El palimsesto y el establecimiento de pollo

FYI.

This story is over 5 years old.

Comida

El palimsesto y el establecimiento de pollo

Bienvenido otra vez a Stranger Than Flicktion, nuestra columna inspirada en Flickr. Le damos a escritores cinco imágenes aleatorias de Flickr relacionadas con comida y les pedimos que hagan un relato corto de ficción.

Bienvenido otra vez a Stranger Than Flicktion, nuestra columna inspirada en Flickr. Le damos a escritores cinco imágenes aleatorias de Flickr relacionadas con comida y les pedimos que hagan un relato corto de ficción en menos de cinco días. En esta entrega, nuestro protagonista entra, sin querer, a una fiesta a la que no fue invitado.

Unos minutos antes del mediodía en un sábado fresco y lluvioso en junio de este año, N. Alverforth Rikkes, una autoridad en la literatura de la cocina y un colector reconocido de sus aspectos bibliográficos más destacados, bajó con cuidado de un autobús de la ciudad, en la esquina de la 11th Avenue y la 40th, cojeando (uña encarnada, dedo gordo del pie izquierdo, infectado) a media cuadra de Chicken Paree ("Nos Poulets Sont Mieux Que Vos Poulets"), entró en el establecimiento, pasó enfrente del host, un hombre pequeño y furioso de ascendencia poco clara llamado Ranger a quien le encantaban las galletas de azúcar, y se dirigió hacia las mesas del buffet. N. Alverforth escaneó las decenas de pozos de acero inoxidable de ofrendas de comida del restaurante, todas protegidas por barreras contra estornudos en las que estaban pegadas tarjetas plastificadas identificando los platillos ordinarios como Chicken in Batter y Salt & Garlic Chicken, pero también platillos más exóticos como Chicken Sausage Beans de Knut, Ho-Bo Chicken, Chicken Hello Fire, Caper Chicken Skrumptious, The Beef of Chicken, Hospital Chicken, Free Chicken Willy, Chicken Up (un caldo carbonatado), Chicken Bobbitt, y así sucesivamente.

Publicidad

N. Alverforth notó con cierta irritación, y tal vez algunos sentimientos heridos, que Chikken Rikkes no estaba disponible. Tendría que hablar con Moisés, el propietario y jefe de cocina de Chicke Paree, a quien N. Alverforth, por lo menos hasta este momento, había considerado un amigo. Moisés había parecido interesado cuando, un par de semanas antes N. Alverforth trajo una de las obras más raras de su colección de libros de cocina, un manuscrito Tudor único e inédito de recetas para pudín y embutidos, escritas sobre la piel de su autor, un olvidado genio culinario que dejó su testimonio para la posteridad únicamente mediante este delgado volumen. Al final, Moises se negó a tocar el libro de casi 500 años de edad, así que N. Alverforth escribió, en inglés moderno, una de las recetas emblemáticas del autor, una especie de pastel de pollo medieval hecho con sebo, sangre y médula de oveja y alentó al chef a agregarlo a su rotación.

"¿Sebos?", dijo Moisés. "¿Qué son los sebos?"

"El tejido graso de las ovejas, las vacas, y similares. Cerca de los órganos".

"¿Los pollos tienen sebos?"

"Uh, no, creo que no tienen".

"Yo tengo un restaurante de pollo".

"Pero utilizas otros ingredientes todo el tiempo, ¿no?"

"Hm. Está bien, lo hago. Vuelve la semana que viene".

Así que N. Alverforth regresó la semana siguiente. Pero no había Chikken Rikkes disponible. Tampoco la semana después de eso.

Y hoy tampoco había.

Publicidad

N. Alverforth cojeó hasta el host, Ranger, y le dio un golpecito en un pequeño hombro.

"Mire, señor, quiero hablar con su jefe Moises–"

El pequeño hombre giró sobre un talón y miró a N. Alverforth con lágrimas en los ojos.

"¡Moisés está muerto!" Gritó Ranger. "¡Ahora no tengo a nadie! ¡Nunca podré volver a disfrutar las galletas de azúcar! ¡Y todo es culpa tuya! ¡Por tu horrible receta de pollo!"

Ranger pisoteó el dedo infectado de N. Alverforth. N. Alverforth dio un grito silencioso. Entonces Ranger lo persiguió hasta el exteriror del restaurante y sobre la 11th Avenue, gritando sobre la alergia latente al sebo de Moisés, sobre asesinato, sobre venganza. Cojeando terriblemente, N. Alverforth finalmente se metió en un edificio cerca de la 33rd Avenue. Entró en un gran salón de baile lleno de personas mayores vestidas como bibliotecarios. Exhausto, N. Alverforth se echó en el asiento más cercano disponible, en una mesa redonda ocupada por tres parejas. No les prestó atención. Se quitó su Buster Brown izquierdo, se quitó el calcetín con estilo de mono, y examinó la punta del pie que fue gravemente insultado.

"Bueno, bueno", dijo una voz. "Miren quien no recibió el mensaje".

N. Alverforth miró hacia arriba.

Sentada en la mesa, parcialmente oscurecida por una maceta de algún tipo de diente de león de lujo, estaba una mujer con flequillo rubio miel, lápiz labial de canela-naranja y una sonrisa molesta, mirándolo fijamente.

Publicidad

Blossom Blom. La comisaria de arte de libros sobre gastronomía y vinos en la Columbia University Library. La misma reina. Y a su alrededor estaban otras luminarias en el campo de las obras culinarias raras. Lytton Glamb-Twylde, Bustro Ten Boom, Don Rusk, Bo Dewtle, Pam Balb. N. Alverforth miró alrededor de la gran sala. Todo el lugar estaba poblado con actores principales –académicos, bibliotecarios de colecciones especiales, vendedores de libros, comisarios de arte, coleccionistas, subastadores, incluso algunos restauradores– todas las personas importantes en la intersección de alimentos y literatura. ¿Qué era eso? ¿Por qué no sabía de esto? ¿Por qué no lo invitaron?

"Pensé," dijo Blossom Blom, "que lo había dejado claro al no invitarte al Comité internacional de normas bibliográficas para la literatura gastronómica y para los amantes del vino, N. Alverforth. Sin embargo, aquí estás".

"Pero pero…"

"Por supuesto que sabes de lo que estoy hablando".

Sí … sí … tal vez lo sabía.

Seis meses antes, N. Alverforth, siguiendo el consejo de un asociado, entró a la PanAm Pizza de Vertesegui en la 113th Avenue, se vio con Carlos Vertesegui, hijo del propietario y director de servicios de entrega, le dio mil dólares, y le explicó que todo lo que tenía que hacer era negarse a volver a entregarle pizza a Blossom Blom, a menos que mostrara el texto que había descubierto escondido dentro de uno de los manuscritos medievales de Columbia, un Plinio italiano del siglo 12. Era costumbre de los escribas medievales reutilizar el pergamino, y en ocasiones tacharían un texto que consideraban sin valor con el fin de cubrirlo con escritura que ellos consideraban que valía la pena. Bajo cierto tipo de luz, este texto tachado, un palimpsesto, puede revelarse. Hace años, Blossom Blom encontró, bajo el Plinio del siglo 12, una parte sustantiva de un texto de cocina del siglo séptimo, hasta ahora desconocido. Pero se negó a revelar sus hallazgos, enfureciendo a muchos, especialmente a N. Alverforth. Harto de su tardanza académica, y conociendo su debilidad fatal por Vertesegui, N. Alverforth vendió su primera edición preciada de Le Guide Culinaire, le dio las ganancias a Carlos, y esperó.

Publicidad

Blossom Blom se dio cuenta del plan inmediatamente. Carlos, aunque es un chef de pizza excelente y un rápido repartidor, era débil cuando se trataba de bibliotecarios, y reveló todo cuando Blossom fue a su restaurante con amenazas y preguntas.

"N. Alverforth", dijo Blossom, mirándolo por encima de los dientes de león, "aquí no eres bienvenido. Toma tu lesión y tu zapato y tus artimañas bibliográficas delictuosas y vete".

N. Alverforth salió cojeando del edificio, con un pie descalzo.

Caminó por la 34th Avenue, perdido en sus pensamientos, perdido en el tiempo. ¿Qué había hecho? Había alejado a todos los que eran importantes para él, había matado a Moisés, le había arruinado la vida a Ranger. 5th Avenue, Madison, Park, Lexington. Tal vez debería caminar hasta la East River Esplanade. Tal vez saltaría.

En la esquina de la 1st Avenue, N. Alverforth se detuvo para mirar en la ventana de una panadería de aspecto común. La Panadería de Tom. Tan ordinaria. Cupcakes, churros, rebanadas de pastel, donas de jalea. Whee. Ooh, mira, galletas de azúcar.

Espera, ¿cuánto cuesta?

Entró. Era la única persona allí, excepto por el panadero, un chico marchito que parecía un cadáver de Jack Lemmon. N. Alverforth tomó un número, el número 98.

"¡Noventa y ocho!"

"¿Cuánto cuestan las galletas de azúcar?"

"¿Que no sabes leer? Cinco dólares".

"¿En serio? Eso es mucho para una galleta de azúcar, para cualquier galleta. Yo sé de estas cosas".

Publicidad

"Son ricas".

"No tan ricas". ¡Oh, si tan solo lo fueran!

"Sabes que quieres una".

"¿Tienes alguna rota que pueda probar?"

El panadero ni siquiera se molestó en contestar.

"Me llevo una".

Era la galleta más sublime que N. Alverforth haya probado. Compró seis más. Con el resto de su dinero tomó un taxi hacia Chicken Paree.

Cuando vio entrar a N. Alverforth en su establecimiento, Ranger salió de detrás de su podio y enfrentó a su enemigo, con rabia en su rostro, la boca abierta, listo para morder a N. Alverforth. Pero cuando el pequeño hombre enojado se acercó lo suficiente, N. Alverforth simplemente metió una galleta de azúcar en sus fauces babeantes. Ranger se calmó. Ranger se volvió dócil. Ranger lloró y se disculpó. N. Alverforth le dio el resto de las galletas.

Y luego encontraron una cabina vacía, apilaron sus platos con Chicken Hovering picante y abrieron una botella de Riesling y conspiraron para robar un determinado libro de cocina del siglo VII de una cierta bruja del siglo XXI.