Hospital
Fotos: @fixzion

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Fantasmas, raves y rituales satánicos: el hospital abandonado en la playa de Ciudad Madero

Con sus orígenes en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, este organismo de concreto es un reflejo estilo maqueta de Beetlejuice de la historia reciente de Tampico.

Una luz de colores acompañada del suave pero constante sonido de las olas se escurre desde el final de un pasillo en este hospital abandonado. El resto es oscuridad. El segundo piso de este edificio encallado en la playa de Ciudad Madero, Tamaulipas, es probablemente el peor lugar para recordar todas las historias que desde pequeño he escuchado sobre este sitio. Aunque la promesa de una vista sobrenatural del Golfo de México es tentadora, el miedo amarra mis pies al piso y no me deja avanzar ni regresar. Más que el fantasma que muchos tampiqueños aseguran haber visto rondando, me preocupa el cadáver que hace poco más de un año encontraron unos jóvenes en este laberinto de concreto.

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En una ciudad protegida por extraterrestres, es curioso que las historias más extrañas tengan origen en estas ruinas. Al noreste de Tampico, manejando alrededor de cinco minutos por el corredor urbano Luis Donaldo Colosio, una pequeña brecha al lado derecho del camino funciona como entrada para uno de los edificios más misteriosos de la ciudad: el Centro de Rehabilitación Juan Álvarez Díaz, conocido desde siempre como el Hospital Naturista. Con sus orígenes en el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, este organismo de concreto es un reflejo estilo maqueta de Beetlejuice de la historia reciente de Tampico.

En la entrada principal de este cadáver de tres pisos descansa desde 1984 una enorme placa de concreto del Sindicato. Durante su corto periodo de actividad, sus salas atendieron nutriología y problemas del iris, además que contaban con magnetoterapia, hidromasaje y, de acuerdo con el cronista Marco Antonio Flores "la más alta tecnología de toda Latinoamérica". Sin embargo, cinco años después de haber abierto sus puertas, el hospital cerró abruptamente en 1989, año en que detuvieron a Joaquín Hernández Galicia, la Quina, entonces secretario general de dicho sindicato.


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Pero el rápido fin de este hospital fue apenas el comienzo de sus historias. A partir de entonces y hasta 1994 —cuando quedó completamente abandonado— un equipo de seguridad privada se encargó de cuidar el lugar. Fue en esos años que nació la leyenda sobrenatural del edificio. Como en uno de cada tres hospitales, sus corredores son asechados por una enfermera desquiciada: la planchada. La historia va así: mientras se encontraba en funcionamiento, en el centro de rehabilitación trabajaba una enfermera muy pulcra —un detalle curioso que no escapa a quienes cuentan esta leyenda— que se enamoró de un joven doctor. En pocas palabras, el doctor rompió su corazón, por lo que la planchada (jeje, pinche raza) se volvió cruel con sus pacientes hasta el punto en que dejó morir a un niño de nueve años. El padre, al enterarse de esto, cortó la garganta de la enfermera con un bisturí. Y aunque muchas personas dicen haber visto el fantasma, los escépticos afirman que es poco probable que esa historia fuese cierta, ya que en este centro de rehabilitación no se trataban pacientes terminales ni se realizaban operaciones de alto riesgo, algo que cobraría un poco de sentido en mi cabeza después de dar una vuelta por el exterior del inmueble.

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Ubicado a unos 200 metros del mar, el Naturista cuenta con los restos de una alberca exterior, una interior, lo que parece ser un jacuzzi, cuartos con balcón y vista a la playa, palmeras y una terraza con un paisaje que ni los impresionistas franceses alucinaron. De no ser por los tres pisos de oscuridad y su recóndita ubicación que lo hacen el escondite perfecto para un cadáver, este sería un lugar ideal para venir a cotorrear una tardecita de noviembre. O para armar unas fiestotas.

Desde su completo abandono, y ya con el rumor de la planchada corriendo por la ciudad, los jóvenes tampiqueños vieron en este fantasma de concreto el refugio perfecto para el reventón. A finales de los noventa la gente venía a pistear y se organizaban fiestas masivas. Y aunque durante esa época las historias de aquellos que afirmaban haber visto apariciones reforzaban el mito del fantasma, no fue hasta que azotó el terror de la realidad que el hospital se convirtió en un lugar verdaderamente tenebroso.

Aunque existen diferentes entradas, el cuarto donde están las albercas queda justo frente al mar. Los azulejos están rayados con plumón y laca, y al final del cuarto un enorme corazón pintado en la pared revela el acceso a otra habitación. El primer piso está relativamente iluminado. Los cuartos son grandes y los agujeros donde alguna vez hubo ventanas permiten que el aire y la luz den la ilusión de estar en unas ruinas cualquiera.

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¿Quién dijo que el amor existe?… Bienvenido a tu infierno.

Un pentagrama debajo de una frase mamalona adorna una de las paredes en la habitación contigua. Es difícil probar que se realizaron rituales satánicos en este hospital, pero se han encontrado restos de animales, sangre, y en internet se pueden leer testimonios de personas que presenciaron un ritual. Más o menos en ese punto las palmeras y el sonido de las olas que se escuchaban afuera empezaron a ser desplazadas por unas vibras no tan tropicales.

A mediados de los dos mil, las ruinas fiesteras de los tampiqueños comenzaron a caer en decadencia. Su estructura, la completa falta de vigilancia, y su perfecta ubicación en el cosmos —a unos metros del mar y a escasos minutos de Tampico— hicieron que este refugio playero fuera frecuentado por adictos y criminales. Durante esos años se empezaron a escuchar las primeras historias de rituales satánicos en el lugar. Dejaron de haber fiestas y el edificio se fue convirtiendo poco a poco en un recuerdo.

En la segunda mitad de la primera década del segundo milenio de nuestro tiempo, a.k.a. 2006, el emperador Calderón desató una guerra desde su micrófono cuyo eco sigue haciendo temblar con miedo todos los estados del país. La masacre de Tamaulipas, en donde se encontraron los restos de 72 personas en una fosa en el municipio de San Fernando, ocurrió a tres horas de este hospital. El estado se convirtió en un referente de la violencia causada por el narcotráfico. Tampico, Ciudad Madero, y Altamira vieron cómo sus calles se convertían en el tablero de juego entre el Cártel del Golfo y sus disidentes. Recuerdo una noche en el verano de 2010 en la que muy vergas intenté salir a tomar un trago. Nada. Todo cerrado. Terminé comprando una película en el súper y me volví a mi casa. Los bares eran clausurados y antros protagonizaban la nota roja dos veces por semana. Había balaceras en las calles y las personas preferían reunirse en casas de conocidos que salir de noche. Claramente ya no era un plan visitar el bueno y viejo hospital embrujado abandonado a las afueras de la ciudad.

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Hay dos maneras de subir: por una rampa tenebrosa pero lograble, o unas escaleras cuyo final desaparece en la oscuridad. Como quiero vivir para contar la historia de mi visita a este agujero de gusano interdimensional, opté por la rampa. El segundo piso es mucho más pesado que el primero. Pesan los tenis, la oscuridad, las paredes y la sensación constante de aire caliente a unos centímetros de tu nuca, como cuando despiertas con parálisis de sueño y no te puedes mover pero sabes que hay alguien detrás de ti. O como cuando se te está acabando el tiempo. Puras vibras malas.


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Y así llegué a este pasillo. Escucho las olas pero me da miedo caminar, mi pierna derecha paralizada por un cuento sobrenatural y la izquierda espantada por el desarrollo histórico de este espacio. Demasiado real. Tan extraño que las semejanzas con la realidad más allá de estas paredes se dibujan absurdas. Quisiera estar afuera, en los restos de alberca. O en los ochenta, en la alberca. Da igual. Mismo tiempo pero diferente espacio cósmico. Coordenadas 22°15′19″ Norte 97°52′07″ Oeste de nuestras medidas terrestres. A un grado, once minutos y treinta y uno segundos del Trópico de Cáncer. A trescientos cincuenta y siete kilómetros de San Fernando. A diez metros del cadáver encontrado en agosto de 2015. Siento que si las historias de la planchada son ciertas, probablemente este sería el lugar donde la vieron. Es como si todas las vidas del hospital convivieran en esta tumba para siempre.

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En fin. Se hace tarde en el hospital abandonado y todavía me falta llegar al techo. Camino rápido y derechito por todo el pasillo hasta el ala norte del edificio. Al final hay otro pasillo, obvio. Este está mucho más iluminado y cada una de sus puertas da a un cuarto con balcón frente al mar. Un descanso mental de la oscuridad y los pasillos sin fin. Está atardeciendo y los colores rebotan en las nubes; tengo que llegar hasta arriba.

Con los pasillos dominados y muchas ganas de ver el atardecer, decido volver a las rampas para seguir subiendo. Pero antes, llama mi atención otro pentagrama —este acompañado por una cruz invertida y la palabra Lusbel— que marca la entrada a una serie de cuartos naranja y queparecen haber funcionado como vestidores. Hay muchos zapatos tirados en el piso, tacones colgados de cinta amarilla, y tenis pegados a la pared, como caminando para arriba y para abajo. Me largo.

El tercer piso es muy similar al segundo: oscuro y malvibroso. De no ser porque aquí termina la rampa, habría preferido evitarlo por completo. La única manera de continuar subiendo es por las escaleras que evité desde el principio. Camino hacia la negrura y ahí están, los últimos escalones antes de llegar al techo. Aunque sea me ahorré dos pisos. Pienso tomar una foto pero me arrepiento. Sin flash no se va a ver nada y con flash me va a salir un espanto; ya me la sé. En un segundo me teletransporto al techo —lo que estoy seguro se vio como una representación humana de la lagartija Jesucristo corriendo a toda velocidad sobre el agua—. Por fin llegué; se siente como salir del agua y respirar después de tu mejor esfuerzo por independizarte del oxígeno. Pero lo vale. Es un techo enorme. Para el este se ve el fin del mundo y la circunferencia de la Tierra, la playa, las olas y algunas personitas; se está empezando a nublar como espectáculo en 4K. Para el oeste, el sol se esconde tras la silueta de Tampico y Ciudad Madero. Las llamas de la refinería petrolera compiten con las del sol. Por más de veinte años el hospital ha visto esto, tarde tras tarde, con médicos, jóvenes parranderos, criminales, militares, fantasmas, y recientemente con chavos que vienen a jugar gotcha; testigo y víctima de todo cuanto ocurre en el corazón de Tamaulipas, un refugio con jeroglíficos y fantasmas que quedarán como único testigo del tiempo.

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