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El alfabeto (ilustrado) del narco mexicano

K de "kilo"

Así se forran los cárteles mexicanos con el negocio de la coca.

Éste es uno de 29 testimonios que he recogido entre gente metida en la Guerra contra el Narco. Los nombres y locaciones específicas han sido omitidas por seguridad. Lo he acompañado de un dibujo y mi definición sobre alguna de las 29 palabras que he escuchado mentar a esta gente. Aquí les dejo la palabra de esta semana: Kilo.

Ilustración por Gabriel Escalante.

I. “La rutina empieza al vaciar parte de la bolsita sobre uno de los ejemplares de la revista que suelo leer cada que voy al baño, inmediatamente después de inhalar una o dos rayas. No es cierto: la rutina empieza desde que me llevan la mercancía a la oficina. A partir de que se va mi valedor y empiezo a imaginar que le daré a probar de esto a una o dos gatas que trabajan para mí (empiezan diciendo que nunca la han probado, las muy hipócritas). Hay una relación clarísima entre inhalar esto y la cachondería. A mí me pone calientísimo, a pesar de que con el perico no se te para a menos que uses Viagra. Y aún así está cabrón porque corres el riesgo de acelerar la sangre y provocarte un infarto. La rutina incluye romper la piedra con el costado de una tarjeta de crédito, que luego utilizo para machacar esto lo más que se pueda. El polvo queda finito, para que su entrada por mi nariz sea suave. Peladito. La rutina aumenta de velocidad en otras horas del día. Otra cosa que cambia, aparte de las viejas,  es la manera de romper la piedra. En mi casa usaba una navaja. Una vez me di dos puntitas con la esquina de la navaja, como si fueran puntas de una llave, y luego me metí dos rayas; a la segunda me di cuenta que estaba goteando un líquido oscuro y tibio sobre la revista. Cuando llegué al baño tenía toda la boca asquerosamente llena de sangre y polvo blanco. Parece que no, pero este tipo de cosas sí me hacen sentir mal. Hacen que me repudie a mí mismo, como buen católico que soy: que me sienta de la verga, así como me siento al día siguiente de los atasques, todo pinche crudo y gastado y viejo y enfermo, aunque después, al pensar en la cantidad de cabrones que hacen lo mismo que yo y tienen vidas bastante exitosas, me digo No mames, no pasa nada. Diviértete. Diviértete como la vez que te dio hueva salir un viernes en la noche y decidiste hacer una fiestecita en tu casa. Invitaste a un amigo. Nomás a un cabrón hombre. Y a un chingo de viejas de la televisora, que como todas las que trabajan en esteputero, son cabronas. Seis viejas fueron. Una de ellas tomó una de las bolsas que había comprado de perico y cocinó todo su interior. Al ratito estábamos todos encuerados, fumando crack de una puta lata de soda vacía. Parecía que nunca me iba a venir adentro de estas viejas. Primero adentro delas nalgas de una, luego las de otra. Y mi compa tirado en el suelo, mal, mientras le chupaban una verga flácida dos viejas enrabiadas, casi temblando de la pinche excitación. Procuraba estar en todo, pero a los minutos ya me perdía y nomás apretaba un chingolos dientes y empujaba muy duro las caderas. Quería golpearlas a todas, también darle sus putazos al pinche joto que ya estaba ahogado en mi piso. Y tampoco quería terminar.”

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II. Un kilo de hojas de coca cuesta más o menos un dólar con 30 centavos en las selvas de Colombia, Perú y Bolivia. Un kilo de sales o cristales de clorhidrato puro de cocaína requiere de entre 350 y 400 kilos de estas hojas para su extracción. Sobre el precio bruto, que sería de unos 500 dólares, el mercado contempla un costo de producción la mayoría de las veces realizado en las inmediaciones del plantío.

        Este proceso comienza con la elaboración de pasta de cocaína (dos kilos y medio por esos 400 de hoja), mediante la mezcla y trituración de la coca con queroseno, ácido sulfúrico y cal, entre otros ingredientes. A la pasta se le agrega acetona y, luego de reposar la solución, se le añade amoniaco y distintos componentes. El compuesto se filtra, lava con agua y seca, convirtiéndose en cocaína base bruta. Disuelta en éter, vuelta a filtrar y mezclada con ácido clorhídrico y demás, se obtiene finalmente un kilo de clorhidrato de cocaína.

        Este kilo cuesta entre dos mil y cuatro mil dólares al interior de las fronteras donde se produjo. Luego de exportarse y pasar por filtros de policiacos internacionales, así como diferentes “cortes” en la sustancia multiplica su cantidad —y por ende su valor—, ese mismo kilo de dos mil o tres mil, incluso de hasta cinco o siete mil dólares en los puertos de embarque de Callao o Buenaventura, o en las pistas de despegue en Ureña o Santa Cruz, puede costar 27 mil dólares en el mercado mayorista en Nueva York y hasta 200 mil en el de Sidney. Al menudeo, el precio de un “eightball” (un octavo de onza) es de entre 90 y 200 dólares, dependiendo de la ciudad. Conforme la cocaína pasa de un intermediario a otro, su pureza disminuye.

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        Según informes de la policía de Colombia, su país exporta cargamentos de cocaína 85 por ciento pura. A nivel menudeo, un díler más o menos bueno en Estados Unidos vende cocaína 60 por ciento pura. Sin embargo, decomisos policiacos en todo el mundo, fuera de los países productores, han hallado cocaína de hasta 75 por ciento de pureza, así como de apenas 30.

        Es probable que la mayoría de los consumidores recreativos y tóxicodependientes estén acostumbrados por igual a una mezcla variopinta de talco, lidocaína, anfetamina y hasta maicena; los porcentajes de mezcla varían.

        A mayor poder adquisitivo del cliente, mayor el porcentaje de cocaína en cada dosis, como sucede en los envoltorios que circulan entre la élite empresarial y, por razones obvias, en la industria del entretenimiento: la cocaína es una droga que optimiza simultáneamente la eficiencia laboral en jornadas de trabajo largas y la autoestima en círculos en donde las relaciones públicas son predominantes; mantiene, pues, a raya el consumo compulsivo de alcohol originado por la ansiedad que generan estos contextos.

        La cocaína,  al igual que la metanfetamina, es el estimulante por excelencia del turbocapitalismo. Reproduce los arquetipos del "amo" y del "esclavo", optimizando en unos casos la toma riesgosa de decisiones, en otros el trabajo mecánico. Somete tras crear un efecto de control: compensa químicamente el beber alcohol de manera compulsiva y anestesia (más que la nariz o la garganta) nuestra ansiedad en contextos hostiles típicos de la época (contextos de competitividad, contextos en los que corremos el riesgo de sentirnos "menos" o agredidos). En el fondo sujeta al consumidor a jerarquías de poder simuladas. Simuladas porque abisman la distancia entre el tóxico-dependiente (casi siempre desgastado física, emocional y económicamente) y un mercado monstruoso de ganancias.

        La ganancia final, de la selva a la calle, es de más de cien mil dólares por kilo. Reportes de Naciones Unidas señalan que el valor de mercado mundial de la cocaína es de 38 mil millones de dólares. Una parte de ese dinero termina integrándose a los mercados legales, otra sostiene el aparato de corrupción transnacional entre países productores, consumidores y de trasiego. Siete mil millones de esos 38 son la ganancia anual neta, libre de cualquier impuesto o gravamen, del contingente neoempresarial que controla 95 por ciento de todo ese mercado: los cárteles mexicanos, encabezados por el de Sinaloa.

Anteriormente:

J de "Juárez"

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