Las adictas de Vancouver del fotógrafo Lincoln Clarkes

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Las adictas de Vancouver del fotógrafo Lincoln Clarkes

Historias de oscuras heroínas.

En 1997, el fotógrafo de Toronto Lincoln Clarkes empezó a tomar fotos para su impresionante serie de más de 300 retratos de adictas a la heroína en el Centro Este de Vancouver. Un año después, cuando la serie Heroines fue publicada y exhibida por primera vez, la reacción del público fue dividida: por una parte la serie fue alabada por humanizar un sector olvidado de la sociedad, pero también el fotógrafo fue condenado como explotador y voyerista. Sin embargo, no hay duda sobre la atención mediática internacional que atrajo sobre estas mujeres en riesgo, algunas de las cuales habían desaparecido (los restos de al menos cinco de ellas fueron encontrados en la granja del asesino serial Robert Pikton), y que tuvieron un papel importante en ayudar a una comunidad que, hasta entonces, había sido ignorada por la ciudad y por las autoridades.

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Y ahora que el trabajo de Lincoln es parte de la exposición de fotografía callejera en el Museo de Vancouver, y que su nuevo libro Ciclistas se publicó este mes, quisimos dar otro vistazo a esta sorprendente y pesada serie con la que conocimos su trabajo. Lincoln nos mandó una muestra de cientos de sus fotos de Heroines, y platicamos sobre cómo fue fotografiar a estas mujeres y del mucho trabajo que falta por hacer en cuanto a ese tema.

VICE: ¿Cómo empezó esta serie?
Lincoln Clarkes: Leah, una muy amiga mía que murió en 1999 por sobredosis de heroína, me introdujo a la subcultura de los adictos. Frecuentemente nos cruzábamos por ahí durante casi una década, y ella siempre andaba en situaciones bizarras y surreales. Pero todo empezó una mañana de verano en la que conocí a Patricia Johnson, quien finalmente desapareció, y a sus dos novias. Las fotografías del trío se convirtieron en un episodio dramático como de una película de cine negro. El retrato de ellas tirada en las escaleras del Hotel Evergreen en la calle Columbia me impactó e hizo a mis amigos llorar. En ese momento me dejé llevar por la obsesión de documentar, retratar la injusticia social y traer atención a los aprietos de las mujeres adictas. En pocos meses, todo el país estaba llorando, y la policía por fin le dio importancia.

¿Fue difícil conseguir acceso a esas mujeres, en el Centro Este de Vancouver?
Todos son sospechosos en el gueto de la heroína y el crack, pero también es un lugar amigable. Cuando caminas por esas calles y esos callejones, estás caminando por su sala, su comedor y su cuarto. Por lo general me acompañaba una mujer, alguien a quien las adictas encontraran divertida para conocer, y a quien realmente le importara su situación, dándoles manzanas, poniéndoles curitas, prendiendo sus cigarros, etcétera. Siempre tratábamos de hacerlas reír, o nos contaban alguna triste historia de ese mundo sórdido. Una vez que platicabas sobre ellas o del barrio, se abrían como mariposas para nosotros y se volvían muy generosas. Tratamos de decir algo dándoles a cada una, una foto suya, y prometimos no divulgar su identidad, a menos de que murieran.

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Si pudieras llevarnos a ese momento, ¿cómo fue fotografiarlas, una por una?
La soledad de las mujeres era desgarradora, se tambaleaban todo el tiempo y no sabían si vivirían una día más. Muchos de sus amigos desaparecían cada semana. Creo que en verdad recibieron bien la atención y les gustó participar en un proyecto de foto: la imagen siendo tal vez el único rastro de su existencia. La mayoría había perdido todo menos su vida. Cada mujer tiene sus historias privadas que yo trataba de contar silenciosamente en el lenguaje fotográfico. Fue presentarlas a las personas de la parte alta de la ciudad que no las querían ver ni saber de ellas. Por primera vez las estaban viendo a los ojos.

¿Cuántas recuerdas que usaran heroína y cuántas que fumaran crack?
Las mujeres que solo usaban heroína parecían mucho más destrozadas. Mientras tuvieran dinero, manejaban sus hábitos como una alternativa automedicada para enfrentar sus discapacidades emocionales. Las chicas que usaban heroína eran sobre todo mujeres solitarias e introvertidas que mantenían su existencia en las sombras, comparadas con las adictas al crack que estaban totalmente fuera de control y enfermas. El crack convierte a sus adictos en casos sicóticos que por lo general tienen una idea ilusoria de sí mismos, son ruidosos y generalmente no tienen un buen juicio; puedes verlo claramente en el comportamiento del alcalde de Toronto. Y además está el adicto cruzado, que mezcla la heroína y el crack; mira esa combinación. Siempre les sugería que la usaran sin excederse, o dejar las drogas de golpe. O tal vez fumar mariguana un rato. ¿Hongos mágicos? No los podías conseguir ahí.

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¿La mayoría eran amigos o desconocidos?
Todas eran desconocidas cuando les pedí por primera vez fotografiarlas pero también eran literalmente mis vecinas que veía todos los días. No estaba llegando ahí como si nada. Caminando una cuadra con una nativa, la veía saludar a una docena de primos. El sentido de camaradería entre las mujeres nativas es asombrosamente fuerte; todas comparten historias similares, y cierto sentido del humor. La vida es tan trágica para muchas de ellas que de verdad disfrutan una buena risa entre tantas lágrimas. Todas las mujeres iban en el mismo tren y los hombres siempre significaban malas noticias: padrotes, policías, traficantes, proxenetas y asesinos, todos tras de ellas. Tenían que mantenerse unidas, compartir cuanto tenían. Si una mujer tenía un cuarto, dormían cinco en la misma cama. Algunas de las peleas más violentas se daban entre dos mujeres peleando por una piedra de cocaína de 150 pesos; al siguiente día las veías compartiendo un cigarro, portando orgullosamente sus cicatrices.

Dijiste que lo que necesitan estas mujeres es amor incondicional. ¿Qué más les falta?
La mayoría de esas mujeres tuvieron un pasado o una infancia miserable y con abusos; un pasado feliz es lo que les falta. Tienen baja autoestima, no son capaces de seguir adelante. Necesitan terapia: lecciones de cómo manejar su vida, con respecto a su salud y alimentación, un lugar que llamar casa, una educación y un empleo ayudarían bastante. Cuando estas mujeres llegaron ahí, no tenían las ventajas que tienen los locales: las conexiones para asentarse en condiciones decentes. No tienen las habilidades sociales para encajar en una normalidad y confort relativos. No son contendientes en su generación en Vancouver. Así que lo que necesitan es lo que tienen los privilegiados, sólo poder encajar y participar con respeto y normalidad.

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¿Qué clase de historias escuchaste mientras hacías esta serie? Tengo entendido que hay un documental.
Una de las cientos de historias tristes era sobre una mujer que apenas había llegado ahí en un camión. Venía de vivir en Columbia Británica; su hija había muerto en un accidente automovilístico porque su esposo estaba manejando borracho en un camino en la montaña. Perdió su trabajo en la panadería local y luego su casa. Todo lo que quedaba de su vida pasada era la lonchera de su hija. Cuando le pregunté qué pasó con su esposo, me dijo que lo habían matado; pregunté cómo, me dijo que "misteriosamente" con una sonrisa… Cada adicta tiene una historia de miseria y humillación; están dispuestas a compartirla si les das tu amistad y la oportunidad de hacerlo.

¿En qué punto decidiste mudarte a Toronto? ¿Te gustaría retratar el lado oscuro de Toronto de una manera similar?
Me fui de Toronto a Vancouver cuando era adolescente, a mediados de los años setenta. Soy un poco como un extranjero ahora; Inglaterra y Columbia Británica son una gran parte de mi vida. No estoy interesado en fotografiar el lado oscuro de Toronto porque es tenue comparado con el salvaje oeste. Y además, mis prácticas fotográficas de hoy están a un mundo de distancia de esas imágenes.

¿Ha cambiado la situación? ¿Las usuarias del Centro Este reciben alguna ayuda?
Si acaso… Insite fue fundado en 2003 y tiene inyecciones seguras para adictos, así como personal médico para el tratamiento de adicciones, trastornos mentales, alojamiento, y cosas así. Están salvando vidas. Pero para las mujeres que tienen adicciones severas, las cosas no han cambiado. Sigue igual de retorcido e incluso más trágico que nunca, con más de un billón de dólares gastados en "la industria de la pobreza" desde 2001 por parte del gobierno federal, provincial y municipal, que beneficia ampliamente a los "consultores". El área aún se siente herida gravemente bajo una capa de ayuda. La población de personas sin casa ni esperanza parece haberse duplicado desde mediados de los años ochenta y noventa. Tristemente es la parte más conmovedora de la ciudad, con lo que queda de sus edificios históricos siendo aburguesados por la gente aventajada que buscan un cambio positivo en el paisaje y en la actitud. Sólo los locales le llaman el Centro Este, el resto del mundo le dice Vancouver.

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¿Sigues en contacto con las mujeres de tu serie?
Sí, a veces recibo un extraño correo electrónico. Les gusta recordar y están orgullosas de seguir vivas y haber sobrevivido la ola de matanzas de Robert Pickton. Desde que se disparó el índice de mortandad en ese tiempo, no he sabido quién logró sobrevivir. Sus hijas se ponen en contacto más seguido porque la mayoría de las mujeres ha muerto. Según recuerdo, muchas tenían hijos, y 15 años después algunos estos quieren saber de sus madres. Apenas las conocieron, así que quieren saber todo lo que se pueda.