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Historias Nocturnas

Pegando el condón en la pared

Sé exactamente lo que busco, y cuando la encuentro, se sube al coche, me dice que se llama Lolly. Es negra, alta, con gruesos labios rojos, bonita y sexy.

Scot Sothern es un fotógrafo de Los Ángeles y un gran admirador de prostitutas. En las últimas dos décadas, Scot se ha acostado y/o fotografiado a una gran cantidad de sexo  servidoras. Sus fotos han estado exhibiéndose en galerías en Estados Unidos, Canadá y Europa. Las imágenes de Scot generan escandalo y te hacen querer saber más. Así que decidimos darle una columna a Scot para que nos explicara más acerca de sus fotos. La idea es simple: Elegimos una foto de los archivos de Scot y él nos explica exactamente qué chingados ocurrió cuando tomó la foto.  Bienvenido a “Historias nocturnas".

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1989. Harbour Boulevard en Santa Ana. Sólo he estado aquí dos veces, las dos para comprar drogas. Tengo la premonición de que voy a encontrar amor y afecto mientras manejo hacia un grupo de moteles por Anaheim. Sé exactamente lo que busco, y cuando la encuentro, se sube al coche, me dice que se llama Lolly. Le pregunto si se apellida Pop y me dice que no, que su apellido es Gaggle. Es negra y alta y con gruesos labios rojos. Es bonita y sexy.

—Tengo 25 dólares. Me gustaría tomar fotos de ti, en algún lugar por aquí cerca. Si tienes a donde ir estaría bueno.

—No son mucho 25 dólares. Podríamos conseguir un buen cuarto, pero eso no dejaría mucho dinero para que hiciera las cochinadas que vas a querer que haga.

—¿Ah, sí?

—Sí, y apuesto a que tienes más de 25 dólares contigo—. Se acerca y pone su lengua en mi oreja mientras me agarra la entrepierna. —Sólo piensa cuánto nos podríamos divertir. ¿Cómo te llamas?

—Scot, y estoy pensando cuánto nos podríamos divertir.

—¿Scotty?

 —Scot.

—Scotty Potty.

—Scot Tissue. Y no tengo más de 25 dólares, pero estoy buscando un cajero automático—. Tiene largos y bonitos dedos, y se mueven al rededor de los botones de mi pantalón.

—Odio preguntar esto pero, ¿cuántos años tienes?

—Te preocupa que no sea legal.

—Un poco, sí.

—Soy muy legal, no te preocupes. Tú tienes canas, ¿cuántos años tienes?

—Casi 40, pero puedo ser muy inmaduro.

—Qué chistoso.

—Sí, algo.

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Cuando veo un cajero, doy vuelta en U. Me estaciono en una curva, y ella sale conmigo, me toma del brazo como si estuviéramos en una cita romántica. Saco 80 dólares de la máquina, que deja mi cuenta con menos de diez. Lolly se asoma por un lado. —Uy, Scotty Potty. Es todo lo que tienes. Pensé que eras un ricachón.

—Lo era hace unos días.

—Eres rico el sábado—, me dice. —Y eres pobre el domingo.

—No había escuchado algo así en un buen rato.

—Es una de esas cosas que solo alguien como yo puede decir.

—Como debe ser. Conocí a un tipo blanco y viejo en Tallahassee, Florida, que decía eso. También cargaba una pistola para dispararle a gatos. Le robé un montón de su dinero y no me pasó nada, así que supongo que ahora me pasó a mí.

—Me agradas, Scot Tissue. Vamos a conseguir un cuarto.

Compro papas, un pay de cereza y una botella de vino de 12 dólares en una licorería. Lolly y yo pasamos unas horas en el cuarto del motel, donde le tomo fotos desnuda, y luego me desnudo yo también. Su abdomen y sus pechos se han estirado y encogido por embarazos. Me gusta pero no digo nada. Nos besamos por todo el cuarto, y luego sólo cogemos, nada elegante, pero con gusto y riéndonos y gimiendo. Después, me quito el condón y lo pego en la pared.

Estamos relajados y sin ropa en la cama, de casualidad traigo un porro, así que lo prendo mientras Lolly me enseña sus pasos de Michael Jackson: el robot, el moon walk, y también se agarra la entrepierna. Salta a la cama y se para encima de mí, dejándome entre sus piernas. —Mira eso—, me dice. —Mira cuánto me hiciste venirme—. Y dirige mi mirada hacia la baba plateada que cuelga desde su vagina hasta mis pies. Esto es algo que nunca antes había visto, y se lo digo. Se agacha, me agarra la cadera, columpia sus labios, y lanza su descarga elástica, como un péndulo, hasta que conecta con mi esternón. Se menea para adelante, arrastrando el hilo de baba que se estira y se estira hasta que se aferra en mi barbilla, se separa de Lolly y me divide la cara, por la nariz y entre los ojos. Lolly se ríe como si fuera la cosa más chistosa del mundo, y le digo que es mi puta favorita de todo el mundo.

Lee más en nuestra columna, Historias nocturnas.