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Un niño taiwanés le hizo un hueco a una pintura de 1.5 millones de dólares y su reacción dice mucho sobre la humanidad

¿Quién no ha sentido la ansiedad de saber que la cagó muy muy feo?

Un niño taiwanés de 12 años le abrió un hueco a una pintura que valía 1.5 millones de dólares, algo que, viéndolo bien, es una de las demostraciones de poder más increíbles de todos los tiempos. A la mierda el arte, ¿no? ¡Puto Arte! ¡El arte es mierda!

Quizá Banksy y su Dismaland estén acaparando toda la atención por el momento, pero es mejor que elevemos a este pequeño señor taiwanés al puesto de Gran Gobernante del Mundo del Arte. Sólo míralo: vagando por una galería de arte, con una camiseta Puma y shorts, sin ninguna preocupación en la vida, lata de Fanta o algo similar en mano, y luego, PUM, intenta apoyar su hombro en una pared pero se tropieza sobre una de esas cosas que sostienen una cuerda y golpea una obra maestra de 350 años. No hay cómo recuperarse de eso, en especial cuando uno es una pintura antigua que no está acostumbrada a recibir un puño por accidente.

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El punto es que fue un accidente y que el Paolo Porpora —que estaba exhibido en la exposición Face of Leonardo: Images of a Genius en Taipei— quedará en manos de un grupo de restauradores expertos y va a estar bien. El niño (probablemente el ser más castigado sobre la faz de la tierra en este momento) no tendrá que responder económicamente porque la pintura estaba asegurada. De hecho, este incidente no tuvo ninguna consecuencia. La moraleja de la historia es que "en general, darle puños a las obras en galerías está bien".

Pero mientras los medios de comunicación se enfocan en el golpe y el daño en la pintura, ignoramos la historia real, que es la inmensa desesperación que sintió un niño en la cúspide de la hombría juvenil, ese pavor singular que se siente al arruinar una obra de arte de 1.5 millones de dólares. Para ponerlo en perspectiva: yo rompí una vez un jarrón cuando tenía 12 años, y todavía no lo supero. Ese jarrón valía máximo 10 dólares (30.000 pesos). Multiplica ese sentimiento por un millón de veces. Con eso es con lo que está lidiando el niño.

Orwell nunca lo predijo, pero uno de los mayores beneficios de un circuito cerrado de vigilancia que funciona en todo momento es poder ver humanos tratando de disimular las emociones más intensas con actos físicos minúsculos cuando cometen errores. Olvida el puño e ignóralo, mira en vez ese instante de reconocimiento, ese momento de resplandor cinemático que rara vez capturamos, ese gesto universal imposible de disimular cuando te das cuenta de que LA CAGASTE:

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Estos son los pensamientos que están pasando por la cabeza de este niño en la captura de pantalla superior, irracionales e imparables, pensamientos instantáneos derivados de un error masivo : "¿Tal vez, si sólo… me quedo quieto y sostengo mi lata… la gente no se dé…?'

Pero luego se da cuenta de que eso no tiene sentido, así que se levanta y mira si alguien más ha visto lo que pasó: "Si sostengo mi lata así la gente va a pensar que sólo la estoy sosteniendo de una forma muy particular y que la marca simplemente apreció sola", y luego llega la aceptación: "Bueno, si alguien me pregunta si le pegué un puño a la pintura supongo que diré que sí pero no voy a anunciarlo porque qué tal que me griten".

Y luego, finalmente, se le acercan y le preguntan si fue él quien le abrió un hueco a una pintura de 1.5 millones de dólares. Con un gesto que equivale a levantar los hombros, el niño mete una mano en el bolsillo de sus shorts. La desesperación llega cuando dos adultos con responsabilidades y moral se le acercan, un momento en donde la realidad lo ataca por todos lados."¿Fuiste tú el que…?".

Esta es la combinación de poses más características de un niño de 12 años que ha hecho alguien en toda su vida.Un intento enorme de sacudirse toda la culpa y el remordimiento. Antes de golpear la pintura, era un niño. Momentos después de golpearla, se volvió un hombre, lleno de terror y preocupaciones provocadas por él mismo. Después, una mujer con un tabardo lo saca de la toma y lo guía, yo supongo, a la oficina del gerente o algo así para disculparse porque el niño le hizo un hueco a un objeto casi invaluable.

A mí me ha pasado y seguro a ti también. He roto platos decorativos y una vez le di a un candelabro con un balón de fútbol. Y más de una vez me he quedado inmóvil mientras observo el daño —a veces lo he tocado con mis dedos como si eso fuera a arreglarlo— hasta que llega el dueño, ve lo que hice y dice "Oh". Y luego, "¿Qué pasó aquí?" Todos sabemos la respuesta. Pero mi cerebro hace corto circuito y digo: "No sé, qué raro ¿no?"

Es la naturaleza de los humanos. Destruir cosas y fingir que no lo hicimos. Así nos deslindamos de las guerras y de todo el daño que le hacemos a la naturaleza. De matar animales y joder la capa de ozono. La civilización humana se construye sobre la rápida absolución del sentimiento cochino de la culpa.

Así que, estamos contigo, niño taiwanés de 12 años. Si yo rompiera una pintura de 1.5 millones de dólares, también fingiría no haberlo hecho. Claro, también me cagaría de miedo sobre mi camiseta de Puma y mis shorts pero seguro trataría de salirme con la mía sin meterme en problemas. Metería una mano en mi bolsillo y señalaría el hueco con la otra mano mientras digo: "Ah, eso…". Si me llevaran a una oficina y me amenazaran los guardias de seguridad, también respondería "No sé qué paso. Fue otra persona…creo que…la vi?" Tú eres yo y yo soy tú, niño taiwanés que rompe pinturas. Que los dioses se apiaden de tu travesía por la vida y hacia el infierno.

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