Lunes
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Martes
Alrededor de las 3 de la madrugada me despierto bañada en sudor. Puedo sentir cómo gotea desde mis axilas y mi camiseta se aferra desesperadamente a mis tetas empapadas. Mi pecho se agita frenéticamente arriba y abajo y tengo la sensación de que el corazón me está trepando por la garganta. Había soñado con mi exnovio, siempre atormentada por la falta de esperanza que tiene depositada en mí. Compruebo el teléfono, envío unas cuantas excusas por haber cancelado planes con algunos amigos (intento no comprometerme demasiado, porque siempre necesito estar en una situación en la que no pase absolutamente nada si de pronto rompo a llorar, es decir, casi en ningún lugar, nunca) y finalmente me vuelvo a dormir a eso de las cinco.Tres mujeres nos cuentan cómo es vivir con Trastorno Límite de la Personalidad
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Miércoles
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Jueves
En el viaje en coche de vuelta a casa de mis padres, mi madre me pregunta cuándo fue la última vez que me lavé. Han pasado ocho días. Horrorizada, pierde totalmente los papeles. Me grita por haberme saltado la terapia unas semanas antes y yo intento explicarle que la encuentro embarazosa, incómoda e inútil porque no consigue solucionar el problema inmediatamente. Nos peleamos. Le echo la culpa de mi enfermedad y le pido repetidamente que se calle la puta boca.Vale, los niveles insoportables de ansiedad son algo que puedo más o menos soportar… pero una vez que aparecen sonidos extraños y empiezan a roerme el cráneo, sé que no hay nada que hacer
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Viernes
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Hace ocho años que la bulimia va entrando y saliendo ocasionalmente de mi vida. Cuando las cosas se ponen especialmente horrendas, me hincho a comer. La comida india es una opción fantástica para darse un atracón, porque entra muy fácilmente. Mientras espero el pedido me siento insoportablemente inquieta, así que me meto al cuerpo cuatro boles de cereales de chocolate.Son las 3:30 de la tarde. Estoy de nuevo en la cama, con agudos espasmos en el estómago y el cerebro abotargado y somnoliento. Duermo hasta las 6:30 de la mañana siguiente.Consigo concertar una cita urgente con mi médico, quien está de acuerdo conmigo en que me estoy convirtiendo a pasos agigantados en una neurótica inmanejable. Me firma la baja para una semana y regreso a casa de mi madre con el rabo entre las piernas. Estoy en casa y empapo la almohada con mis lágrimas. Mi jefe se va a cabrear muchísimo. La ansiedad golpea con fuerza mis entrañas con solo pensar en las miradas de desaprobación y los chasquidos de lengua que lanzará cuando se entere de mi ausencia. Una vez le dije cuando estábamos tomando una copa después del trabajo que sufría de ansiedad y él me llamó floja. Le envío un mensaje de texto disculpándome profusamente y derrocho promesas de que recuperaré cada minuto perdido. Estoy contemplando la posibilidad de cortarme los muslos con una cuchilla porque la piel al abrirse funciona como un bálsamo para el alma. No hay otro alivio como ese. Pero siguiendo órdenes del médico, mi madre ha confiscado todas las cosas afiladas del baño. Grito hasta que comienzo a temblar.Ahora mismo estoy afónica de la hostia y trato de escribir esto entre lágrimas. Mi madre está sentada a mi lado y me dice que todo va a ir bien, y yo la quiero con toda mi puta alma por ello. No tengo ni idea de dónde estaría sin el inconmensurable apoyo de mi familia. Ir relatando mi semana así ha sido un proceso tanto inexplicablemente terrorífico como mediador. Supongo que hablar de las cosas realmente ayuda. ¿Quién lo habría imaginado?Me he dado cuenta de que ha habido una reciente oleada de relatos sobre el TLP y eso me parece increíblemente genial. Aunque he entrado y salido de varias terapias durante ocho años, mi diagnóstico más reciente de trastorno límite de la personalidad no llegó hasta diciembre de 2014. Me dijeron que esa enfermedad de nombre ridículamente maligno era la responsable de mis incontables vulgaridades, desde mis deficientes intentos de sentir empatía hasta mi abrasadora ira, pasando por mi afición a autolesionarme. Todo lo que parecía estar diciendo el médico era, "El problema no eres tú, es culpa de una enfermedad". Tan negativo como suena, me sentí extraña y avergonzada. Como resultado he pasado todo 2015 atiborrándome a antidepresivos, entrando y saliendo de la terapia conductual cognitiva y durmiendo 16 horas al día.
Estoy contemplando la posibilidad de cortarme los muslos con una cuchilla porque la piel al abrirse funciona como un bálsamo para el alma. No hay otro alivio como ese
Sábado
Domingo
Con o sin trastorno de la personalidad, tratar de abrirte paso en la edad adulta es una puta mierda. Así que, en parte, disfruto leyendo las experiencias de otras personas con TLP, porque me hace sentir un poco menos sola. ¿La parte negativa? Sus experiencias me inspiran unos celos abrasadores. Podría cagar rencor. Estoy muy lejos de estar bien y a veces cuando leo esas cosas me acuerdo de ello. Entonces tengo la sensación de que voy a volver a sumirme de nuevo en la oscuridad.No estoy lloriqueando por las increíblemente valientes experiencias de otras personas con TLP. Lo que trato torpemente de decir es lo siguiente: no tengo ningún gran consejo para alguien que esté atravesando lo mismo que yo. No puedo decirte que lo vas a conseguir porque yo todavía no lo he hecho. El sufrimiento en soledad es mi rollo. Quizá también es el tuyo. No soy ningún modelo a seguir, con mi especie de inmunidad a las ofertas de ayuda y las intervenciones. Lo que sí sé es que nada resulta tan sanador o tranquilizador como saber que no estás solo en una situación dolorosa. Saber que otra persona lo entiende, saber que otra persona lo está sufriendo ahora mismo y todavía no ha llegado al otro lado. Por supuesto que el consuelo todavía parece completamente inalcanzable, pero hay algo que me ha ayudado aproximarme poco a poco a él: dejar de morderme la lengua. Recomiendo que todo el mundo lo pruebe.El sufrimiento en soledad es mi rollo. Quizá también es el tuyo