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A todo gas con el primer aniversario de las protestas del parque Gezi

El fin de semana pasado, los turcos celebraron el primer aniversario de las protestas del parque Taksim Gezi con más protestas. Una vez más, las calles de la ciudad se convirtieron en campos de batalla en los que se enfrentaron policía y ciudadanos.

Manifestantes contrarios al Gobierno disparando con tirachinas en el distrito de Okmeydani. Fotos por Barbaros Kayan

El fin de semana pasado, los turcos celebraron el primer aniversario de las protestas del parque Taksim Gezi con más protestas. Una vez más, las calles de la ciudad se convirtieron en campos de batalla en los que se enfrentaron policía y ciudadanos. La policía arremetió contra los manifestantes con gas lacrimógeno, cañones de agua, porras y balines, tanto en Estambul como en la capital, Ankara, y en Adana, al sur del país. Según la ONG turca Asociación de defensa de los Derechos Humanos, solo en Estambul, al menos 83 personas fueron detenidas y 14 heridas.

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El Primer Ministro Tayyip Erdogan ya había advertido a los manifestantes de que, si iban allí, “nuestras fuerzas de seguridad han recibido órdenes estrictas y harán lo que consideren necesario, de principio a fin”. Ese mismo día, a eso de las 14.30, varios policías vestidos de paisano detuvieron a Ivan Watson, de la CNN, mientras retransmitía en directo. Una jugada no demasiado acertada para el Gobierno turco.

Día y noche, agentes encubiertos recorrieron las calles, si bien sus intentos de pasar desapercibidos contrastaban notoriamente con la efectividad que demostraron a la hora de poner en cuarentena el hub de una de las mayores ciudades de Europa. La mayoría de ellos llevaban las mismas mochilas de imitación Nike o Adidas, demasiado pequeñas para ocultar su contenido: porras de casi un metro cuyos mangos asomaban sospechosamente por las cremalleras.

A pesar de las advertencias, el despliegue de 25.000 policías y la interrupción del transporte público hacia el centro de la ciudad, a las 18:00 ya había gente concentrada en Istikal Caddesi (Avenida de la Independencia), centro de ocio y comercial de la ciudad y una de las principales arterias que desembocan en la plaza Taksim. Por las calles cercanas se oían los gritos de “ladrones, asesinos, AKP” y “Taksim está en todas partes, la resistencia está en todas partes”.

Los grupos de manifestantes habían planeado iniciar la marcha a las 19:00 y culminar la jornada con una ofrenda floral en el parque Gezi y la lectura de una declaración. Justamente a las 19:00, la policía incitó a los reunidos a moverse. Desde mi posición, en el extremo más elevado de Istikal Caddesi, pude ver cómo los antidisturbios utilizaban cañones de agua e intimidaban a los ciudadanos para, momentos después, soltar granadas de gas lacrimógeno, provocando que los manifestantes salieran de la plaza de estampía.

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Tras pasar varias horas disgregados, un grupo de manifestantes —16 de los cuales se cree que fueron posteriormente detenidos— crearon una barricada con cubos de basura ardiendo. Yo me encontraba detrás de uno de los cañones de agua cuando de repente la policía se dirigió hacia mí y otras personas que se habían congregado junto a una cafetería. Los agentes nos persiguieron, así que corrimos hacia el interior del local para ponernos a salvo. Sin embargo, los antidisturbios no dudaron un instante en lanzar granadas con gas lacrimógeno al interior de la cafetería, atestada de gente.

Le pregunté a uno de los manifestantes por qué estaba en las calles. “Lo del año pasado fue un levantamiento espontáneo, como en Brasil”, contestó. “Esto es simplemente el aniversario. No es como el año pasado. El Gobierno es responsable de muchas muertes del año pasado. La gente quería salir, pero a los cinco minutos empezaron [la policía] a atacarnos… El Gobierno nos está presionando mucho… No se ha llevado a nadie ante la justicia. Todo se acumula y se acumula”.

A lo largo del pasado año, Erdogan ha disminuido sistemáticamente el equilibrio, los controles, a la vez que ha aumentado el poder ejecutivo, ampliado la vigilancia gubernamental y garantizando la inmunidad a los agentes del Gobierno. Se bloqueó el acceso a Twitter y YouTube después de que saliera a la luz un escándalo de corrupción, decisión que fue revocada por inconstitucional. Básicamente, las razones para odiar a Erdogan se han multiplicado, mientras que se han restringido todavía más las formas de expresar ese odio.

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La paranoia del Primer Ministro lo ha llevado a liderar una caza de brujas contra Fethulah Gulen, un funcionario y antiguo aliado suyo, de quien Erdogan cree que está dirigiendo un estado paralelo en Turquía, infiltrándose en las instituciones gubernamentales y tratando de destruir el sistema desde dentro.

“Si la reasignación de personas que traicionan este país se considera una caza de brujas, entonces sí, llevaremos a cabo una caza de brujas”, declaró.

Asimismo, Erdogan aprovecha cualquier oportunidad para afirmar que los manifestantes se encuentran bajo el influjo de Gulen. Tal afirmación no se adecua mucho al perfil de los protestantes, pero resulta muy apropiada para los votantes de Erdogan.

No es probable que Erdogan aparque su oposición a los manifestantes hasta que reafirme su posición en las urnas. Malas noticias para aquellos a los que no les sienta muy bien el gas lacrimógeno. Ozer Sencar, del centro de estudios sociales y estratégicos MertoPOLL, asegura que la gestión de las protestas de Gezi del año pasado por parte del AKP les granjeó un 8 por ciento más de votos en las elecciones locales de marzo. Mientras una parte de la población se enfrentaba a la policía antidisturbios en las calles, los simpatizantes del AKP difundían un hashtag del “aniversario de la traición”.

Para sus detractores, el tiempo es vital. Las elecciones presidenciales se celebran en agosto, y los pronósticos indican que Erdogan se presentará y ganará. Sn una oposición a la altura y unas locales en las que ganó el 45 por ciento de los votos, el Primer Ministro probablemente ascenderá a una esfera desde donde podrá ejercer mejor su poder.

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Pese a su despiadada imagen entre algunos sectores de la sociedad turca y en el ámbito internacional, Erdogan sigue siendo un hombre muy popular, un “turco negro” hecho a sí mismo. Son muchos los que admiran su mandato férreo de corte islamista. No hay que olvidar las mejoras básicas que ha llevado a cabo en el país: durante su mandato de 12 años, el PIB de Turquía se ha triplicado y ha mejorado la calidad de vida (si no tenemos en cuenta cosas como la libertad de prensa o los cañones de agua).

Un año después, cuando el sentimiento de rabia está más encendido que nunca, la sensación reinante es que la brutalidad policial está desgastando a los manifestantes antigubernamentales, la mayoría de los cuales son ciudadanos de clase media de las zonas urbanas.

“Estamos sometidos a mucha presión”, me dijo un manifestante que prefirió mantenerse en el anonimato. “La gente se siente presionada y eso los ha debilitado. Por eso no hay tantas protestas como el año pasado”.

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