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Cultură

Los inmigrantes pasan bastante de la independencia de Cataluña

Hace muchos años, Jordi Pujol dijo que catalán es "quien vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo". De cara al 9 de noviembre, el día en que se ha convocado el referéndum de autodeterminación, hay un montón de esos tíos que viven y trabajan en...

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­Decía un señor hace muchos años que catalán es "quien vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo". El señor en cuestión era Pujol, el President que acumula un fortunón que vive y trabaja en un paraíso fiscal y que demuestra por la vía práctica que una cosa es la catalanidad y otra los dineros. Pero para el caso ahora da lo mismo. Su definición de lo que es ser catalán se remonta a los sesenta, a cuando llegaron al Principado miles de personas de otras regiones de la península y cuando, de alguna forma, se empezó a generar el consenso de que para ser catalán no hacía falta ningún certificado de familia ni un grupo sanguíneo especialmente chachi. Esta definición aún puede ser más o menos útil. De cara al 9 de noviembre, el día en que se ha convocado el referéndum de autodeterminación, hay un montón de esos tíos que viven y trabajan en Cataluña, pero de los que casi no sabemos su opinión porque llegaron hace poco o porque en su casa hablan urdu o mandarín. Yo me voy a dar un paseo a ver qué me cuentan.

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Nawilda lleva en Barcelona dos años, vino de la República Dominicana para seguir sus estudios y ahora trabaja de limpiadora en un albergue lleno de turistas. Mientras hace un descanso para comer habla con sus compañeras de trabajo, también dominicanas, sobre el tema. Su preocupación es fundamentalmente una: ¿qué narices va a pasar con su permiso de residencia si Cataluña se independiza? Es su principal miedo y su principal razón para estar en contra del asunto. "Si Cataluña se independiza me van a echar, ¿verdad?" Me lo pregunta a mí, como supuesto catalán de raíz aunque mi árbol genealógico se pierda en Andalucía hace solo una generación y media. Yo le digo que no, que ni de coña, aunque me pregunto para mis adentros cómo arreglarán ese asunto. Y luego, entre risas, me dice que ella solo sabe lo que oye en las noticias, en las de Telecinco, que nos van a sacar del euro y de la UE. "A mí que no me quiten mis euros", dice. "Y si no me conviene, cojo y me voy a Madrid". Como CaixaBank o el Banco Sabadell. En realidad, de la conversación se desprenden argumentos instrumentales, naturalmente poco esencialistas, porque al fin y al cabo las banderas española y catalana y toda su carga simbólica, histórica y política, significan poco para estas chicas. Le tienen tirria a Rajoy, eso sí, pero su análisis es desapasionado: "Los catalanes que quieren la independencia creen que lo conseguirán; a los que no nos importa, sabemos que no va a pasar".

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Me reúno también con Homera Rosetti, que trabaja en la asociación Papeles para Todos, y que conoce la situación de muchas personas inmigradas que están en una situación administrativa especialmente precaria. Al igual que Nawilda, nos habla del miedo a la independencia entre las personas que están en una lucha constante por la regularización de sus papeles y me hace entender que para mí es relativamente fácil ilusionarme con el Proceso porque doy por asumidísimos ciertos derechos muy básicos y no concibo que los vaya a perder. Para la gente que si pierde el curro pierde el permiso de trabajo y el derecho a la salud, por ejemplo, "cualquier trastorno administrativo da miedo". Son ellos los que entienden mejor lo que significa el Estado con mayúsculas, con todo su aparato burocrático y su capacidad de joderle la vida a uno en un plisplás sin distinción territorial: nos cuenta Homera que cuando estas personas "hablan de la Administración hablan en singular" de modo que la Generalitat no les es más cercana, ni más amigable que la administración central. Y aún así, la idea de que "hace falta un revulsivo venga de donde venga" que ha empujado a muchos a simpatizar con el escenario de la independencia aunque no vinieran hechos independentistas de casa es algo mucho más nuestro que de las personas recién llegadas.

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Luego hablo con Yaved, quien lleva 18 años en Barcelona y conoce a los paquistaníes que viven aquí porque preside la Asociación de Trabajadores de Pakistán. Él tiene una visión informada del asunto, quizá más que la de muchos otros catalanes llegados del mismo sitio, y nos dice que para entender la opinión de su comunidad sobre la independencia, tanto a favor como en contra, hay que tener en cuenta la política de su país de origen. En 1971 Bangladesh se escindió de Pakistán después de una guerra de liberación. Hoy, en la provincia de Baluchistán, al suroeste del país, también hay un fuerte movimiento separatista. El rollo indepe, por tanto, no es del todo desconocido para ellos y aunque su contexto esté en las antípodas del nuestro, los paquistaníes en Cataluña no pueden evitar comparar. Es por ello, nos dice Yaved, que muchos de sus compatriotas están en contra, porque cuando ven la cara de Oriol Junqueras ven a un tío de Baluchistán y cuando oyen al tertuliano madrileño de turno gritando que se rompe España piensan en la integridad territorial de su país y les entra la pena.

Adán, un señor boliviano que se gana la vida cuidando a gente mayor, también nos habla con suspicacia de la independencia de Cataluña por la misma razón; porque piensa en los secesionistas de la provincia de Santa Cruz y en su enfrentamiento con el Gobierno de Evo Morales y lo interpreta todo a la luz de lo que pasa allí. Económicamente no sería bueno, nos dice, porque la unión hace la fuerza y tal. Eso sí, le parece bien que la gente opine y por lo tanto no se opone al referéndum.

Y esto de las gafas de cada país para interpretar el caso catalán nos lo confirma Saoka, un catalán nacido en el Congo, indepe convencido, militante de Esquerra Republicana y coordinador de la sectorial de Inmigración de la Asamblea Nacional Catalana, que se está hartando a viajar por las comarcas catalanas para seducir a las personas inmigradas hacia el voto afirmativo en el referéndum. Efectivamente Saoka, que tiene una agenda telefónica que parece la lista de miembros de la asamblea de Naciones Unidas, conoce a gente nacida en todos sitios y nos dice que a cada uno le pesa mucho la cultura política de su país. No es lo mismo un berebere harto de pertenecer a un pueblo ninguneado por los Estados del Magreb que un argentino orgulloso de su patria hispanohablante. Y aunque transpira euforia soberanista por todos los poros de su piel y cree sin ápice de duda que Cataluña será un Estado independiente de aquí a nada, gracias también a los inmigrados, reconoce por ejemplo que a la gente llegada de Latinoamérica es más difícil atraerla hacia el sí, al igual que a los chinos, a los que no hay manera de llegarles para conseguir que se mojen por el proceso ya que son bastante herméticos. Y aquí entra otra vez aquello de sentirse catalán: mucha de esta gente considera que catalanes son los otros, que aunque lleven aquí trabajando ya unos años lo que pase con el país en realidad no va mucho con ellos. "Lo importante", dice Saoka, "es hacer entender que uno es de donde vive; que lo que pasa no es 'cosa de los catalanes', que lo que pasa también te afecta a ti". Y así va el hombre de tournée por Cataluña, dando argumentos tranquilizadores y entusiastas a los que le quieren escuchar, implicando a la gente en el sarao y desmontando los miedos que a veces llegan desde argumentaciones unionistas.

Antes de irme a comer me tomo una caña en un bar regentado por chinos y hablo con el hijo de uno de ellos, Hao Liang, un chaval que va al instituto y que por lo tanto está más integrado en la sociedad catalana que su padre, que a duras penas habla español (y obviamente de catalán ni gota). El chico me sorprende con una definición de lo que es ser catalán que comparte con Nawilda o con Adán e incluso con mis abuelos andaluces que llevan medio siglo en Barcelona. Para ser catalán hay que hablar catalán. Y con frecuencia. Y se diría que a poder ser con acento de Manlleu. Le requieren a la catalanidad una condición mucho más estricta que la que promueve el independentismo oficial, que no les negaría su condición de catalanes aunque no lo hablaran. Y para Hao Liang, efectivamente, todo este rollo de la independencia es cosa de catalanes. Me dice que con su familia no habla de estos asuntos aunque en su Facebook algunos de sus amigos, también nacidos en China, cuelgan fotos de senyeras ondeando al viento. Al final resume su postura en un santiamén: "no queremos opinar, no somos de aquí". Eso sí, el año pasado participó con sus colegas del instituto en la Vía Catalana; muestro perplejidad y me dice que fueron por vivir la experiencia pero que en realidad "se lo tomaban un poco a cachondeo". For the lulz, vamos.

Al final me quedo con la sensación de que aunque Saoka se lo curre como un jabato, en muchos casos la peña ignora olímpicamente el asunto porque se pasan el último requisito de la máxima pujoliana por el forro de las pelotas, porque no lo ven como un conflicto que les vaya a reportar nada y porque ya bastante tienen con lo suyo en su particular lucha administrativa por conseguir los papeles españoles. Lo bueno para la causa indepe es que tampoco son esencialmente contrarios a que Cataluña sea un Estado y que, a diferencia de a muchos españolitos de opinión contundente, a ellos se les puede intentar convencer con argumentos. El otoño será largo.