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Pagar para vivir ilegalmente en edificios de Londres

Ser vigilante de propiedad: una de las precarias soluciones para la crisis de vivienda en la capital inglesa.

El bar donde Charlie Fegan vivió. Foto por Nicholas Pomeroy

“Había agujas hipodérmicas en la chimenea y en las alfombras, ratas en el sótano, las paredes estaban casi derrumbadas y las tuberías de cobre habían sido arrancadas, de manera que cada vez que llovía, todo el lugar se inundaba”.

Durante los dos últimos años, Charlie Fegan, un estudiante de 24 años graduado de la Universidad de Londres, ha estado viviendo como un “guardián de la propiedad”, en pago por el privilegio de dormir en los edificios vacíos de la ciudad, en donde básicamente trabaja como guardia de seguridad.

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Debido al aumento de los alquileres en Londres, cada vez más y más personas están recurriendo a volverse vigilantes para lidiar con su crisis de vivienda. A primera vista parece una buena idea. Las agencias de vigilantes atraen a los propietarios de edificios vacíos y les ofrecen llenarlos de personas. Los vigilantes pagan arriendos baratos. Y como las agencias reciben dinero de los vigilantes, pueden ofrecerle un servicio barato a los propietarios. Parece ser un escenario donde todos ganan. Alquileres baratos para los inquilinos, seguridad casi gratis para los propietarios y dinero fácil para las agencias.

Pero hay una trampa. Los vigilantes no son inquilinos realmente, sino “titulares de licencias”, que firman contratos para ocupar edificios sin ninguno de los derechos que tiene por ley un inquilino. El resultado de esto es que varias compañías, según dicen algunos vigilantes, prohiben la entrada a visitantes, entran a propiedades sin previo aviso, imponen multas por faltas menores, confiscan arbitrariamente los depósitos y llevan a cabo desalojos en plazos ridículamente cortos.

“Ser un vigilante significa estar en un estado constante de ansiedad”, me dice Charlie en una oficina de tres pisos en la que está viviendo, en Tower Bridge. “No tienes derechos. Básicamente estás pagando para ser un ocupante ilegal”.

Una placa que indica la fecha en la que la Reina de Inglaterra inauguró el edificio cuelga en la entrada de la casa en la que Charlie está viviendo. Es difícil creer que la reina estuvo alguna vez allí. Las luces parpadean y se apagan a ratos en las grandes habitaciones sin amueblar. Una cocina con dos hornos y una sola lavadora se estableció en el sótano para que los 23 residentes del lugar la usaran.

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Pero comparado a lo que Charlie está acostumbrado, esto es un lujo. Antes de moverse a Tower Bridge estaba viviendo en un bar viejo en Dalston que había sido ocupado ilegalmente antes de que su propietario contratara a la compañía Live-in Guardians, creación del abogado Arthur Duke, para que cuidara la construcción. No es común que los vigilantes se quejen de la condición de los lugares, pero aparentemente este estaba fuera de toda imaginación.

“Estaba desesperado y feliz por tener un techo sobre mí, pero no puedo describir lo malo que era”, afirma Charlie. “No teníamos gas y ninguno de los bombillos funcionaba. En mi cuarto había un hueco en la ventana. Los propietarios estaban desarrollando de nuevo la construcción en viviendas de varias plantas y estaban haciendo las pruebas en el terreno mientras vivíamos allí. Los albañiles estaba de 9 a 5 con enormes martillos. Era como vivir en una mina, la casa temblaba todo el día”.

Foto cortesía de Charlie.

Live-in Guardians insiste que cada propiedad se revisa minuciosamente para volverla habitable antes de que los vigilantes se queden allí. Pero según Charlie, este edificio era “extremadamente inseguro”.

“Un día llegué al bar después de que un compañero que vivía conmigo, Rowan, me llamara porque se había ido la energía”, afirma Charlie. “Cuando bajé al sótano había mucho humo y todas las conexiones eléctricas estaban prendidas en fuego. No había alarmas de fuego en el edificio y los bomberos nos dijeron luego que si hubiéramos estado durmiendo arriba, estarían sacando nuestros cadáveres. Los dueños de estas compañías son malas personas y los esquemas que ofrecen son una bomba de tiempo. No falta mucho para que alguien resulte herido o muerto”.

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En los contratos los vigilantes firman que están de acuerdo con las dos semanas que tienen para empacar sus cosas e irse, en caso de que el propietario reclame la propiedad. Pero Charlie asegura que meses después de haber abierto el edificio en Tower Bridge, la gente de Live-in Guardians le pidió a los inquilinos que se fueran, en un plazo de 48 horas.

“El pasado viernes nos dijeron que teníamos dos días para irnos”, cuenta Charlie, exhausto. “El impacto físico y psicológico de esta situación es insoportable. Es estar todo el tiempo mirando por la ventana, a la espera de que nos desalojen”.

Foto por el autor.

Cuando contacté a Arthur Duke, el CEO de Live-in Guardians, me mostró una versión muy diferente de la que me contaba Charlie. Me dijeron que un electricista había solucionado el problema de las conexiones en el bar y que siempre había sido seguro, pero que se generó un corto circuito por una inundación que hubo. Una alarma de incendios inalámbrica alertó a la compañía del problema, según Duke.

“La seguridad de nuestros vigilantes es primordial y nos tomamos esto muy en serio”, afirmó Duke. “Tenemos un inspector de propiedades que tiene 30 años de experiencia de haber estado en la brigada de incendios de Londres, el cual hace inspecciones sorpresa a todas nuestras propiedades”.

Charlie y el resto de inquilinos negaron esta versión. Dijeron que no hubo ninguna alarma, solo una construcción escuálida, ofrecida a vigilantes desesperados.

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Dentro de una de las propiedades. Foto por el autor.

De la forma en que se mire, la experiencia de Charlie es un duro contraste con la forma como se nos presenta en los medios esta opción de vida de vigilantes, la cual parece un estilo de vida casi burgués, impulsado por la aventura y el apetito de lo urbano. En el material promocional de estas compañías, en vez de bares decadentes y bloques de oficinas aburridos, habitados por gente pobre, muestran unas diapositivas con locaciones exóticas, ladrillos a la vista y bicicletas de piñón fijo, como si vivir en una construcción abandonada fuera como ir a un café artesanal. Pero la historia de Charlie no es la única.

Holly Cozens, una mujer de 31 años nacida en Brighton, estaba viviendo en un convento gracias a Camelot, la agencia de vigilancia más grande del mercado, para ahorrar dinero y alquilar después en el mercado privado. “Según mi experiencia y la experiencia de otras personas, el problema fundamental es que nunca te devuelven tu depósito”, me dijo por el teléfono. “El otro problema es que te pueden echar por cualquier motivo. Alguien que conocía tenía olor a humo de cigarrillo en donde vivía. La persona no fumaba adentro, pero el olor se mantenía dentro del lugar. Cuando Camelot vio esto le pidieron que desalojara. No hubo chance de hablar con ellos o discutir respecto al tema, solo le pidieron que se fuera. Tampoco arreglan las cosas que se dañan. Cuando una ducha dejó de funcionar una vez, 20 personas debimos usar la ducha que quedaba. Todo el mundo le escribía a la compañía, pero tardaron años en responder”.

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Mike Goldsmith, el coordinador de Camelot, niega que la compañía confisque los depósitos de manera arbitraria. “A menos de que haya una razón legítima para hacer eso, Camelot siempre le devuelve sus depósitos a los vigilantes”, me dijo. “También estamos en el proceso de formar un Acuerdo de Nivel de Servicio, el cual tendrá tiempos establecidos para reaccionar frente a todo tipo de adversidades, como una ducha rota.

Una "mansión fantasma" en London. Foto por SImon Childs.

Otro problema es que nadie sabe a ciencia cierta si la vigilancia de propiedades es siquiera legal. Las agencias de vigilancia están convencidas de que haciendo la distinción entre inquilinos y estas licencias, no están haciendo nada malo. Pero una mirada más profunda demuestra que esta distinción no los salva de a mucho.

Tomemos la cuestión de los desalojos. Un vigilante puede que no sea un inquilino, pero igual califica como un “ocupante de residencia”, lo cual significa que la ley de 1977, que protege a los ciudadanos de Inglaterra del desalojo, todavía aplica en este caso. Casi todos los vigilantes con los que hablé fueron desalojados con menos de dos semanas de previo aviso (a pesar de que algunas agencias, como Camelot, hayan cambiado sus políticas y ahora le ofrezcan a los vigilantes más tiempo para irse). Giles Parker, un abogado de Anthony Gold Solicitors me dijo, “eso significa que para sacar a alguien tiene que haber un aviso de 28 días”. Aparte de esto, si la persona decide no irse, la única manera de desalojarla es a través de una orden judicial. “Estos periodos de dos semanas no son del todo legales, y si algún vigilante decide no irse, las agencias tienen que llevar el caso a la corte para sacarlos de la propiedad”.

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Las agencias de vigilancia callan esto de una manera sorprendentemente entusiasta. Si los propietarios tuvieran que esperar todo un mes para recuperar su propiedad, no se habrían molestado en contratar el servicio.

A estas compañías les gusta presentarse como un solución creativa a la crisis de vivienda, recuperando viejas edificaciones y usándolas como vivienda a precios que la gente puede pagar. Y la gente parece estar de acuerdo con la iniciativa. El año pasado, Camelot patrocinó una conferencia llamada Empty Homes, realizada por la fundación de caridad para los desamparados Shelter.

El sostenimiento de estas agencias depende de qué tanto convenzan a los propietarios de que la ocupación ilegal es algo malo. En sus sitios web, los ocupantes ilegales son retratados como una amenaza, mientras que los vigilantes son llamados “trabajadores clave”, “creativos” y que están felices de pagar de esta manera. La realidad es que están hablando del mismo gremio: gente que no puede pagar una renta convencional porque los salarios son muy bajos y los arriendos son muy caros.

Así que los propietarios de diferentes negocios están promoviendo estos servicios anti-ocupación con gente que de una u otra forma habría sido un ocupante ilegal. “Estoy completamente en desacuerdo con esta dinámica, pero no podía costear otra opción”, afirma Charlie. “Me acababa de graduar y estaba tratando de encontrar trabajo. Eran tiempos oscuros. La gente que vivió antes acá, ¿dónde estará ahora?"

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Robin Hood Gardens. Foto por el autor.

Y no siempre se les pide a los vigilantes ocupar un bar destruido o un bloque de oficinas. Muchas veces terminan en una vivienda pública que está a punto de ser demolida para ser reemplazada por apartamentos de lujo para la gente rica de Londres. Los vigilantes se vuelven una parte física del mismo proceso que hace aún más complicado que consigan una casa decente: la gentrificación.

Esa es la posición en la que se encuentra un integrante del consejo de la ciudad de 42 años, a quien llamaremos “James”. Está viviendo como un vigilante con la agencia Dot Dot Dot en Robin Hood Gardens, una estructura del estado que pronto va a ser derribada. James me dijo: “soy muy consciente de quiénes somos y de lo que representamos. Pero la gentrificación va a suceder así vivamos acá o no. Pienso que nos hemos integrado a la comunidad hasta donde podemos, no lo hemos hecho de una forma anónima”.

Mientras hay un montón de críticas respecto a los vigilantes, mucha gente parece entenderlos como algo llamativo y necesario. “Pienso que esta es una de las muchas soluciones para la crisis de vivienda”, me dijo un amigo que vive como vigilante en una oficina en quiebra sobre un parqueadero en Camden. “No es una solución a largo plazo. Pero esto le permite a la gente que desperdicia su vida pagando arriendos ahorrar, luchar para conseguir una casa propia. Y esto conlleva un riesgo. Si yo regreso de vacaciones y encuentro mis cosas en la calle, es un riesgo al que debo atenerme”.

Esto parece ser un ejemplo de las bajas aspiraciones de los graduados de hoy en día, quienes muchas veces no tienen más futuro que las prácticas no remuneradas y dormir en estaciones y enfermerías abandonadas, en una lucha constante por la independencia económica. Ninguna solución genuina se vería de esta manera. Pero mientras Londres continúe siendo un lugar donde encontrar casa sea casi imposible, los servicios de vigilancia continuarán siendo útiles.

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