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Comida

Hacemos una cata de los productos marca Bertín Osborne

Analizamos con calma los productos con el sello del sueño húmedo de nuestras madres.

Cuando ya nadie apostaba un euro por el exceso de lípidos y la cuperosis de Bertín Osborne, ha tenido que venir Televisión Española para descubrirnos que el otrora cantante de rancheras y presentador de "Scavengers" es ahora nuestro David Frost. Su programa de entrevistas campechanas, "En tu casa o en la mía", se ha convertido en la baliza que guía en noche cerrada al nuevo periodismo del siglo XXI. El género interviú ha alcanzado el nirvana merced al nuevo estilo Bertín: te hago una entrevistilla tomando un poco de vino, en mi casa, para no cansarme, y cuando me entre la modorra, te dedicas a aguantar a mi mujer. Ah, y me lo cobro de tus impuestos. Incontestable, ¿verdad?

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Ahora que Bertín ha elevado su caché intelectual y ha pasado de tocar en casinos a entrevistar a personalidades de la flor y nata española en prime time, es el momento de explorar su faceta menos conocida, la que le ubica en las mismas ligas que deidades del espectáculo como Paul Newman: resulta que hace ya tiempo que el eterno galán íbero tiene una línea de alimentos. La idea que subyace en todo esto está muy clara: cada vez que engullimos un espárrago o hundimos el índice en un bote de paté de la factoría de sueños del jerezano, no solo participamos en un acción benéfica para la Fundación Bertín Osborne, también nos comemos un trozo de Bertín. Estamos masticando esa joie de vivre castiza, esas carcajadas de cazalla, esa testosterona ajena a los rigores de la senectud. Tragar Bertín es tragar felicidad. Es comerse la vida a bocados.

No resulta fácil encontrar todos los productos Bertín Osborne en Barcelona. En el supermercado de El Corte Inglés, por ejemplo, solo detecto sus picos de pan. Nada más. Recorro varios Condis sin premio: ni unas aceitunas, ni unos míseros pimientos del piquillo, dantesco. Pero es en el ciclópeo Carrefour de La Maquinista donde está la mandanga hardcore de la selección Osborne. El stash. Hago acopio de una selección impecable y decido romper la uniformidad de mi cesta con una toallitas húmedas para limpiarme el culo. Me convenzo de que la maniobra de distracción funcionará, pero las toallitas no tienen ningún efecto en la cajera: cuando ve que he comprado 10 productos Bertín Osborne de golpe, la mujer me analiza con la mirada, incapaz de descifrar si quiero provocarle un infarto estomacal a mi abuela o sencillamente soy un chalado que le pagará la compra con dinero del Monopoly. Me despido de ella de la única forma posible: "Buenas noches, señora".

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Patatas fritas

Definitivamente, las chips que Bertín serviría en alguno de sus aperitivos con Los Morancos y Arturo Fernández. Juguetonas y rizadas como el vello púbico de Nicki Minaj, estas pequeñas bombas de colesterol llegan a tu mano envueltas en una costra de aceite de oliva que se asemeja al rocío mañanero de los rosales granadinos. Están para chuparse los dedos, son jodidamente adictivas, tienen un allure de churrería cerdísimo, pero resultan excesivamente quebradizas: si las pones en el fondo del carrito de la compra tendrás que esnifarlas o utilizarlas de crocanti.

Aceitunas gordal

Si a Bertín le gustan las hembras rubicundas del género tetón, habrá que coger las aceitunas gordal digo yo. La voluptuosidad de estas piezas es demoledora. Son olivas de gran tamaño, sin hueso, con un grosor de piel parecido al de la carne de ballena. Y están deliciosas, para qué mentir. Encima, de regalo, en el amnios del bote encontraréis trozos de pimiento rojo flotando como medusas a la deriva.

Tomate Frito

¿Harta de ese puré sintético escarlata llamado Solís? Respira, España, porque Bertín ha venido a subir las apuestas en el competitivo juego del tomate frito, con un preparado en bote de cristal que se crece en compañía de macarrones sobrecocinados. La pulpa de Bertín es al tomate frito lo que el ala de mosca a la farlopa. Para entendernos.

Paté de presa ibérica

La variedad de patés intimida. De morcilla, faisán, ciervo… Apuesto a que en las oficinas de la OMS hay fotos de Bertín repletas de dardos. Soy cauto y sé perfectamente que el estómago del jerezano no es como el del resto de los humanos, por eso me decido por la opción menos cólico friendly. El paté de presa ibérica es sorprendentemente cremoso. No presenta la textura de una mousse, pero se deja acariciar por el cuchillo y se gusta en el proceso de untado: fluido, suave, sexual. El sabor es intenso, por encima del listón La Piara, y en el envase figura un letrero sumamente tranquilizador: HECHO EN ESPAÑA… Como tú, como yo, como Bertín.

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Chorizo ibérico

Para desayunar, para el aperitivo, para merendar, para equilibrar la pata coja de una mesa, el chorizo ibérico de Bertín sirve para un roto y un descosido. Y lo hace meándose en productos inferiores como Revilla o Campofrío. Primero, te ofrece la droga en bandeja traslúcida redonda, que le da más empaque. Y segundo, juega con un cacho cerdo de lo más competitivo: jugoso, con despuntes ibéricos, la dosis justa de grasa y un generosísimo grosor de loncha que satisfaría incluso a Rafa Benítez después de dos días alimentándose de quinoa.

Judías verdes en conserva

¿Judías verdes en conserva? ¿Qué broma macabra es esta? Ni siquiera me planteé sacar el bote del supermercado. El Bertín Osborne que yo conozco no lo habría permitido. El Bertín Osborne que yo conozco jamás probaría comida de comunistas.

Gazpacho

Un caldo señorial, de una robustez que se echa de menos en la factoría Alvalle, teñido de un naranja oscuro que hipnotizará a las bebedores más consumados de esta pócima verdulera. Lo mejor es su punto de acidez y textura: el brebaje entra en boca con furia española gracias a un manto de grumos vegetales y pan triturado que te acaricia el gaznate cual pluma de ganso. Un elixir que solo podría fabricarse en la Huerta de Bertín, el lugar donde mucha de sus groupies septuagenarias desearían acabar noche sí, noche también.

Jamón ibérico de cebo

Vamos allá. Extraigo el plástico de la bandeja con la delicadeza de un relojero. Huelo el contenido. Hay varias lonchas dispuestas en forma de sabana, pero no me llega el tufo aceitoso que esperaba. Este jamón es suave, está cortado en lonchas finas y pide a gritos ser ensartado entre dos lonchas de pan con tomate antes de matarte por aburrimiento. A ver, no está mal, pero se nota es el jamón que sacas cuando vienen a cenar los amigos del curro de tu novia.

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Picos de pan

Nos enfrentamos a una de las obras de ingeniería más ambiciosas que se han visto nunca en este terreno. Pétreos, tostaditos, crujientes, rebozados de harina, sabrosos, estos guijarros de pan duro no tienen rival. Ideales para tapar agujeros en madrugadas de hambruna post marihuana, se complementan a la perfección con los cremosos patés de casa Osborne. Basta que mojes la puntita en uno de los botes para reconciliarte con la vida. El "White Album" de los picos de pan.

Caldo de jamón

Ante la disyuntiva caldo de pollo-caldo de jamón, pienso en lo que haría Bertín. Y en una pelea gallina-tocino, todo el dinero del jerezano iría al mamífero rosáceo. Por tanto, el caldo que se bebe en mi casa es de jamón, como las Ruffles, y vaya brebaje, por Dios bendito. La esencia jamonera te deja un maravilloso sabor porcino en la lengua. El caldo tiene cuerpo y recibe con agrado piezas pequeñas de pasta, como estrellitas o pistones. De hecho, si le chupas la oreja o los pelos del pecho a Bertín, ten por seguro que te quedará el mismo gusto en la lengua: así sabe España, joven nacional.