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Historias de gente que expulsaron de la escuela

Cuando eres un niño, que te expulsen de la escuela suena lo más parecido a un sueño hecho realidad, pero la verdad dista mucho de la fantasía.

El sueño de la infancia sobre cómo se siente que te hayan expulsado. La realidad no es tan maravillosa. Ejemplo de Dan Evans.

Cuando eres un niño, que te expulsen de la escuela suena lo más parecido a un sueño hecho realidad. Podrías pasarte toda la vida viendo la televisión, comiendo helado y haciendo llamadas telefónicas de broma, y todo lo que tienes que hacer es envenenar el café de tu maestro o golpear a alguien muy duro en la cara.

Resulta que no es que tan divertido en absoluto. Es un proceso miserable que puede joderte la infancia. Y a veces ni siquiera es por algo terrible que hayas hecho, sólo por padecer una enfermedad mental o ser gay y eso es suficiente para que te corran.

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A continuación presentamos las historias de tres expulsados.

ELLEN, 23, INGLATERRA

Me habían sacado de mi clase de matemáticas por causar alboroto, arrojar libros y lápices por todo el salón. Afuera del salón de clases, en cada extremo del pasillo, había extintores y mangueras contra incendios. Pensé que sería divertido abrir la llave de la manguera. Sin embargo, fue mucho más potente de lo que pensaba.

Cuando la dejé caer al suelo, el agua salió disparada a lo largo del pasillo, la manguera estaba fuera de control y no podía detenerla. El piso tenía alfombra, así que quedó empapado. Me entró el pánico y salí corriendo porque había una gran cantidad de agua.

Llegué a la cafetería y me senté, asegurándome de que los miembros del personal me hubieran visto, ya que pensé que de esa manera no me echarían la culpa, porque tendría una coartada para el momento de la inundación. Por desgracia, todo fue capturado por las cámaras de seguridad. La inundación fue tan dañina que llegó hasta las placas del techo del piso de abajo. Hizo que el cableado eléctrico estallara y una parte del techo se pudrió. Al final provoqué cientos de libras de daños.

Le llamaron a mi madre y le pidieron que fuera a la escuela. Recibió una multa por los daños y tuvo que desembolsar 500 libras (12,000 pesos). Me negué a asistir a la reunión y ese día me expulsaron de forma permanente. No armé un escándalo. Pensé que era genial. No podía esperar para presumirle a mis amigos.

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Pero no estuvo a la altura de mis expectativas: pasaba la mayor parte del día en cama o en MSN. Rápidamente se volvió aburrido porque todos mis amigos estaban en la escuela, mientras yo estaba en casa. A pesar de que me permitieron volver a inglés, matemáticas y ciencias en la misma escuela, eso fue todo. Después de esas clases, tenía que salir de las instalaciones inmediatamente. No es mi momento de mayor orgullo en la vida, pero supongo que vives y aprendes: no he vuelto a usar una manguera contra incendios.


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IZZY, 18, ESCOCIA

Fui a un internado por más de seis años. Me echaron en mi último año de escuela. Todo ese tiempo había luchado con problemas de salud mental y en realidad no había recibido mucho apoyo. A finales de 2014, cuando tenía 16 años, mi salud mental empeoró. En enero tuve una sobredosis y terminé en el hospital. Me dijeron que podía regresar cuando quisiera. Elegí volver unos días más tarde.

Fui a una reunión con la directora y fue obvio que querían echarme. Básicamente me dijo que no le importaba si me mataba, pero si era una alumna de la escuela causaría una mala imagen. Dejó en claro que se preocupaba más por la reputación de la escuela que por mi salud y mi vida. Se me permitió permanecer durante dos semanas con la condición de que tomara mis medicamentos. Sería un período de prueba para ver si podía aguantar la escuela. Si no, tendría que marcharme.

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Por desgracia, tuve un examen de práctica esa semana y me saqué un cero, sobre todo porque no había conseguido dormir debido a los ataques de pánico. A pesar de que un profesor me dijo que sería capaz de presentarme de nuevo, me llamaron a la oficina de la directora, donde me expulsaron inmediatamente y me pidieron que empacara mis cosas.

Ese día me senté en mi habitación a llorar. Un maestro llegaba cada diez minutos para asegurarse de que no me fuera a lastimar o matar. Un amigo vino y empacó por mí. Me fui después de seis años de vivir allí sin despedirme de nadie. Sólo unas cuantas personas sabían de mi expulsión hasta que dejé de asistir a clases. Tuve un colapso nervioso en el coche de mi tío y entonces me quedé con él y su novia durante un par de días, mientras buscaba un lugar para vivir.

Sorprendentemente, mis padres lo tomaron mejor de lo que esperaba. Estaban enojados con la forma en que me habían tratado, pero fueron un gran apoyo. Otros maestros querían que demandara y todos en la escuela —el personal y los estudiantes— me apoyaron y me defendieron. La directora fue suspendida al final, pero no creo que tuviera que ver conmigo.


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ROB, 16, CALIFORNIA

Me han educado en casa toda mi vida. Con la educación en casa en Estados Unidos, hay algo llamado programa cooperativo, al que asistes una vez a la semana. Te enseñan lo que vas a aprender la próxima semana, te dan tarea, regresas y revisan tu trabajo. Estas sesiones tienden a ser religiosas y se burlan de ti si no sigues prácticas bíblicas.

Al crecer, sentía que nunca era lo bastante bueno. Era diferente de los otros chicos: la mayoría de mis amigos eran niñas, escuchaba música pop femenina y en mis años de adolescencia empecé a cuestionar la estricta cultura en la que había crecido. Fue alrededor de esta época que descubrí que era gay. Estaba profundamente deprimido y contemplé terminar con todo a los 14.

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El reverendo de la escuela me dijo que fuera 'hombrecito' y que 'rezara para quitarme lo gay'.

La iglesia a la que asistía mi familia también era extremadamente conservadora y se parecía mucho al programa cooperativo. También son conocidos por sus medidas anti-LGBT y se han dedicado a recolectar firmas para detener las leyes contra la discriminación LGBT. Teniendo esto en cuenta, tuve cuidado sobre a quién le contaba.

Alrededor de esa época, el reverendo de mi escuela me sermoneaba constantemente sobre qué tipo de música no debía escuchar y qué tipo de ropa no debía vestir. Me dijo que fuera "hombrecito" y que actuara como la persona que Dios quería que fuera. Incluso me hizo tomar "sesiones de terapia". Me dijo que "rezara para quitarme lo gay" y yo accedí, no porque lo creyera, sino porque pensé pondría un alto a todo esto. Cerca del final de estas sesiones, me escapé y estuve muy cerca de terminar con todo en ese instante. Mis padres estaban en mi contra, todos mis amigos de la iglesia estaban en mi contra. Me sentí miserable como nunca antes me había sentido. Después de un mes de asistir a las sesiones, sin embargo, todo el mundo pensó que me había curado.

Así que creé una cuenta de Twitter para hablar de lo que estaba atravesando. Me ayudó bastante tener un medio para expresar mis sentimientos sobre ser gay y también un lugar donde pudiera salir del clóset.

Un día recibí un mensaje de texto de mi madre que decía que asistiría a una reunión con la escuela. Le dijeron a mi madre que habían revisado mis redes sociales y que habían encontrado indicios de que era gay. En mi Facebook decía que me gustaban los hombres. Me expulsaron de la escuela. Dijeron que no se trataba de odio, sino de su política: que no podía ser gay y asistir a esa escuela. Su única excusa fue que lo estaban haciendo por amor y por mi propio bien. Mis padres estaban totalmente de acuerdo en que me hubieran expulsado por ser gay ya que son anti-LGBT.

En realidad no hay un final feliz para esta historia. Estoy en otra escuela, con la esperanza de graduarme para poder asistir a la universidad. Es una lucha constante, pero muestra que aún hay discriminación hacia las personas LGBT; nadie debería ser expulsado de la escuela por ser gay. Estoy harto y cansado de que la sociedad me reprima por ser yo mismo. Quiero que los niños sepan que existe más gente como ustedes y que las cosas mejoran.

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