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Identidad

Antiguos criminales nos cuentan cómo se reformaron

Una cosa es reintegrarte a la sociedad después de cumplir una condena por una pelea o un robo menor, y otra muy diferente es tratar de reformarte después de dirigir una red de narcotráfico o participar en secuestros.
Algunos dealers que no aparecen en este artículo.

Para muchos delincuentes, ganarse la vida honestamente no es fácil. Imagina que te meten a la cárcel por vender drogas o robar autos; tienes la obligación de decirle ese dato a tu futuro jefe, lo cual te pone en desventaja en un mercado ya competitivo. Y cuando te rechazan, la tentación de regresar con tus amigos criminales para ganar un poco de dinero fácil se vuelve cada vez más grande.

¿Pero qué pasa con los criminales más serios? Una cosa es reintegrarte a la sociedad después de cumplir una condena por una pelea o un robo menor, y otra muy diferente es tratar de reformarte después de dirigir una red de narcotráfico o participar en secuestros. ¿Cómo le hacen este tipo de criminales para dejar atrás su antigua vida considerando que todas las probabilidades están en su contra?

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Para averiguarlo, me puse en contacto con cinco ex delincuentes: Darryl Laycock de un grupo de crimen organizado en Manchester; John Lawson, ex miembro de la banda de motociclistas Nomad; Bradley Welsh, a quien llegaron a describir como "el padrino adolescente que controlaba la capital de Escocia"; Peter "Wildman" Mahoney, sicario que trabajaba para Shaun "English Shaun" Attwood; y Stephen Graham, que estuvo involucrado en una serie de delitos graves hasta que lo metieron a la cárcel por homicidio culposo en Jamaica.


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JOHN LAWSON

Intentaba justificar todo lo malo que hacía diciéndome a mí mismo "No soy tan malo". A pesar de llevar una vida criminal, no me consideraba una mala persona. Creía que estaba bien porque no golpeaba a mi esposa, no era drogadicto y mantenía a mi familia. Eso me permitía leer cuentos a mis hijos antes de dormir, darles su beso de buenas noches, ponerme un pasamontañas, tomar mi pistola e ir a secuestrar a alguien que tenía una deuda con mi cliente.

Me di cuenta de que no era una gran persona cuando el periódico The Sun me describió como "asesino a sueldo que trabaja con los grupos de crimen organizado en Glasgow". Hasta ese momento, nunca me había visto de esa forma. "¿Eso soy?", pensé. Pero no por eso cambié de parecer, simplemente me di cuenta de que era una mala persona. En ese entonces estaba cumpliendo una sentencia de cinco años, lo cual me dejaba mucho tiempo para reflexionar. De noche, cuando estás encerrado en una celda de prisión, es el momento en que mejor analizas tu vida.

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El momento decisivo fue cuando entré a un grupo de la Biblia en Glenochil, un penal de alta seguridad. Mi intención era robar las galletas que trajo el pastor pero me puse a llorar cuando leí la letra de un himno llamado "Señor, abre los ojos de mi corazón" y toda la noche me quedé pensando en los secuestros, extorsiones y golpizas que llevé a cabo. Al día siguiente, mi amigo me regaló una Biblia y leí una parte del Libro de Ezequiel que decía que si un hombre malo se aleja de toda maldad que cometió y hace lo correcto, todavía puede encontrar la salvación. Después de leer esto, me paré frente al espejo y por fin pude ver el animal en el que me había convertido. En esa cárcel entregué mi vida a Cristo.

Pero fue muy difícil cambiar mi forma de ser. Los otros reos trataron de aprovecharse de mí cuando se dieron cuenta de que me había vuelto cristiano. Cuando por fin me soltaron, algunas de las personas con las que llegué a trabajar me preguntaron si quería seguir colaborando y les dije que no. Por suerte, nadie trató de intimidarme para regresar a las andadas. Creo que fue por mi reputación.

Cuando me salí de los Nomads, mucho antes de ir a la cárcel, el jefe dijo "Mira, no te puedes salir sin que haya consecuencias". Le respondí que iba a volar su casa si él o sus amigos trataban de hacerme algo. Como poco antes un tipo me pidió que vendiera unos explosivos de plástico que acababa de robar del ejército, sabían que la amenaza era real. Es probable que mi fama haya evitado que trataran de obligarme a hacer cosas. Mi vida cambió por completo y ahora en vez de hacer sufrir a otras personas, me gano el sustento predicando la palabra de Dios en algunas de las cárceles más peligrosas del planeta.

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DARRYL LAYCOCK

Cuando estaba en la cárcel, un familiar me hizo prometer que iba a cambiar. En ese momento decidí que iba a ser mejor persona en cuanto me liberaran y lo logré. Siendo honesto, nunca he sentido tentación porque una promesa es una promesa.

Cuando salí de la cárcel, me prohibieron ir a Manchester debido a que me clasificaron como un peligro para las personas que viven allí. Mi mamá tuvo un ataque al corazón poco después y sólo me permitían visitarla si iba acompañado de un grupo de policías. También tenía prohibido relacionarme con 30 de mis socios porque la policía sospechaba que estaban involucrados en actividades u organizaciones criminales. Algunos habrían tomado estas medidas como un obstáculo para seguir con su vida pero yo lo veía como las consecuencias de mis propias acciones. Si no hubiera cometido delitos ni me hubiera relacionado con bandas criminales, no habría tenido que seguir condiciones tan estrictas.

No podía entrar a trabajar porque vivía en una unidad residencial para infractores y tenía que ir a checar cada cierto periodo de tiempo. El objetivo era evitar que regresara a Manchester. Como no tenía trabajo, me inscribí como voluntario en una organización llamada CELL, que se dedica a educar a los jóvenes sobre las consecuencias de la violencia. Después de nueve meses como voluntario, me dieron la oportunidad de trabajar medio tiempo como coordinador voluntario y acepté. Desde entonces ya no tengo problemas para conseguir trabajo y todavía colaboro de vez en cuando con CELLS.

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Por suerte, ya no corro el riesgo de que mis antiguos enemigos me busquen y que me arrastren de nuevo a la violencia. De hecho, ahora trabajo con algunas personas con las que solía tener problemas y educamos a la juventud acerca de las consecuencias que tiene la violencia. En Manchester sigue habiendo bandas delictivas. Muchos de los que estaban involucrados ya crecieron y siguieron adelante con sus vidas. Algunos de mis ex colegas ahora son empresarios legales.

Ahora que hago cosas positivas vivo mucho mejor que antes. También valoro mi vida, cosa que nunca antes había hecho. Hay muchos que se quedan atrapados en un ciclo delictivo toda su vida, por eso estoy muy feliz de haber podido escapar. En total estuve 12 años preso, en 19 cárceles diferentes y en algunas de ellas ya había estado cuatro o cinco veces. Estoy feliz de haber dejado todo atrás y no quiero regresar. En ese entonces no tenía esperanza pero me di cuenta de que estaba equivocado. Salir del mundo del crimen es igual de fácil que entrar en él. En mi caso, fue tan simple como hacer una promesa y cumplirla.

BRADLEY WELSH

Bradley con su hija.

Tomé la decisión de dejar esta vida cuando estaba tirado en el piso con una camisa de fuerza puesta dentro de una celda después de una paliza que me dieron los guardias cuando apenas tenía 19 años de edad. Estaba en detención en ese entonces por posesión de armas de fuego, extorsión y por amenazar a un agente inmobiliario y corría el riesgo de que me condenaran a 15 años de prisión. Las autoridades me pusieron en confinamiento solitario y me obligaron a usar una camisa de fuerza porque me puse como loco cuando no me dejaron ver a un familiar que viajó dos horas para visitarme en la cárcel. Estaba ahí tirado, pensando: "¡Esta no es la vida que quiero para mí!". También me di cuenta de que estaba haciendo sufrir a mi familia sin motivo alguno. ¿Qué gané con los delitos que cometí? ¿Dinero? Con eso no se puede comprar la libertad.

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Al final me declararon inocente por los cargos de posesión de armas y extorsión pero me condenaron a cuatro años de cárcel por amenazar a un agente de bienes raíces. Me di cuenta de que, pese a haber ganado una pequeña fortuna con los delitos que cometí, si sumo todas las horas que estuve en prisión, no valió la pena. La pena que hice pasar a mi pobre madre fue lo peor de todo. Juré nunca volver a hacer algo que le causara sufrimiento.

Era muy bueno en el futbol antes de entrar a la cárcel y ya había adquirido cierta fama. Por eso muchos de los reos que seguían a otros equipos me odiaban. Al final me cambiaron de cárcel para evitar problemas. Terminé en la prisión Dumfries, donde había un guardia llamada Ian Black, que era el capitán de un equipo escocés de box en el que estuve tres años antes. Él me entrenó y después, cuando me trasladaron a una prisión abierta, me dieron permiso de participar en competencias de box.

El box era mi nuevo sueño y me esforcé al máximo para ser el mejor luchador en Reino Unido. Pude canalizar la energía que invertí en el crimen para hacer algo más productivo. Aunque cuando me dejaron salir, no todos estaban convencidos de que iba a seguir así. Muchos no pueden aceptar que la gente cambia y asumían que seguía siendo el mismo. Por suerte, me fui a vivir a Estados Unidos para seguir mi sueño y alejarme de toda esa mierda. Después regresé a Edimburgo y ahora trabajo como presidente de la Asociación de Box Amateur de Escocia, que dirige 20 gimnasios en todo el país. Me pueden encontrar en el gimnasio Holyrood Boxing Gym o en el Castle Boxing Gym. Ahora utilizo el deporte para dar a los jóvenes una alternativa y evitar que se metan en problemas. Mi consejo para los que estén planeando involucrarse en el crimen es que no vale la pena, no es más que una pérdida de tiempo. Tuve la suerte de dejar esa vida cuando era joven y estoy muy feliz de haberlo hecho.

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PETER 'WILDMAN' MAHONEY

Wildman (derecha) con Shaun Attwood después de salir de la cárcel.

En 2002 me detuvieron por estar involucrado en una red de narcotráfico en EUA y me condenaron a 7.5 años de cárcel. Siendo honesto, la cárcel no me hizo cambiar de la noche a la mañana. Los primeros cinco años me la pasé peleando todo el tiempo y pensaba "Me da igual si me aumentan años. Qué hagan lo que quieran". Después, una dama muy amable que trabajaba en la embajada británica vino a visitarme y me trató como un ser humano. Gracias a ella me di cuenta lo mucho que extrañaba el mundo exterior. En ese momento decidí que no quería regresar a la cárcel.

Tuve suerte de que mis amigos y mi familia me apoyaran cuando salí de prisión, una de las razones por las que seguí con mi promesa de no hacer nada ilegal. Estaba consciente de que si volvía al mundo del crimen, además de hacer daño a la sociedad, también iba a lastimar a mis seres queridos. Uno de los obstáculos principales fue que no encontraba trabajo. Por fortuna, mi papá me ayudó con eso. Mi papá se dedica hacer muebles e instalar cocinas, y me enseñó el oficio. Ahora trabajo con él y disfruto vivir como una persona normal. Sólo trabajo medio tiempo y gano 3 mil pesos a la semana, pero con eso me basta para vivir.


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El gobierno no me ayudó a colocarme en un empleo y entiendo perfectamente porque los ex delincuentes tardan mucho en adaptarse, si es que lo logran. El gobierno me mandó a cursos que parecían diseñados para burlarse de mí. El último curso al que me mandaron era de higiene personal y me enseñaron a lavarme los dientes y a cortarme las uñas. Ese tipo de cosas no me ayudó en nada, solamente me hizo enojar.

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Desde que salí he estado tentado a participar en situaciones violentas, cuando mis amigas me dicen que sus novios les pegan. Cuando pasa eso, me dan ganas de ir a partirles su madre pero después pienso: "Espera, si lo hago, puede que me encierren y no quiero que mi familia vuelva a pasar por eso".

No me han dado ganas de probar drogas desde que salí. Antes me metía tantas cosas que no sé cómo sigo vivo. Seguí fumando cristal después de que me dio un infarto y la mitad de mi rostro quedó paralizado. Utilizaba la parte de mi boca que todavía servía para succionar la pipa. En ese sentido, es probable que la cárcel me haya salvado. Hoy en día fumo mota de vez en cuando y me tomo unas chelas pero nada más. Estoy feliz con la vida tranquila de familia que llevo ahora.

STEPHEN GRAHAM

Decidí dejar atrás el crimen porque me di cuenta de lo egoísta que era mi actitud en el tiempo que estuve encarcelado en Jamaica por homicidio culposo. Yo no era el único castigado, sino también mi familia, que no había hecho nada malo. Hasta ese momento no me había puesto a analizar mi vida y esa sentencia me dio mucho tiempo para la reflexión. Antes de eso, sabía que las cosas que hacía eran malas pero en muy en el fondo no había llegado a ese entendimiento y hay una gran diferencia entre los dos.

Tuve que aprender a quererme a mí mismo y concentrarme en mis pasiones para poder reformarme. Eso me ayudó a llenar el vacío, que es el responsable de todos los delitos que cometí. Cuando era joven me encantaba escribir, así que empecé a usar la escritura como un medio para expresarme durante el tiempo que estuve en prisión. Me dediqué a escribir libros y poemas.

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Cuando salí, me ofrecieron dinero para participar en algunos crímenes muy serios pero dije que no porque ya había tomado la decisión de transformar mi vida. Ya había hecho un plan para mejorar como persona y estaba decidido a lograrlo. No tenía curriculum porque me corrieron de cuatro escuelas cuando era joven, así que me metí a una universidad comunitaria y entré a un curso de preparación el año siguiente. Pasé con la calificación más alta y logré que me aceptaran en la universidad. Haber entrado a la universidad sin estudios previos a los 31 años de edad después de haber estado casi nueve años en una cárcel jamaiquina demuestra que nunca es tarde para estudiar. Me titulé en medicina del deporte y ahora soy entrenador personal. Desde entonces trabajo con los mejores atletas nacionales e internacionales.


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También publiqué los libros que escribí a mano en la cárcel; saqué un libro y un documental donde expongo los problemas de lo delitos con arma blanca y arma de fuego; y empecé a dar asesoría para jóvenes. También empecé a dar conferencias sobre el crimen la conducta antisocial en escuelas, en dependencias de remisión de jóvenes y en universidades, además de organizar varios proyectos y programas divertidos en la comunidad. Ahora utilizo toda la energía que me impulsaba a cometer delitos para hacer cosas positivas. Mucha gente no se da cuenta de que para salir a la calle a vender drogas necesitas una motivación, un impulso que podrías canalizar en cosas legales. Tomé esa determinación y le di un buen uso.

Muchos creían que formaba parte de una pandilla cuando era joven pero, después de analizarlo, me di cuenta de que no hay pandillas en Inglaterra, sólo son personas que se involucran en la cultura callejera. No me gusta clasificar a grupos de jóvenes como pandillas; muchos de esos chicos son personas que todavía no encuentran su vocación. Por suerte, ya no estoy en esa posición y tengo la oportunidad de ayudar a otros. Lo que hago hoy en día es mucho más gratificante que violar la ley y como participé en toda clase de delitos, entiendo la mentalidad de los jóvenes y puedo ayudar a cambiarla.

Gracias a Shaun Attwood por ponerme en contacto con Wildman, que aparece en dos de los libros de Attwood: Party Time y Hard Time. Hoy en día, Laycock trabaja para la caridad en One Minute in May y Lawson está por publicar un libro llamado If A Wicked Man.

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