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Comida

¿Por qué los supermercados nos venden la fruta pelada y empacada en cajas?

Fuimos a Carulla, a Jumbo y a Surtifruver a preguntarle a los encargados sobre esa modita de gastar plástico. Acá también le explicamos cómo eso le hace de daño al ambiente.

Hace un par de días por la oficina de VICE ––y por las redes sociales de varios lugares del mundo–– rotó una imagen de una naranja perfectamente pelada, empacada en una caja de plástico y exhibida en el estante de un supermercado. Ante la imagen, muchos empezamos a preguntarnos cosas como las siguientes: ¿somos tan perezosos que no podemos picar nuestra propia fruta? Y además, ¿qué implicaciones tiene la utilización de estas cajas en el medio ambiente?

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Pues ya que en las redes sociales no hallamos las respuestas, salimos a preguntar qué era esa modista.

Eso sí, sobra decir que este fenómeno, al igual que no pasa solo en Colombia, tampoco es exclusivo de las frutas. Desde hace tiempo, en las plazas de mercado colombianas, se ha vendido en bolsas plásticas el revuelto para el sanchocho o la sopa ––habichuela, zanahoria y arveja–– cada una en proporciones justas para un almuerzo casero. Pero de eso a una granadilla empacada en bandeja o a frutas peladas industrialmente para el consumo fácil, picaditas, hay una diferencia más bien larga.

Granadillas. Todas las fotos por: Paula Thomas.

Para Ángela Rojo, diseñadora de espacios comerciales, que trabajó en el área de "frescos y productos" de gran consumo ––frutas, verduras y mercado en general–– de un supermercado de cadena a nivel nacional, el tema de empacar las frutas y las verduras peladas es resultado de lo que vivimos como sociedad: todo es más rápido, lo más valioso es el tiempo. Los clientes quieren ese tipo de rapidez.

Los productos que le apuntan a la velocidad, denominados to go o listos para llevar, son la respuesta a esa necesidad que tienen las personas de comprar cosas desde el lado de lo racional. Es decir, que no se detienen a pesar la granadilla ni a mirarle las pecas al banano sino que pasan por el estante, cogen el producto, lo empacan en la canasta y siguen su camino. Son personas, dice Ángela, "que no quieren que la acción de compra implique o signifique mucho tiempo del día". Además, a la hora de consumir el producto, lo único que necesitan, aparte del apetito, será un tenedor limpio. El resto está servido en la mesa.

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De todas formas, no es solo una cuestión de velocidad. Hay otro montón de mensajes implícitos que nos hacen pensar que lo empacado es lo correcto. "Uno asume que cuando la fruta va separada y guardada ya ha sido seleccionada y está en mejor condición que las que están en un arrume de frutas una sobre otra ––dice Ángela––. El hecho de estar empacadas nos da una sensación de mayor seguridad".

Entonces, cuando vemos las frutas, coloridas y frescas, empacadas en plástico o en Icopor, suponemos que alguno de los empleados del almacén ya hicieron el trabajo minucioso por nosotros: las pesaron, las miraron con celo para verificar que estuvieran perfectas, las juntaron con otras del mismo color y el mismo tamaño, y las empacaron para que nosotros pasáramos por el pasillo del mercado sin reparar mucho, las cogiéramos y listo, pa la casa.

Según David Gómez, encargado de la sección de frutas y verduras en el Carulla que queda ubicado en la calle 63 con Carrera Séptima, en el barrio Chapinero, los empaques de plástico en las frutas hacen que las personas las compren más. Las frutas que no se empacan así pueden llegar a vencerse. "Un fin de semana promedio vendemos entre 40 y 50 cajas de melón y papaya cada una", nos dijo.

Carulla tiene empaques plásticos o de Icopor para casi todas las frutas y verduras que vende. Durante nuestra visita encontramos las siguientes: piña, mango, papaya, fresa y patilla… Solo en los productos que son para consumo inmediato; pero también verduras, tres tipos diferentes de tomate, champiñones, mezcla para ensalada, espinaca, varios tipos de lechuga, zanahoria, y más y más y más.

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Todo listo.

En cuanto al Jumbo que queda en el centro comercial Santa Ana, al nororiente de Bogotá, las cajas de frutas empacadas vienen con frutas variadas y organizadas: unos tres pedazos de kiwi, tres o cuatro de piña, tres de papaya y algunas fresas. También en caja de plástico. Según su administrador, Vladimir González, este es un tema de practicidad: en cuanto a las ventas, la gente, como en Carulla, prefiere la fruta ya lista para comer o que no implique mucho esfuerzo para preparar.

Lo mismo pasa en Surtifruver. Casi todos los productos que se exhiben por montones, en arrume para vender a granel, vienen también empacados en bandejas de Icopor. Eso sí, los empacados se ven en mejores condiciones que los que están uno encima del otro. La respuesta del encargado es la misma siempre: a la gente le gusta comprar así.

Picadito de frutas.

A la gente le gusta. En este caso, como pasa en la primera lección de economía básica, la demanda crea la oferta. Y se mantiene. Nosotros compramos así, nos gusta, se acomoda a nuestro estilo de vida. La indignación de las redes sociales fue doblegada ––como tiende a pasar en muchos fenómenos–– por la dura realidad.

La facilidad y la comodidad que dan las frutas escogidas y empacadas, que son cada vez más comunes en el mundo, traen consecuencias. Los materiales que se utilizan como empaque no se reciclan y se demoran muchos, muchísmos años para descomponerse: varían, según el material, el Icopor puede demorarse entre 500 y 1000 años y el plástico hasta 500 años.

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"Es un tema delicado ––dice Sofía Henao, ingeniera ambiental–– el Icopor no se recicla, va para el relleno. Lo mismo el plástico. Ambos, además, se demoran mucho en descomponerse". Para Sofía es muy importante que empecemos a preguntarnos una cosa: ¿es necesario? ¿Es solo una cuestión de presentación para los productos? ¿Pasa una prueba de ser algo razonable teniendo en cuenta el deterioro del medio ambiente? "La parte de empaque necesita regulación ––dice Sofía–– hay que generar normatividad, y pensar más en la relación costo-beneficio. Hay que llamar la atención al consumidor".

Algunos dicen que tema va más allá de la normatividad. Para Jenny Alarcón, ingeniera ambiental y directora del programa de ingeniería ambiental de la Universidad Manuela Beltrán, este también es "un problema de conciencia sobre el ciclo que cumple cada cosa que usamos, desde el proceso de fabricación hasta la basura". Y en este caso, el de los empaques, la vida útil es mínima, pues los materiales quedan descartados después de consumir el producto y van a parar a la basura. Ahí viene otro problema.

Según registró El Espectador en 2014, la Unidad Administrativa de Servicios Públicos ––UASEP––, una entidad encargada de garantizar, entre otros, el servicio de aseo a la ciudad, recogía mensualmente unas 12 mil toneladas de Icopor, que, además de ser un material engorroso de manejar y de movilizar, tiene poco valor comercial para quien lo recicla. Dicho de otra forma: su inviabilidad lo manda directamente al relleno sanitario.

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Los tarritos suman a estas cifras. El 14% de lo que llega a Doña Juana ––el principal vertedero de basuras de Bogotá––, de acuerdo con datos de Fenalco actualizados a 2013 son plástico: 840 toneladas una sobre otra.

Si sumamos el Icopor y sus problemas de reciclaje, el plástico y su uso común, más la acumulación del resto de residuos, no solo tenemos un problema ambiental, sino que además estamos llenando los rellenos muy rápido. "Yo creo que Colombia, dentro de 10 años, la mayoría de los rellenos sanitarios van a cumplir su capacidad útil, y eso es algo crítico" dice Jenny.

Todo parece indicar que compramos más basura que comida y que consumimos más plásticos que frutas.

Aquí más frutas y verduras.

En colaboración con Sara Kapkin.