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Cultură

Llevo años esnifando cocaína sin saber qué es la cocaína

Hay camellos que aseguran que pueden fabricar un kilo sin utilizar ni un solo gramo de cocaína. ¿Qué es exactamente la droga que nos venden? ¿De dónde viene?

Me gustaría escribir sobre la cocaína pero me temo que no sé qué es la cocaína. En muchas, seguro que demasiadas ocasiones, he pillado y he esnifado cocaína, o lo que unos tipos de los que a veces no sabía ni el nombre me decían que era cocaína. Teniendo en cuenta que la cocaína es una droga ilegal que se produce a miles de kilómetros de aquí y cuyo negocio, al parecer, es gigantesco y lucra y mata a centenares de personas, nunca he sabido si sentirme orgulloso, indiferente o sentirme una mierda.

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He sentido, eso sí, la euforia pasajera y la resaca endemoniada, que según los expertos en la materia produce el consumo de cocaína. He sentido la omnipotencia, las ganas irrefrenables de hablar y de que no se acabe la noche, y también he padecido el hundimiento del ánimo al día siguiente, y al siguiente, y los efectos paranoicos y depresivos que, según los psiquiatras, provoca la cocaína. Pero, ¿realmente he probado la cocaína?

Uno de esos camellos con el que uno guarda una estrecha relación me confesó una noche, puesto, supuestamente, de cocaína, que él era capaz de fabricar un kilo de cocaína sin un solo gramo de cocaína. Me habló de un sutil manejo de planchas y prensas, de medicamentos cuyo nombre ahora no recuerdo, de anfetaminas y laxantes. "Pero entonces, querido camello", le dije, "¿lo que nos acabamos de meter no es cocaína?" "No", me dijo, "pero lo parece, ¿verdad? Te duerme la lengua, te excita, te aprieta las mandíbulas, te entran ganas de cagar y te entran ganas de beber más, de hablar más y de meterte más. ¿Acaso no es eso la cocaína?" Entonces fue cuando empecé a dudar seriamente si tanto él como yo sabíamos lo que era la cocaína.

El último balance de la lucha contra el tráfico de drogas emitido por el gobierno señalaba que las incautaciones habían crecido de nuevo, especialmente las de cocaína, después de unos años estancadas. El pasado año Roberto Saviano, autor de Gomorra, publicó un libro, CeroCeroCero, en el que desentrañaba los misterios del negocio de la coca, y le faltó tiempo para afirmar que España era el puerto de entrada del 90% de la farlopa que llegaba a Europa.

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En el mismo orden de cosas, a principios de este año decidí cambiar de camello, renuncié a los servicios del tipo que me aseguraba que era capaz de hacer cocaína sin cocaína y me encomendé a los servicios de un buen señor colombiano que me aseguraba que en cada gramo que él me entregaba había, por lo menos, un 30% de cocaína. Dado que era colombiano me propuse creerlo, pero tengo que reconocer que todavía no me he atrevido a llevar ni una pequeña raya a Energy Control, el programa impulsado por la Asociación Bienestar y Desarrollo que se dedica a analizar las drogas de los jóvenes y no tan jóvenes que se quieren drogar de manera controlada.

Mi antigua psiquiatra, que trabajaba con dicha ONG, intentó que lo hiciera, pero supongo que no lo hice porque en el fondo no queremos saber lo que nos estamos metiendo. Una de las razones, entre miles, de por qué nos drogamos hay que buscarla precisamente en esa indefinición, en ese no lugar en el que hacemos algo que no puede ser comprobado. Nos drogamos porque nos gusta saber que no sabemos lo que hacemos, y normalmente no necesitamos saber qué es lo que nos metemos, ni siquiera por qué nos lo metemos. Mi antigua psiquiatra, a la que abandoné porque parecía consumir más droga que yo, no paraba de hablarme del consumo responsable. Pero ¿qué demonios es eso? ¿Consumir sabiendo todo lo que implica? ¿Consumir solo los festivos en horas intempestivas? ¿Consumir bajo la supervisión de un adulto?

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Me resisto a llevar a analizar lo que mi camello colombiano me trae por 60 euros asegurándome que es cocaína al 30% . Y ¿qué pasa con el 70% restante? La cocaína pura se mezcla ya en los mismos laboratorios allende los mares donde se cocina el producto. Si a eso le añadimos las decenas de manos que manipulan el producto después, las ganas de cada intermediario de sacar más partido a la mercancía y la facilidad para engañar a los consumidores de bien que no quieren saber qué mierda están esnifando, ¿alguno de vosotros se atreve a asegurar que ha probado la cocaína?

Mi antigua psiquiatra me hablaba del consumo responsable al mismo tiempo que otra psiquiatra con quien tengo una relación más estrecha, y que trabajaba en La Cañada real con los yonquis que se quemaban las manos por cortarla con abrasivos, me exhortaba a no consumirla jamás. Amigos que han probado la cocaína en Estados Unidos me dicen que allí nadie entiende por qué aquí nos entran ganas de ir al baño después de la primera raya. También hay quien descree del adormecimiento de la boca y los dientes, si bien no hay que olvidar que la cocaína (o más bien el alcaloide resultante, pero eso sería complicarse demasiado) era usada por los dentistas a principios del siglo XX. ¿Es necesario recordar que Freud se ponía fino de cocaína, que Sherlock Holmes ( ergo Arthur Conan Doyle) la inhalaba y que Coca-Cola usaba un derivado de la cocaína en su fórmula secreta? (Esto último no es un leyenda. Está documentado en Polvo blanco. Historia cultural de la cocaína. Tim Madge.Ediciones Península).

Lo dicen los analistas: el consumo de drogas se ha socializado, se ha descriminalizado su uso y abuso. Consumen, consumimos cocaína todas las personas de todos los estratos sociales. Y si no la consumimos nosotros sabemos quién lo hace. ¿Habéis visto a Robert Downey Jr. diciendo que es necesario esforzarse y mantener la nariz limpia? ¿Habéis visto a varios diputados riéndose a mandíbula batiente cuando uno de ellos le espeta al ministro que en el Congreso hay muchos practicantes del snif-snif? Reconocemos esa mirada de pupila exaltada, esa verborrea incontralable, esa locuacidad que raya en la paranoia. Sabemos que la gente se droga, que pilla cocaína y que se encierra en los baños de los garitos produciendo una cola de gente ansiosa porque llegue su turno para meterse unas rayas. Pero ¿rayas de qué?

Toda parece indicar que la cocaína ya no nos asusta. Los datos, las expresiones, las declaraciones, se unen a la bibliografía sobre el tema. No sólo está el libro de Saviano, la editorial Malpaso acaba de editar un libro que se llama Cocaína, a secas, con tres aventuras detectivescas sobre el uso, el tráfico y las consecuencias del uso y del tráfico de la cocaína. En los años 70 ya nos avisaba Charles Nicholl que se había convertido en un atractivo de lo tardo-hippiesco-esnob. En los 80 era la droga preferida de los yuppies, como dejaba claro Bret Easton Ellis. En los 90 todavía conservaba esa frescura romántica cuando Ray Loriga escribía sobre ella, y en la primera década el año 2000 Julián Herbert se atrevió a plantear un pequeño y estimulante Manual de usuario. Pero hay muchos más. La bibliografía sobre el tema es extensa, divergente y más o menos terrorífica, lo que significa que la cocaína siempre ha estado con nosotros, mirándonos dormir o no hacerlo. La cocaína es adictiva y destruye vidas, pero gracias a la incautaciones masivas, a la irresponsabilidad social y a la impostura de traficantes y consumidores aquí apenas nos damos cuenta de ello. Existe, está por todas partes, es peligrosa y todos la hemos probado, pero muy pocos sabemos qué es la cocaína. Todavía no tengo claro si sería mejor saberlo.