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‘El Duque de Burgundy’ es más que lesbianas orinándose unas a otras

La última película de Peter Strickland es una mirada reveladora y profunda a las relaciones, que además incluye unas cuantas escenas provocadoras.

El momento más comentado en El Duque de Burgundy no ocurre en pantalla. Desde el otro lado de la puerta de un baño, podemos escuchar cómo Cynthia, la dominatriz lepidopteróloga (especialista en mariposas), le indica a Evelyn, su sirviente contratada (Chiara D'Anna) que se acueste en el suelo. Evelyn no ha lavado bien la ropa interior de su ama, así que es momento de corregirla. "Abre la boca", le dice Cynthia. Luego podemos escuchar el sonido de un chorro salpicando.

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Dos detalles importantes son revelados más tarde. El primero es que la mujer que está recibiendo el castigo urinario no es una sirviente contratada, en realidad es la pareja estable con la que Cynthia vive. El segundo es que la excéntrica pareja repite este ritual a diario. Evelyn finge lavar las botas de Cynthia, holgazaneando en los últimos momentos hasta que Cynthia recibe la señal y la reprime una vez más.

El Duque de Burgundy sucede en un universo imaginario creado por el escritor y director Peter Strickland, lo que hace que toda esta toma de orina y dominación resulte mucho más agradable de lo que suena. Strickland crea este mundo a partir de un vestuario vagamente anacrónico, un diseño sonoro innovador, y una producción visual elaborada. Los créditos de apertura te atrapan con coloridos cuadros del desarrollo de una mariposa, intercalados con tomas de Evelyn dirigiéndose a casa en una bicicleta. Todo acompañado de una melodía etérea compuesta por los Cat's Eyes, que le da a la secuencia un tono pesado y premonitorio que es contrarrestado por pequeños gestos agraciados como el ficticio "Perfume by Je suis Gizella" (el cual probablemente no haga referencia a un perfume real, aunque sí existe una Gisela de Burgundy). Strickland ha descrito este tipo de ajustes como una manera de convertir "espacio informativo perdido" en un aspecto integral de la experiencia y, en parte, esto es lo que le ha dado al Duque de Burgundy un ambiente tan rico en texturas. Strickland controla cada aspecto de la película, pero siempre con un toque sutíl.

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Un aspecto que se oculta tras el particular sentido estético del director, es el hecho de que una de las amantes en realidad no disfruta para nada el estilo de vida sórdido que esta llevando, y probablemente no sea la que ustedes están pensando. Lentamente, Strickland transporta nuestra empatía de un personaje al otro, sin llegar a darle a ninguna de las dos partes el rótulo de villana. Al comienzo, nos inclinamos por creer que la dominante Cynthia se está extralimitando. Sin embargo, poco a poco nos damos cuenta de que su presuntamente sumisa pareja está detrás de la calculada rutina de la pareja. En un acto necesitado e inmaduro, pide ser encerrada en un baúl mientras duerme y guía meticulosamente la charla sexual de su pareja. Mientras tanto, Cynthia pareciera querer una noche de abrazos y conversación de almohada de vez en cuando.

La desconexión se hace evidente cuando, unas escenas después, las dos visitan una convención de mariposas (en esta ocasión a petición de Cynthia) y Evelyn le hace una pregunta a uno de los panelistas expertos. Es perfectamente normal hacerle preguntas a los demás visitantes de la convención, pero los expertos se sienten un poco indignados. Cynthia está visiblemente avergonzada y le lanza una mirada feroz a Evelyn. Más tarde se reconcilian, cosa que siempre parecen dispuestas a hacer, pero algo está fallando en su relación y ambas lo saben.

Las mariposas son un motivo presente al largo de toda la película, resultan aún más notorias en una secuencia que temporalmente disloca la narrativa para entrar al terreno de lo abstracto. Cientos de criaturas aladas inundan la pantalla, sus movimientos son estridentes e ineludibles. Luego se acaba y todo vuelve a la normalidad. La última película de Strickland, Berberic Sound Studio (la cual podría considerarse un homenaje al cine giallo italiano), fue un gran ejercicio en términos de atmósfera y estilo, aunque se quedó corta en términos de narrativa. El director está claramente influenciado por la exploración y el Avant Garde, pero los combina mejor aquí. El Duque de Burgundy es una película clara y experimental al mismo tiempo.

A pesar de todas las licencias que Strickland se toma, no hay desnudos ni escenas sexuales gráficas en la película. Tampoco hay hombres. (Sin embargo, en las convenciones que Cynthia frecuenta se pueden distinguir algunos maniquies). El Duque de Burgundy no es una de esas película seudotransgresoras que buscan llamar la atención a través de la provocación injustificada, es una mirada iluminadora al acto de dar y recibir que implican todas las relaciones a través de un lente muy particular. La habilidad de Strickland está en normalizar rápidamente todas las acciones, evitando dar a sus personajes un trato condescendiente y usar sus inclinaciones para obtener risas fáciles. Empatiza con ellos en su lucha por reconciliar sus diferencias y entiende sus necesidades aún mejor que ellos. Ojalá todos tuvieramos esa suerte.