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El número rarito

Desvelando los criptocactos

Se dice que el cactus de los cuatro vientos tiene poderes sobrenaturales, así que nos fuimos a buscar uno a Perú.

Ilustraciones de Martha Iserman

Trichocereus pachanoi de cuatro troncos Hay muchos cactos que han alcanzado estatus de leyenda: del controvertido peyote blanco de Sahagún y los fabulosos especímenes de pachanoi púrpura a una variante sagrada del San Pedro en Huancabamba, del que se dice que provoca bultos similares a los de una erupción de sarampión en el cuerpo de cualquiera que se atreva a cultivarlo. Algunos de esos cactos se encuentran con facilidad; es el caso del Ariocarpus retusus, una especie que los Tarahumaras afirman que provocará la locura y la muerte a aquellos que lo ingieran con “un corazón impuro”. Otros han eludido el ojo escrutador del taxonomista moderno y llevan años, puede que siglos, sin ser vistos. Estos son los criptocactos, confinados a los márgenes de la literatura etnobotánica, donde se habla y debate sobre ellos pero jamás se los analiza. De entre estos cactos hay uno por encima de todos, tanto en cuestión de poder como de elusión: el cacto de los cuatro vientos, un antiguo cacto del que se rumorea que sus cuatro troncos columnares poseen sobrenaturales poderes curativos. Durante un reciente viaje a Lima aproveché algo de tiempo libre para buscar especímenes de estos criptocactos, con la esperanza de un encuentro fortuito con el cacto de los cuatro vientos.

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Para rastrear con posibilidades de éxito los Trichocereus (el género al que pertenece el cacto de los cuatro vientos), uno debe dominar las técnicas empleadas para detectar diferencias taxonómicas entre especies. Los cactos verdes columnares de apariencia similar se distinguen en base a su altura máxima, ancho, número de troncos, longitud de la espina columnar, circunferencia, ángulo; en qué punto del (vasto) espectro de verdes se encuentra su carne; presencia o no de glauca cera epicuticular y si esta cera, de existir, puede retirarse frotando; brillo de la cutícula; presencia de pequeñas depresiones en forma de V encima de las areolas; respuesta de flexión de la columna al ser agitada, y mucilaginosidad del tejido tras homogeneizarse al ser batido. Por supuesto, no he mencionado la concienzuda atención que se requiere para distinguir entre sus frutos, flores y semillas, pero en realidad no importa; nadie podría confundir con otro el cacto de los cuatro vientos.

En el libro Plantas de los dioses, de Richard Evans Schultes, el cacto de los cuatro vientos tiene un capítulo propio, su especie identificada como Trichocereus pachanoi, o San Pedro. El antropólogo Douglas Sharon escribió en su libro Mago de los cuatro vientos lo siguiente: “Los cactos de cuatro troncos, como los tréboles de cuatro hojas, son raros de encontrar, y se les atribuyen buena fortuna y especiales propiedades curativas ya que se corresponden con los ‘cuatro vientos’ y los ‘cuatro caminos’; en los rituales de sanación se invocan poderes sobrenaturales asociados con los puntos cardinales”. El historiador italiano Mario Polia dijo “El San Pedro de los cuatro vientos es difícil de hallar, y se ha convertido en un símbolo: se cree que quien lo encuentra es un gran chamán o está destinado a convertirse en uno”. Wade Davis, uno de los muchos etnobotánicos que han viajado a Sudamérica en busca del cacto sagrado, escribió: “Aquí, tal vez, se encuentre la clave del conocimiento… la fuente del impulso religioso que inundó las montañas 4.000 años atrás. El cacto de los cuatro vientos, una planta tan poderosa que podría aniquilar la conciencia, transformar el cuerpo en espíritu y abrir una grieta en los cielos”.

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Trichocereus pachanoi púrpura

Para haber inspirado tan alto número de mitos y leyendas, los especímenes perfectamente formados del cacto de los cuatro vientos son increíblemente raros, si es que existen. No es infrecuente que un cultivador comercial de cactos encuentre de vez en cuando un inmaduro ejemplar de Trichocereus bridgesii de cuatro troncos, y aunque no sea tan habitual, lo mismo puede decirse de inmaduros San Pedro. Se ha informado de la existencia de Trichocereus scopulicola de más de 120 centímetros de altura, pero no hay fotografías que den sustancia a esos informes. Yo he llegado a observar un ejemplar de cinco troncos de Trichocereus bridgesii que había adquirido la configuración sagrada de cuatro debido a que una sequía lo había hecho encoger de diámetro; sin embargo, nunca he visto un Trichocereus maduro de cuatro troncos de especie alguna, y tampoco los cultivadores profesionales a los que pregunté.

Con sólo una semana en Lima para encontrar el cacto, decidí hacerle una visita a Karel Knize, un checo poseedor de la mayor plantación de cactos de toda Sudamérica y de la que bien podría ser la más nutrida colección de Trichocereus de todo el mundo. Knize ha sido durante décadas el principal exportador de cactos psicoactivos a Norteamérica, y muchos vendedores etnobotánicos actuales basan sus negocios en clonar y revender especímenes cuyo origen está en su colección. Entre su clientela internacional se ha creado cierta mala reputación por enviar cactos sin etiquetar, hibridados o erróneamente identificados en tan altas cantidades que muchos especialistas consideran que definiciones taxonómicas como “Antorcha peruana” ya casi carecen de sentido.

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Nada más entrar en la granja de cactos de Knize, el asombro hizo que se me doblaran las piernas; medio paralizado por la estupefacción, esperé hasta recobrar la firmeza junto a un Cereus repandus. Incontables cactos se extendían en la distancia: ejemplares de Barril de oro como globos meteorológicos; largas filas de estoicos higos chumbos de San Pedro, sus cladodios balanceándose como móviles de Calder, alineados junto a chamizos de cultivo rebosantes de aterradores logros de xenotrasplante de Lophophora…  El número de cactos estaba en las decenas de miles; las espinas, por acumulación, millones.

Me recibe el ayudante de Knize, quien me conduce por las instalaciones para seleccionar especímenes mientras toma notas en un bloc con el pato Donald en la portada. Rastreamos la granja, contando troncos hasta localizar cuatro ejemplares de Trichocereus bridgesii de cuatro troncos. Los especímenes son más grandes que cualquiera que yo haya visto con anterioridad, pero aun así inmaduros. Están a la venta, así que encargo que me los embalen para su transporte a Estados Unidos para su análisis químico; después me lleva al cuarto privado de Knize para negociar el pago.

Inmensos estantes llenos de cactos eclipsan las ventanas, dejando el hogar de Knize en una oscuridad perpetua. Comerciante de tercera generación, me cuenta que su familia lleva acumulando cactos desde la muerte de Napoleón. Tras tenderme una taza de café, ofreciendo varias veces agregarle un poco de whisky (sosteniendo la botella con una mano a la que falta el dedo corazón, sólo puedo imaginar que a consecuencia de un experimento con un cacto que saliera terriblemente mal), acordamos el precio de los cuatro ejemplares, que podrían ser, o no, legítimos especímenes de cactos de los cuatro vientos.

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Lophophora williamsii blanco

Si el cacto de los cuatro vientos existe, hay razones para creer que será significativamente menos potente que sus hermanos con más troncos. Los troncos confieren una serie de ventajas; facilitan la pérdida de calor convectivo, permiten la expansión y contracción de acuerdo con los cambios de estación, y aumentan el área de superficie de fotosíntesis. Esto último es especialmente importante, ya que en el tejido verde fotosintético es donde se encuentra la mayor concentración de mescalina1. Si asumimos que los informes de Davis, Polia, Sharon y los demás son correctos, contemplemos cuatro posibles explicaciones a esta paradoja cactácea:

  1. Extinción antropogénica: Plinio el Viejo dijo del silfio, una planta medicinal, que era “uno de los más preciosos regalos que le ha hecho la naturaleza al hombre”, pero se cree que los humanos la llevaron a la extinción hacia finales del siglo I, cuando el último tronco del que se tiene constancia fue presentado al emperador romano Nerón en calidad de curiosidad. De manera similar, la mano del hombre puede ser responsable de la desaparición del cacto de los cuatro vientos debido a su sobreexplotación a causa de sus propiedades psicodélicas. Contrariamente a la teoría de la supervivencia simbiótica de plantas y hongos psicodélicos propuesta por Terence McKenna, nuestros ancestros podrían haber acabado hace miles de años con algunas de las más valiosas plantas medicinales. Parece posible, sobre todo si tenemos en cuenta las poblaciones de peyote en peligro crítico en el sudoeste americano.

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  1. Cabras depredadoras: Cuando le pregunté al reputado cactólogo K. Trout qué creía él que había sido del cacto de los cuatro vientos, me respondió: “En su forma silvestre parece haber desaparecido, puede que por culpa de las cabras”. En el siglo XVI, los españoles zarparon en dirección a México llevando a bordo una valiosa carga: la cabra. Con sus barbas empapadas en orina y sus pezuñas hendidas, estos rumiantes llegados de ultramar se abrieron paso masticando a través de las Américas, multiplicándose no solo en cautividad sino estableciéndose también en estado salvaje en campos y bosques. Al igual que la mangosta y la serpiente, cactos y cabras nacieron siendo enemigos mortales. Las cabras son voraces animales cactófagos, responsables de diezmar poblaciones enteras de Browningia candelaris, Trichocereus pachanoi ssp. Riomizquiensis y el impresionante Opuntia echios de las Galápagos. Si un grupo de cabras salvajes se topara con una población aislada de cactos de cuatro troncos, no habría palabras que describieran la carnicería resultante.

  1. Características recesivas: Se da un trébol de cuatro hojas por cada 10.000 tréboles trifoliares, aproximadamente. Se cree que esta característica se expresa únicamente en aquellos tréboles que sean homocigotos recesivos en múltiples lugares genéticos; incluso entonces, se requieren ciertas condiciones medioambientales para que surja la expresión fenotípica de las cuatro hojas. De forma similar, para la configuración de cactos de cuatro troncos debe mediar una combinación de genes recesivos y condiciones concretas del entorno que dé una ligera oportunidad al surgimiento de la expresión fenotípica. A diferencia del trébol, que atraviesa una recombinación genética anual, muchos Trichocereus spp. se propagan de forma clonal de la mano del hombre, haciendo así difícil la posibilidad de una diversidad morfológica.

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Un trichocereus pachanoi inductor de enfermedades dermatológicas

  1. El valor es simbólico, no químico. Entre los curanderos peruanos tienden a preferirse los cactos de siete troncos a los de seis, que se consideran diabólicos; esto asumiendo que no haya disponible uno de cuatro troncos, lo cual parece una constante. De los cactos de tronco alto se dice que son macho y potentes, mientras que los de tronco corto son hembra y más suaves. ¿Es la característica la que determina el efecto, o al revés? En los placebos, el color de la cápsula tiene incidencia en aquello que se experimenta. Cabe la posibilidad de que haya una relación entre las características externas y la composición química del cacto, pero también podría ser que su poder fuera puramente simbólico. El cacto de los cuatro vientos podría tener su origen en los símbolos precolombinos: los cuatro caminos, los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones, o en símbolos cristianos como los cuatro jinetes del Apocalipsis o un pasaje del libro de las Revelaciones en el que cuatro ángeles se colocan en los cuatro confines de la Tierra y contienen los cuatro vientos, evitando que soplen. Entre los indios Huichol, los más preciados especímenes de peyote son aquellos que poseen cinco troncos. Un cacto de peyote maduro tiene a menudo ocho o más troncos; por tanto, los peyotes de cinco troncos son casi invariablemente jóvenes. Uno podría pensar que a los “peyotes abuelo”, más grandes y con mayor número de troncos, y con una concentración más alta de alcaloides psicodélicos, debería asignárseles un valor más alto, pero no siempre es así. De igual modo, los únicos cactos de cuatro troncos que se encuentran con cierta regularidad son los especímenes Trichocereus. Puede que el cacto de los cuatro vientos sea simplemente inmaduro ipso facto.

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Existe muy poca información de primera mano que identifique la verdadera importancia de los cactos maduros de cuatro troncos. Dos vasijas de cerámica, elaboradas respectivamente en la etapa precolombina por los pueblos Chavín y Chimú, en lo que hoy es Perú, junto con un grabado en un templo Chavín mostrando a una bestia mítica que agarra una sección de un cacto columnar, con frecuencia se citan como prueba de la existencia de este tipo de cactos y su tradicional uso como psicodélico. Sin embargo, el número de troncos en el grabado es cuanto menos ambiguo2, y en cualquier caso no tenemos la certeza del rol que desempeñaban estas plantas. Este es también el caso de otros criptocactos, cada uno de los cuales daría para un artículo detallando posibles explicaciones a su elusiva naturaleza.

Tras regresar de Lima esperé pacientemente el aviso de llegada de mis cuatro cactos, pero estos nunca llegaron. Más adelante descubrí que había enviado mi pago durante el momento más duro de una huelga del servicio de correos peruano; tanto mi dinero como los cuatro cactos se habían “perdido”. Puede que, en algún lugar, un cartero peruano tenga mi paquete y esté descubriendo la fuente del impulso religioso que inundó las montañas hace cuatro mil años.


1 Las dosis de cactos tradicionalmente se miden por longitud, un sistema métrico de cuestionable utilidad. La potencia puede estimarse con mayor exactitud calculando el área de superficie. Asumiendo un radio constante a partir del núcleo, los troncos adicionales dan como resultado un incremento lineal del área de superficie, que puede calcularse con esta ecuación:

Donde r2 = radio tronco más distante, r1 = radio tronco más cercano, y ℓ = longitud del cacto.

2 Dependiendo de las muchas maneras en que uno puede interpretar cinco líneas paralelas en un grabado bidimensional, la bestia Chavín podría estar sosteniendo un cacto de dos, tres, cuatro, cinco, seis, ocho o diez troncos.