”. La autora cita a Sun Tse y explica cómo se utiliza la mentira en estos procesos de destrucción psicológica: “El arte de la guerra es el arte del engaño; si adoptamos siempre una apariencia contraria a lo que somos, aumentamos nuestras oportunidades de victoria”.

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La perversión también usa el lenguaje paradójico: “en el nivel verbal se dice una cosa, y en el nivel no verbal se expresa lo contrario. El discurso paradójico se compone de un mensaje explícito y de un mensaje sobreentendido. El agresor niega la existencia del segundo”.


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En el caso del bus del odio y en el uso de la “ideología de género” como estrategia para deslegitimar nuestros argumentos teóricos y políticos, se hace uso de este tipo de comunicación. Al decir que los niños nacen niños y las niñas nacen niñas, sus predicadores no se comprometen directamente con lo que dicen. Su mensaje escondido es que ser trans es antinatural y al decir que no somos naturales, nos ponen un sello de anormalidad que nos deshumaniza. Pero donde alguien se atreva a decir que eso es transfobia se hacen las víctimas: “solo estamos dando una opinión”, “no somos discriminadores”.

Además, el bus utiliza argumentos mentirosos, porque no es cierto que eso sea lo que dice la biología, ya que el sexo para la biología es más complejo de lo que creemos: considera que el sexo funciona como un espectro con múltiples posibilidades –y no sólo dos- y reconoce que los genitales, no siempre, determinan el sexo. Y aunque la campaña parezca enfocarse únicamente en niños trans, en realidad hace parte de una estrategia más amplia y populista con intereses políticos a nivel mundial.

El lobo detrás de la máscara de oveja

Estas acciones son promovidas por la monstruosa organización conservadora Hazte Oír -y su sucursal global CitizenGo-. No es solo monstruosa por sus crueles mensajes políticos, también porque es gigante y porque tiene intereses ocultos y perversos. El País de España describió su tamaño como “sideral”: “trabajan ochenta personas y tuvieron unos ingresos conjuntos en 2016 de 4,3 millones… Su expansión internacional con la marca CitizenGo empezó en 2013 con webs en 7 idiomas”. Además, el mismo medio informó que la organización tiene más de casi 7,5 millones de emails en el mundo de personas que se han interesado o han firmado algunas de sus peticiones.

Estas estrategias ocurren dentro de un contexto de política internacional bastante complejas y preocupantes. Aunque en los debates se tilde a los grupos más progresistas de querer convertir el país en Venezuela y de ser comunistas, en realidad estos grupos anti-derechos tienen una relación más próxima y directa con el comunismo que nosotros. Hazte Oír/CitizenGo hacen parte del WFC-Congreso Mundial de Familias (una de las principales organizaciones globales de grupos conservadores) creado en Rusia desde 1995 y que ha organizado más de once encuentros internacionales desde 1997.

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Xenia Loutchenko, periodista rusa especializada en temas de iglesia, le dijo a El País Internacional que Rusia quiere influenciar en el extranjero con una ideología conservadora: "Es una versión tradicional de la exportación soviética del comunismo… Es una internacional de derechas. Los imperalistas conservadores rusos siguen siendo soviéticos en ideología. Sus métodos y su cinismo son los mismos".

El ruso Alexey Komov, miembro de CitizenGo y representante del WCF en las Naciones Unidas, de acuerdo al mismo medio, tiene relaciones cercanas con la joyita de Konstantin Malofeev, quien está en la lista de sancionados por la Unión Europea por haber apoyado ataques contra el gobierno de Ucrania (en el 2014 el gobierno de Ucrania, apoyado por otros países como Estados Unidos, denunció que Rusia estaba involucrada en ataques en su contra). Asimismo, Malofeev es muy amigo de Igor Shchegolev, uno de los asesores del presidente de Rusia.

También pareciera que Hazte Oír/CitizenGo, o al menos algunas de sus actividades, son financiadas por grupos con intereses políticos mucho más grandes y truculentos. Por ejemplo, en 2014, los tiquetes del avión de Ignacio Arsuaga (presidente de Hazte Oír y Citizen Go) y Pablo Santana (director adjunto de Hazte Oír), quienes habían sido invitados a un evento en Moscú por Kosomov, fueron pagados por Natalia Yakunina. Natalia es esposa de otra perlita: Vladimir Yakunin, un magnate ruso amiguísimo del presidente de Rusia que está en la lista de sancionados por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por estar implicado en los ataques contra Ucrania.

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Sin embargo, Arsuaga se hace el de las ray-ban cuando le preguntan por los intereses de Kosomov y su relación con él: “Lo que me he planteado con él siempre ha sido lo siguiente: todo lo que sea participar en cosas de la familia, a favor de la vida, a favor de la libertad. No me meto en las intenciones, prefiero no meterme en la geopolítica. Yo pertenezco a Occidente y me gusta la Unión Europea y Estados Unidos. No me gustan muchas cosas de Putin, pero es verdad que ha adoptado alguna medida favorable a la familia y a la natalidad que me parece positiva. Si yo viera que me están manipulando para geopolítica, para defender los intereses del gobierno ruso, me saldría".

La tolerancia excesiva

Hirigoyen se pregunta: “¿Qué límites debemos poner a nuestra tolerancia?”. Explica que vivimos en un mundo donde se sobrevalora el éxito y donde las personas en cargos de poder muestran con su ejemplo que no es necesario mostrar preocupaciones morales para liquidar sus rivales o para mantenerse en el poder. “Cuando el éxito es el valor principal, la honradez parece una debilidad y la perversidad adopta un aire de picardía”.

Los niños son la moneda de intercambio en estas manipulaciones políticas. La perversidad siempre sacrifica un chivo expiatorio para no responder por las consecuencias negativas de sus acciones moralmente reprochables. Y como estamos en la época del todo vale, no nos molesta tanto como debería.

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La violencia psicológica ocurre porque alguien destina diferentes estrategias para hundir al otro: porque necesita sentirse omnipotente y cree que esa es la forma de revalorizarse a sí mismo. Estos procesos pueden terminar aniquilando psíquicamente a las víctimas y es posible gracias a la “tolerancia patológica” y “la complacencia de los testigos”: “Con el pretexto de la tolerancia, las sociedades occidentales renuncian poco a poco a sus propias prohibiciones. Pero, al aceptar demasiado… permiten que se desarrollen en su seno los funcionamientos perversos.” En otras palabras, los límites de lo bueno y lo malo se han ido desdibujando en un ambiente donde todo es relativo: se puede decir cualquier cosa, aún cuando se daña a los demás, y si las víctimas se defienden son etiquetadas como censuradoras".

Actualmente, esta tolerancia excesiva frente a argumentos abiertamente violentos y denigrantes de la dignidad de las personas trans ocurre bajo el manto de la libertad de expresión y mientras sus predicadores se ubican en posiciones de víctimas. Se apropian del lenguaje de las víctimas para ponerse máscaras de ovejitas indefensas, mientras juegan con los límites de lo que debe ser moral y socialmente permisible. Al hacer acciones moralmente cuestionables, mientras mantienen un discurso pacificador confunden a la opinión pública.

Por eso hay que perder el miedo a nombrar el problema: estamos atrapados en una telaraña argumentativa porque estamos siendo manipulados. No podemos dudar en decir que el bus y los argumentos que instrumentalizan a los niños son moralmente censurables. No nos puede dar miedo decir que los monstruos y la gente mala sí existe; que hay personas y grupos que -en una cultura donde ser poderoso y exitoso es el objetivo principal de nuestra sociedad- “tapizan sus trayectorias con cadáveres o muertos vivientes” (en palabras de Hirigoyen). Ese es el mensaje que como adultos deberíamos transmitir, con nuestro ejemplo, a los niños, niñas y adolescentes.

No se trata de una censura previa en donde no se pueda opinar: se trata de generar mecanismos que generen sanciones sociales para este tipo de expresiones. Para generar repudio hacia este tipo de afirmaciones es necesario acudir a la empatía y preguntarse qué producen estos discursos en las vidas de los niños y las niñas trans. Tal y como lo hizo Carla: “Conozco su postura, pero es su opinión. No puedo negarle su derecho a expresarse. Si ella quiere mencionarme como ella quiera es su problema pero a mi me hace sentir mal como se refiere a mí”.

En un mundo justo, los hijos son cuidados por sus padres. En un mundo con crisis de límites morales, los hijos les recuerdan a los adultos que es su responsabilidad garantizar su bienestar. Como lo dijo Carla: “si sus hijos les dicen que se sienten de una forma, no los juzguen por eso, sino que los apoyen y que estén con ellos. Para un niño lo más difícil es su infancia, es lo que los marca por el resto de sus vidas… deberían sentirse más apoyados”.

Enfrentar y denunciar a su familia, rebelándose a las lealtades familiares es un acto de valentía que rompe círculos viciosos de violencia. Es una forma de fijar los límites de lo que debería ser correcto. Es un reclamo a una sociedad excesivamente indulgente con la perversidad: ¡Brava, Carla! Así si es. Más furia trans y menos lealtades nocivas.