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El número de perder los estribos

Los chicos del Bakken

Las dificultades de crear una comunidad gay en las explotaciones petrolíferas de Dakota del Norte.

El primer y único rollete que tuve en los campos de petróleo del oeste de Dakota del Norte fue con un camionero de 23 años. Como la mayoría de relaciones que se dan en esta zona de explotaciones petrolíferas, nos conocimos por Grindr, la app de citas para hombres gays, bisexuales e intrépidos en general. Me mandó una foto e intercambiamos algunos detalles de índole personal. Unas cuantas horas después, lo tenía en la habitación del motel de Williston donde me hospedaba.

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Tras el encuentro, y a medida que la temperatura de aquella noche de noviembre descendía de los 12 bajo cero, nos refugiamos en su coche a fumar tabaco. Apenas iba a quedarme 48 horas más en Dakota del Norte, pero hicimos planes para ir a un campo de tiro al día siguiente. Mi interés no era tanto el de ejercer por primera vez el derecho al que me ampara la Segunda Enmienda de la Constitución americana como prolongar nuestro pequeño idilio pasajero. Pero primero él debía tratar de escaquearse del trabajo; una tarea nada fácil para alguien acostumbrado a trabajar turnos de 16 horas seis días a la semana.

Nunca sabré si realmente podría haber hecho fiesta aquel día, pero cuando me dijo que tenía que trabajar, a mí me pareció bastante creíble. La mayoría de quienes acuden en masa en busca de trabajo a las explotaciones de la formación Bakken de Dakota del Norte tienen que hacer esta clase de sacrificios. Cuando uno trabaja en una industria como la petrolífera, que funciona a un ritmo vertiginoso que resulta físicamente extenuante, le queda poco tiempo para las relaciones sentimentales.

"Aquí la gente viene a hacer dinero y luego se larga", me dijo otro gay de 23 años, que trabaja para una empresa que vende y alquila motores para perforar pozos. "Eso hace de freno en las relaciones".

Además, hace que los gays no dispongan de tiempo para construir una comunidad en la zona. Aunque en general la mentalidad está cambiando, la herencia conservadora de este estado sigue siendo predominante. Las relaciones homosexuales suelen limitarse al ámbito estrictamente privado –cuando no directamente secreto–, y hay muy pocos locales de ambiente LGBT en la zona. Para muchos trabajadores gays, las plataformas de Internet como Grindr son la única vía para relacionarse entre ellos. Pero el tipo de relaciones esporádicas y (en su mayor parte) a nivel estrictamente individual que proporcionan no contribuyen a acabar con la sensación de soledad que tienen estos hombres.

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La homofobia subyacente, además, emerge con facilidad a la superficie. "La otra noche estaba en un bar, cuando un tipo comenzó a llamarme 'puto maricón'", me explica Jon Kelly, un fornido promotor inmobiliario de 29 años que se instaló en Williston hace cuatro años. "Hace diez años que salí del armario, y nunca nadie me había dicho algo así".

Kelly trató de evitar el enfrentamiento, pero, animado por la borrachera, el tipo no dejaba de provocarle hasta que no le quedó otra alternativa: "Le di un puñetazo en la cara y lo tiré al suelo", explica Kelly. "Entonces, le dije: 'Que sepas que te acaba de dar una buena zurra un puto maricón'".

En el Outlaws' Bar & Grill, un restaurante especializado en carnes de Williston, conocí a Jim, un divorciado de 52 años originario de Wisonsin y padre de dos hijos. Jim dirigía una agencia de publicidad, pero tuvo que cerrarla en 2008 por culpa de la recesión. Como no podía saldar sus deudas, decidió mudarse a Dakota del Norte para trabajar en lo que eufemísticamente se ha venido a llamar gestión de agua salada, un método consistente en inyectar en el subsuelo las aguas residuales procedentes del fracking.

"Yo sigo en el armario", me dice Jim. "Sencillamente, no me apetece tener que lidiar con todo lo que conlleva salir. Ya sabes, con todas las preguntas y demás. Para mí, se trata de encontrar a Don Perfecto. Si encontrara al hombre perfecto, creo que sería más abierto al respecto".

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El armario sigue siendo toda una institución en la zona del Bakken. Durante la semana que estuve en Dakota del Norte, hablé con más de una docena de trabajadores en situaciones parecidas. Algunos siguen en el armario por miedo a perder el trabajo. Otros opinan que no les merece la pena revelar su sexualidad por el mal ambiente que eso provocaría en sus entornos laborales.

Como ocurre con casi todas las empresas de Dakota del Norte, la mayoría de las compañías petroleras no contemplan políticas laborales de protección de los derechos de los trabajadores gays o transexuales. Lo que significa que si eres uno de esos rudos operarios­–o un camionero, un soldador o un fontanero– tu jefe podría despedirte por ser gay y no habría nada que pudieras hacer al respecto. Solamente las grandes multinacionales que operan en la zona, como Halliburton o la gigante noruega Statoil, reconocen esta clase de derechos. Sin embargo, en la práctica es indiferente, pues la industria recurre en gran parte a subcontratas. "Puede que trabajes para Statoil, pero en realidad eres un empleado de otra compañía, que puede que no reconozca esa clase de derechos de los trabajadores", explica Joshua Boschee, miembro de la Asamblea Legislativa Estatal que trabaja para que se apruebe una ley que prohíba la discriminación laboral y en otros ámbitos contra miembros de la comunidad LGBT.

A menudo, Jim busca en Grindr perfiles de usuarios que sean "masculinos". Los hay en abundancia: tipos tatuados y con barba –algunos más corpulentos, otros más en forma– que se describen en la app como "barbudos" o dicen estar interesados en "solo machotes". Aparte de las apps de redes sociales –si te apetece saltarte todo el preámbulo de la charla insustancial, están las páginas de contactos como Craiglist– Jim no dispone de muchas otras opciones para conocer a Don Perfecto.

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En Dakota del Norte no hay bares gays. El local de ambiente más cercano a las explotaciones petrolíferas hasta a siete horas, en Winnipeg. En las ciudades más grandes de Dakota del Norte, como Bismarck, Grand Forks o Fargo, de vez en cuando montan un espectáculo de drag queens, pero igualmente están a horas en coche de la zona del Bakken.

Lo más parecido a una ciudad gay friendly es Minot, una localidad emergente en el extremo oriental de la explotación con una población de 46.000 habitantes. Hace unos años, James Lowe, un vecino de Minot de 36 años, y su amigo James Falcon organizaban trimestralmente bailes LGBT así como otro tipo de encuentros semanales, pero dejaron de hacerlo a causa de desavenencias internas. El año pasado, una asociación denominada Orgullo Minot se reunía cada semana para ver RuPaul's Drag Race –el reality de televisión que busca la próxima superestrella drag queen–, y su intención es volverlo a hacer con la próxima temporada. Hoy en día, un par de bares de Minot atraen una considerable clientela de hombres gays; una mezcla de vecinos de la zona, pilotos de aviación y trabajadores de la industria petrolera dispuestos a pegarse la excursión hasta allí.

Comparada con Williston, la Ciudad Mágica —como se conoce a Minot—tiene un aire cosmopolita. En el Starlite Club, un karaoke situado en un centro comercial al aire libre que hay cerca del aeropuerto, me encuentro con varios hombres gays, una mujer bisexual y otra que se describe a sí misma como "una mariliendre". Los parroquianos forman un grupo bastante convencional, ataviados como cowboys modernos, que es la estética mayoritaria en el estado, pasando un buen rato con himnos de country-rock de artistas como Kellie Pickler, Alabama o The Zac Brown Band. A la una de la madrugada, cuando el karaoke cierra, me presentan a Essy Parizek, propietaria del Starlite además de animadora de las sesiones de karaoke.

"Tanto da", me dice Parizek cuando le pregunto qué es lo que hace que su local sea uno de los pocos estandartes de la comunidad LGBT en las dos Dakotas. "Lo único que nos importa es que la gente se lo pase bien. De eso es de lo que se trata".

También en Williston, en el epicentro de la industria petrolera, está empezando a formarse algo parecido a una comunidad. Jon Kelly organiza de vez en cuando fiestas privadas para sus amigos gays. A estas fiestas no acude mucha gente, pero para Kelly son una demostración de que se están haciendo progresos.

"Son los comienzos de una escena", dice Kelly. "En los últimos años, cada vez más gente está dispuesta a mostrar abiertamente su sexualidad". Recientemente, Jason Marshall, de 36 años, y que hasta entonces trabajaba como encargado de mantenimiento en una plataforma petrolífera, aceptó un trabajo en una planta de procesamiento de gas natural en Lignite, una pequeña población de 150 habitantes cerca de la frontera con Canadá. De manera excepcional para lo que es costumbre en la zona, su nueva empresa le ofrecía una serie de prestaciones tanto a él como a su pareja Cody, que está sopesando adoptar una identidad de género más andrógina. Cody dice que no le preocupa cómo serán recibidos en su nuevo hogar. "Sencillamente, es mejor no ir explicándolo por ahí", dice.

Muchos otros hombres –pobres, solos y cachondos– se las desean para encontrar alivio en la región del Bakken. "La verdad es que no sé qué pensar de la gente de aquí", dice un gay de 22 años que hace poco se ha mudado a Williston desde La Vegas. "Es una ciudad rara, tío. Si no fuera por la pasta, no viviría aquí".