La importancia de la visita del beisbol de grandes ligas a Cuba
ALEJANDRO ERNESTO/EPA

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La importancia de la visita del beisbol de grandes ligas a Cuba

Estados Unidos se ha obsesionado con lo que había en Cuba a expensas de lo que es hoy en día. El partido del pasado martes es una oportunidad para cambiar su visión.

Mi madre tenía cinco años cuando dejó Cuba en 1960. Subió a una Chevy station wagon con su madre, su padre, sus dos hermanas, y unas cuantas posesiones preciadas. Manejaron la camioneta desde su apartamento en la Habana hasta un ferri que los llevó a Miami. Después ese mismo año, Fidel Castro cerró Cuba para los barcos estadounidenses. Mi bisabuela y mi tía abuela no llegaron a Miami sino hasta 1965. Mi bisabuelo, atorado en la Habana, no pudo unirse al resto de su familia hasta 1975.

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Para cuando el embargo fue aprobado en 1962, la familia de mi mamá —abuelo estadounidense y bisabuela cubana— se había establecido en Miami entre miles de exiliados. Años después, me contarían historias sobre un lugar que se había perdido. Contaban las historias como si Cuba hubiera dejado de existir en cuanto Fidel Castro tomó el poder. Las personas que se quedaron atrás no se perdieron necesariamente en la narración, pero tampoco eran personajes. Eran simplemente la escuálida prueba de lo mal que las cosas seguían en ese lugar.

Pero Cuba siempre estuvo ahí, y este ha sido el problema de la política estadounidense con respecto a la isla por más de 50 años. Hemos permanecido tan obsesionados con lo que fue a expensas de lo que es, y con la persona a cargo a expensas de aquellos que son dirigidos. Los Estados Unidos han pasado la mitad de un siglo intentando enseñarle una lección a un dictador, y ha perdido de vista a las víctimas en el proceso.

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Precisamente por esto, el viaje del presidente Obama a Cuba —incluyendo el partido de beisbol disputado el martes en la Habana entre los Rays y lo que queda del equipo nacional cubano— es importante. El viaje no solo ocurre en medio de un cambio histórico y real, si no que también es un recordatorio del porqué dicho cambio es tan importante. Se trata de poder ver al pueblo cubano en la Cuba real —y no aferrándose a balsas, o jugando en el jardín derecho en el Dodger Stadium, o en alguna versión imaginaria del país que sigue viviendo en el año 1959 y todo mundo juega dominó—.

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El embargo ha provocado que no nos detengamos a considerar cómo es en realidad la vida diaria en Cuba —en las calles, y en las largas filas de teléfonos públicos; a la hora de utilizar el internet dirigido por el estado; en la parada del autobús, o para comprar iPhones traídos desde Miami; o creando instalaciones complicadas de cables para ver programas estadounidenses. Vemos a jugadores espectacularmente talentosos llegar a los Estados Unidos y golpear la pelota, pero nunca pensamos sobre los establecimientos anticuados que desarrollaron a dichos jugadores.

El Estadio Latinoamericano, la sede del partido, es un icónico ejemplo de ello: un verdadero estadio de pelota original y estropeado. Las luces sobre el campo parecen haber sido construidas para iluminar un patio de una prisión. Antes de que se llevara a cabo la remodelación de cara al partido, había lugares sin asientos por todos lados. La pintura estaba deteriorada, la explanada oscura, y los murales portadores de mensajes revolucionarios se veían cansados, como si el país lo hubiera olvidado. De alguna forma, lo ha hecho.

Durante los partidos de temporada regular de la Serie Nacional, se pueden escuchar las conversaciones aledañas sobre peloteros, o ver a amigos encontrarse en los pasillos. El martes, los asientos estarán ocupados por mandatarios, dirigentes de partidos, y medios extranjeros. Pero incluso la gente conectada lo suficiente estaba tan curiosa —tan emocionada sobre la visita de los profesionales estadounidenses— que el estadio estaba casi lleno tres horas antes del primer lanzamiento.

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Los fans comenzaron a llegar al Estadio Latinoamericano más de tres horas antes del partido. Foto por ALEJANDRO ERNESTO/EPA

Víctor Mesa, el manager del equipo nacional de Cuba, jugó toda su carrera en Cuba sin siquiera acercarse a un contrato de un millón de dólares de las grandes ligas. Jugó en la década de los 80 mientras Fidel Castro reforzaba las políticas socialistas. Siguió jugando hasta la década de los 90, cuando Cuba sufrió hambrunas. Él guió a los bateadores hacia el oro olímpico de 1992, y crió a su familia en la Isla. Todo esto sucedió, y no es menos valioso porque se dio del otro lado del embargo. Pero el embargo significó que nunca pudo jugar con regularidad contra la competencia que merecía enfrentar. Quería decir que, a pesar de los millones de compatriotas cubanos que lo veían jugar, millones más en los Estados Unidos y en todo el mundo no podían.

Existe la inclinación entre algunas personas, especialmente entre cubano-estadounidenses, de ver la visita como algo trágico. Dan Le Batard del Miami Herald e ESPN, escribió que se siente como "una derrota más." Esto parece equivocado. El régimen de Castro cometió muchas atrocidades, y por cinco décadas las políticas estadounidenses solo han logrado agravarlas.

Estoy agradecido que mi madre y su familia fueran capaces de salir. Ellos fueron los afortunados. La primera vez que regresé a Cuba en 2013, visité su viejo apartamento, y me tomé una foto frente a la tienda donde mi abuelo solía vender refrigeradores usados. Los edificios siguen ahí, pero no me tomó mucho tiempo para darme cuenta que la Cuba que dejaron atrás había desaparecido desde hace mucho.

Entonces me di cuenta que la verdadera pérdida no ocurrió en 1960. La verdadera pérdida son las cinco décadas de aislamiento forzado y animación suspendida que le siguieron. Terminar con el embargo trae consigo una serie de desafíos: ¿Cómo puede el capitalismo estadounidense encontrarse con Cuba de una forma delicada y cuidadosa para evitar una repetición de la década de los 50? ¿Cómo puede la economía cubana, la cual se está liberalizando rápidamente, lidiar con la entrada de nuevo capital? ¿Cómo pueden estos dos vecinos aprender a coexistir?

Puede que parezca algo diminuto, pero el primer paso para llevarse bien es conocerse mutuamente. Por eso es que un simple partido de beisbol importa.