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Cultură

Happiness: estos perdedores somos nosotros

Analizamos la escena inicial de la película de Todd Solondz.

Los seres humanos, creo, somos un buen montón de mierda. Estamos reventados de problemas y somos completamente incapaces de expresar lo que realmente pensamos. Este es el tema principal de la película Happiness (1998), de Todd Solondz. Toda la cinta es una oda a la desesperación y a los horrores internos de los hombres, causados por la alienación, la falta de comunicación y la soledad más absoluta.

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Esta es la escena en la que Joy rompe su relación con Andy:

La escena consiste en un plano general y dos planos cerrados -plano/contraplano de una conversación-, nada más. De hecho Solondz utiliza planos frontales todo el rato, acercándose a un tipo de cine primitivo como el de Georges Méliès o los hermanos Lumière. En definitiva, nos presenta un lenguaje muy sencillo, casi básico, para que la información fluya sin ningún tipo de distracción y nos centremos en los personajes. Porque… ¿Habéis visto a estos tipos? Él es el ejemplo perfecto de perdedor y ella, solamente con su mirada, ya nos dice que es una mujer inocente e indecisa que no tiene ni idea de qué coño hacer con su vida. Eso ya lo deducimos con los dos primeros planos de la película, con ese silencioso y exquisito inicio.

Pero vayamos al grano, toda la primera parte de la escena cabalga con la idea de la imposibilidad de mostrar lo que los personajes piensan, con silencios incómodos, tartamudeos y una conversación vacía. Es más, el momento en que Joy le dice a Andy que quiere dejarlo está fuera de campo, Solondz lo ha censurado ya que la película empieza justo después de esa hipotética declaración. Así que la propia dinámica del film también juega a esta ocultación. Por lo contrario, lo único que se comunica con decisión y fiereza es el odio y el rencor. Cuando Andy ataca a Joy el tipo no balbucea, ya no se siente víctima, se siente verdugo.

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El sentimiento de rechazo se convierte en un odio tan extremo que puede llegar a justificarlo todo. Es ese tipo de discurso que utiliza el victimismo como machete gigantesco para destruir a las personas. En este caso Andy empieza a tirar piedras sobre su propio tejado para finalmente invertir la ecuación y decirle a ella, a la mujer de la que está enamorado, que es un montón de mierda y que seguirá siendo mierda hasta el día que se muera. Ahí Andy ha apostado muy fuerte.

Lo brillante de la escena es el equilibrio que consigue manejar Todd Solondz, tanto a nivel espacial como narrativo. El plano general es absolutamente simétrico y los diálogos se realizan con el mismo tamaño de plano, son como las dos caras de una misma moneda. A nivel narrativo la escena se sucede como un espejo. Tenemos una primera parte contenida y una segunda enloquecida y la duración de ambas es más o menos la misma, siendo el punto de inflexión el momento en que Andy empieza toda esa pantomima del cenicero.

Es más, la progresión que hacen los personajes a lo largo de la escena es completamente opuesta. Empezamos con un Andy derrotado que no entiende nada y terminamos con el mismo personaje lleno de orgullo y fuerza. Joy, por su parte, empieza arriba y termina hundida en la miseria. Este efecto espejo es el que también quiere conseguir el director con la pantalla de cine, de algún modo quiere que esta película funcione como tal y que aprendamos a sentirnos identificados con todo el bestiario de tarados que puebla Happiness y, de hecho, todo el resto de su filmografía.

Como ser humano no puedo dejar de sentirme identificado con estos personajes e intentar perdonarme a mí mismo por caer en esta misma clase de errores. El discurso de Andy es de los más memorables de toda la historia del cine. ¿Cuántas veces me lo habré repetido en silencio cada vez que una chica que estaba observando en el metro me descubría y se largaba a otro vagón? Maldita sea, un día vamos a morir, eso está claro, aprovechemos y seamos sinceros entre nosotros y démonos gigantescas muestras de amor y aprecio. ¿De acuerdo chicos? ¿Chicos? Uh…