Hablemos de cuando Mona Lisa me lo enseñó todo
Foto por Laura de Rojas

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Hablemos de cuando Mona Lisa me lo enseñó todo

Ha sido lo más surrealista que he visto fuera de España.

Algunas casualidades asustan. Mucho más cuando crees haber visto de todo. Te fuiste de mochilero por un país remoto a conocer otras culturas y te mondas con la irreverencia de Rick & Morty, pero aun así sigues sin entender cómo es posible que Mujeres y hombres y viceversa siga en antena desde hace casi una década. El mundo está loco y ya pocas cosas te sorprenden.

Sin embargo, quién me iba a decir a mí que una inocente visita cultural en París se iba a convertir en uno de los hechos más pintorescos e impactantes de la vida de un joven del extrarradio de Barcelona. Les choses de la vie.

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Todo transcurría con normalidad. Bueno, esa normalidad propia de un road trip por Europa con los amigos. Tras pasar por Rocamadour, un pueblito encantador en un acantilado, paramos en la Ciudad de la Luz. No contábamos con mucho tiempo, por lo que nos pateamos los sitios emblemáticos sin descanso alguno hasta recalar sobre las 16:00 en la cola del Louvre bajo un tupido y grisáceo cielo.

Fue inevitable pensar en lo peor; que otro episodio terrorista iba a azotar la capital francesa y yo iba a atestiguarlo

Cuando llevábamos unos minutos, comenzó a llover como si una energía superior nos intentara disuadir de la visita. Bajo la ingente tromba de agua nos cuestionamos si valía la pena ir un par de horas a un museo tan grande. Ya sabes, a París puedes ir más veces, está cerca —o no está tan lejos— y el paraguas no era suficiente como para impedir que nuestra ropa se empapara.

El caso es que entramos —¡vaya si entramos!—. Teníamos poco tiempo y caminamos apaciblemente entre obras griegas y romanas. Nos detuvimos en la Venus de Milo y pusimos rumbo hacia la Sala de los Estados, ese enorme cubículo de 200 metros cuadrados donde se aguardan, entre otras, Las Bodas de Caná y la archifamosa y enigmática obra de Leonardo Da Vinci: La Gioconda.

Venus de Milo

La Venus de Milo petrificada ante el artificio. Foto por Laia Martí

Como era lógico, estaba a reventar. Un tumulto de móviles pegados a humanos se amontonaba frente a La Mona Lisa. Me agobié y salí al pasillo a ver otros cuadros mientras dos de mis amigos hacían cola para verla de cerca. Nos desperdigamos.

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Estaba con otra amiga contemplando La Virgen de las Rocas cuando de repente un estruendoso alarido resonó del interior de la sala. La incertidumbre se hizo con el momento. Varias personas salieron corriendo asustadas y fue inevitable pensar en lo peor; que otro episodio terrorista iba a azotar la capital francesa y yo iba a atestiguarlo. El pavor puso en guardia a mi piel.

La protagonista, maquillada como Mona Lisa, pero desnuda de cintura para abajo, se subió frente al cuadro

Me adentré de nuevo. Mis amigos andaban por allí y me entró esa impetuosa curiosidad matafelinos. A cada paso que daba el volumen de los gritos aumentaba. La gente seguía amontonándose, pero ahora mucho más apiñada. Un guardia del museo hablaba por su pinganillo y dos o tres del personal del museo velaban por La Gioconda.

Me acerqué y estiré el cuello para ver lo que pasaba. ¡Qué vieron mis ojos! No se trataba de nada chungo, sino de una performance artística o activista. La protagonista, maquillada como Mona Lisa, pero desnuda de cintura para abajo, se subió frente al cuadro, una joven con un violín tocaba como si estuviera poseída y otros dos gritaban "¡Mona Lisa!" y animaban al público estupefacto mientas lo grababan con dos GoPro.

Sí, esto es lo más fuerte que he visto en un museo. Foto por Laura de Rojas

Ninguno de los presentes dábamos crédito. Una obra de arte te puede estremecer, pero ver el frondoso entresijo de rizos de una joven caracterizada subida en esa especie de alféizar frente a la obra más famosa del mundo fue demasiado. Lo recuerdo y todavía flipo.

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Qué haría la seguridad, te preguntarás. Tal y como están las cosas allí, con el ejército en la calle, no sería descabellado que unos SWAT se deslizaran por cuerdas desde el techo para reducir a los alborotadores. Pues ni mucho menos: no vino nadie. Solo les quitaron las GoPro al principio y ya está. Cerraron las puertas de la Sala de los Estados y dejaron que todos los que estábamos siguiéramos con la boca abierta.

La paciencia de la señora del museo para proteger el cuadro. Foto por Laura de Rojas

Únicamente una pobre trabajadora del lugar intentaba que la protagonista no se acercara a la obra y, como puedes ver en el vídeo, acabó sucumbiendo ante la insistencia de la susodicha. Era como si estuviera inmerso en la trama de algún libro de Dan Brown, pero sin tanta palabrería. ¿Qué pensaría Leonardo?

Todo terminó como si nada. Eran cerca de las 18:00 y el Louvre cerraba. Tras más de media hora de infarto comenzamos a irnos mientras mirábamos una y otra vez las fotos y vídeos del móvil. Nos adelantó la violinista con el instrumento escondido bajo su gabardina y salimos por donde habíamos entrado. La transgresión y la provocación son dos de los pilares del arte, y este hecho del pasado mes de abril, desde luego, los había cumplido con creces.

Pero la cosa no iba a terminar ahí. El futuro es caprichoso y, como veis, mis dedos están tecleando esta historia un tiempo después. Por lo tanto, he querido ir un poco más lejos y me he puesto en contacto con la experta y artista en videoarte María Escobedo Caparrós, productora y directora de Livemedia.

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Difícilmente se me olvidará esta imagen de mi cabeza. Foto por Laura de Rojas

Lo primero que se cuestiona es la intención. Como María es una pionera del videoarte en streaming —comenzó a finales de los 90 a retransmitir a través de internet— no se puede creer que en pleno 2017 la armes tan gorda con una imagen tan potente y no hagas lo posible por retransmitirlo en Facebook, Twitter o Instagram Live. "¿Está intentando crear una imagen espectacular o simplemente una controversia? Si duró 30 minutos, tenían potencial para ser viral con un gran titular. Si vas a hacer una pieza de agitart, asegúrate de grabarlo".

En cambio, me muestra otros ejemplos donde el desnudo o el videoarte cobran gran significado artístico. El primero de ellos es del artista ruso Petr Pavlensky, que se desnudó en plena Plaza Roja de Moscú y se perforó el escroto con un clavo al suelo. Sí, duele solo de leerlo, pero lo hizo en protesta por la apatía de la sociedad rusa contemporánea. "Además, la imagen fue hermosa, hasta espiritual, y creó algo que antes no existía delante del Kremlin", me explica María.

El artista Pyotr Pavlensky en la Plaza Roja durante una acción de protesta frente al muro del Kremlin. Foto por Reuters, 2013

Otro episodio que más se asemeja al del Louvre es el de Deborah de Roberts en el Museo de Orsay de París, aunque con diferencias. Según me cuenta María, la luxemburguesa suele poner en duda los roles socialmente bien vistos y, para conseguirlo, se desnudó delante de El origen del mundo de Gustave Courbet después de recitar un poema. La artista iba equipada con una GoPro en la cabeza y el resultado fue el cortometraje Olympia. En este caso "sí que tuvo la capacidad de ser influyente, de trascender. Su obra no se quedó solo en el museo, sino que tuvo gran repercusión en los medios", apuntilla María.

En fin, lo que iba ser mi primera visita a la capital del amor, acabó convirtiéndose en una de esas anécdotas imprescindibles en mi haber. Creo que no volveré a tener un silencio incómodo porque podré contar aquella vez que La Mona Lisa me enseñó algo más que su sonrisa. París, gracias por esta historia y por acercarme un poco más al mundo del arte. Enchanté.

Sigue al autor en Instagram: @jllorca