Las calles que se convierte en restaurantes de caridad

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Comida

Las calles que se convierte en restaurantes de caridad

Durante el mes sagrado del Ramadán los musulmanes se abstienen de comer y beber desde el amanecer hasta la puesta del sol. Algunos ofrecen comidas gratuitas y las calles se convierten en comedores bulliciosos.

"Es para Dios", exclama el organizador del iftar después de negarse a dejarme tomar fotografías.

El iftar es el alimento que termina con el ayuno realizado durante el mes islámico del Ramadán y por lo general es una comida comunitaria y gratuita. Durante ese mes sagrado, los musulmanes se abstienen de comer y beber desde el amanecer hasta la puesta del sol, y algunas almas bondadosas ofrecen comidas iftar gratuitas a los más desfavorecidos.

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Estoy en el barrio obrero de Sayeda Zeinab, El Cairo, una hora antes de que comience el magno evento. Una larga mesa se extiende por cuadras y cuadras y cientos de sillas abarcan las estrechas calles. La gente aparta sus asientos celosamente. "Lo siento", me dice un joven en nombre del organizador principal, quien teme que la cobertura mediática echara a perder su acto espiritual.

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El Mawaid el Rahmaniftar de caridad— es organizado por vecinos, empresas privadas, mezquitas, organizaciones altruistas, y todo tipo de personas que quieren alimentar a otros en nombre de Dios. El Islam alienta actos de bondad y generosidad durante el mes sagrado, y en general los musulmanes se esfuerzan por ser lo mejor que pueden ser. Algunas organizaciones altruistas presentan el triple de donaciones durante el Ramadán y los supermercados invaden las aceras con bolsas llenas de alimentos para donar.

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Por cada día del Ramadán hay una noche en vela con amigos y familiares. La mayoría de las empresas reduce las horas de trabajo para permitir que los egipcios se preparen para el iftar durante la tarde.

En Sayeda Zeinab todo el mundo es bienvenido para el iftar, siempre y cuando haya un asiento disponible. Los hombres se hacen señales discretas el uno al otro cuando encuentran una silla, mientras que las mujeres charlan plácidamente sin quitarle el ojo a los niños. Algunos de los asistentes, en su mayoría de clase trabajadora, vienen equipados con sus coranes, periódicos, jugos frescos y pimientos en vinagre.

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A pesar de la abundancia, estos banquetes repletos de pan, arroz, frijoles, carne, dátiles, frutas, molokhia (sopa de hoja de yute), y en algunos casos, ros bil laban (arroz con leche) no son suficientes.

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El Ramadán, muy parecido a la Navidad, es un momento en el que las personas se entregan a las comidas suntuosas compartidas con sus familias y amigos. Pero para el 48.9 por ciento de la población egipcia que vive bajo el umbral de la pobreza, este no es el caso. Los iftars de caridad le ofrecen comida caliente a quienes, si tuvieran la opción, preferirían pagarse una comida que recurrir al Mawaid. En Egipto, el 60 por ciento de la población tiene menos de 30 años de edad, y la mayoría lucha contra el desempleo.

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Cada iftar de caridad funciona de manera diferente, dependiendo de su tamaño y ubicación. Los más pequeños están dirigidos a mujeres y niños, y otros más grandes son para obreros y trabajadores de campo. El que está en Sayeda se sitúa entre estos últimos, alimenta a un par de cientos de personas y funciona como una bien lubricada máquina. La comida se reparte en cadena: primero el pan, después el jugo y la fruta, y al último una caja con guisados. Algunos comensales están a la defensiva ante la lente de la cámara. No quieren ser vistos allí. Las mujeres incluso se cubren el rostro con sus hiyab negros.

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Cuando el sol se pone, pintando el cielo de un azul opaco, aumenta la tensión. Los asientos son escasos, las personas buscan a toda prisa un lugar para sentarse, y las personas sentadas protegen ansiosamente su comida.

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Un maestro de escuela, sentado a mi lado, alterna entre contar chistes y quejarse del servicio. En cuanto el reloj marca las 19:00, la gente comienza a devorar su comida, ignorando a los que llegaron tarde y exigen alimentos. La mayoría de la gente come en menos de diez minutos, deseosos por fumar hasta la salida del sol, y después irse.

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La calle pronto queda en silencio, y los que permanecen son más amables entre sí. Los organizadores y voluntarios del mawaid el Rahman comparten los restos de su comida con los que no alcanzaron menú.

A pocas cuadras de distancia, en Mounira, un barrio limítrofe con Sayeda Zeinab, la atmósfera en el mawaid es completamente diferente. Ashraf, un barbero respetado en el barrio, organiza un iftar de caridad cada año con donaciones de una empresa privada. Conocido como "capitán" por uno de los comensales, Ashraf organizó a un montón de voluntarios para servir arroz, frijoles y pollo. Su hijo Mostafa, de 10 años de edad, protege la entrada y desafía a su padre cuando éste no deja entrar a algunas personas. En este iftar más pequeño, el aire es más relajado y la gente trata a los demás con una familiaridad recién descubierta.

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Hay miles de iftars de caridad que se celebran durante todo el mes solamente en El Cairo y cada uno de ellos es diferente. A pesar de las complicaciones que surgen cuando extraños hambrientos de diferentes orígenes y posiciones sociales comparten una comida juntos, en el Ramadán están unidos por su destino. No todos los días triunfa la generosidad en la megaciudad caótica, ni un hombre invita a sus hermanos y hermanas a la mesa y lleva una olla grande de sobras para ofrecer una segunda porción a los hambrientos. No todos los días un niño le sirve a un anciano antes de haber comido y le desea belhana wel sheafa (bon appétit, buen provecho).

Ese es el espíritu del Ramadán.

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