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En defensa de los 'bots' de Facebook

No son seres de verdad pero por unos milisegundos hacen que tu vida sea un sueño.

Te levantas profundamente triste a las siete de la mañana para ir a currar. Estás tristón no solo porque ayer hizo exactamente seis meses que esa persona a la que decidiste entregarle la totalidad de tu corazón empezó a ignorar todos tus mensajes por WhatsApp sino porque, también, ayer por la noche era el último día para presentar la liquidación del IVA trimestral y te olvidaste porque estabas un poco borracho y sabes que este pequeño desfase en el pago acarreará una multa que no te podrás permitir porque ya estás devolviendo a plazos pasta que les debes a tus padres, pasta que en su momento deberías haber usado para pagar otras multas que tenías pendiente con el Ayuntamiento y con Hacienda pero que te gastaste en discos, conciertos y en un viaje a Berlín con una persona que hace seis meses aún seguía siendo tu novia en el que esa persona decidió dejarte justo cuando el avión aterrizó en Tegel y te pasaste varios días en una ciudad desconocida gastándote dinero que no era tuyo en hoteles y comida y discos mientras ella se volvía "llorando" a Barcelona para quedar con un tipo que llevaba varios meses follándose sin que tú supieras una mierda. Por eso estás triste, y también porque te van a echar del piso en un par de meses porque el propietario ha decidido alquilarlo por días a turistas. Y también estás triste porque llevas casi medio año comiendo solamente noodles de sobre —sabes que la verdura es más sana y más barata pero no tienes energía para cocinar absolutamente nada— y los noodles de sobre te dejan el organismo un poco débil y el cerebro roto. A veces sales a la calle y te compras esas alitas de pollo picantes de dos euros que venden en el KFC —dos bolsitas, cuatro euros en total—, ese gasto extra que te sirve como un homenaje personal, ese regalito que te permites algunos días especiales pese a que sabes que realmente es un privilegio que no te puedes permitir pero a veces hay que vivir por encima de nuestras posibilidades y, joder, esas alitas son casi casi casi casi el motor de tu vida actualmente. Con todo este panorama personal, permíteme decirte que seguramente los bots de Facebook sean tu menor problema. Es más, de hecho son lo mejor que te está pasando ahora mismo. La gente los odia, los detesta pero a ti te alegran la vida, hacen que sea un lugar más agradable y apasionante.

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Me explico.

Supongo que a veces te pasa, eso de que estás dándote una rutilla por Facebook y, de repente, ves que tienes una nueva petición de amistad, algo que hacía meses que no te pasaba. Es casi como un susto, algo que te altera las pulsaciones. "¿Quién será?" "¿Quién quiere se mi amigo?" "¿Existe gente ahí fuera que desea ser mi colega?". No solo esta petición anónima (aún no has clicado en el dibujito de las personitas para ver de quién se trata, solamente estás mirando ensimismado esa notificación roja con un número "1" de color blanco) te ha alegrado la mañana, sino que, cuando aprietas el icono en cuestión, ves que la nueva amistad que estaba esperando tu aprobación detrás del telón es una mujer explosiva en cuya foto de perfil aparece en bikini y muestra gran parte de su anatomía. "Quiero ser tu amiga", te dice; "¿quieres ser mi amigo?", te propone.

Con esta situación, evidentemente que aceptas la amistad de esa mujer. E-V-I-D-E-N-T-E-M-E-N-T-E. Piensas que aún sirves de algo, que eres una persona que la gente quiere conocer, que incluso la gente quiere intentar follarse, porque esto es lo que parece a todas luces. Esa persona ha salido de la nada para hacer el amor contigo. No es una amistad, es una ventana abierta al amor y al sexo, ese sexo exagerado y pornográfico que siempre has soñado. Pero luego, mientras observas sus fotos en la playa y su poca actividad en Facebook te das cuenta de que esta persona no existe; la mujer despampanante que quiere ser tu amiga no existe y te das cuenta de que nunca existirá. Es un truco, un trampantojo para colarte un virus o para que algunas empresas roben información sobre tu conducta en la red.

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(Vale, sí, ya estamos con la cosificación del cuerpo de la mujer otra vez. Pero, ciertamente, la gran mayoría de bots juegan a esta liga porque el cerebro humano se convierte en un órgano estúpido cuando divisa a hombres o mujeres que siguen cierto canon estético que logra excitar sexualmente a las personas. Evidentemente, a modo de cebo para pescar usuarios de Facebook incautos, es la mejor opción. También es cierto que, a veces, los creadores de bots optan por señoras entrañables de 60 años, robots que apuntan hacia otro tipo de víctimas, supongo, como viudos y viudas que buscan una amiga para ir al cine y comer luego en el McDonalds.)

Con el tiempo —y un crecimiento exponencial y casi excesivo de este tipo de peticiones de amistad provenientes de señoritas—, aprendes que todas estas chicas son falsas. Aprendes a distinguirlas perfectamente de las personas reales por la imposibilidad evidente de que este tipo de mujeres quiera contactar contigo, pero ese momento de vacilación siempre está ahí, la duda, la potencialidad, el sueño. Estas mujeres forman parte de una ficción en la que no estás invitado, básicamente porque no existe. Es una fantasía que alimentas, que terminas de completar y rellenar con tu mente. Te las imaginas simpáticas, agradables, inteligentes, salvajes y tremendamente enamoradas de ti y de todo lo que haces (esa idea que tienes de hacer un fanzine sobre un perro que se pierde en un supermercado y descubre que hay comida para humanos más apetecible que la comida para perros, les encanta).

La ilusión al ver que esa nueva petición de amistad viene de una persona escandalosamente atractiva no dura más de un milisegundo, pero durante ese pequeño espacio de tiempo hay una parte de ti que coge energía, que se alegra. Tu cuerpo se llena de luz, como si alguien estuviera vaciando el mar dentro de ti y te fueras rellenando de vida e ilusión, como una botella de vino humana. Es un pequeño sobresalto que dura poco pero ahí está todo concentrado, un universo en expansión derramándose y estallando, generando lavas de ilusión que nos sumergen en un estado de hiperrealidad y fantasía. Este susto es por lo que merece la pena vivir, ese umbral por el que sacamos la cabeza para descubrir una realidad antes inimaginable. Soñar lo imposible, thinking outside the box. Da igual si es un bot o no, asumes la mentira con alegría y le sacas todo el jugo que puedas, la disfrutas.

Entonces, durante esos milisegundos de ilusión extrema, ya no piensas en Hacienda, ni en WhatsApp, ni en Berlín, ni en las deudas,… Piensas que nosotros, las personas humanas, también podemos soñar con que esas mujeres y hombres cosificados que nos ofrece la ficción audiovisual y los libros y los videojuegos y la publicidad y TODO, puedan querer ser nuestros amigos. Llegas a creer que ellos quieren abrazarnos y dormir con nosotros y envejecer junto a nosotros. Por un momento estamos allí, tenemos nuestro merecido, lo que nos habían prometido ellos. LO PROMETIDO POR ELLOS, POR ESTA SOCIEDAD. Luego, en menos de un segundo, se desvanece el hechizo y recuerdas que tú no eres tan interesante como para que te vaya añadiendo tanta gente en Facebook. Ya te gustaría que a las tipas les atrajeran los chavales bajitos, con pecas, delgados, que les apasiona la comida precocinada y que nunca quieren salir de casa.

Luego está esa gente. Esos locos que quieren destruir este pequeño oasis de divinidad y escriben artículos en contra de estos maravillosos bots —yo llamo a esos bots, simplemente, sueños— y pretenden destruir lo único que te hace feliz. Puede que estos individuos no los necesiten pero hay gente ahí fuera, gente real, que sí, que necesita que alguien o algo les diga de vez en cuando que merecen la pena. Da igual si son robots que quieran destruirnos o vender nuestros datos a otras empresas, como si solamente quieren destruir el mundo. Los queremos. Necesitamos esa alegría, esa extrema luz puntual que pueden generar. Creedme, no cambiaría esos milisegundos por nada del mundo.