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Cultură

Tener fimosis a los 30 apesta

No le hice caso al médico de pequeño, y me acabó 'operando' a lo salvaje una pelirroja americana. Fue una gilipollez esperar tanto.

Por si alguno/a no sabéis muy bien qué es esta bonita jodienda localizada en el órgano genital masculino. La Real Academia Española de la Lengua os lo aclara:

Fimosis: Estrechez del orificio del prepucio, que impide la salida del glande.

Circuncisión: Práctica quirúrgica para corregir la fimosis.

Ya desde temprana edad, el médico de la Seguridad Social me iba dando pequeños avisos de que me tenía que echar la piel para atrás o si no tendría fimosis más adelante. ¡Pero escocía un huevo! Y aunque mi madre me lo dijera a menudo, me parecía más difícil que lavarme los dientes antes de ir a dormir y por lo tanto no lo hacía. En el equipo de fútbol había muchos compañeros que ya estaban operados y yo en el fondo les envidiaba, sentía que estaba retrasando una ejecución inminente. Iba tanto de visita al dentista y llevé tantos tipos de ortodoncias en esa época, junto al acné que me ponía la cara como un tomate, que mi madre dejó de preocuparse por la visita anual al médico cabrón que me obligaba a tirar la piel de mi pene para atrás.

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Los años pasaron y cuando empecé a usarla para algo más que para darle a la zambomba por las noches, sentí que algo ahí abajo no funcionaba correctamente. Como muchas otras cosas de mi vida, decidí la opción de la patada 'palante' con el problema. Mis primeras experiencias sexuales eran tan dolorosas que se fundían con mi ansia por hacerlo como fuera y ese profundo dolor ahí abajo se transformaba en un placer sadomasoquista. En la peña de mi pueblo cuando llegaba la hora del pajote de después de la merienda, sufría de cojones pero era lo que tocaba, disimulaba lo que podía.

Imagen modificada vía

Fui a la universidad, ahí el goteo de chicas en mi cama empezó a ser mayor y con ello mi dolor. La buena de mi madre me llamaba de vez en cuando al colegio mayor donde estaba: "Hijo, ¿lo de echarte la pielecita esa para atrás lo sigues haciendo todos los días, no?". Yo hasta me enfadaba: "¡Por supuesto mamá que no soy un niño!". Y me la miraba mientras tanto suspirando al cielo. Hasta que llegó lo inevitable. Como dice el viejo dicho: Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y se rompió. Taberna Irlandesa con un karaoke de borrachos entre los que por supuesto me encontraba. 'Bailar pegados', de Sergio Dalma y yo cantando de rodillas, sintiendo cada letra rasgada de la canción y una pelirroja que me mira todo el rato.

Termino mi patético recital de canciones románticas y bajo a las mesas. La chica me invita a sentarme con ella, era de Massachusetts, en esos momentos como si me dice de Albacete. Lo siguiente que recuerdo es que estábamos en su piso donde no se podía hacer ruido porque sus compañeras estaban durmiendo. Así que como estaba ocupada su habitación, lo hicimos en uno de los sofás del salón. No me pidió que me pusiera el preservativo y como no veía nada, cuando apunte casi le doy en una oreja con mi primer envestida. Notó rápidamente que comandando yo la misión nos iba a costar una semana, me empujó y se puso encima, cayó encima de mi tan fuerte que cuando quise darme cuenta tenía el estomago lleno de sangre y ella seguía cabalgando como John Wayne mirando al techo, gimiendo como un cochinillo en un corral.

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Pensé: O la yankee termina de cabalgar o me voy a desangrar en este sofá y no quiero morir así; qué diría mi madre. Por fin termina y se baja del caballito. Por suerte me ofreció algo de beber y mientras buscaba un vaso se quedó dormida a los dos minutos. Salí de allí como pude, hice bastante ruido en mi huida desesperada, pero la pelirroja de Massachusetts hacía tanto ruido al roncar que parecía un aserradero de Kentucky. Me vi el Cristo que llevaba entre los pantalones, se me había roto el prepucio, escocía que te cagas.

Llegué a mi cuarto y me tiré medio bote de agua oxigenada encima, dolía tanto que al ver en el espejo mi grito ahogado Munch se hubiera asustado. A la mañana siguiente llamé a mi madre y le conté que en una de esas veces que me echaba la pielecita para atrás desafortunadamente se me había roto eso un poco y que igual iba a urgencias, por prevenir. La realidad es que llevaba una cheesecake entre los calzoncillos que me daba asco incluso a mi. En urgencias, el médico no se alteró demasiado. Me dijo: "Eso hay que operarlo y como nuevo". Lo que llevaba atrasando desde la infancia ahora era una realidad. Me dieron cita y el día llegó. Mira que me han sacado muelas, me han operado de apendicitis y hasta me quitaron las amígdalas…pero esto era otra cosa. ¿Y si fallan? ¿Y si se les va el bisturí y degollan a mi pequeño muñeco? La anestesia es local. Te estiras en una camilla y te ponen una especie de tela en la cara para que no veas la carnicería. La putada es que si miras arriba se refleja y se ve todo: No mires, no mires, no mires, mierda he mirado, parezco la cabeza de Homer Simpson.

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La tortura empezó cuando me dieron pequeños pinchacitos en los huevos para dormir la zona. Eran como pequeños picotazos de avispas, algo sensacional. Luego con el bisturí la cortan como si pelaras un plátano y luego te lo cosen todo: "Ya está caballero", me dijo el médico. Retiraron la tela blanca y delante de mis ojos tenia al hombre elefante mirándome. Una trompa colgante vendada totalmente que parecía un salami. Me dijo: "Tranquilo ahora la zona esta hinchada, luego volverá a su tamaño natural·. Por un lado iba bien con esa nueva medida de cíclope pero por otra me asustaba manejar semejante espada láser.

Sí, me quedo con la mía, hasta ahora nos hemos entendido bien.

Me fui a la casa de mis padres unas semanas para ir recuperándome. La primera noche es muy importante porque te tienes que curar eso bien. Mi padre me dijo que si me ayudaba, me pareció un poco grotesco y le dije que no hacía falta. Me obligó a no cerrar la puerta del baño por si acaso. Ahí me quedé yo con los botecitos de curas y esa momia vendada entre mis piernas. Fui quitando la gasa poco a poco y: ¡¡tachán!! Tu hermoso pene en carne viva con puntos negros por todos los lados como si fuera la cabeza de Frankenstein. Lo siguiente que recuerdo es verlo todo oscuro y a mi padre dándome tortazos para despertarme. ¡Me había desmayado! El post operatorio fue totalmente horroroso. Dormía con eso al aire, hacía un frío que te cagas pero cada roce de algo hacía que viera las estrellas.

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Imagen vía.

Mi padre dice que a los que operaban en la Mili les decían que se sentaran en el suelo frío encima de sus talones para bajar la excitación mañanera. Me vi haciendo esa postura extraña alguna vez y era tan patético… Pero he de decir que funcionaba. A las semanas volví al colegio mayor y solo se lo conté a los más allegados. Los muy hijos de puta me traían todas las tardes una retahíla de revistas pornográficas y me las dejaban abiertas encima de la cama. Mis gritos de dolor se cruzaban con sus risas, entonces llamaban a la gente para que vinieran a ver al niño elefante berrear en la cama y me grababan con el móvil como si fuera una atracción. No puedo echarles nada en cara porque yo habría hecho lo mismo.

Los días pasaban y eso iba a mejor. Evitaba hacer cualquier cosa peligrosa, estudiar, ligar, deporte, etc.. pero llegaron las navidades y tenía que ir a mi casa. Me sentía bastante mejor. Iba en un autobús con el asiento pegado a la ventana, leyendo un libro que me habían regalado de Oscar Wilde. Elegí ese para parecer más interesante. A mitad de trayecto se sentó al lado mío una mujer madura de unos 40 años con buen escote. Me llamó la atención que fuera en camiseta de tirantes en diciembre y aún me llamó más la atención que sus brazos tuvieran moraduras y marcas de forcejeos. Era rubia teñida con el pelo alisado y con pinta de haber estado bastante bien hace unos años. Mientras hablaba por el móvil con mi padre, la extraña mujer sacó un portátil, lo encendió y se puso de lado para que lo viera mejor. Cuál fue mi sorpresa cuando empezó a pasar fotos de ella desnuda encima de descapotables, echándose agua a manguerazos en una gasolinera o rodeada de tíos con caretas; no daba crédito. Me puse tan nervioso que tuve que colgar a mi padre para analizar lo que estaba sucediendo. Empecé a sentir ahí abajo un dolor gigantesco, con tanta foto se me había puesto como un canto, no podía disimular el despertar de la fuerza. La mujer me mira como si se acabara de percatar de todo:

"¿Qué te pasa?". Me estoy intentando estirar para arriba para poder respirar y me dice: "¿Te duele el estomago, estás bien? ¿Aviso al conductor?". Sus ojos miran más abajo de mi estomago -yo que llevaba un chandal para ir más cómodo- la inflamación de mis partes era tan grande que parecía un zepelín atravesando Normandia. La señora se empieza a reír cada vez más fuerte y alerta a los otros viajeros que ven la estampa y me empiezan a preguntar si necesito algo. Les respondo que no, que estoy bien. La señora entiende la situación y les tranquiliza. Es mi sobrino, no se preocupen. Me sonríe y me da dos toquecitos allí abajo: "Como la llevas querido, qué ímpetu, tranquilo ya cierro el ordenador". Sentí tanta vergüenza, la situación era tan absurda que soñé con que se estrellara el autobús y que todo eso terminara lo más rápido posible.

"Me llamo Sofía". El primer apellido era el nombre de un animal en inglés. Me da su tarjeta donde se presenta como Pornostar-Spain, actriz convencional y azafata de congresos acompañado de una foto suya en pelotas con un sombrero de policía. Me cuenta que viene de Sitges de rodar varias películas y que tiene el récord nacional de bukkake. Yo solo asentía con la cabeza mientras me retorcía de lo cachondo que estaba. Lo estaba pasando tan mal, dije: Esto no me puede estar sucediendo a mi. ¿Porque no miré antes un billete de Ave? Solo en un autobús puede viajar gente tan rara… Estábamos entrando en la ciudad. Salvado por la campana. Miró por la ventana poniéndome media teta en la cara y dijo: "Vaya, pues parece que ya llegamos con la conversación tan agradable que estábamos teniendo, ¿verdad?". La gente se fue levantando y ella se despidió con dos besos y su tarjeta de presentación. Disimulé como que tenía que coger mis cosas y me esperé el último para que se me bajara el Boeing 747 que estaba a punto de despegar y así poder abrazar a mis padres sin que se asustaran.

Respire hondo y sin que me viera el conductor me descalcé y me senté encima de mis talones utilizando el viejo truco de la mili heredado de mi padre. Funcionó, me levanté como si allí no hubiese pasado nada y salí por la puerta del autobús saludando a mi familia como Sanchís con la séptima Champions desde la escalera del avión. Abracé a mis padres como si viniera de la guerra. La pesadilla había acabado, ésta era la última prueba. Solo el penitente pasará, solo el penitente pasará. El cáliz de la juventud eterna era mío.

Era un hombre nuevo, libre y circuncidado. Tenía el mundo a mis pies.