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Cultură

Archivo Vice: Higiene medieval

Dos semanas limpiándome las axilas como lo hacían en la Edad Media.

Según fuentes fidedignas como Hollywood, los libros de historia y los rumores en las calles, la Edad Media fue una época grunge centenaria en la que la gente caminaba por ahí bañada en lodo y rodeada de moscas, y el estatus de una persona estaba definido por qué tanto le apestaban las bolas. Esas son pendejadas. Lo sé porque acabo de pasar dos semanas utilizando las técnicas de higiene medievales y, fuera de algunas marcas e irritaciones inexplicables en la piel, chingo de caspa, esmegma, y un posible caso de Fuego Sagrado, no tuve problema alguno. Esto es lo que sucedió.

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REGLAS BÁSCIAS
No utilizar ninguna técnica de higiene desarrollada después del Siglo de las Luces, y usar la misma ropa durante 14 días.

Escogí un atuendo completamente blanco para que fuera más fácil ir notando la suciedad. También creo que le dio una vibra Fitzcarraldo a todo el asunto.

MEAR
Soy una persona displicente cuando se trata de higiene personal, así que lo único que separó mis primeros días de higiene medieval, de mis días cualquiera, fue mear. Al principio decidí que lo haría al aire libre, una técnica que he perfeccionado durante todas esas noches de peda. Pero descubrí que mear en la banqueta, sobrio, a las diez de la mañana es como ir a un ensayo de vestuario frente a una bola de niños de cuatro años. Así que agarré una olla.

Esto es probablemente lo mejor que le ha pasado a la orina desde la vejiga. Hubo un par de cositas que tuve que aprender a prueba y error, como levantar la olla en lugar de intentar atinarle en el piso, y no dejar que el chorro saliera a toda potencia. Pero después de limpiar mis desmadres con la manga de mi camisa, mi departamento completo se había convertido en mi baño.

El único problema era vaciar la olla. No la podía arrojar por la ventana ya que vivo arriba de mi arrendador (también es algo que lleva siendo ilegal desde el 500 a.C. cuando se aprobó la ley romana dejecti effusive). Por lo general, simplemente la echaba a la canaleta, escondido tras unos autos estacionados, pero si me sentía particularmente civilizado, la echaba directo a la alcantarilla al final de la cuadra. Me tomó tres días darme cuenta que tienes que vaciar la olla lo más rápido posible si no quieres terminar bañado en tus meados.

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HIGIENE BUCAL
Después de dos días en el olvido, la placa en mi encías pasó de un tono amarillento a uno ocre, y empecé a encontrar depósitos de soda caramelizada entre mis muelas. Mi novia describió mi aliento como una mezcla de basura y caca humana.

El Miswak es un extraño palo en Medio Oriente que Mahoma amaba tanto que debió haberse casado con él. Es sólo una rama que hace la función de un cepillo de forma bastante decente, pero eso no evitó que el Profeta la mencionara múltiples veces en los Hadiz. Y tampoco detiene a los exportadores actuales de miswak quienes aseguran que "fortalece la espalda", "mantiene alejados a los malos espíritus", y es la "cura de todos los males excepto la muerte".

Le di una oportunidad a esta ramita, sólo para descubrir que el miswak sabe a lo que huele el jabón de inodoro. Después, siguiendo una antigua receta egipcia, mezclé un poco de pezuña de buey con piedra pómez, cáscaras de huevo quemadas, y mirra, y le agregué un poco de mi saliva para hacer una pasta granulada. Este menjurje suena asqueroso, y se sintió como si estuviera cepillando mis dientes con arena, ¿pero qué crees? Es básicamente los mismo que la pasta de dientes, pero sin todo ese fluoruro. No me podía poner exigente.

CAGAR
No cago muy seguido, así que pude pasar tres días sin contaminar mi olla con otra cosa que no fuera orina. Pero eventual e inevitablemente, el topo tuvo que salir a nadar. Esto fue una desgracia, pues no importa cuánto te esfuerces por mear sobre esos puntitos cafés que se pegan por todos lados, el olor nunca desaparece.

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Sin embargo, cagar en una olla es mucho más fácil de lo que creía. Sólo te tienes que inclinar sobre el lugar indicado y olvidar tu dignidad durante algunos segundos. Puede que esto suene contraproducente, pero descubrí que es mejor tener siempre un pequeño charquito de pipí, pero no suficiente para que te salpique, para que aterrice tu caca y no se pegue instantáneamente a la superficie de tu recipiente. Me parece que este descubrimiento está a la altura de los grandes inventos modernos como el drenaje, ya que tirar mi caca en el río camino al trabajo pasó de ser una pesadilla de cinco a diez minutos, a una tarea de unos segundos.

PAPEL HIGIÉNICO, PRIMERA PARTE
Al principio de Gargantua y Pantagruel de Rabelais, el joven Gargantua usa algunos métodos muy rudimentarios para definir cuál es el mejor material para limpiarse el culo. Resulta que es el cuello de un ganso muerto. Entre los otros contendientes estaban las sábanas, un gato, la piel de un becerro, una máscara de terciopelo, almohadas, y un manto de penitencia.

No pude conseguir ninguna de estas cosas, pero probé con las mangas de mi camisa. Limpiarte el culo con un pedazo de tela es uno de los más grandes placeres sobre la tierra, pero sólo hasta que terminas de limpiarte. Una vez que terminas no sabes si arrojar esa tela llena de caca en la bacinica o si limpiarla con tus meados como le hacían los romanos. Acababa de vaciar mi vejiga, y no tenía ganas de guardar mi camisa cagada en el baño, así que hice mi tronco recién cortado a un lado y metí mi camisa en la olla. No fue nada divertido.

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La crema y nata de los papeles higiénicos medievales son las frutas. En mi primer intento, usé una par de plátanos que había pelado con mucho cuidado. Lo primero que se me ocurrió fue agarrar la cáscara por fuera y limpiarme con la parte interna. Vaya cagada. Sentí que me estaba limpiando con una toallita húmeda, refrescándome el culo, pero lo único que hice fue cubrir mis heces con una ligera capa de plátano. Lo peor fue que, como en la cáscara no quedó nada, asumí que había terminado. La capa de plátano aguantó unas horas, pero en cuanto me senté, mis boxers terminaron sumergidos en un betún de chocolate.

La cáscara de naranja funcionó un poco mejor, pero después de añejarse con mis deshechos durante la noche, la olla despedía un olor que en mi vida había conocido. Me di cuenta de que el tamaño de la fruta no importa. Las cáscaras grandes como la de una toronja evitan que termines con tu dedo en el culo, pero a menos que tengas un cartón de fruta en el baño, vas a terminar con un poco de mierda entre tus nalgas. O tal vez sólo sea que no las se usar.

OLOR CORPORAL, PRIMERA PARTE
Para el cuarto día, ya apestaba a chivo. Nada excesivo, pero suficiente para que la gente que se sentaba junto a mí preguntara: "¿Quién está fumando mota?" cada que el ventilador pasaba frente a mí. Los romanos no le daban mucha importancia a esto, pero los egipcios usaban bolas de avena como desodorante. Dado que construyeron las pirámides en lugar de unas pinches iglesias, decidí hacerles caso.

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Cocí un poco de avena, dejé que se enfriara, y me la unté en las axilas. Después de unos segundos, la avena se enfrió y se convirtió en una ligera película que selló el olor durante dos días. Sin embargo, las hojuelas se me clavaron en la piel cual chinches. Malditas hojuelas.

PIEL
Mientras me untaba una segunda capa de avena algunos días más tarde, noté que había varias marcas de sangre en mi camiseta. Mientras buscaba la fuente descrubrí que también tenía una enorme roncha con pus a unos centímetros del codo izquierdo. A todos les pareció asqueroso, pero a mí me pareció que era un hermoso estigma medieval.

LAVANDERÍA
El método romano de mear en tu ropa para limpiarla suena tan loco que funciona (o quizá sólo sea que la orina contiene amonia). Probé el método con una de mis mangas, pero por más que la tallé no pude eliminar el olor a meados. Supongo que a los romanos no les importaba.

PELO
Al principio de la segunda semana, parecía un puercoespín, así que decidí probar con un producto medieval.

Los israelitas inventaron un sencillo gel a base de cenizas y aceite de pino, anticipando así el estilo de sus descendientes tres mil años después. Después de untarme un poco de esto en el pelo, parecía que el bioler me había explotado en la cara y olía a jaula de hámster. Después descubrí que lo que me había hecho en el pelo era permanente.

PAPEL HIGIÉNICO, SEGUNDA PARTE
Después de pasar una semana ligeramente cagado, decidí que era hora de consentirme. Los romanos también tenían una técnica de higiene personal que consistía en amarrar una esponja de mar a un palo y sumergirla en agua con sal.

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Esto es mil veces mejor que unos cuadritos de papel. El truco es dejar una parte de la esponja seca para la última pasada.

OLOR CORPORAL; SEGUNDA PARTE

Para el octavo día, habíamos pasado de "¿Quién está fumando mota?" a "¿Quién está cocinando caca de perro?" y me habían enviado a trabajar a una esquina sólo por oler a vago. Todavía me estaba poniendo mis capas de avena, pero a estas alturas el olor de la avena sólo se combinaba con la peste, en lugar de esconderla.

Sin embargo, el olor de mis axilas no se comparaba con el olor que despedía esa gruesa capa de sebo que tenía en la bolas. Hace mucho tiempo, y estando drogado, aprendí que no debes pedirle a la gente que te huela la entrepierna, pero la curiosidad me estaba matando. Cada que me sentaba, terminaba con una nube de queso en mi cara.

En vista de que los egipcios me habían fallado, decidí adelantarme unos miles de años hasta los griegos. Hice lo que pude con una receta del farmacéutico Pedanius Dioscorides, y preparé un perfume mezclando un poco de mirra y raíces de varias flores en aceite de oliva hirviendo. Después de sacar las hierbas, me lo unté en todo el cuerpo (excepto en la bolas, estaban demasiado grasosas) y me preparé para salir. No soy muy bueno con las fragancias, pero terminé oliendo a farmacia y librería esotérica. Creo que ese perfume también contenía la feromona que los griegos usaban para seducir a otros hombres, porque ninguna chica quizo hablar conmigo por más de 20 segundos.

A la medianoche del quinceavo día, a petición de todas las personas a las que conozco, me metí a la tina y vi cómo dos semanas de arduo trabajo se desprendían de mi cuerpo. En general, creo que supe esconder mis peores olores con algunos menos insportables. Por desgracia, el único olor que nunca pude soportar fue esa peste a prejuicio. Quizá algún día el mundo se dé cuenta de lo bien que la pasábamos antes, por ahora creo que regresaré a limpiarme el culo con cuadritos de papel.