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Identidad

La primera regla solo mola para luego poder contar la historia

Desde el chándal que queda inservible hasta robar dinero para comprar tampones, es difícil que olvidemos nuestra primera regla.
Photo by Danil Nevsky via Stocksy

En la película 20th Century Women, el personaje de Elle Fanning, Abbie, comparte la historia de su primer período durante una cena, como harías tú si fueras una precoz adolescente de los 70 en una película independiente. Le sucedió mientras veía Alguien voló sobre el nido del cuco con "un tío", una anécdota al parecer extraída de la vida de una amiga del guionista y director de la película, Mike Mills.

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"Le dije que tenía que irme, fui al súper, compré una caja de tampones, me fui a casa, leí las instrucciones del envase en mi cuarto de baño y traté de entender cómo se ponían", dice Abbie. "Nunca se lo conté a mi madre, ella nunca preguntó, nunca vi el final de Alguien voló sobre el nido del cuco".

Para las mujeres que tienen la regla, la primera vez se cierne durante mucho tiempo sobre su bagaje personal: nunca pueden olvidar el momento en que por primera vez se sintieron confundidas ―quizá traicionadas― por los mecanismos de su cuerpo. Y tampoco olvidan cómo respondió la gente ante ello, si es que alguna vez lo cuentan a alguien. Porque es algo de locos: sale sangre de tu vagina y, a diferencia de muchos fluidos corporales, ¡no hay nada que puedas hacer para detenerla! Nos dicen que esto marca una transición irreversible hacia la edad adulta, pero es una transición bastante chocante: a esta versión de lo que significa ser mujer ―que excluye a las mujeres trans― le importa un bledo si todavía no te apetece enrollarte con tíos, o si tu madre sigue poniéndote el almuerzo en una caja de Pokémon. Aunque algunas chicas podrían pensar "¡Por fin!", porque cualquiera que sea cool y realmente necesite llevar sujetador también tiene que llevar tampones en su bolsito, vivir la realidad de una hemorragia por sorpresa puede ser terrorífico. Algo que te atormenta.

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Y es por eso que, cuando encuentran sangre en su ropa interior, el primer instinto para muchas niñas es contárselo a sus madres inmediatamente. Pero existe el riesgo de hacerlo público. Mientras tratan de lidiar con su propia vergüenza, o disgusto, o confusión, las niñas también deben enfrentarse a la incredulidad de otros (entre los 10 y los 13 años, que es normalmente cuando las niñas tienen su primer período, las formas en que las mujeres sienten vergüenza se multiplican a un ritmo totalmente injusto). Aunque muchas mujeres tienden a evitar rememorar su primera regla durante una cena con amigos, muchas de las que hablaron conmigo para este artículo recordaban el momento vívidamente. Cuando me las contaron, las historias de su primera menstruación eran mucho más precisas de lo que suelen ser la mayoría de recuerdos.

Una mujer llamada Jessica recuerda el momento en que contó a su madre que había sangre en el inodoro, pero su madre no creyó que fuera su primer período. En lugar de ello, insistía en que Jessica tenía hemorroides.

"A lo mejor has hecho caca demasiado fuerte", recuerda que le dijo su madre. "Puede haber sangre cuando haces caca demasiado fuerte".

Aunque se espera que una niña se lo cuente a su madre y que esto se convierta en un rito de unión o de paso a la edad adulta, algunas deciden no hacerlo. Natalia tenía 13 años cuando le vino la regla por primera vez y luchó con su propia incredulidad acerca de lo que estaba saliendo de su cuerpo, así que lo mantuvo en secreto. Su madre se cabreó mucho cuando por fin se enteró.

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Durante la penúltima clase del día me di cuenta de que tenía sangre por todo el culo de mi chándal de terciopelo blanco

"Al principio no me di cuenta de que había tenido el período, porque pensaba que la regla llegaba en tonalidades brillantes y no es colores marrones y tristes", dice Natalia. "Así que lo ignoré hasta que mi madre se enfrentó a mí como una semana más tarde, preguntándome por qué no le había dicho que me había venido el período. Me dio una larga charla sobre lo fantásticas que son las compresas y lo abominables que son los tampones y lanzó un par de indirectas acerca de lo malo que es insertar cosas dentro de ti, de lo importante que es la virginidad antes del matrimonio y de cómo algunas personas hoy en día en realidad no deberían vestir de blanco cuando se casan. Intenté usar compresas el mes siguiente y, como son horribles, las encontré horribles. Así que durante varios meses después de aquello robé dinero a mi madre, fui en bici hasta el supermercado, compré tampones y los escondí en mi habitación. Ahora me doy cuenta de que era un acto de muy, muy mala vecina, pero arrojaba los cartoncitos vacíos de los tampones al otro lado de la valla del jardín después de usarlos".

Finalmente Natalia se cansó de andar a escondidas y de escaparse en bicicleta a por tampones, así que creó un "PowerPoint a favor de los tampones extremadamente embarazoso" para sus padres. Su padre consultó con su madre la financiación de la compra de tampones y aquella fue la última vez que se habló de menstruaciones en su familia.

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Pero incluso aunque tu familia lo acepte totalmente, todavía tienes que lidiar con el síndrome premenstrual. Los efectos secundarios de la menstruación siempre son una mierda, pero a menudo son especialmente malos durante el primer período de las niñas, sobre todo porque no saben por qué su cuerpo se empeña en tratarlas así hasta que, a menudo, es demasiado tarde. "Tenía unos calambres y una diarrea realmente terribles y no sabía por qué hasta que me di cuenta, durante la penúltima clase del día, de que tenía sangre por todo el culo de mi chándal de terciopelo blanco", me contó una mujer llamada Sara acerca de su primera menstruación. "Me había sentado y cuando me levanté había sangre por toda la silla. Lloré encerrada en el baño durante dos horas, hasta que el rector me llevó a casa en coche con una bolsa de basura cubriendo mi trasero".

Durante siglos, la representación literaria del derramamiento uterino, desde Carrie hasta Ulysses, ha dado forma al modo en que pensamos en (y también tememos) la menstruación. Igual que un baño bautismal en un río o varias mujeres cascando huevos en una película de arte y ensayo, los primeros períodos están repletos de simbolismo. Ninguna otra función corporal cíclica, ni siquiera cagar o estornudar, atrae este nivel de atención artística. De hecho, la década de 1970 vio el nacimiento de todo un movimiento de "arte menstrual", es decir, mujeres que pintaban con su flujo menstrual en una extrema respuesta a la incluso más extrema exigencia social de que ocultemos nuestro período. (Y la menstruación ha experimentado un resurgimiento artístico en años recientes).

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En el torpe relato breve de Angela Carter titulado Wolf-Alice, la menstruación sirve como fuerza humanizadora para una niña pequeña que literalmente ha sido criada por lobos. A diferencia de su séquito de lobos, Alice siente el deseo de limpiarse; busca un harapo durante su período porque es civilizada. (Menos civilizado es su pensamiento inicial con respecto a lo que le está sucediendo: que un lobo "debe de haberle mordido el coño mientras dormía; la ha sometido a una serie de mordiscos cariñosos demasiado suaves como para despertarla pero aun así suficientemente fuertes como para rasgar la piel").

Aunque muchas de esas representaciones consideran el período como algo poderoso, lo cierto es que la menstruación es engorrosa e incómoda y aquellas representaciones que no la tratan como tal se están olvidando de algo fundamental. En la maravillosamente obscena historia sobre el paso a la edad adulta escrita por Marie Darrieussecq en 2011, Clèves, la protagonista Solange ―a quien recientemente había masturbado un bombero― tiene una amiga, Nathalie, que la guía a través de su primera experiencia de inserción de un tampón con el tipo de autoridad de la que solo una chica adolescente puede hacer gala.

[Nathalie] le dejó un tampón para que probara. Pero duele de la hostia, incluso después de sumergirlo en aceite, como le había aconsejado hacer. Aun así, el bombero le había introducido todo un dedo y un dedo no es poca cosa (y cuando se piensa en el resto, el tamaño del resto… Es mejor no pensarlo). "Pero estabas mojada", explicó Nathalie [a Solange]. "Eso hace que se deslice hacia dentro". Lo intentó mientras se masturbaba, pero por mucho que respirara en la posición del loto no podía conseguirlo. Y Nathalie le había advertido sobre los tampones: una chica lo había olvidado y el tío había empujado el tampón tan adentro que le desgarró las entrañas y murió en medio de un charco de sangre.

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Aunque yo no experimenté ningún trauma, vergüenza o falta de información por parte de mis amigas cuando tuve mi primer período a los 10 años ―mi madre simplemente me estrechó la mano y nos dispusimos a bloquear mi vagina―, recuerdo haber sentido una profunda sensación de miedo y náuseas cuando me di cuenta de que aquello sucedería todos los meses durante el resto de mi vida. Y todavía peor fue darme cuenta de que se esperaba de mí que lo mantuviera en secreto. Actualmente incluso yo, una sangradora frecuente, me olvido de que las mujeres que me rodean están todo el tiempo sangrando en secreto. En 1996, la artista nacida en Florida Charon Luebbers creó un recinto de aislamiento con la intención de que representara la alienación que pueden sentir las mujeres cuando menstrúan. Decorando el interior de la "Cabaña Menstrual" hay 28 lienzos con su cara, que pintó empleando su propia sangre menstrual.

Aun dejando a un lado el miedo existencial que trae consigo la menarquia, también existen preocupaciones logísticas: la ubicación puede ser una bendición o una condena. La escritora Lily Puckett tuvo su primer período durante las protestas de enero de 2003 contra la Guerra de Irak en Washington, DC, una limpia conexión con todo tipo de argumentos que yo misma podría exponer sobre la política del sangrado.

"Mi familia iba a dar su apoyo desde la distancia, pero entonces John Ashcroft salió creo que en Fox News y dijo que iba a colocar cámaras en los árboles del centro comercial para intimidar a los manifestantes, así que mi madre nos recogió a todos después del colegio y condujimos toda la noche desde Alabama para llegar a tiempo", explica Puckett. "Me di cuenta [de que había tenido el período] cuando llegamos a la casa de nuestros amigos, donde nos íbamos a quedar. Se lo dije a mi madre y ella contestó, 'Bueno, felicidades'. No pude asistir a la Women's March en Washington [este año], pero quiero que todas las mujeres que había allí sepan que mi primer sangrado estaba con ellas".

Por desgracia no puedes elegir que tu primer período llegue en un día simbólico o junto a tu familia que te apoya. En uno de los episodios más vergonzantes de Curb Your Enthusiasm, una Girl Scout está vendiendo galletas a Larry David en su casa cuando le llega su primer período. Ella sabe lo que ha sucedido casi inmediatamente, lo que supone la única parte del diálogo que no suena real. (No se me ocurre un lugar más horripilante para empezar a menstruar que el umbral de la casa de Larry David, ya sea el ficticio o el auténtico). Sorprendentemente ―y casi con dulzura―, Larry saca una caja de tampones y le ayuda con las instrucciones desde el otro lado de la puerta del baño.

Lo que hace que la historia de la primera menstruación sea tan potente es que no tenemos control sobre dónde y cuándo sucede; el lugar donde nos encontremos y las personas con las que estemos cimentarán toda una vida de asociaciones. Aunque pueda resultar potencialmente vergonzoso en su momento, la anécdota de nuestra primera regla se convierte en un baño de plata para el dolor, la confusión y la ropa interior echada a perder. Una forma de compadecerse de los calambres y los atracones de chuches.

"Tenía 13 años y estaba visitando Disney World con mi familia", me contó una mujer llamada Laura. "Íbamos a entrar en el Mundo Mágico y yo fui al baño y noté algo en mi ropa interior. No deduje que fuera el período (a pesar de que casi todas mis amigas ya lo habían tenido y yo definitivamente esperaba su llegada) hasta como una hora más tarde, justo en medio de la atracción de la Mansión Encantada. Entonces empecé a sufrir unos calambres horribles mientras esperaba en la cola para el espectáculo de Lilo & Stitch. Era un lugar muy extraño para despedirme de mi infancia. ¡Estaba muy cabreada! Era como, ¡Vaya mierda es esto! ¡Me duele mucho!".

Personalmente, yo sigo cabreada, pero al menos ahora sé que tengo que comprar chuches con antelación.