
La mañana del 19 de febrero de este año, un hombre estaba caminando por un largo y polvoriento barranco en Dobsonville, un pueblo de Soweto, en las afueras de Johannesburgo, cuando encontró los cuerpos de dos chicas adolescentes. Vio a Chwayita Rathazayo, de 16 años, y a Thandeka Moganetsi, de 15, en un llano con el pasto muy crecido, entre pedazos de cerámica y varios tipos de basura. Según las noticias, las chicas vestían sus uniformes escolares y yacían a unos cuantos centímetros la una de la otra; ambas presentaban cortes y heridas abiertas en la espalda, cuello y brazos, y estaban muy cerca de la sólida hilera de casas de ladrillo que rodea el llano. A un lado de las chicas había tres velas negras y dos navajas de rasurar nuevas.Las estrechas zanjas del llano, a manera de senderos, mantienen a distancia a los residentes que tienen miedo de ser atacados. Pero esa mañana, al correrse la voz sobre los cuerpos, los compañeros de clase de las víctimas llegaron poco a poco al lugar de los hechos. “Los otros jóvenes lloraban y decían que sabían exactamente quién había hecho eso y también que sabían que eso iba a suceder”, me dijo Malungelo Booi, un reportero de televisión que cubrió la noticia. “Les habían dicho que ellos eran los siguientes”.Una semana después del asesinato de las adolescentes, el Servicio de Policía de Sudáfrica, anunció que estaban aumentando los crímenes relacionados con el ocultismo: entre diciembre de 2013 y febrero de 2014 se habían reportado 78 crímenes de ese tipo en Gauteng, la provincia de Sudáfrica más poblada. Se abrieron casos formales para 48 de esos reportes. Para el 26 de febrero, ya se habían cerrado cuatro de esos casos, con condenas que iban de 15 años en prisión a cadena perpetua. No todos estos crímenes de tipo vudú se habían cometido en nombre de Satán: cubrían un gran espectro de rituales jodidos efectuados en el nombre de prácticas religiosas dementes. La declaración oficial de la policía menciona varias veces el robo de partes de los cuerpos, pero eso es común en Sudáfrica, donde las acusaciones de brujería y de falsos curanderos tradicionales todavía alcanzan las primeras planas cada semana.
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