Diario de una chica borderline
Illustration by Julia Kuo

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Identidad

Diario de una chica borderline

Me diagnosticaron trastorno límite de la personalidad en diciembre de 2014, pero aquel fue solo el principio de mis problemas. Este es mi diario de lo que vino después.

Lunes

El lunes es relativamente tranquilo. Me las arreglo para llegar al trabajo a las 10 de la mañana, solo media hora tarde. Estoy segura al cien por cien de que mi jefe cree que soy gilipollas. Me da un trato desfavorable y sin duda es porque llego tarde nueve de cada diez días y porque soy constantemente incapaz de ceñirme a los plazos. Además, estoy bastante segura de que sabe que dedico gran parte de la jornada laboral a llorar en el baño. No obstante, nunca me dice nada.

Antes de la 1 de la tarde ya he vomitado una vez por la ansiedad y he borrado mi perfil de Facebook por millonésima vez esta semana. En torno a las 3 de la tarde telefoneo a mi exnovio y le suplico que vuelva. Me dice que no y me pide que vaya al baño, que meta mis manos dentro de las bragas y le envíe una foto. Lo hago. Eso calma los temblores y los sudores hasta más o menos las 6 y media de la tarde, cuando vuelvo a casa. Mi habitación es un desastre. Llena de platos con moho, ropa interior mugrienta y moscas. Me escabullo al interior de la cama, me masturbo viendo Rick y Morty, me trago unas cuantas pastillas para dormir y me despierto el martes.

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Martes

El trabajo es totalmente mierdoso hoy. Me las arreglo para llegar a tiempo e incluso consigo ausentarme durante dos horas para comer. Hacia el mediodía me siento insoportablemente ansiosa, así que convenzo a una amiga para que venga conmigo a comer. Vamos a un restaurante llamado Lyle's y me tomo una botella de vino, una sopa y un filete. Consulto el teléfono 42 veces pero siento mucha menos ansiedad cuando vuelvo al trabajo a pesar de que es evidente que voy pedo y soy incapaz de hacer nada productivo durante el resto del día.

Esa noche mi vibrador se queda sin pilas justo cuando estoy a punto de correrme. Mi cuerpo se inunda de furia y golpeo el aparato contra la pared hasta que oigo cómo cruje. Telefoneo a mi madre y lloro con ella hasta que me quedo dormida.

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Alrededor de las 3 de la madrugada me despierto bañada en sudor. Puedo sentir cómo gotea desde mis axilas y mi camiseta se aferra desesperadamente a mis tetas empapadas. Mi pecho se agita frenéticamente arriba y abajo y tengo la sensación de que el corazón me está trepando por la garganta. Había soñado con mi exnovio, siempre atormentada por la falta de esperanza que tiene depositada en mí. Compruebo el teléfono, envío unas cuantas excusas por haber cancelado planes con algunos amigos (intento no comprometerme demasiado, porque siempre necesito estar en una situación en la que no pase absolutamente nada si de pronto rompo a llorar, es decir, casi en ningún lugar, nunca) y finalmente me vuelvo a dormir a eso de las cinco.

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"Me siento como si mis entrañas fueran a salir disparadas por mi culo, con ráfagas retorcidas de ansiedad como un enjambre en torno a mí". Ryan Muirhead vía Stocksy

Miércoles

Aunque me las había arreglado para mantener las cosas calmadas durante el día, todo se lía por la noche.

Acababa de ver en Instagram una foto de mi exnovio teniendo la desfachatez de salir a comer (algo sin importancia o incluso insignificante para la mayoría de gente). Al descubrirla, me siento como si mis entrañas fueran a salir disparadas por mi culo, con ráfagas retorcidas de ansiedad como un enjambre en torno a mí. Me agacho sobre el inodoro, temblando. Es como si vomitara cuchillas. Me arrastro hasta la cocina, me fumo tres cigarrillos seguidos y me balanceo adelante y atrás, emitiendo de vez en cuando un alarido sollozante o dos. Puedo sentir cómo me falla el cuerpo. Borboteos distorsionados zumban en mi cabeza y me tapo las orejas con mis temblorosas manos. Vale, los niveles insoportables de ansiedad son algo que puedo más o menos soportar porque no tengo más opción, pero una vez que aparecen sonidos extraños y empiezan a roerme el cráneo, sé que no hay nada que hacer. La última vez que empecé a oír cosas me desmayé en la estación de Liverpool Street y me tuvieron que llevar a la comisaría de policía y de ahí al hospital. Absolutamente desagradable.

Así que llamo a mi padre histérica y le ruego que venga a buscarme al apartamento con su coche. Lo hace. Pasa las dos horas siguientes tratando de avanzar en hora punta entre el tráfico para venir en mi rescate. Te mereces lo mejor, Papá.

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Jueves

Hoy no puedo ir a trabajar. Me levanto, vomito un poco, le digo a mi jefe que tengo migraña y mi madre me lleva al médico. Busco en Google "cómo colgarte de un radiador" en la sala de espera antes de escaparme para un lloro rápido. Mientras sollozo en el baño escucho cómo una voz gorjeante me llama por mi nombre en la habitación de al lado.

Mi médico es un tipo extremadamente reconfortante, es tremendamente paciente conmigo y tiene un glorioso don para hacerme sentir ligeramente menos sola. Su tema preferido de conversación es si considera que mi enfermedad es hereditaria o depende de mi entorno y siempre me recomienda que me apriete las muñecas con gomas elásticas y que las "pellizque" cuando me sienta particularmente deprimida. Le digo que el único pensamiento suficientemente reconfortante como para inducirme el sueño es la posibilidad de suicidarme si la cosa se vuelve demasiado insoportable. Me dice que va a posponer mi siguiente sesión de terapia y me recuerda que llame al teléfono de ayuda para suicidas de los Samaritanos si lo necesito.

Vale, los niveles insoportables de ansiedad son algo que puedo más o menos soportar… pero una vez que aparecen sonidos extraños y empiezan a roerme el cráneo, sé que no hay nada que hacer

En el viaje en coche de vuelta a casa de mis padres, mi madre me pregunta cuándo fue la última vez que me lavé. Han pasado ocho días. Horrorizada, pierde totalmente los papeles. Me grita por haberme saltado la terapia unas semanas antes y yo intento explicarle que la encuentro embarazosa, incómoda e inútil porque no consigue solucionar el problema inmediatamente. Nos peleamos. Le echo la culpa de mi enfermedad y le pido repetidamente que se calle la puta boca.

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Viernes

El viernes por la mañana la depresión me deja totalmente inmovilizada. No solo he vuelto a faltar al trabajo, sino que nada más despertarme he recibido una noticia terriblemente triste ―la hermana de mi amiga está gravemente enferma― y no salgo de la cama en 18 horas. Emito algunos tímidos balbuceos por el teléfono diciendo que lo siento a mi colega y entierro la noticia en el fondo de mi cerebro.

Para mí, uno de los rasgos más debilitadores del TLP es la incapacidad de situar las cosas en perspectiva. No me importaba nada su hermana. No podía. No tenía energía suficiente. Las feroces ráfagas de ansiedad me habían dejado destrozada. Si me hubiera cortado, habría salido terror en lugar de sangre. Para mí no había nada más. Me había vaciado completamente.

Duermo unas cuantas horas más y me despierto en torno a la 1 de la tarde. Lloro lágrimas de rabia. ¿Por qué cojones no puedo ser una amiga mejor? Soy incompetente absolutamente en todo. Me odio a mí misma. Soy una basura total.

Recibo un malhumorado email del trabajo sobre la asistencia. Cambio mucho de trabajo porque la cago muchas veces. Tengo esporádicos períodos en los que puedo manejar con éxito trabajos remunerados relativamente exigentes en las redes sociales, pero esta maldita enfermedad siempre acaba por alcanzarme e inevitablemente termino meando fuera de tiesto una y otra vez.

Ya llevo seis días sin hablar con nadie excepto con mis padres. A eso de las 2 de la tarde estoy empapada en sudor por la ansiedad y pido comida india por teléfono. Dos de pollo tikka, un masala, un korma, pollo a la mantequilla, cuatro bhajis con cebolla, un shami kebab como entrante, dos raciones de arroz con cebolla y dos naans de ajo. En total: 65 €.

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Hace ocho años que la bulimia va entrando y saliendo ocasionalmente de mi vida. Cuando las cosas se ponen especialmente horrendas, me hincho a comer. La comida india es una opción fantástica para darse un atracón, porque entra muy fácilmente. Mientras espero el pedido me siento insoportablemente inquieta, así que me meto al cuerpo cuatro boles de cereales de chocolate.

Son las 3:30 de la tarde. Estoy de nuevo en la cama, con agudos espasmos en el estómago y el cerebro abotargado y somnoliento. Duermo hasta las 6:30 de la mañana siguiente.

Estoy contemplando la posibilidad de cortarme los muslos con una cuchilla porque la piel al abrirse funciona como un bálsamo para el alma. No hay otro alivio como ese

Sábado

Consigo concertar una cita urgente con mi médico, quien está de acuerdo conmigo en que me estoy convirtiendo a pasos agigantados en una neurótica inmanejable. Me firma la baja para una semana y regreso a casa de mi madre con el rabo entre las piernas. Estoy en casa y empapo la almohada con mis lágrimas. Mi jefe se va a cabrear muchísimo. La ansiedad golpea con fuerza mis entrañas con solo pensar en las miradas de desaprobación y los chasquidos de lengua que lanzará cuando se entere de mi ausencia. Una vez le dije cuando estábamos tomando una copa después del trabajo que sufría de ansiedad y él me llamó floja. Le envío un mensaje de texto disculpándome profusamente y derrocho promesas de que recuperaré cada minuto perdido. Estoy contemplando la posibilidad de cortarme los muslos con una cuchilla porque la piel al abrirse funciona como un bálsamo para el alma. No hay otro alivio como ese. Pero siguiendo órdenes del médico, mi madre ha confiscado todas las cosas afiladas del baño. Grito hasta que comienzo a temblar.

Domingo

Ahora mismo estoy afónica de la hostia y trato de escribir esto entre lágrimas. Mi madre está sentada a mi lado y me dice que todo va a ir bien, y yo la quiero con toda mi puta alma por ello. No tengo ni idea de dónde estaría sin el inconmensurable apoyo de mi familia. Ir relatando mi semana así ha sido un proceso tanto inexplicablemente terrorífico como mediador. Supongo que hablar de las cosas realmente ayuda. ¿Quién lo habría imaginado?

Me he dado cuenta de que ha habido una reciente oleada de relatos sobre el TLP y eso me parece increíblemente genial. Aunque he entrado y salido de varias terapias durante ocho años, mi diagnóstico más reciente de trastorno límite de la personalidad no llegó hasta diciembre de 2014. Me dijeron que esa enfermedad de nombre ridículamente maligno era la responsable de mis incontables vulgaridades, desde mis deficientes intentos de sentir empatía hasta mi abrasadora ira, pasando por mi afición a autolesionarme. Todo lo que parecía estar diciendo el médico era, "El problema no eres tú, es culpa de una enfermedad". Tan negativo como suena, me sentí extraña y avergonzada. Como resultado he pasado todo 2015 atiborrándome a antidepresivos, entrando y saliendo de la terapia conductual cognitiva y durmiendo 16 horas al día.

El sufrimiento en soledad es mi rollo. Quizá también es el tuyo

Con o sin trastorno de la personalidad, tratar de abrirte paso en la edad adulta es una puta mierda. Así que, en parte, disfruto leyendo las experiencias de otras personas con TLP, porque me hace sentir un poco menos sola. ¿La parte negativa? Sus experiencias me inspiran unos celos abrasadores. Podría cagar rencor. Estoy muy lejos de estar bien y a veces cuando leo esas cosas me acuerdo de ello. Entonces tengo la sensación de que voy a volver a sumirme de nuevo en la oscuridad.

No estoy lloriqueando por las increíblemente valientes experiencias de otras personas con TLP. Lo que trato torpemente de decir es lo siguiente: no tengo ningún gran consejo para alguien que esté atravesando lo mismo que yo. No puedo decirte que lo vas a conseguir porque yo todavía no lo he hecho. El sufrimiento en soledad es mi rollo. Quizá también es el tuyo. No soy ningún modelo a seguir, con mi especie de inmunidad a las ofertas de ayuda y las intervenciones. Lo que sí sé es que nada resulta tan sanador o tranquilizador como saber que no estás solo en una situación dolorosa. Saber que otra persona lo entiende, saber que otra persona lo está sufriendo ahora mismo y todavía no ha llegado al otro lado. Por supuesto que el consuelo todavía parece completamente inalcanzable, pero hay algo que me ha ayudado aproximarme poco a poco a él: dejar de morderme la lengua. Recomiendo que todo el mundo lo pruebe.