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¡no nos moverán!

"¡Yo no me he movido!": cuando una carrera de 100 metros duró 45 minutos

El velocista estadounidense Jon Drummond protagonizó uno de los escándalos más extravagantes de la historia del atletismo en 2003.
Foto de Yanis Behrakis, Reuters

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En 2003, lo más granado del mundo del atletismo se reunió en el Stade de France para el noveno Campeonato Mundial de Atletismo. Los aficionados franceses pudieron asistir al cuarto título mundial consecutivo de 1500m del marroquí Hicham El Guerrouj o a la triple corona etíope en los 10.000 metros con Kenenisa Bekele, Haile Gebrselassie y Sileshi Sihine.

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Sí, fue un gran torneo. Eunice Barber arrasó en el salto de longitud; Marc Raqui protagonizó una espectacular remontada en los 400 metros. En todas las disciplinas hubo alguna historia interesante que contar.

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Lo que nos tiene más preocupados, sin embargo, es la competición más famosa del mundo del atletismo: los 100 metros. No estamos hablando de la sorprendente victoria de Kim Collins en la final, que no tuvo más historia: lo realmente sorprendente fue lo que sucedió en los cuartos de final.

Fue la carrera más larga de la historia de los 100 metros: duró casi 45 minutos, los que separaron la salida de la llegada. El protagonista fue el estadounidense Jon Drummond, que en ese 24 de agosto mostró a todo el mundo sus habilidades.

Pongámonos en situación. En la segunda serie de los cuartos de final competían ocho corredores, entre los cuales destacaban algunos nombres como Ato Boldon, Asafa Powell, Patrick Johnson, Ronald Pognon… y el ya mencionado Jon Drummond.

Todos los corredores estaban en la posición de salida cuando sonó el disparo de la pistola. ¡Bang! Los velocistas empezaron a mover los brazos para ganar velocidad mientras agachaban la cabeza. En medio de este apogeo atlético, sin embargo, relajaron los músculos y perdieron velocidad: el árbitro detuvo la carrera porque el jamaicano Dwight Thomas había salido en falso.

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Por las mentes de los atletas empezó a gestarse una sensación de estrés producida por el miedo a una nueva mala salida, ya que esto los eliminaría. Desde enero del 2003 la normativa al respecto se había modificado: antes no se eliminaba a ningún corredor hasta que este hacía dos salidas en falso, pero después del cambio se le eliminaba.

De este modo, y después de la primera falsa salida, los ocho atletas sabían que no podían cometer ningún error. Si el tiempo que pasara entre el disparo de la pistola y la reacción de los atletas era menor a 100 milisegundos, se les eliminaba.

El juez disparó de nuevo la pistola… y volvió a detener la carrera por salida falsa.

El jamaicano Asafa Powell y el estadounidense Jon Drummond fueron los señalados. El primero no se opuso a la decisión de los jueces. Drummond, en cambio, no lo aceptó y empezó a hacer grandes aspavientos. Mientras seguía agitando los brazos iba diciendo a los jueces: "Hey tíos, os habéis confundido".

"Un buen juez de partida debe hacer pedagogía y ser diplomático porque algunos corredores tienen grandes egos", dice Michel Melet, jefe de partida en el Campeonato Mundial de 2003, que lo presenció todo desde la pista. "Esa vez tuvimos que tener mucha paciencia porque el atleta no aceptaba la decisión".

Realmente no era una decisión suya, sino que el juez se limitó a aplicar el reglamento, porque lo que mide la salida en falso es una máquina: había sido la tecnología quien había dictaminado que Drummond había reaccionado 52 milésimas antes del disparo. Powell lo había hecho 86 milésimas antes. Difícil de reclamar. contra un robot.

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Jon Drummond comenzó a repetir su ya famoso grito: "¡Yo no me he movido!". Michelle Jan, juez ese día en París, dice que "no aceptó nuestra decisión, nos repetía que no había salido antes. Lo que pasó es que quería ganar pero se equivocó y perdió".

"Me tocó a mi darle la tarjeta roja y decirle que se fuera, y tuve mucho miedo de su reacción", cuenta Michelle. Drummond, sin embargo, entrando casi en trance, se negó a abandonar la pista y se estiró en su carril mientras el juez le instaba a que abandonase la pista.

Me podéis decir lo que queráis, no me voy a mover. Ni aunque me ofrezcáis dos hamburguesas con queso y extra de bacon. No me voy. Foto de Gary Hershom, Reuters

Después de varios minutos de espectáculo, el corredor de Estados Unidos finalmente decidió que era hora de irse. Sin embargo, cuando ya estaba marchándose con el torso desnudo, la boca prieta y los ojos en lágrimas, un miembro de su equipo le dijo… que volviera a la línea de salida.

Los espectadores se sorprendieron, pero el velocista, como si ya se lo esperase, volvió junto a sus contrincantes mientras levantaba y bajaba los brazos para animar el ambiente. Powell estaba perdido por completo y no entendía nada, pero los jueces aún comprendían menos lo que estaba pasando, por lo que se reunieron en la misma pista para debatirlo.

Como no se solucionaba todo el embrollo, los funcionarios decidieron posponer la carrera y hacer correr los otros dos cuartos de final para que, además, la tensión en el estadio bajara.

Finalmente, Drummond aceptó que no tenía razón y se fue con su entrenador a la zona de calentamiento. El estadounidense abandonó la pista entre sollozos al darse cuenta que, a sus 34 años, acababa de ver volar la última opción que tenía de ganar una medalla importante.

El autor no es demasiado veloz en el tartán, pero es bastante afilado en Twitter: @louisdabir