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Los activistas en contra del porno argumentan que éste es responsable de una amplia gama de efectos nocivos para la salud. Entre otras cosas, afirman que ha creado una epidemia de disfunción eréctil en los hombres jóvenes y que está haciendo que cometan violación y abuso sexual.
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Para apoyar estas afirmaciones, Boteach y Anderson hacen referencia a un resumen de la investigación publicada en la página web de la Asociación Americana de Psicología, la cual sugiere que el uso de la pornografía está ligado a una menor calidad del sexo y de las relaciones. Lo que ambos no reconocen es que los estudios no nos muestran una relación causal entre el porno y una disminución en la calidad de las relaciones, sino más bien una asociativa: No toman en cuenta la posibilidad de que las relaciones de las personas y sus vidas sexuales puedan haberse deteriorado primero, provocando un aumento en su consumo. Dicho de otro modo, estos estudios no nos dicen si el uso de la pornografía es la causa o el síntoma de los problemas en una relación.
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Por ejemplo, en una reciente encuesta nacional representativa de los australianos, el 13% de los hombres y el 10% de las mujeres estuvieron de acuerdo con la afirmación de que "la pornografía ha tenido un efecto negativo en su persona". Asimismo, el editorial de WSJ de esta semana cita un estudio estadounidense en el que el 9% de los encuestados dijeron que fracasaron en su intento de renunciar a la pornografía. Esto sugiere que quizás hasta 1 de cada 10 adultos sienten que les es perjudicial de manera personal o tienen problemas para regular su uso.Vale la pena señalar que la investigación sugiere que para muchas de las personas que reportan los efectos negativos, el problema real no es el porno en sí; sino los complejos que genera su consumo en primer lugar. Por ejemplo, los estudios han encontrado que ser más religioso está vinculado a un sentimiento de mayor aflicción por el uso de la pornografía, así como a la sensación de que uno es "adicto".Por cierto, la investigación en neurociencia ha encontrado que el porno no es adictivo de la misma manera que, por ejemplo, las drogas y el alcohol. De hecho, el cerebro de las personas que se consideran a sí mismas "adictas" no responde de la manera que se podría esperar si estas personas realmente tuvieran una adicción (vean aquí un resumen de la investigación). "La adicción a la pornografía", por lo tanto, no es un término científico; mucho menos un diagnóstico oficial. Las etiquetas de este tipo son problemáticas en otras maneras también. Por ejemplo, como el psicólogo David Ley argumenta en su libro El mito de la adicción al sexo (The Myth of Sex Addiction), cuando utilizamos incorrectamente la etiqueta "adicción" para los comportamientos de este tipo, absolvemos a las personas de la responsabilidad personal.
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Por ejemplo, aunque los datos en Estados Unidos no establecen un vínculo entre el consumo de pornografía y la violencia sexual, hay casos concretos en los que podría predisponer a ciertos espectadores a cometer una agresión sexual, por ejemplo, cuando los hombres que ya presentan un alto riesgo de involucrarse en algún modo de violencia sexual ven pornografía demasiado extrema. De hecho, los estudios sugieren que la confluencia de ciertos rasgos de la personalidad con la pornografía realmente extrema probablemente resulte en algún problema.En las discusiones sobre los efectos del porno en la salud, es importante reconocer que no todo es igual en éste y, por otra parte, que no todo el mundo responde de la misma manera. Entonces, declarar la guerra a la pornografía en general no es ni útil ni realista.Numerosos estadounidenses la ven de manera ocasional, y la mayoría no quedan dañados por lo que observan. De hecho, la investigación muestra con claridad que son más propensos a experimentar el porno como algo positivo en lugar de una fuerza negativa en sus vidas. Sin embargo, una minoría de espectadores queda afectada por algunos tipos de porno, y por lo tanto merecen nuestra atención.Si somos serios en nuestro deseo de ayudarlos, sin embargo, tenemos que dejar que nuestra guía sea la investigación, no la retórica política.El doctor Justin Lehmiller es el director del programa de psicología social en la Universidad Estatal Ball y autor del blog Sexo y Psicología. Síguelo en Twitter.