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Opinion

Dejemos de creernos críticos de cine y gocémonos la farándula hollywoodense

OPINIÓN | No más a la autoridad arrogante con la que todos parecen fungir de expertos cinéfilos.
Pantallazo de 'Call Me By Your Name', nominada a mejor película, mejor actor (Timothée Chalamet) y mejor guion adaptado.  | Pantallazo vía YouTube. | VICE Colombia. 

Digámoslo claro desde el principio: no hay que ser historiador del arte, magíster en Estudios Audiovisuales o crítico certificado para tener una opinión sobre cine. Las películas, como todo, están ahí para ser vistas, para que la gente diga y piense cosas sobre ellas, para que los espectadores sientan, se hagan preguntas, para que hagan o deshagan lecturas. No hay que saber de encuadre, composición, guion, fotografía, diseño sonoro o actuación para que las películas produzcan algo sobre uno. Y para que uno, en consecuencia, diga algo de ellas.

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El problema empieza después: cuando uno de esos decires, cuando una de esas impresiones —que son subjetivas, emocionales, individuales—, dejan de reconocerse como decires o impresiones y pretenden alzarse como verdades, como dictámenes irrefutables. Cuando la opinión intuitiva se pretende juicio informado. También, cuando se afirma que todas las lecturas tienen el mismo valor crítico, porque no: sin duda hay unas más depuradas, más maduradas, más juiciosas.

Digo esto porque esta noche son los Premios Óscar y por estos días hay un aire pegajoso de erudición cinéfila que, digámoslo de frente, es insoportable y se evapora al primer sacudón. Ya las personas están haciendo sus apuestas, todas aparentemente serísimas, pretendiendo elevar cualquier opinión al nivel de veredicto crítico. Se habla de las actuaciones, de la música, de la fotografía, de la dirección de arte, del guion. Se hacen las clasificaciones, los escalafones. Pero, a la hora de la verdad, la gente suele no tener ni idea de qué está hablando y así, sin más autorreflexión, señala a ojo cerrado y con una “autoridad” arrogante: “Esta es la mejor película del año” o “Este es el mejor director”.

Esa rarísima faceta de autoridades audiovisuales que los espectadores sienten la víspera de los Óscar me hace pensar en el largo trecho que nos falta para diferenciar las impresiones de los trabajos de crítica juiciosos —esos que deberían preceder una decisión como la de afirmar quién debería llevarse un Premio de la Academia—. Está bien decir que algo le pareció a uno bonito, que lo conmovió, que le hizo pasar dos horas agradables o tortuosas, pero no que a raíz de ello surjan sentencias del tipo “Es la peor película que he visto en mi vida” o “Tiene las mejores actuaciones del mundo” o “Le robaron el premio a tal película” si después de ello no viene una justificación argumentada.

Más que ponernos a joder por tal o cual ganador, esta noche en los Óscar deberíamos hacernos preguntas y, si queremos intervenir en la conversación, comenzar a desarrollar un lenguaje informado para hablar sobre cine. Empezando por las categorías básicas, que son esas que usamos indiscriminadamente en las conversaciones cotidianas sobre películas. Y, sobre todo, reconociendo que fungir de expertos cinéfilos con eventos como los Premios de la Academia es mear fuera del tiesto.

Si es así, mejor gozarse la farándula hollywoodera desde la ignorancia y no desde una presunta erudición que no tenemos.