Camellas
Ilustración por Teresa Cano
Drogas

Hablamos con camellas españolas: cuando vender droga es una cuestión de género

La venta de droga es una actividad hipermasculinizada, pero parece que el enfoque de género aún no ha llegado a ella.

Andrea* tiene 26 años, vive en Madrid y empezó a vender pastillas cuando supo que se iba a quedar sin trabajo. "La vida aquí es muy cara y yo soy completamente independiente, mis padres no me ayudan económicamente. Por eso, justo antes de quedarme en el paro, empecé a vender éxtasis. Lo tenía a mano por colegas y nunca me he planteado pasar nada más. Las pastillas son cómodas, baratas, fáciles de gestionar porque no tienes que cortarlas ni pesarlas y también es sencillo esconderlas, guardarlas y transportarlas", dice.

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Marina* vive y estudia en Toledo y tiene 22 años. Lleva pasando hierba y hachís desde los 18 para pagarse el piso y los gastos que conlleva vivir fuera. Sus padres solo le pagan la matrícula de la universidad. "Sobre todo le paso a gente de la uni o a amigos de amigos. Intento tener cuidado para que no todo el mundo sepa que lo hago porque tampoco me pienso hacer rica con esto, mi intención es simplemente ganar algo de dinero que me permita vivir y hacer cosas mientras estudio", cuenta.

Julia* tiene 24 y siempre ha traficado en pareja, con su ex. "Ahora ya no lo hago pero por vaga, porque implicaría el doble de trabajo al ser yo sola. También porque ya no lo necesito. En su momento pasaba hierba a pachas con mi pareja, para poder fumar gratis. Hasta que un día me quedé embarazada y necesitamos dinero para abortar. No quería hacerlo por la Seguridad Social para asegurarme de que mis padres no se enteraran, así que tuvimos que pedir dinero y empezar a mover speed, que era lo que más rentable salía. Ahí empezamos a meternos más en el rollo de pasar", explica.


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No hay estudios ni estadísticas publicadas al respecto. Los estudios de género parecen no haber puesto el foco aún en el negocio de la droga, pero basta con haber pillado un par de veces para saber que el tráfico de estupefacientes a pequeña escala, el menudeo, parece una actividad altamente masculinizada. Que lo de Julia, Marina y Andrea es más bien excepcional.

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La historia de los grandes cárteles tienen también grandes nombres femeninos y muchas mulas son mujeres. Pero en la venta a pequeña escala no es del todo habitual encontrarse con una camella. De hecho, incluso la palabra en femenino suena extraña. Pero ellas, las que mueven gramos y no kilos, también existen.

"A mí por ejemplo jamás me han registrado. Me han multado por beber latas en la calle, pero llevo tiempo yendo con pastillas de allá para acá y nunca me ha pasado nada"

"Ser tía a la hora de pasar tiene sus ventajas. No ser un blanco fácil para la Policía es una de las más grandes. A mí jamás me han registrado. Me han multado por beber latas en la calle, pero llevo tiempo yendo con pastillas de allá para acá y nunca me ha pasado nada. Solo tuve miedo una vez: cuando estando en una discoteca hicieron una redada. Me puse tan nerviosa que me comí la única pastilla que me quedaba porque me daba miedo tirarla al suelo y que me vieran. Me dio un ciego malísimo", explica Andrea.

Marina cree que, de hecho, que casi todo son ventajas. "A la hora de transportarlo nadie sospecha de ti, porque han sido los tíos los que tradicionalmente lo han hecho. Es como si, de entrada, no fueras sospechosa de poder hacer nada así. Cuando me he llevado la maría y el hachís a fiestas creo que sentía menos miedo que los tíos que lo hacen. Los seguratas y la Policía suelen ser tíos y a las chicas no pueden registrarnos o tienen que llamar a compañeras en el caso de estos últimos para poder hacerlo. Por eso la mayoría de abusos policiales que se dan en los registros son a chicos. Yo he llegado a ver cómo un Policía le decía a un chaval que se bajara los pantalones y los calzoncillos en un registro, y a mí nunca me ha ocurrido nada parecido", comenta.

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"Cuando iba con mi novio, con el que pasaba, siempre me tocaba a mí llevar la droga porque era más seguro, era mucho menos probable que me registraran. Una vez, yendo a un festival, llevaba 20 gramos de speed y tuve que tirarlos porque vimos a la Guardia Civil. Después, los tíos con los que iba, incluido mi ex, no me lo reprocharon pero sí que me dijeron que ellos no lo habrían tirado. A mí nunca me ha importado ser yo quien guarda droga porque sé que es más seguro, pero hasta cierto punto", dice Julia.

Otro de los factores positivos de ser tía y traficar a los que apunta Marina es, quizá, a una mayor confianza por parte de los clientes. "Nunca le he preguntado por ello a nadie, la verdad, pero creo que es más probable y en cierta manera noto que pueden confiar más en mí que en alguien a quien vean como una amenaza, sobre todo si son gente más pija o que no se mueve en ambientes en los que se consuma habitualmente. A mí pueden decirme si un día les paso un poco menos que les he pasado un poco menos, a un tío al que perciban como una amenaza quizá no se lo dicen", explica. Andrea sospecha que, en su caso, con las pastillas, a veces pasa un poco lo contrario. "No sé si es por ser tía y puede que me esté equivocando, pero sí que a veces me insisten en si están buenas, en si las he probado y todo eso", comenta.

"A mí me pasaba que siempre era yo la encargada de sacar la lista negra e ir reclamando el dinero que nos debían a mi novio y a mí la gente a la que habíamos fiado. No sé si es algo que tenga que ver con el género o con que yo soy una persona muy extrovertida, pero creo que era más efectivo porque no lo veían como algo violento, con recelo. Les decía 'estamos a primeros de mes, ya habrás cobrado' o 'el otro día vi que saliste, ¿no te sobró nada para pagarnos?' y era menos violento y más fácil quizá que si lo hiciera un tío", cuenta Julia. "Pero, al contrario", añade, "cuando íbamos a pillar al camello grande para pasar nosotros, que solíamos ir los dos, siempre le hablaban a mi ex, como si yo fuera una simple acompañante o estuviera allí de relleno, como si no tuviera idea de qué iba la cosa, cuando era yo la que, por ejemplo, ponía el dinero o más orden, me ocupaba más de la cuestión logística en lo que hacíamos"

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"A veces he notado que algunos tíos, en lugar de venir a pillarme a casa sin más lo que quieren es ligar conmigo"

Porque menudear y ser tía también tiene una cara B. "A veces he notado que algunos tíos, en lugar de venir a pillarme a casa sin más lo que quieren es ligar conmigo", cuenta Andrea. "Me acuerdo mucho de una vez con un amigo de un amigo que vino a cogerme unas pastillas y me pidió si podía echarse un porro en el salón. No conseguía echarlo de casa después, no paraba de hablarme, de intentar flirtear. Y, joder, es incómodo".

Marina también ha tenido esa experiencia. "Hubo un chaval de mi universidad al que directamente le dejé de contestar a los mensajes porque me hablaba muchísimo y no solo para comprarme hierba y eso me incomodaba. Prefiero no pasarle a gente así, no me sale a cuenta", dice. "Otra de las peores cosas que tiene ser chica en esto es que cuando le vas a pillar a alguien para luego pasar, cuando vas a pillar al por mayor, si te ven una chavala y encima joven a veces te intentan tongar, te intentan vender un poco más caro o dar menos. Pero si sabes cómo va la cosa tampoco tienen mucho que hacer", comenta.

Andrea habla, más que de pillar al por mayor, de vender. "No he vivido situaciones muy jodidas pero sí que ha habido alguna ocasión en la que me he sentido un poco indefensa. No es cómodo que un tío se presente en tu portal pasado de rosca a las tantas de la madrugada porque le han pasado tu número y se ponga agresivo. Me ha pasado que ocurra esto y me pregunten insistentemente si tengo coca, si hago descuentos… Nunca me ha ocurrido nunca nada grave, pero sí incómodo", explica, "y supongo que con ese tipo de actitudes lo que demuestran es que me ven débil e intentan abusar un poco de la confianza que les puedo dar respecto a otra gente que pasa droga a la que ven como más chunga".

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Marina cuenta que, cuando le pide hierba alguien a quien no conoce y que le inspira desconfianza queda fuera de casa. "Tengo mucho cuidad con eso y, aunque suelo pasar en casa, hay gente que no me mola que sepa dónde vivo por si luego se le va la olla. Suelo ser prudente e igual por eso nunca me ha pasado nada gordo", explica.

"Para unos padres, una chica es siempre una niña, no puede tener maldad. Si tu hijo se emborracha te preocupa que se pegue, que la líe. Si tu hija se emborracha, te preocupa que le hagan daño. Con esto igual"

Tanto ella como Andrea coinciden en que el hecho de ser tías no es determinante en el género de quien les compra. La relación con su entorno es otro tema. "Hay amigos que me han dicho que deje de hacerlo, claro", comenta Andrea. "Pero porque es jodido y peligroso, no porque yo sea una tía". A Julia, que pasaba con su novio, sí que le ha ocurrido. "No me decían que dejara de hacerlo porque fuera tía, pero sí que dejara a mi novio. Tenían la sensación de que si yo lo hacía no era porque lo hubiera elegido libremente sino porque me había lavado el cerebro o me habían arrastrado al lado oscuro", expone.

"Algo parecido me pasaba con mis padres. Me daba más miedo que ellos supieran lo que hacía que que me pillara la Guardia Civil y supongo que si yo hubiera sido tío habría sido diferente. Ellos siempre pensaron que fumaba por inercia y no por decisión propia, y habrían pensado lo mismo si hubieran sabido que traficaba. Supongo que tiene que ver con que, para unos padres, una chica es siempre su niña, no puede tener maldad. Si tu hijo se emborracha te preocupa que se pegue, que la líe. Si tu hija se emborracha, te preocupa que le hagan daño. Con esto igual", cuenta.

Las tres coinciden a la hora de señalar por qué se ven pocas camellas: por tradición, por cautela, porque algunas chicas ni siquiera lo contemplan como opción y la droga ha sido históricamente territorio masculino. Sin embargo, ninguna de ellas descarta seguir pasando droga a largo plazo. "Siempre he pensado que si de abuela no tengo ni pensión ni dinero me dedicaré a vender droga", dice Andrea entre risas.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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