El trofeo que obtuve tras varios años de formación en una universidad católica de excelencia fue una lección universal: apreciar la incertidumbre como inevitable compañera de vida.Cuestionar los supuestos de la religión fue la lección final que saqué de maestros formados en las mejores facultades europeas de filosofía y teología. La honestidad de estos maestros permitió que mi niñez y juventud, inmersas en la más pura tradición católica, culminaran en una madurez agnóstica regida por la ciencia y la ética civil.
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¿Cómo transité ese camino? Puedo resumirlo en cinco puntos.Mi juvenil deseo de ser sacerdote para interpretar la voz del Supremo se transformó en una carrera de servicio civil en entidades públicas nacionales e internacionales. A mis 66 años miro atrás y confirmo que el quiebre mental para ese cambio se dio cuando dejé de pensar con el deseo: dejé de creer que algo era cierto simplemente porque me tranquilizaba. Dejé de aferrarme a la ilusión dominante: el mito de que un ser superior da sentido a todo mediante premios o castigos (con frecuencia inescrutables) a nuestra lealtad o desobediencia.¿Por qué deseaba que ese mito fuera cierto? Por la existencia de cuatro angustias elementales de los seres humanos, que estudié con mis maestros:— La angustia de la muerte física me hacía desear una vida eterna después de ella.— La angustia del dolor se convertía, según el mito, en mérito para una felicidad futura.— La angustia de la soledad me hacía creer en un ser superior que me amaba y me oía, y en una comunidad de creyentes a la que pertenecíaEn suma, la angustia de la ignorancia se resolvía, pues el mito daba respuesta a cualquier misterio existencial. Sólo era necesario creer en el mito y cerrar la mente, en vez de tomarse el trabajo de preguntarse e investigar con rigor las evidencias."Cuando alguien tiene un amigo imaginario se llama locura. Cuando muchos tienen un amigo imaginario se llama religión": así puede ilustrarse el paradigma descrito, citando el grupo de teatro Ensemble de Bogotá.
La trampa de pensar con el deseo
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Contraevidencias vs. Mitos
Solos ante el misterio
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— Las peor preparadas son las culturas y personalidades autoritarias, que necesitan un grupo gregario organizado verticalmente, que no toleran discrepancias ni contraevidencias. Adoptan hipótesis como certezas definitivas. Estas son oficializadas en mitos y ritos regidos por los supuestos voceros del supremo. El supremo suele ser una figura patriarcal, reflejo de las tradiciones de poder en esas culturas. La defensa de un dios de amor conduce con frecuencia a la tortura y eliminación de quienes no reconocen ese dios. (A propósito, ¿si un dios de amor existe, no se revelaría claramente a todos los seres humanos en los pasados y venideros siglos, evitando los sanguinarios conflictos sobre quién es el verdadero dios y cuál su verdadero mensaje?).— Las culturas y personalidades mejor preparadas para manejar las angustias arriba indicadas son las que fomentan la investigación, la discusión y la diversidad de opciones. Saben convivir con la incertidumbre, pues no aceptan respuestas fáciles, únicas ni definitivas. Sus angustias son tolerables y productivas. Reconocen y dimensionan el misterio del absurdo: la soledad, la muerte, el dolor, el sinsentido de la destrucción mutua son preguntas permanentes.Para estas culturas y personalidades, el amor entre humanos puede dar sentido a nuestro efímero pasar. Y las herramientas para lograrlo son la ciencia y la ética civil del respeto a toda persona.
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