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Cultură

De puta del 'Soho madrileño' a empresaria de éxito

Tiene dos negocios y va a por más.

Me cuenta que siempre ha estado acostumbrada a la subsistencia. “Bien entrenada”, apunta. Y nunca aceptó tener “jefes”. Como puta profesional vivió mal, regular, horrible… pero también, en algún momento, fue feliz. Esos estados del su alma (y de su cuerpo) fueron mutando, hasta encontrarla en un presente bien distinto: de puta a empresaria es su historia.

Se llama Sonia V. pero yo la conocí como Samantha hace más de un lustro, junto a un contenedor de obra de la calle del Desengaño en la trastienda nauseabunda de la Gran Vía. Yo cubría para un periódico el supuesto lavado de cara de una zona oscura de Madrid: el “Triángulo de Ballesta”, que en esos tiempos comenzaba a llamarse ‘área Triball’, una iniciativa de empresarios, comerciantes y vecinos para crear un supuesto y nuevo “Soho madrileño”.

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Tiendas de ropa, espacios culturales, restaurantes de diseño… La idea era borrar de un plumazo a las prostitutas y yonquis que acamparon allí durante medio siglo y revitalizarla. Hoy vuelvo al lugar donde conocí a Sonia. Quiero contar su historia: la de una ecuatoriana (de doble nacionalidad, también es española) que cambió la calle y el sexo de pago por negocios propios y empleados a su cargo.

Pregunto por ella. “Ni rastro”, me comenta un transexual que trabaja en Mesonero Romanos. Me meto en la última tienda de ropa que aún sigue en pie y nadie se acuerda ni de su nombre. Busco a José, que trabaja en el puticlub de la esquina de Ballesta y Desengaño, desde hace años. “No, ni idea de ella. Aquí todo está como antes. La zona ha vuelto a la marginalidad, cerraron las tiendas, esto se volvió a llenar de mendigos y putas. Ven, vamos a dar una vuelta”, me propone.

Es un paisaje distinto al de aquel proyecto de prosperidad y vanguardia que había ganado fama en los medios. Son las postales ruinosas de siempre. “A mi negocio antes venían los clientes fijos una vez a la semana. Ahora vienen una vez cada dos meses. Y la Policía hace redadas día sí y día también para que pongamos en blanco a todas las chicas”, cuenta José mientras señala un portón negro y sellado, tapizado de grafitis, donde Sonia alguna vez soñó crecer como propietaria de una tienda de zapatos, complementos y accesorios.

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A mi alrededor unas pocas chicas rumanas, sudamericanas y un “patrón” que las mira desde la ventana. Llamo a Hetaira, colectivo que nació en 1995 para combatir el estigma social que recae sobre las prostitutas, y las representa. Una portavoz me vuelve a pulverizar el afán de encontrar a la puta que se convirtió en emprendedora: “Hay menos trabajo y las que están en la calle se mueren de hambre. Abrir un negocio antes era sueño lejano, ahora no es ni una fantasía imposible. Como mucho, alguna ha pasado a limpiar casas”, afirma.

Me dirijo al local que Triball (aquella asociación de empresarios que impulsó reconstruir Ballesta) tenía en la zona. Un cartel advierte que el establecimiento “está cerrado por reformas”. Pero las “reformas” llevan meses y meses, y no se advierten movimientos desde hace tiempo, me advierte un vecino. Vuelvo al viejo picadero donde Samantha vendía polvos por 20 euros, y mamadas por 15 en turnos de media hora, en la era ‘pre-Triball’. De allí sale una vieja conocida. Me pasa su móvil y llamo. Sonia me cita en su “local”, en la zona madrileña de Delicias.

Estoy sentado ahora frente a ella en un bar, en uno de “sus” bares. Paradoja el nombre del barrio. De las “delicias” del pecado que Samantha ofrecía a 200 metros de Montera, a este café “delicioso” que me ofrece Sonia.

VICE: Sonia, ¿cómo llegaste hasta aquí?

Sonia: Nada, abrimos este bar con una socia hace más de un año, cuando la zona Triball se caía a pedazos. Primero lo intentamos allí con la tienda. Nos ofrecían alquileres por 200 euros, porque había ayudas de empresarios para levantar Ballesta y alrededores. Pero los subsidios desaparecieron y los precios de los alquileres volvieron a la normalidad. No podíamos pagarlo. ¿Has visto cómo está eso ahora, ¿no? Es un cementerio otra vez. Nada que ver con cuando hacíamos desfiles de ropa y nos prometían el “oro y el moro”.  Pero yo a la calle no quería a volver y me salió esta idea.

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Un bar de tapas, tampoco es tan original…

Pero funciona. Lo abrimos aquí porque yo vivo a trescientos metros. Conozco bien la zona. Cañas y tapas a dos euros, raciones simples pero abundantes, chatos de vino y pelotazos. Cafés y desayunos a buen precio y promociones. No hay secretos.

¿Por qué descartaste volver a la calle cuando cerraste tu primer negocio?

Porque odio trabajar para alguien. Y, ahora más que nunca, en la prostitución tienes que tener chulo para que te mueva el negocio. Esa actividad está fatal. Solo siguen trabajando más o menos bien las chicas de puticlubs de carretera, porque camioneros seguirá habiendo (risas). Yo toda la vida trabajé para mí. Desde que estaba en Quito, hasta que me vine a España con 21 años. Jamás en la calle acepté tener explotadores ni “dueños”, ¿entiendes? Quería algo alejado de eso. Tengo una hija de doce años que ya entiende. Está creciendo. No podía seguir con lo de antes y después acompañarla al colegio.

Sonia es madre soltera. Conserva los pechos generosos y buen cuerpo de cuando se disfrazaba de Samantha peor en vez del pelo suelto hasta la cintura, lo lleva recogido, mucho más corto y recatado. Se casó con un malagueño que la doblaba en edad. Él la ayudó a montar el primer negocio. Ella lo abandonó  una vez obtenida la doble nacionalidad y trajo a su madre y hermano a vivir a España. La mamá es ya muy mayor. Al hermano le consiguió trabajo de camarero en otro establecimiento de Madrid. Piensa traerlo a su próximo establecimiento.

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¿Da buen margen de ganancia esto o se factura más como prostituta?

Depende de la época. En la calle llegaba a recaudar 300 al día. Pero después, ya sabes lo que pasó. Ésta era una buena oportunidad. Muchos locales en este barrio se traspasan y son verdaderos chollos. Ahora vamos a abrir el de al lado. La dueña me lo traspasa en una muy buena cifra. Será de cócteles, copas y chill out para las noches. Bien de diseño, pero por el día pondremos helados y granizados, ahora que llega el verano hay que aprovechar la terraza.

Dicen en Hetaira que tu caso es uno entre un millón.

Y no te mienten. Pero en la vida hay que ser atrevida y jugarse.

Tampoco hay créditos para abrir negocios…

Yo no necesité crédito ni ayudas extras. ¿Sabes cuánto pedían por el traspaso de este bar? 40.000 euros. ¿Sabes por cuánto lo conseguí? ¡Por 12.000! Hay gente muy desesperada y hay que aprovechar las oportunidades. Estamos facturando unos 6.000 euros al mes. Es verdad que tengo que pagar el alquiler, que son 900 fijos, los gastos del local, los sueldos de dos personas, pero así y todo hay margen. Si la cosa va bien, sacando mis 3.000 limpios en este local, y otro tanto en el que abriremos, puedo vivir tranquila. Todo lo que ves aquí es mío. Puedo en unos años traspasar el negocio por 30.000 euros. Esa es otra opción. Pero me gustaría apostar por un tercer local más antes de final de año. La clave está en trabajar y trabajar, para poder vivir en unos años tranquila.

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¿Vienen tus antiguos clientes aquí, a tomarse un botellín?

No, ni quiero.

¿Por qué?

Era otra etapa. Otra vida. Horrible, dura y con algún momento feliz también, eh. Pero ellos no saben qué fue de mi vida. Mejor así. No es por un tema moral ni de prejuicios. Yo a los prejuicios los perdí hace tiempo. O, mejor dicho, tengo otro concepto de moralidad de cuando tienes que comer y dar de comer a tu hija. Entre vender tu cuerpo y poner cafés no hay muchas diferencias. Aquí también te quiere follar el borracho ese que está ahora en la barra, y aquí también los hombres y las mujeres hacen cosas paralelas que no contarían en su casa cuando llegan a la noche.

¿Entonces?

Entonces no tienes que pasar frío, mostrar las tetas a dos niñatos hasta arriba de coca en un coche, aguantar a subnormales que te quieren pegar o te piden que les pegues. ¿Te parece poco? No quiero que nadie me recuerde eso cuando se ponen pedo aquí. A las que invité alguna vez fue a tres o cuatro chicas, antiguas “compañeras” de trabajo.

¿Cómo reaccionaron al ver todo esto?

Nada (risas). Les pedí que ni se les ocurriera venir aquí a buscar clientes. Esto es un lugar familiar (más risas). Están muy mal. Una se vuelve a Paraguay esta semana. Y otra, si Dios quiere, sueño con emplearla de camarera.